Recientemente publicado, Circuitos integrados (Editorial Aparte, 2020), de David Bustos, tiene el doble mérito de ser un gran libro de poemas y, al mismo tiempo, una publicación que se hace cargo, creativamente, de pensar sobre el propio género de la antología, respondiendo “a la necesidad de desestabilizar desde un comienzo el carácter fuertemente autoral y totalizante (la Obra), que convoca una selección o antología de poemas como Circuitos integrados”. Esto nos dice en sus fragmentos sobre el libro, Rodrigo Cordero, docente de la Universidad Alberto Hurtado y curioso investigador de las relaciones entre poesía e imagen, quien aceptó generosamente nuestra ansiosa invitación a integrarse a este circuito del que además nos ofrece una excelente muestra.
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Espero con ansias Circuitos integrados de David Bustos.
Como espero con ansias todo aquello que durante la cuarentena llega desde allá afuera. Cuerpos que puedo tocar y manipular, y que me imagino que traen consigo las huellas digitales de unas manos que toco, entonces, vicariamente, como por transposición. Un libro.
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Ana me dice que ella se encargará de hacerme llegar un ejemplar. Y, para mi sorpresa, Circuitos integrados llega ese mismo día a mi casa, traído por el propio autor. Me habría gustado recibir y saludar –abrazar– a quien lo trajo tan prontamente.
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Conozco a David. Estudió en el Magíster en Estudios de la Imagen. Conozco su calidad humana. Su sencillez. Su talento. Una vez –¿o fueron más?– nos tomamos una cerveza y recuerdo cómo, después de despedirnos, se alejaba en una motoneta.
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Circuitos integrados me mira desde mi escritorio. Sin duda es una bonita portada. ¿Una suerte de modernidad vintage? Hay una tenue decoloración del verde desde la banda vertical que marca la cercanía del lomo, hacia la izquierda, que corre en línea también vertical hacia la derecha. El diseño, entre mecánico y digital, me digo. Recuerdo la portada de Rec, otro libro de David, que también me gusta mucho. Busco en Wikipedia: «Un circuito integrado, también conocido como chip o microship, es una estructura de pequeñas dimensiones de material semiconductor, normalmente silicio, de algunos milímetros cuadrados de superficie, sobre la que se fabrican circuitos electrónicos, generalmente mediante fotolitografía, y que está protegida dentro de un encapsulado plástico o de cerámica. El encapsulado posee conductores metálicos apropiados para hacer conexión entre el circuito integrado y un circuito impreso». ¿Qué es una fotolitografía?
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Ana me escribe como quien no quiere la cosa. Muy educada, por cierto, me dice que me apure diciéndome que no me apure en escribir esta reseña. Yo quiero apurarme, intento planificarme, pero siempre termina apareciendo lo imponderable. Por otra parte, mi capacidad de concentración durante estas semanas tiende a cero.
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Circuitos integrados (Editorial Aparte, 2020) de David Bustos (Santiago de Chile, 1972) es un volumen de 104 páginas numeradas que reúne 78 poemas, los cuales corresponden a una «selección aleatoria» de los libros de poemas publicados por el autor entre 2001 y 2018.
Esos libros de poemas son ocho –lo cual, por cierto, no es poco–, a los que habría que sumar la publicación de un disco de poesía sonora en 2014 –Todo empieza por casa– y otro libro más –Poemas Zen (Mago Editores, 2020)–, de cuya circulación me entero ahora mismo mientras escribo estas líneas[1].
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La selección de los poemas de Circuitos integrados ha estado a cargo de Roberto Contreras, quien escribe también una presentación del volumen, titulada «Correspondencia fortuita de las cosas (Explicación de un criterio editorial)». Además de esta presentación y de la información que se encuentra habitualmente en las solapas, el volumen ofrece también un postfacio escrito por Valentina Osses Cárcamo, y un colofón. Este último dice: «Circuitos integrados de David Bustos se terminó de editar en la ciudad de Arica, el mismo día que Annalisa Di Maria aseguró haber encontrado el verdadero “Salvator Mundi” de Da Vinci. Para su composición se utilizó Adobe Garamond Pro en sus distintas versiones; el interior está impreso en papel ahuesado de 80 grs. y la portada en papel couché de 250 grs».
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Me pregunto por el gesto autoral de entregar la decisión de seleccionar los poemas a otra persona, sobre todo cuando Circuitos integrados reúne una producción tan sostenida. Me pregunto también por el gesto de multiplicar la información proporcionada por todas aquellas instancias que «acompañan» al texto (pero que forman parte indudable de él): solapas, presentaciones, postfacios, epígrafes, etc.
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En «Correspondencia fortuita de las cosas (Explicación de un criterio editorial)», Roberto Contreras indica que el volumen pretende ser una «reedición bajo el modo de una antología aparte del gusto personal» de la producción del autor, y que «busca anticipar algunas claves para (re)leer una obra». Y, un poco más adelante, añade: «¿Qué puede ofrecer una antología, que ya no esté en los libros? Una propuesta de lectura, de un libro inexistente de otro modo». Esa propuesta de lectura, por otra parte, queda particularmente abierta, pues correspondería a una «afinidad» que operaría «por una red más secreta que la que se percibe, por correspondencias fortuitas, como siempre sucede». Me digo que esa vaguedad no es un defecto, sino algo deseado. De hecho, eso explicaría que el volumen no ofrezca información alguna acerca del libro al cual pertenece originalmente cada poema. Tarea entregada al lector, pues, la de identificar la integración de estos circuitos.
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La mayoría de los poemas de Circuitos integrados es breve, aunque hay también poemas extensos. Si uno revisa sus títulos, por otra parte, también se encuentra con una gran diversidad. Y lo mismo ocurre cuando uno lee los poemas. Desde visiones extáticas a poemas narrativos, paisajes exteriores y paisajes interiores, pasando por guiños a la cultura popular o libresca, y poemas que podríamos llamar «situados» o que rozan lo documental, o incluso lo íntimo, aunque sin develarlo del todo. Hay poemas que abordan asuntos terribles y otros muy bellos. También hay poemas que tienden a privilegiar lo cotidiano, aunque a veces, a partir de ahí, se lanzan hacia el fondo oscuro de la memoria o de la ensoñación, o a la inextricable interpretación de un presente siempre urgente, como si «del misterio dependiéramos para defendernos de nuestra suerte» («Un gorrión acicala sus alas», 61), o hacia los senderos de la meditación o del mantra, en búsqueda –siempre en búsqueda– de la iluminación de un sentido.
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Me doy cuenta de que quizá aquello por lo que me preguntaba el otro día –la decisión de entregarle la selección de poemas a un tercero, el carácter aleatorio o abierto de la propuesta de lectura, el hecho de que mientras escribo estas líneas me entere de la publicación de un nuevo libro, la decisión de no indicar a qué libro pertenecen los poemas seleccionados, la multiplicación del paratexto–, puede responder a la necesidad de desestabilizar desde un comienzo el carácter fuertemente autoral y totalizante (la Obra), que convoca una selección o antología de poemas como Circuitos integrados. Tal vez el punto es que el estatuto mismo del volumen oscila entre el gesto de cerrar un periodo importante de producción y, al mismo tiempo, dejarlo abierto. Toda antología o selección de poemas implica una mirada retrospectiva, diríamos, por cierto. Pero Circuitos integrados es un balance que, apenas se balancea, se contrabalancea, porque ese balance revela el deseo de no ser una simple sumatoria de un proyecto todavía en curso. Al no ser el mismo David quien ha elegido los poemas, y al enfatizar la participación de terceros en la producción del libro, la presencia autoral se tambalea y, con ella, el concepto mismo de Obra.
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«Quizás no sea cierto / Pero todo es real». Este es el epígrafe con que se abre Circuitos integrados. Me pregunto si he sido capaz de dar cuenta del alcance del volumen. Probablemente, solo me he enfocado en uno solo de sus aspectos. A lo más en dos, o en tres. Y resulta que, por cierto, son muchos más. Pienso, por ejemplo, en las ventanas y en las manos –en los cuerpos– que tanto repiten en los textos. Tal vez una buena idea para acicatear (¿se dice así?) el apetito del lector sea, entonces, ofrecer una selección (de la selección) de poemas.
Santiago de Chile, El Bosque, otoño 2021
Circuitos integrados (selección)
XVI
Angustia: madre de todos los estados de sitio.
Hoy el bombardeo ha sido amable
no hay que hacer caso a los sesos
que derrama tu cabeza
las noticias exageran, las extremidades
dispersas de una guagua
de seis meses entre escombros
no son dignas de ser comentadas después
de todo de algo hay que morir.
Tengo amigos cesantes hace años.
Cada día se quejan menos.
No hay enfermedad si no hay enfermo.
Una ambulancia se pierde esquivando cuerpos entre escombros.
El cobre sube de precio
el cuero cabelludo
de una muchacha
de trenzas que andaba
chuleando por ahí
yace aplastado debajo
de una casa. El trabajo
es trabajo, la guerra
es guerra.
El gris de los olivos
El gris de los olivos
se cuela por la ventana.
El palomar del colegio
estalla en bandadas.
En voz baja
la ferocidad de la higuera.
Escenas de familia
Aquí
justo aquí mi familia tuvo su negocio.
Independencia con Santos Dumont
buen punto buenos tiempos.
Mi mamá contaba las monedas
y yo las envolvía en montoncitos de a diez.
Aquí es donde tenía su negocio mi familia.
En la oficina de mi papá se levantó
una muralla de concreto tan alta como el techo
él hizo un par de negocios oscuros
como buen sujeto del Oeste.
En cambio
mi hermano mayor
tipo idealista del Este
centralizó los bienes
reformuló las tareas del cortado del pasto
y cambió el dinero por unas tarjetas
impresas con su nombre.
En la hora de la cena
nos estudiábamos
el cuchillo abriendo la carne
el excesivo gesto de llevarse la servilleta a la boca.
Señales de que todo iba a cambiar.
Luego la muralla de concreto fue desmontada
y puesta justo afuera de nuestra casa.
(Se deprimieron nuestros puntos de vista).
Alguien dejó de sentarse a la mesa
alguien levantó su casa lejos de la nuestra.
El ombligo del sueño
La cuna se mece en el abismo
la madre saca sus pechos
la niña de meses succiona
le pertenece una gota de leche
que asoma en la comisura de su boca
y se alarga por la mejilla redondeada.
Ambas caen extasiadas. Duermen.
El peso de sus cuerpos es el mismo.
Se despidió levantando el brazo.
Se despidió levantando el brazo
como ala de gaviota.
El resto recuerdos picoteados
por la imaginación.
Cabezas de pescado abiertas.
Leve roer de polillas
en el ropero oscuro de la mente.
[1] Nadie lee del otro lado (Ediciones Mosquito, 2001), Zen para peatones (Ediciones del Temple, 2004), Peces de colores (LOM, 2006), Ejercicios de enlace (Cuarto Propio, 2007–Editorial Isofónica, 2018), Jardines imaginarios (Alquimia, 2010), Hebras viudas (Cuarto Propio, 2011), Dos cubos de azúcar (Una temporada en Isla Negra, 2014), Arial 12 (Editorial Pez Espiral, 2018). Peces de colores recibió el año 2007 el Premio Municipal de Literatura en la categoría poesía.