Los libros han sido nuestros aliados en esta pandemia. Para reforzar su compañerismo, hemos invitado a personas de distintas áreas a comentar su lectura del año; hablar de ese libro que les remeció la cabeza y tomó sus conversaciones. Hoy tenemos a Catalina Romero, licenciada en letras y bibliotecaria de la Universidad de Chile, quien sabiamente ha compensado las dificultades del confinamiento realizando antiguos deseos, entre ellos, el aprendizaje del tarot que, a su vez, la condujo a Eros: el dulce amargo, de Anne Carson, el libro que nos comenta hoy.
Gracias a esta pandemia he realizado un deseo que hace años arrastraba: leer todos los libros de mi estante. Tampoco son tantos y me faltaba leer menos de un cuarto, ¡pero lo logré! Debido a la gama variada que conforma mi biblioteca, leí desde una biografía de Los Jaivas hasta la saga de Elena Ferrante, pasando por libros sobre filosofía antigua como el que comentaré en estas líneas: Eros: el dulce-amargo, de Anne Carson. ¿Por qué lo elijo? Sinceramente, se me olvida muy rápido lo que leo, tal vez se debe a que tengo la costumbre de echarme en mi sillón o cama cuando abro un libro y termino casi siempre durmiendo (no quiero echarle la culpa a mis genes). Lo elijo entonces básicamente porque todavía no lo olvido, y lo he abierto unas tres veces para aclarar uno u otro punto. En pocas palabras, quedé un poco pegada. Mi hermano me lo había recomendado para profundizar en mis estudios sobre tarot (otro deseo que en esta pandemia me he permitido realizar). Solo por su título supuse que me podría ayudar a entender mejor el palo de copas, carta donde aparece la flecha de Eros (Cupido para los romanos) y que habla de relaciones que surgen, se quiebran y maduran. Con esta expectativa me tendí y comencé.
Ya en la primera página, como si no tuviese tiempo para dilataciones, Anne Carson se adentra en la definición de Safo (poeta arcaica) sobre Eros: el “dulce-amargo”, el deseo por la ausencia. Según El banquete de Platón, Eros es hijo de Poros, dios de la abundancia, y Penia, diosa de la pobreza. La segunda viola al primero en el cumpleaños de Afrodita, resentida por no haber sido invitada. Eros resulta entonces ser un goce en la necesidad; es el anhelo, el disfrute, la emoción que causa lo deseado, lo que no se tiene. La paradoja está en que cuando el deseo se consigue desaparece el goce. Es el castigo de Penia que como humanidad arrastramos. ¿Cómo salir de este destino fatal que suena a tortura?
Para salir de este absurdo que nos moldea como especie, la autora recurre a Sócrates y a su diálogo sobre el texto de Lisias en “Fedro”. Según Lisias es definitivamente mejor no desear: se sufre menos y se vive en paz. En cuanto a relaciones amorosas, sería conveniente no involucrarse tan profundamente con nadie, un par de noches y ya. Sócrates compara entonces este autocontrol de Lisias a lo que ocurre con la escritura y su ilusión de fijar la palabra fuera del tiempo, separándola de su entorno vivo y cambiante. Como el no-amante de Lisias, el escritor busca (sin conseguirlo) resguardar su “yo” para no involucrarse o perderse en la chusma oral y su permanente resignificación.
Según Sócrates y Carson, esta ilusión de controlar el deseo también se ve reflejado en Midas y su petición de convertir todo en oro. El mito nos dice que este deseo es cumplido por Dionisio, quien se divierte mucho al ver al rey desesperado luego de atragantarse por beber oro pensando que era agua. El deseo de Midas se le vuelve en contra y casi lo mata de sed y hambre. En el Tarot Mítico la carta del Rey de Pentáculos es precisamente Midas, por lo que estas páginas de “Eros” me ayudaron a entender que su aparición en una tirada tiene que ver con un impulso de materializar, reducir, controlar el deseo en un presente.
Siendo muy diferente a Midas, Ulises también representa el control del deseo. Lejos de verlo como presente, este héroe pone su corazón en un futuro: en su hogar, en Ítaca y Penélope. Se amarra al mástil del barco para no caer en el canto de las sirenas y se desliga de cualquier enamoramiento pasajero que pudiese desconcentrarlo de su objetivo final. Ulises es el Rey de Espada en mi tarot: indica el manejo mental, en que los estímulos del presente quieren ser rechazados en pos de una meta, de un propósito, de un ideal futuro. Ulises logra llegar a casa, pero por algo se escribió La Odisea, porque es una hazaña durísima.
El libro de Anne Carson nos indica finalmente que el estancamiento del deseo, ya sea en un presente o en futuro no es una vida vivible, es decir, es una vida muy angustiosa o gris. Si como Midas lo alcanzamos, se muere; si como Ulises lo alejamos, no existe. La forma socrática sería materializarlo en forma de estímulo, de gestos, de sombras, de arte, para así experimentarlo como “lo que le da color a la vida” pero sin liquidarlo.
Ahora bien, y esto es de mi costal, ¿la consciencia de la muerte no es suficiente para que el objeto de deseo mantenga su valor? Esta experiencia de muerte la estoy viviendo con mi biblioteca. Luego de haber cumplido mi deseo de leerla completa, solo la vi como un espacio reemplazable donde podría caber perfectamente una planta, pinturas para hacer mi primer cuadro, las sábanas lavadas, o por último, otros libros. Se acabó la magia y comencé a propagar que iba a regalarla (venderla en un primer aviso). Solo he logrado desligarme de un diccionario, mi único muerto. El mero hecho de pensar en que desaparecerá me hace desearla, y ahí está, ocupando espacio sin sentido.