Hoy, Katharina Eitner, socióloga, gestora cultural y estudiante del Master Arte en Contexto de la Universidad de las Artes de Berlín, comparte con nosotros este fascinante ensayo sobre la desmonumentalización en Santiago durante las manifestaciones de octubre: “Escribí este ensayo en septiembre de 2020. Y hoy, siete meses después, las estatuas siguen tambaléandose en mi país. El monumento al General Manuel Baquedano que se encuentra en la Plaza Baquedano de Santiago, o Plaza Dignidad como la nombraron los manifestantes desde el inicio de la revuelta social, y que fue el epicentro de las protestas en la capital, intentó ser restaurado un sinnúmero de veces por parte del Gobierno de Sebastian Piñera. Una verdadera pugna de pintura pasó por esta estatua: un día era pintado de colores y al otro, amanecía pintado de negro nuevamente. Y así, capas y capas de pintura fueron cubriendo a la estatua. Hasta que finalmente el Gobierno gastó 42 millones de pesos (alrededor de 59.600 dólares) para levantar un muro en torno al monumento y sacar la estatua del pedestal. Ahora la plaza, uno de los centros simbólicos de una de las mayores manifestaciones ciudadanas de la historia de Chile, está vacía, amurallada y con custodia policial permanente. Las reacciones e inversiones del Gobierno para intentar proteger un símbolo militar demuestra que las acciones de desmonumentalización son más que mero vandalismo, son una disputa de poder, imaginarios y proyectos políticos”.
“Hay que volver a dotar de energía al recuerdo. Que entable una conversación con el presente disconforme”.
Nelly Richard
“De pronto resuena el pasado, de pronto se queda en silencio”.
Aleida Assmann
Introducción
En 1927 el escritor austriaco Robert Musil afirmó que “lo extraordinario de los monumentos es que uno no los nota. No hay nada en este mundo tan invisible como un monumento”. Sin embargo, desde el estallido social de octubre de 2019 en Chile, y desde el 26 de mayo de 2020 a nivel mundial, luego del asesinato de George Floyd en Estados Unidos, hemos presenciado todo lo contrario, la absoluta visibilidad y poder simbólico de los monumentos, puesto que destruirlos e intervenirlos han sido tácticas clave de las manifestaciones ciudadanas para demandar justicia social. Así, comenzaron a circular por las redes sociales cientos de fotos y videos de estatuas de próceres militares y personajes asociados al colonialismo o al esclavismo cayendo al suelo, siendo intervenidas, cubiertas por pintura o decapitadas. En efecto, los monumentos son uno de los espacios de disputa por los valores identitarios y la memoria social que existen en una ciudad o comunidad. Destruirlos es una acción de protesta que critica el modo en que se ha escrito la historia oficial, de manera excluyente, colonialista y patriarcal.
Es relevante tener en cuenta que la intervención o destrucción de monunentos o símbolos conmemorativos no es un evento inédito en la historia o que pertenece exclusivamente a nuestros tiempos. La iconoclasia, expresión que en griego significa “ruptura de imágenes”, es la deliberada destrucción de íconos, símbolos y monumentos de la propia cultura, normalmente por motivos religiosos o políticos, y el primer antecedente que se tiene de este tipo de acciones data del siglo VIII d.c durante el imperio bizantino, donde se destruyeron símbolos relacionados con el cristianismo.
En esta oportunidad me interesa reflexionar específicamente sobre los procesos de desmonumentalización, y centraré mis observaciones en las protestas sociales que se vienen generando en Chile desde octubre de 2019. Lo que quiero es explorar los discursos sociales que hay detrás de la caída y desarme de estos monumentos. En función de ello, me pregunto: ¿por qué los monumentos pasan de la invisibilidad a convertirse en símbolos a ser subvertidos por la disputa del capital simbólico? ¿qué es lo que se disputa con la subversión, desmontaje o destrucción de estos monumentos? ¿por qué son un objetivo para los movimientos sociales que buscan intervenirlos? Sin duda son grandes preguntas que no pretendo responder de manera acabada, sino solo dar directrices que me permitirán reflexionar y comprender en mayor profundidad los procesos de desmonumentalización realizados en el contexto de las protestas ciudadanas.
Los silencios de la representación
Leo sobre formas de representar un espacio y un territorio, sobre cartografía, y me encuentro con una cita que me entrega luces para pensar también los monumentos no sólo como ornamentación del espacio público o como representaciones materiales del pasado histórico, sino como espacios de lucha por el poder simbólico en una comunidad:
El silencio puede revelar tanto como lo que oculta (…) la ausencia de algo debe verse tan digna de investigación histórica como su presencia. Así sucede con la cartografía. Hace poco se sugirió que ´el mapa que no se hace merece tanta atención como el que se hace´. Este aforismo se puede extender tanto a la historia de la producción de los mapas como a la de los silencios de la representación. (Harley, 2001, p.90)
Al levantar un monumento, una parte de la historia se vuelve oficial creando una ilusión de imparcialidad y de verdad. No obstante, los monumentos, en esencia, generan jerarquías, ya que al elevar en un pedestal una figura o enaltecer un hecho histórico o un concepto, se deja abajo a otros. Y ahí surge la pregunta ¿quiénes o qué narrativas quedan bajo ese pedestal o fuera de esa representación? Aleida Assmann (2006) propone que entre los polos de triunfo-trauma se construye la identidad nacional. Y creo que esto puede ser llevado al caso específico de los monumentos. El triunfo y el trauma se excluyen mutuamente, uno desplaza al otro, se hacen desaparecer. Sin embargo, ambos son parte de una misma representación, son dos caras de una misma moneda. Siguiendo la pregunta anterior, podemos plantear entonces ¿cuál es el trauma que oculta el triunfo que se monumentaliza?
Me resuena la idea de los silencios de la representación. ¿Quiénes y qué hechos históricos son monumentalizados y cuáles no? ¿qué se está silenciando con cada monumento erigido? ¿hay monumentos que nieguen, excluyan o pisoteen a una comunidad? ¿cuáles son los márgenes y silencios de estos símbolos?
Siguiendo el aforismo de Harley, me parece relevante, entonces, pensar lo siguiente: los monumentos que no se hacen merecen tanta atención como los que se hacen. Y así aparecen nuevas preguntas ¿cuántas mujeres se han monumentalizado? ¿cuántas gestas ciudadanas? ¿pueblos indígenas? ¿afrodescendientes? ¿diversidad sexual? ¿hitos de la naturaleza? De seguro, significativamente menos que de hombres, blancos, con poder económico y político. Sólo por compartir una cifra concreta, la organización chilena Monumentos Incómodos que se dedica a estudiar los monumentos como símbolos de poder, difunde la siguiente información: “En la comuna de Santiago de Chile, hay 46 monumentos, de esos 39 son representaciones de hombres y sólo 7 de mujeres.”[1]
Assmann (2006) plantea que el olvido tiene tanto que ver en nuestras vidas como el recuerdo. Por esto es relevante investigar los silencios de las representaciones simbólicas y preguntarse ¿qué consecuencias históricas tiene el levantar ciertos monumentos, dibujar ciertos mapas o nombrar las calles homenajeando a ciertas figuras históricas y no a otras?
Sobre esta misma idea, la escritora argentina Silvina Ocampo (1970) escribe “cualquier cosa que no existe y tiene un nombre termina por existir, en cambio, cualquier cosa que existe y no tiene un nombre termina por no existir”. Y es que los recuerdos necesitan de una narración para adquirir forma y estructura. La memoria, tanto la social como la individual, se construye y consolida a través de la comunicación, a través del intercambio lingüístico con otros. Y la memoria no sólo requiere voces y palabras, sino que también tiene una dimensión espacial, es decir, necesita de espacios físicos y concretos para situarse y materializarse. Pierre Nora (1997) plantea que “cuando se reconoce que el olvido es inminente, la sociedades construyen en el espacio un antídoto. La relación entre memoria y espacio se materializa en el proceso de memorialización, entendido como la concreción de un recuerdo en un lugar. Y cuando la memoria se materializa en el espacio público, adquiere una dimensión colectiva”. Es así como aparecen los monumentos, memoriales y altares, por la necesidad humana de comunicar y situar la memoria en lugares concretos. Sin embargo, cuando no aparecen esos monumentos, es decir, cuando quedan narrativas excluidas o subrepresentadas en el espacio público, emergen también formas de resistir a esa exclusión.
Durante las protestas ciudadanas que se iniciaron en Chile el 18 de octubre de 2019, las estatuas de los próceres de la patria y de los colonizadores españoles cayeron. Un monumento dedicado al español Pedro de Valdivia fue tirado al río por una comunidad mapuche; estatuas masculinas fueron vestidas de mujer con un pañuelo verde, símbolo de la lucha feminista en Latinoamérica; figuras de próceres españoles fueron decapitadas y sus cabezas puestas en manos de figuras indígenas; el busto de José Menéndez, empresario español que estuvo involucrado en el exterminio de los indígenas selknam, fue derribado y arrojado a los pies del monumento al indio patagón, en pleno centro de Punta Arenas; y cientos de estatuas fueron rayadas con consignas feministas y de inclusión a la diversidad sexual, de defensa de los pueblos indígenas y de la naturaleza, con frases contra el oscuro legado de la dictadura militar de Augusto Pinochet y su Constitución que rige hasta el día de hoy, entre otras causas que demandan justicia por minorías sociales como los migrantes, los niños y los adultos mayores.
Pero el movimiento social no sólo removió pedestales, sino que también iba levantando sus propios monumentos para homenajear a pueblos originarios, creó altares para las víctimas de la represión por parte de la policía chilena y diseñó su propio imaginario simbólico. Dentro de él está, por ejemplo, el “Negro Matapacos”, un perro callejero que se volvió un ícono de las protestas y que también tiene ahora su propio monumento.
Todas estas acciones son ejercicios colectivos de iconoclasia que evidencian la necesidad de participar en la construcción de la historia. Derribar monumentos deja al descubierto los silencios que existen en las representaciones de los diversos grupos que conforman una comunidad. Intervenirlos es una forma de poner en crisis la historia y los valores presentes en ellos. Es un modo de activar nuestro papel como ciudadanos en la administración de la memoria histórica, es una alternativa para combatir los silencios y lograr que narrativas alternativas tengan un lugar en el espacio público.
Siguiendo con el aforismo de Harley, podríamos plantear que los monumentos que se intervienen merecen tanta atención como los que se hacen. La artista Esther Shalev-Gerz, que ha realizado contramomunentos como “El monumento contra el fascismo” en Hamburgo, Alemania (1986), refuerza esta idea al plantear que “tenemos que permitir que los monumentos documenten el temperamento social de un espacio-tiempo, como una huella digital de un lugar”.[1]
Es relevante comprender que los monumentos públicos no son de ningún modo asépticos, sino que son siempre representaciones de poder. Tal como lo plantea Elizabeth Jelin (2012), hay que expandir el concepto de memoria y no reducirlo al tema de los recuerdos, incorporando la pugna de poder.
Michel Foucault (1975) plantea que el poder es:
“una relación asimétrica pero omnipresente, es decir, que no se localiza en una persona o institución, sino que se ejerce, y considera al espacio como una forma de aquel ejercicio. Por lo tanto, el territorio no es sólo un objeto o escenario de la pugna; en el espacio, el poder se detenta, se representa, se refleja y se multiplica.”
Siguiendo esta propuesta foucaultiana, podemos comprender los monumentos no sólo como testigos de protestas sociales o escenarios de manifestaciones públicas, de las que salen llenos de pintura o incluso sin cabeza, sino que son en sí mismos símbolos de poder que buscan disputarse y subvertirse.
En América Latina la estatuaria pública, que en su mayoría es de piedra y/o bronce, se origina en el siglo XIX, con el objetivo de inmortalizar personajes y eventos históricos para forjar identidades nacionales creadas de acuerdo a cánones europeos.[2]
Me interesa detenerme en el verbo inmortalizar y en la pretensión de los monumentos por ser inmutables y resistir el paso del tiempo estoicos, fijos y duros como sus materiales. ¿Se puede conservar una versión de la historia para siempre de la misma manera? Digo versión porque los monumentos son también eso, una versión, un pedazo, una representación de la historia humana que se quiere enaltecer y comunicar a una comunidad. Y como lo explica brillantemente Jorge Luis Borges (1946) en su cuento “Del rigor en la Ciencia”, las representaciones son, en esencia, siempre incompletas.
De hecho, hemos podido obervar que esta pretensión de inmortalidad choca cada cierto tiempo con movimientos sociales, como el estallido social chileno, que buscan ampliar y complejizar esa versión de la historia. Buscando cifras concretas, me encuentro con que se destruyeron 1.350 monumentos o estatuaria pública durante la ola de protestas en Chile. Y en ciudades como Santiago, uno de los epicentros de las manifestaciones, se intervino el 100% de los monunentos. 280 estatuas y bustos de próceres militares y figuras relacionadas con la identidad del Estado-nación fueron pintadas, resignificadas o derrumbadas en la capital.[3]
Frente a esto, el Gobierno de Sebastián Piñera lanzó el Plan Recuperemos Chile que tiene como objetivo reconstruir lo destruido durante las manifestaciones, desde el transporte hasta los monumentos.[4] Este plan gubernamental criminaliza la manifestación social y obvia el marco simbólico de los monumentos intervenidos, buscando restaurarlos tal como estaban antes. Pero ¿por qué simplificar estas acciones y entenderlas sólo como vandalismo o destrucción de la propiedad pública? ¿No son estas cifras lo suficientemente significativas para preguntarse que hay algo más en la acción de desmonumentalizar? Creo que es una oportunidad de ampliar la mirada y preguntarse por qué los monumentos son uno de los primeros objetivos simbólicos en tiempos de protestas sociales, no sólo en Chile sino que en el mundo.
Antes de restaurar y limpiar, es relevante preguntarse qué hacer con estas ruinas: ¿constuir nuevos monumentos? ¿qué se monumentalizará? ¿cómo y quiénes participarían en esta decisión? ¿crearemos monumentos con los mismos materiales y estética de la estatuaria del siglo XIX? ¿Y si dejamos las ruinas de la manifestación? Estas ruinas nos permitirían imaginar otros espacios sociales posibles para contruir, por ejemplo.
Pero el poder siempre va a intentar acallar o minimizar las manifestaciones ciudadanas que emergen en las distintas superficies de la ciudad. Y creo que es relevante ir en contra de la visión que defiende la limpieza, el orden y la neutralidadad de los monumentos, propia del oficialismo en Chile. El Plan Recuperemos Chileserá infructuoso y esos monumentos volverán a ser intervenidos. Esto porque los monumentos son espacios discursivos que siempre están y estarán en una lucha por el poder interpretativo de la historia.
Desde la arquitectura se plantea que los monumentos pueden ser considerados como paisajes heridos[5],es decir, elementos conmemorativos en el espacio público que pueden generar sentimientos de segregación, injusticia y odio en comunidades cuyos derechos han sido violentados sistemáticamente, producto de la colonización, el racismo, la xenofobia, el patriarcado, etc. Es por esto que su carga simbólica controversial se expone al escrutinio público cuando surgen contextos de disputa y protestas sociales. Por ejemplo, la figura de Cristóbal Colón dejó de ser la de un explorador aventurero y hoy simboliza el comienzo del exterminio indígena en América. Es por esto que cientos de estatuas de Cristobal Colón en América y Europa han sido derribadas desde que se iniciaron las protestas del Black Lives Matter y se extendieron por el mundo.
En esencia, los monumentos a pesar de su pretensión de inmortalidad, serán siempre resignificados e intervenidos según las necesidades de interpretación histórica de las diversas comunidades que componen un país. La inmortalidad de los monumentos es sólo una ilusión y las preguntas esenciales que deberíamos hacernos entonces son ¿cómo revertir las desigualdades de representación en el espacio público? ¿cómo otorgar justicia en las representaciones simbólicas a aquellas voces acalladas? ¿cómo lograr que los monumentos sean útiles para los que viven, haciéndolos relevantes para nosotros?
Katharina Eitner (1987,Chile). Socióloga y Gestora Cultural, Diplomada en Métodos Cualitativos para la investigación Social, estudiante del Master Arte en Contexto de la Universidad de las Artes de Berlín (Künst in Kontext, Universität der Künste Berlín). Su experiencia en el campo de las artes se centra en proyectos de arte colaborativo, arte-archivo, instalaciones y generación de contenidos para obras de teatro. Su búsqueda se centra en unir las ciencias sociales con el arte como medios de exploración de lo social. Katharina busca mezclar entrevistas, fotografías, etnografía, videos, crónicas, archivos e historias de vida, síntesis de la que emergen nuevas visiones de mundo y formas de acercarse a la realidad; otros soportes de sentidos para interpretar lo que nos pasó y nos pasa. He sido parte de Kaum Colectivo, Proyecto Arde, Teatro Niño Proletario, Teatro Los Barbudos, Colectivo Zorro Azul y Circo Virtual.
Referencias
Assmann, A. (2006). Der lange Schatten der Vergangenheit. Erinnerungskultur und Geschichtspolitik. (Munich: C.H. Beck, 2006).
Foucault, M. (1975). Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión.
Huyssen, A., (1995). Twilight Memories. Making Time in a Culture of Amnesia. New York: Routledge.
Jelin, E. (2012). Los trabajos de la memoria (Serie Estudios sobre Memoria y Violencia). Lima: Instituto de Estudios Peruanos (IEP).
J.B. Harley. The New Nature of Maps: Essays in the History of Cartography. (Edited by Paul Laxton). Baltimore and London: The Johns Hopkins University Press, 2001. ISBN 0-8018-6566-2.
Musil, R. (1987). Monuments, in Posthumous Papers of a Living Author, Hygiene, Colorado: Eridanos Press.
Montealegre, P., & Rozas-Krause, V. (2018). Disputar la Ciudad. Santiago, Chile. Editorial Bifurcaciones. ISBN: 978-956-9501-08-1
Nora, P. (1997). Zwischen Geschichte und Gedächtnis. Wagenbach Klaus GmbH.
Young, J. E., & Mazal Holocaust Collection. (1993). The texture of memory: Holocaust memorials and meaning.
Artikel «Unbequeme Denkmäler» in der lateinamerikanischen Kunstzeitschrift Artishok: https://artishockrevista.com/2020/07/05/monumentos-incomodos/
Podiumsdiskussion über Denkmäler und soziale Ausbrüche in Chile und den Vereinigten Staaten, organisiert vom Kollektiv Monumentos Incómodos: https://www.youtube.com/watch?v=TCCNAnmvGHI
[1] Young, J. E., & Mazal Holocaust Collection. (1993). The texture of memory: Holocaust memorials and meaning.
[2] Mora, P [@monumentosincomodo]. (2020, Junio 9). Monumentos y estallidos sociales en Chile y Estados Unidos. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=TCCNAnmvGHI&t=60s
[3] De la Sotta, R. (12 de mayo de 2020). Estallido social detona inédito plan de recuperación patrimonial. La Tercera. Recuperado de https://www.latercera.com/culto/2020/05/12/estallido-social-detona-inedito-plan-de-recuperacion-patrimonial/
[4] Ibíd.
[5] Mora, P [@monumentosincomodo]. (2020, Junio 9). Monumentos y estallidos sociales en Chile y Estados Unidos. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=TCCNAnmvGHI&t=60s
[1] Mora, Patricio (2020). Monumentos Incómodos. Santiago, Chile: Artishok Revista de Arte Contemporáneo. https://artishockrevista.com/2020/07/05/monumentos-incomodos/