Esta semana conversamos con el poeta e investigador de la UAI, Christian Anwandter Donoso. A propósito de su reciente libro Dron (Pez Espiral, 2021), escrito en gran parte por un bot, el autor se extiende en una profunda reflexión sobre el proceso de edición de su libro, las relaciones entre literatura y tecnologías digitales, política, crisis climática y poesía: “La poesía siempre me ha causado una mezcla de hastío y fascinación. ¿Cómo puede el lenguaje generar impresiones tan fuertes, en algunos casos, y en otras caer en tantos clichés? Distingo entre la poesía que se acomoda al prestigio simbólico acumulado por sus formas tradicionales, que no propone una experiencia en que las palabras se tensionan con el entramado tecnológico y cultural que les da lugar, y la que irrumpe en ese lugar en que no se da por sentado el lugar de la palabra y su función representativa o expresiva”.
Cuéntanos cómo fue el proceso de edición del libro…
Fue una entremezcla de procesos, estructuras y temporalidades. Por una parte, tenía poemas escritos a partir del 2012 sobre el encierro de un cliente en un mall en que había un simulador de vuelo que podía, al mismo tiempo, manejar a distancia un dron; sobre una fundación que utilizaba presos reinsertados para promocionar procesos de adopción; y también sobre el trabajo precario de un guardia de seguridad que intentaba reinsertarse en la sociedad. En varios de estos poemas, un dron recorre un territorio dividido en provincias, con poblaciones que se ignoran entre ellas. Por otra parte, existía una serie de documentos de Internet sobre temas variados, clasificados, traducidos, convertidos en alimento para algoritmos. Por último, el diseño junto a Ignacio y Alfonso Adriasola de un programa de escritura artificial que, a partir de esos documentos, depurados, crea cifras y texto. El libro se alejó de la idea de “poemario” –entendido como secuencia de poemas atribuidos a un autor– y emergió la idea del libro concebido como una infraestructura donde transitan no solo poemas, sino que también conciencias y discursos. El proceso de edición fue el tiempo que tomó concebir, probar y disponer esos planos distantes, explorando las resonancias, contacto y tensiones entre ellos, con la colaboración imprescindible de Pablo Fante y Daniel Madrid, que extendieron el lenguaje de los poemas a la materialidad de las páginas y de la portada.
Tú enseñas un curso sobre literatura digital en la Adolfo Ibañez, ¿qué relación tiene este libro de poemas con lo que tú investigas y enseñas? ¿Qué piensas tú de la relación entre literatura y tecnologías digitales como la Internet?
Impartí ese curso el primer semestre de 2021, de forma paralela a la implementación de Dronbot (el programa). Me interesaba pensar no solo lo digital, sino que, más ampliamente, la escritura misma como tecnología y las formas en que puede pensarse la relación entre lo literario y la tecnología. Hay un olvido de la escritura y la lectura, y sus soportes más tradicionales, como tecnología. Se tiende a pensar en la ciencia ficción. Si bien considero que la aparición de lo digital en Dron se deriva muy concretamente de sus características propias, más que un camino único, de manera general me parece que Internet y lo digital ofrecen un soporte, un lenguaje, experiencias que enriquecen las posibilidades de la poesía y de la literatura. Son más que herramientas, moldean lo cognitivo, la percepción, lo social y lo político. Gran parte de nuestras interacciones ocurre a través de dispositivos y plataformas digitales. Me interesa entender qué rol pueden tener las lenguas naturales en un contexto en que nuestras plataformas de comunicación utilizan un lenguaje artificial, el código, que ignoramos. He intentado acercar mi investigación y enseñanza hacia esta preocupación, sin perder de vista el potencial de la poesía para crear nuevas experiencias de sentido alejadas de lo utilitario.
¿Cómo se vincula este libro con el resto de tu obra?
La poesía siempre me ha causado una mezcla de hastío y fascinación. ¿Cómo puede el lenguaje generar impresiones tan fuertes, en algunos casos, y en otras caer en tantos clichés? Distingo entre la poesía que se acomoda al prestigio simbólico acumulado por sus formas tradicionales, que no propone una experiencia en que las palabras se tensionan con el entramado tecnológico y cultural que les da lugar, y la que irrumpe en ese lugar en que no se da por sentado el lugar de la palabra y su función representativa o expresiva. Es la poesía que piensa a través de la escritura, removiendo incluso los soportes y estructuras que la hacen históricamente legible. Esta poesía –y literatura– remueve cimientos de forma silenciosa, e imagina otras formas de leer y escribir. Dron se vincula con esto que ha ido apareciendo como una búsqueda de claridad en torno al tipo de poesía que me interesa, y a la que creo ir acercándome poco a poco. Tanto en Para un cuerpo perdido (2008) como en Colores descomunales (2012) había una exploración de las posibilidades del lenguaje. Mientras en mi primer libro esto se daba en un marco bastante modelado por el código de la poesía métrica y el discurso poético del hermetismo italiano (Quasimodo, Mario Luzi), en el segundo exploré nuevos discursos y disgregué mucho más las formas utilizadas, construyendo también algunas series de poemas en que emergieron algunas imágenes que alimentan también el mundo de Dron. Por otra parte, en Aquí vivía yo (2015), escrito con Laura Petrecca, la poesía empezó un proceso más profundo de despersonalización, o de personalización compartida, que creo que Dron prolonga también, aunque lo hace considerando voces y discursos ajenos que son a la vez plagiados y luego entregados de manera sacrificial a Dronbot, que se transforma en una nueva voz híbrida de manera mucho más explícita.
La poesía es un vertedero en que se mezclan las ideologías utilitarias y las utopías de liberación, y las experiencias que estas producen. En ambos casos, creo, el vertedero opera como una memoria latente de lo desconsiderado. Ahí están los discursos utilizados y descartados, y resuenan los fines prácticos que coordinan y fracturan nuestra convivencia. La poesía, parafraseando a Heráclito, es la caja negra del sistema social dado vuelta y desparramado sobre esa mesa confusa de la palabra (Christian Anwandter).
¿Cómo dirías tú que dialoga este libro con el contexto político actual?
No creo que un libro de poesía dialogue en pie de igualdad con el contexto político. La poesía apenas circula en el espacio público. A casi nadie le importa la poesía. Sería ingenuo para mí pensar que establezco algún tipo de diálogo (que supone escucha por parte del otro). Creo que la relación con el contexto político es como la que se da entre procesos de producción y los residuos que produce. La poesía es un vertedero en que se mezclan las ideologías utilitarias y las utopías de liberación, y las experiencias que estas producen. En ambos casos, creo, el vertedero opera como una memoria latente de lo desconsiderado. Ahí están los discursos utilizados y descartados, y resuenan los fines prácticos que coordinan y fracturan nuestra convivencia. La poesía, parafraseando a Heráclito, es la caja negra del sistema social dado vuelta y desparramado sobre esa mesa confusa de la palabra.
Acabas de traducir diez poemas de Teoremas de la naturaleza, de Jean-Patrice Courtois. Me parece que tu libro tiene una gran afinidad con esos textos, sobre todo lo que tiene que ver con un lenguaje que se está buscando a sí mismo para poder enunciar esta nueva naturaleza en crisis que estamos viviendo. ¿Qué le está pasando a la escritura con la crisis climática?
Volvemos a esta distinción entre la poesía que piensa el lugar de su enunciación y está dispuesta a tensionarlo, y otra que pone el énfasis en el potencial representativo y expresivo que le da el prestigio de ciertas formas ya legitimadas y legibles. Los poemas de Courtois, así como también la obra de Carlos Cociña, Cynthia Rimsky, Mario Montalbetti, Felipe Cussen, Demian Schopf, Belén Gache, Anne Carson, y muchos más, me parecen muy interesantes en el sentido de que exploran nuevas formas de escritura considerando la materialidad y los soportes en los que escriben. Para mí, fue la lectura de Francis Ponge –el Ponge de Cómo un higo de palabras y por qué, y de Cuaderno del bosque de pinos– el que me hizo entender y ver por primera vez con claridad y profundidad la necesidad de desprenderse de la idea de un poema terminado como producto idealizado. Él, en cambio, invertía la idea de libro mostrando el proceso del hacer, que me parece que es volver a una idea de poiesis mucho más amplia y libre. Por momentos me parece que la obra de varios de estos autores se ha leído algo estrechamente, desde un marco conceptualista que no permite entender en detalle los efectos que muchos de los procedimientos utilizados pueden generar al considerar. El poema entendido como producto terminado e idealizado, insertado en una secuencia que forma un libro atribuido a un autor, me parece que reproduce una manera de pensar la creación bastante idealizada, que invisibiliza las técnicas que la hacen posible, oculta los procesos del hacer, fetichizando el poema, y luego capturando para el autor la posible atribución de sentido. Me parece que el autor, en cambio, debiera desaparecer en la medida de lo posible, y mostrar un hacer en que aparezcan las técnicas y los discursos en una interacción palpable. Creo que la crisis climática, finalmente, impulsa a pensar mucho más en las técnicas, el hacer, la producción, y la distribución de productos y gestión de residuos. La poesía está en un lugar privilegiado para pensar estos problemas.
(…) tiendo a pensar que la imagen de lo humano ya no puede solo pensarse en una aparente pulcritud de la enunciación subjetiva, haciendo omisión de las tecnologías que hacen posible la aparición de esas palabras o imagen, o de las consecuencias que sus acciones tienen en el plano medioambiental y social. En este sentido, considero que los algoritmos, a pesar de que se tiende a resaltar su carácter maquínico, son también humanos, demasiado humanos, pero entiendo que en lo humano se da siempre esa conjunción de lo técnico y lo biológico. Ahora bien, es cierto que el libro despliega un cierto estado de cosas en que el individuo se ve arrinconado en su voluntad (Christian Anwandter)
Tu libro pareciera regirse por un principio de dispersión, pero tiene algunos hilos conductores. Hay la imagen de un hombre cansado, perdido; son recurrentes también paisajes artificiales, como los malls; referencias a la explotación de la tierra, extraños fragmentos sobre Fuerabamba. Aún así, leerlo es de cierta forma hostil y la experiencia es incluso desoladora. ¿Cómo pensaste al lector de todos estos signos que mantienen una cierta coherencia, pero que sobre todo tienden a reforzar una falta de sentido muy actual?
No considero que sea rol de la poesía resolver la falta de sentido. Hay una dispersión que deriva de la saturación de informaciones y estímulos a los que estamos cotidianamente expuestos. Los fragmentos sobre Fuerabamba –un pueblo del Perú que fue desplazado por un proyecto minero– están extraídos de noticias disponibles en Internet. Es algo que parece extraño, pero terriblemente concreto y real. A esos fragmentos en algunos casos los intervine con textos de Dronbot. Me parece que hoy en día la realidad –sea lo que sea– es inseparable de este tipo de contaminaciones. Eso no quiere decir que no sea posible trazar formas de vida en esa dispersión. No me interesa, eso sí, entender la poesía como paraíso artificial, donde se evade la dispersión a través de una ilusión de coherencia efímera y tal vez transcendente. Tampoco quiero que esa falta de sentido se encarne en algún tipo de subjetividad particular que podríamos hallar atractiva o repulsiva. Quiero creer que la poesía puede asumir la responsabilidad de la dispersión porque está en una posición única para poder dar cuenta de ella, en un contexto de especialización creciente o de fragmentación de las experiencias compartidas. Generar conjuntos totalizantes de fragmentos en que esta dispersión y saturación se hagan visibles, me parece un paso necesario para pensar cualquier comunidad política y cultural posibles. Es la venganza de Ión. En ese diálogo platónico, Sócrates humilla al rapsoda Ión, mostrándole que, como no es especialista en nada, no puede representar nada con la verdad. Ión, en cambio, le replica que él es capaz de encontrar la palabra verosímil que caracteriza a los distintos miembros de la ciudad, ofreciendo una imagen de conjunto de lo social. Sócrates desestima esta idea con argumentos de mala fe, que le ofrecen de manera compensatoria a Ión la idea de que está poseído por las musas. De esta forma busca compensar la pérdida de legitimidad epistemológica de la poesía. Es completamente inverosímil que Ión, en ese diálogo, acepte ese consuelo. Es otro ejemplo de la forma maletera en que Platón busca imponer la supremacía de la filosofía. Yo me siento cerca de Ión, y, es más, me atrevería a decir que es una praxis que, en muchos sentidos, es también una forma de pensamiento filosófico. La incomprensión es un fenómeno al cual me parece que es necesario confrontarse como primer paso para cualquier intento de articulación de lo político.
¿Qué afinidades ves entre la escritura del bot y tu propia escritura?
Hay algo que Dronbot logra con relativa facilidad, y que para mí es mucho más difícil, por mi amarre y pertenencia a una red de significados concreta. En la medida en que Dronbot no tiene tanto una preocupación por el sentido, sino que quiere crear a partir de lo que logra reconocer en el pasado, imagina un lenguaje que se parece al nuestro, pero que lo abre en términos de vocabulario y sintaxis. El efecto de sentido que producen depende, más que nada, de la memoria de los lectores y de la resonancia con otros discursos que podemos reconocer. Por mi parte, también, hacia el final del libro, me interesaba lograr crear poemas que fueran capaces de liberarse del sentido y de la sintaxis, no desde una teoría del inconsciente o del azar, sino que a partir del procesamiento de mi propia escritura pasada. La reescritura en ese sentido comenzó a operar como Dronbot, borrando formas de legibilidad que no me interesaban, y buscando nuevas formas de experiencia con la lengua. Por otra parte, todo lo que el bot consumió para aprender a imaginar otro lenguaje, son textos que yo también leí, por lo que compartimos un cierto canon disperso de la web en que resuena nuestro contexto. Pero Dronbot nunca tuvo acceso a poemas, y eso puede hacer más de una diferencia.
La imagen del hombre en el libro es reducida y está relegada a lugares periféricos. ¿Qué nos dice la mirada tecnológica sobre esto?
Depende de cómo uno espera que aparezca la imagen de lo humano, de si uno concibe a lo humano como algo separado de lo tecnológico y de lo natural o no. Por el contrario, tiendo a pensar que la imagen de lo humano ya no puede solo pensarse en una aparente pulcritud de la enunciación subjetiva, haciendo omisión de las tecnologías que hacen posible la aparición de esas palabras o imagen, o de las consecuencias que sus acciones tienen en el plano medioambiental y social. En este sentido, considero que los algoritmos, a pesar de que se tiende a resaltar su carácter maquínico, son también humanos, demasiado humanos, pero entiendo que en lo humano se da siempre esa conjunción de lo técnico y lo biológico. Ahora bien, es cierto que el libro despliega un cierto estado de cosas en que el individuo se ve arrinconado en su voluntad. Tiene que ver con la configuración de lo económico y cómo lo individual –y no lo social– ocupa ahí un lugar acotado y, al mismo tiempo, asediado por las economías de la atención. Me interesaba, en el libro, mostrar esa presión sobre las formas de conciencia individual en relación con el capitalismo, pero al mismo tiempo mostrar, a través de la praxis misma de escritura, nuevas formas en que podemos relacionarnos a nivel del lenguaje con esas mismas tecnologías. Cambiar su curso de acción, darles voz y darnos otras voces para decir el momento y la posición.