El 30 de septiembre se lanzó Una mirada oblicua: el cine de Valeria Sarmiento (Ediciones UAH), el primer libro dedicado a la autora de La dueña de casa, El hombre cuando es hombre y Rosa la China, entre otros fascinantes trabajos. “Generoso en miradas, reflexiones y asedios a su obra, este libro es la prueba de que logró construir una obra tan única como de vanguardia”, nos dice Yenny Cáceres, periodista y estudiosa de Ruiz, cuya presentación publicamos hoy para celebrar la aparición de este importantísimo conjunto de estudios, editado por Bruno Cuneo y Fernando Pérez.
Valeria Sarmiento es una feminista por derecho propio. No necesita proclamarlo. Basta ver sus películas. O escuchar sus historias. Una de ellas está fechada en 1965, cuando postuló a la carrera de Arquitectura en la Universidad Católica de Valparaíso. En su cabeza quedó grabado un dato. De los 30 cupos de admisión, 25 eran para hombres y solo 5 para mujeres. “Decían que las mujeres se casaban y abandonaban la carrera. O que era mejor darle una oportunidad a un hombre, porque iba a mantener a una familia”, recordaba la cineasta.
Esta historia me la contó Valeria durante una entrevista que le hice en 2006, cuando Rosa la China (2002) se estrenó en Chile. Ese dato, escalofriante, nunca se me borró de la cabeza. Han pasado quince años desde esa entrevista, y algunas cosas han cambiado, pero otras no.
Este libro, Una mirada oblicua: el cine de Valeria Sarmiento, editado por Bruno Cuneo y Fernando Pérez, el primero dedicado a su obra, es el pago de una deuda con una de las directoras más importantes del cine chileno.
Las películas de Valeria Sarmiento, lejos de envejecer, han crecido con el tiempo, y han demostrado que siempre fue una adelantada. Valeria, recordemos, fue una de las primeras chilenas que estudió cine en una universidad, en la Escuela de Cine de la Universidad de Chile, en su sede de Viña del Mar, ese sueño que impulsó Aldo Francia a fines de los 60 y que luego quedaría truncado.
Cinéfila precoz, comenzó a forjar su carrera como cineasta en un país machista; en un medio, el del cine, machista también; y en un momento político, a inicios de la década del 70, en que lo revolucionario no quitaba lo machista. Valeria no estuvo sola en esa cruzada. Mucho antes de que en Chile habláramos de sororidad, Sarmiento ya la practicaba, con sus amigas y cineastas de esa época, Marilú Mallet y Angelina Vásquez.
En Nomadías. El cine de Marilú Mallet, Valeria Sarmiento y Angelina Vásquez (Metales Pesados, 2016), editado por Catalina Donoso y Elizabeth Ramírez (esta última, presente nuevamente en La mirada oblicua con un texto iluminador), se buscaba justamente visibilizar el trabajo de estas tres directoras, y creo que es un libro que podemos tomar como una referencia ineludible para leer La mirada oblicua.
A propósito de ese libro y de un ciclo que les dedicó el Festival de Cine de Valdivia, entrevisté a estas directoras y Valeria me contó otra historia. Todo ocurría durante una despedida en un colegio particular de mujeres. En el sexto de humanidades de ese entonces, hoy cuarto medio. Pero nunca sabremos el final de esa historia, porque ésa es la película que Valeria Sarmiento nunca filmó. Las tres cineastas ya habían filmado su primer documental y ahora querían dar el salto a la ficción. Un día, durante la UP, fueron a presentar un proyecto a Chile Films. Tres historias de mujeres. Tres directoras. Tres mediometrajes que se convertirían en un largometraje.
“¿Qué desean las señoras?”, les dijeron en Chile Films. Y les rechazaron el proyecto. Sus historias no eran políticas, así que no tenían prioridad. “En esa epoca siempre era así, decían ‘compañeras, ustedes tienen que esperar’. ‘La liberación de la mujer es para más adelante’”, contaba Valeria Sarmiento. El rechazo a ese proyecto comprobó algo que sospechaban. “Eran amables, pero nos veían como mascotas”, decía Marilú Mallet. El machismo no tenía color político. Es lo que Angelina Vásquez bautizó como “machismo socialista”.
Después vendría el golpe del 73, el exilio y otro tipo de dificultades para Valeria Sarmiento, como realizar su carrera a la sombra de su marido, un tal Raúl Ruiz, con quien además, colaboró en muchas películas como montajista.
Pese a todo o, justamente porque tenía todo en contra, Valeria Sarmiento logró hacer una carrera como cineasta y este libro, generoso en miradas, reflexiones y asedios a su obra, es la prueba de que logró construir una obra tan única como de vanguardia.
”Siempre me ha interesado una mirada oblicua sobre el mundo, y creo que esas mujeres (se refiere a las mujeres de sus melodramas) la tienen. Oblicua porque no es la mirada de una persona que está llevando la acción, sino que más bien la padece”.
Valeria Sarmiento
Desde el título, La mirada oblicua, sugerente y muy preciso a la vez, hay una propuesta de develar los mecanismos y estrategias narrativas del cine de Sarmiento. Como podemos revisar en el texto “La mujer oblicua”, de Macarena García, el concepto está sacado de una entrevista a Valeria Sarmiento que puede ser muy esclarecedora para entender su cine o, si se quiere, esta mirada: “Siempre me ha interesado una mirada oblicua sobre el mundo, y creo que esas mujeres (se refiere a las mujeres de sus melodramas) la tienen. Oblicua porque no es la mirada de una persona que está llevando la acción, sino que más bien la padece”.
Es sintómatico que en este libro uno de los trabajos más mencionados sea un documental de Valeria que se encuentra perdido, Un sueño como de colores, que filmó en 1972, en que entrevistaba a mujeres que hacían strip-tease en los cabarés Mon Bijou y Tap Room, en Santiago. Sin duda que el gran interés que suscita esta obra perdida, es porque desde sus inicios su mirada ha estado puesta en las mujeres o, a través de los ojos de las mujeres, incluso cuando ellas no son las protagonistas, como ocurre en el documental El hombre cuando es hombre, su gran tratado sobre el machismo, que filmó en Costa Rica, en 1982.
Pero esta mirada oblicua en ningún caso significa que sea una mirada pasiva, ingenua o producto del azar. Es una mirada conscientemente distinta y, muchas veces, cargada de ironía. Incluso solo revisando los títulos desde sus películas, uno podría buscar pistas de esa mirada y del mundo que abarcan sus películas: Un sueño como de colores, La dueña de casa, El hombre cuando es hombre, Mi boda contigo, Amelia Lopes O’Neill, Elle, Maria Graham, Rosa la China, Secretos.
¿Qué encontramos? Mujeres y más mujeres, el espacio doméstico o el otro lado de la historia, como ocurre en la monumental y antiépica Las líneas de Wellington (2012).
Vuelvo a esta idea de Valeria Sarmiento como una adelantada y, quizá por eso, ahora podemos leer mejor su obra, cuando una mirada desde la perspectiva de género también se ha instalado en la crítica y en las investigaciones sobre cine. Como apunta Elizabeth Ramírez en su ensayo sobre Habanera (1985), “es la obra de una autora feminista de porfiada solidez y coherencia”. Nunca más sin nosotras, parecen gritar varios de estos textos, como el de Macarena García, Paz López y Claudia Valdés, en que hay una lectura del cine de Sarmiento desde las teorías feministas.
En “Visibilización de la mujer en El hombre cuando es hombre: una mirada desde el feminismo y la perspectiva de género”, Claudia Valdés sintetiza muy bien lo que está en juego en el cine de Sarmiento:
Lo que Sarmiento termina por revelarnos a través de distintas estrategias disruptivas que emplea a lo largo del filme son las diversas formas en que opera el machismo en las sociedades patriarcales latinoamericanas; cómo se concibe y se construye; cómo se valida y normaliza en las distintas prácticas sociales y culturales; cómo refuerza la masculinidad y la feminidad desde una perspectiva heterosexual; cómo se instauran sobre un binarismo rígido los roles de género en el trabajo, la educación y la familia; cómo se instala la relación de poder en la interacción de hombres y mujeres; en definitiva, cómo se desata la violencia de género. La complejidad, la sofisticación y la riqueza de la técnica cinematográfica de este filme han mantenido y acrecentado el valor estético-discursivo y la vigencia de esta obra, permitiéndonos retomarla a la hora de repensar la problemática social que constituye la violencia contra la mujer, la cual, muy a pesar nuestro, se actualiza y recrudece.
Ahora bien, pagamos una deuda con este libro, pero no es suficiente. Como advierte Elizabeth Ramírez, no hay que bajar la guardia y tenemos que apoyar los esfuerzos por mejorar la circulación de su obra. En 2006, cuando Valeria estrenó Rosa La China, habían pasado 15 años desde el estreno de una película suya en Chile. Si hay algo que provoca este libro, entonces, son las ganas de poder ver más películas de Valeria Sarmiento.
Para terminar, quiero contar otra historia que me contó Valeria Sarmiento, el año 2006, la primera vez que la entrevisté. Recordó una tarde de 1982, en que caminaba por los Campos Elíseos con las latas de su película El hombre cuando es hombre bajo el brazo. Cuando pasaba frente a un elegante restaurante, un imponente personaje salió del lugar con un puro en la mano y, antes de entrar a una limusina, le dedicó una amplia sonrisa. Era Orson Welles, un gigante del cine.
Ese día, era la primera vez que la directora chilena proyectaba una película suya en París. Al instante, tuvo la certeza de que ese inesperado encuentro era una señal. Como fuera, debía continuar haciendo lo que más le gustaba: dirigir películas. Hoy, El hombre cuando es hombre es una de sus películas más estudiadas y admiradas. Hoy, presentamos este libro, que es la mejor prueba de que Valeria no se equivocó al leer esa señal del destino. Así que démosle las gracias a Orson, al gran Orson Welles, por haberle dedicado esa sonrisa.