Como colgando de un paracaídas mental, caigo en este libro que recoge el quehacer del artista Mario Navarro para comprenderlo y comentarlo desde la absoluta ignorancia de su obra y sin leer los textos críticos que la introducen. El libro se compone, en efecto, de las fotografías de la variada obra de Navarro y de los comentarios de algunos estudiosos que dan cuenta de ella. Sin ninguna idea previa, entonces, recorro las páginas y me parece que sus proyectos apuntan a la política (sus sueños, sus fracasos); a las planificaciones en general (las utopías, los absurdos); a la ciudad, (la nostalgia, los cambios y los circuitos del derrumbe); a las concordancias incoherentes o incomprensibles entre fenómenos naturales y antropológicos. En esta retrospectiva en papel se recogen muchos significados más que seguro se me escapan, pero no se me escapa el rojo, que parece omnipresente en distintos tipos de proyectos.
Navarro ha ocupado otros espacios, ha descubierto documentos, ha trasvestido la cultura popular. Con respecto a estas acciones, en un trabajo de sus comienzos(“O”, 1992) posiciona muebles en una sala inspiradoen un texto también temprano, además de utópico, del sociólogo José JoaquínBrünner: “Informe sobre un aspecto comúnmente no considerado por la Revolución: El mobiliario”. Este descubrimiento archivístico de un texto cuyo sólo título es ya un poema y una invitación, Navarro lo transforma en pauta para disponer en un muro -de modo no funcional- un conjunto de muebles chilenos y proyectar sus sombras al otro lado de la sala. Los muebles emulan un estilo modernista, adoptado tardíamente en esta periferia.
El proyecto “Laboratorio Rojo” explota otro hallazgo de Navarro, trasvistiendo, mediante lo visual, una bizarra combinación entre la cultura popular americana y las necesidades ideológicas de la Guerra Fría. Aquí se explota la biografía de un cantante norteamericano, activista de izquierda, que pasa por Chile para arrasar con los ránkings musicales mediante covers locales; luego viaja a la URSS, donde conseguirá el éxito musical y el reconocimiento político. Este extraño vínculo -que testimonian las fotografías del sonriente cowboy de izquierda y Salvador Allende-, y esta contradicción entre el sueño americano forjado en el Oestey el peligro del comunismo venido del Este, forman una muestra donde se exhiben y explotan, con ironía y nostalgia, los compromisos utópicos.Se retoma aquí también la “sensibilidad de la periferia” que adopta modelos extranjeros y se adapta a ellos de modo particular.
La utopía y la precariedad se vinculan en la ocupación que realiza Mario Navarro del Canal Saint-Martin, en París, mediante treinta esculturas rojas y efímeras instaladas durante un mes (“30 días sin nada”, 2003). Este lugar comunica el norte más pobre y marginal de la ciudad con el Sena. Últimamente branché (a la moda), alberga edificios donde faltan vidrios en las ventanas y donde todavía se yergue el “Hotel du Nord”, la película de Carnet donde Jean Gabin dispara contra su novia sin tener el coraje de suicidarse. El canal, sin embargo, desemboca en el Sena, casi secretamente, a la altura de la Bastilla, y sus aguas se juntan así con el centro de la ciudad, pulcro y de postal, y olvida y limpia sus orígenes, que se vuelven provisorios. Fue en la ribera empedrada de este curso de agua donde Navarro instaló esculturas igualmente provisorias.
No leo finalmente la introducción ni los textos que guían la lectura de la obra de Mario Navarro. Quise acercarme a sus trabajos y no a los estudiosteóricos que los explican. Como método, me propuse observar y leer comprensivamente los escritos que el mismo autor elabora para describir, brevemente, su actividad.Quizás la elección de instalarse en lo puramente visual y en la perspectiva del artista resulte ingenua y errónea. Pero escapé así de las sucesivas capas que estos textos críticos agregan a obras que, de suyo, ya son textos; porque la crítica trae consigo un lenguaje que ya no es simplemente descriptivo, sino extremadamente especulativo y para iniciados.