Hoy Megumi Andrade comparte con nosotros la presentación que hizo del libro «Falso recuerdo / Ithaca, NY», de Matías Ayala, el día 9 de agosto de 2019, en el Taller Bloc, Providencia. La experta lectora de imágenes y versos y de versos en imágenes, nos ofrece una fresca e inteligente lectura de este libro que surge de los días de estudiante de su autor en el país de Halloween.
De las 11 fotografías que acompañan los poemas de Ithaca, NY, solo una no tiene palabras. La imagen en cuestión registra la Cornell University, lugar donde Matías pasó varios años estudiando su doctorado en Romance Studies. Este dato no es algo que se pueda inferir fácilmente a partir de la imagen; mi intuición femenina me hizo atar hilos y busqué en Google: “Ithaca, NY, University”. El primer resultado fue la universidad de Cornell. Al apretar “Imágenes”, me encontré con un campus compuesto por elegantes edificios de techos altos, modernos pabellones de cristal y concreto, amplias áreas verdes y senderos que parecieran conectar con eficiencia Facultades e Institutos, Bibliotecas y zonas comunes. En contraste con las fotografías que me encontré, la de Matías privilegia la distancia, lo anodino.
Como vemos, está lejos de ser un registro memorable de la prestigiosa casa de estudios. Un conjunto de árboles –no particularmente bellos– ocupan el centro de la escena, mientras que un tercio de la imagen no es más que un campo de pasto atravesado por caminos de tierra o arcilla, de contornos descuidados. Si aguzamos la mirada, a la derecha podemos distinguir un estacionamiento parcialmente ocupado y, a la izquierda, una pequeña pero flameante bandera norteamericana. Es difícil saber qué pretendía capturar el estudiante que sacó esta fotografía pero puedo imaginar que, al tomar distancia, se decidió por hacer un registro descentrado y personal de un paisaje que, tal vez, ya conocía de memoria.
Me parece que esta fotografía, que podría pasar desapercibida dentro del conjunto, esconde una de las claves de lectura del poemario. Hace visible la posición que ocupa el sujeto en relación a lo observable, o, más precisamente: frente a aquello que se supone que hay que mirar y, de paso, conocer. Como primera variación de este problema, está el deseo de mirar lo que no se muestra. En September 11th leemos:
La secuencia de un avión que penetra
un edificio de espejos y lo incendia
se multiplica como una onda
que millones de ojos perciben,
sin embargo, algo en mí quiere ver
lo que no se muestra: las columnas
neoclásicas de la Bolsa de Valores
cubiertas de polvo y derrumbe
Esta curiosidad por fijar la mirada en lo que las imágenes oficiales desatienden, se transforma –en otro poema– en una actitud derechamente sospechosa.
NYC / 2003
(…)
Vitrinas que emulan un museo
en su razonada composición:
cómo el objeto realza el aséptico espacio
(…)
En estos versos identificamos una segunda variación al problema de la mirada; hay alguien que no ve lo que otros ven. En lugar de percibir como real el artificio de la vitrina, la mirada del sujeto desenmascara su artificialidad de laboratorio.
Por último, una tercera variación la encontramos en Halloween:
calabazas cortadas
con sonrisas siniestras,
fantasmas plásticos
y murciélagos que decoran
de falso miedo las semanas.
El pronóstico del diario
treat or trick
de fin de mes y también ataques
En lugar de cumplir con su objetivo decorativo –de crear ilusiones–, calabazas, sonrisas, fantasmas y murciélagos permiten apuntar hacia el falso miedo del terrorismo islámico post caída de las Torres Gemelas. Esa idea se completa, precisamente, con la palabra “ataques” que cierra el poema. En esta tercera variación, entonces, nos encontramos con alguien que interroga el entorno más allá de su aparente funcionalidad y, con esto, mira con distancia los relatos verbales y visuales que se difunden a través de los medios masivos de comunicación.
La fotografía de la Cornell University permite interpretar visualmente la posición del sujeto no solo en relación a cómo este observa el mundo sino que, también, como se ve a sí mismo. “No soy el pícaro que reverencia al maestro / ni el que alcanza la frontera del fin de mes”, leemos en “El sol de los inmigrantes”. Más adelante: “Solo otro estudiante que pierde el acento / de su nombre, visitante con direcciones / de refugios más o menos estables / cuya vida pública es, por cierto, imaginaria”.
Al igual que en la fotografía, en este poema el sujeto se desmarca del lugar asignado, ya sea por convención o prejuicio. No se sitúa donde debería. No calza con el estereotipo del estudiante inmigrante, ni construye de sí una relato heroico.
En Ithaca, NY el diálogo entre texto e imagen ocurre en distintos niveles. Encontramos alusiones a películas de Hollywood, a programas de televisión, al cine de Raúl Ruiz. El libro parte, de hecho, con un poema sobre la fotógrafa Diane Arbus, y casi al final, en “Mujer sentada en internet”, leemos: “Écfrasis de sí misma, / se mira mirar y ser mirada: / narcisa desdoblada sin fin / para absorber atención”. Dos páginas más adelante, el poema “Odalisque, 91 x 162 ctms.” es, derechamente, la descripción verbal de la famosa pintura: “De manera lánguida se ofrece a la mirada / La Odalisca de Ingres (…)”.
Este diálogo es aún más profundo en un momento en que se entrecruza la captura de una cámara fotográfica con el acto de inscripción de la escritura. “Aunque la imagen se pierda, / yo acá la subrayé”, leemos en uno de los poemas. Al parecer, en lugar de apretar el click del disparador, basta con trazar una línea para fijar una imagen que amenaza con esfumarse. Curiosamente, la imagen en cuestión es nada menos que un texto.
War on terror
(…)
Hay un cartel que decía:
rece por el Presidente
y nuestras tropas.
Para no olvidarlo
le saqué una foto
en el bus camino
al supermercado.
Aunque la imagen se pierda,
yo acá la subrayé
La primera vez que leí el libro, las inscripciones textuales de las fotografías me hicieron pensar en la found poetry, género que consiste en presentar como poesía algo «encontrado» en el entorno, como un anuncio de periódico, un afiche, un mapa o una señal de tránsito. Este procedimiento, cuyos orígenes se pueden rastrear en los poemas paródicos bilingües del Renacimiento, se volvió una práctica usual a partir de comienzos del siglo XX, como una especie de equivalente verbal del collage (Princeton Encyclopedia for Poetry and Poetics). En las fotografías de Ithaca, NY, los textos provienen del espacio público; un grafiti callejero, nombres de calles, carteles de salones de belleza, mensajes políticos, o el fragmento de un versículo, inscrito en las paredes externas de una iglesia: “I am the way the truth and the life no man cometh unto the father” (“yo soy el camino, la verdad, y la vida; nadie viene al padre”)
Este y otros textos que forman parte de las imágenes dialogan con el sentido de los poemas, pero sin establecer una función meramente ilustrativa. De hecho, las relaciones entre ambos medios es más bien difusa; en lugar de alinearse en una misma dirección, hay momentos en que –de forma inesperada– las palabras de una fotografía se conectan con uno o más versos. En la chispa que se genera al ocurrir ese encuentro, texto e imagen se iluminan y adquieren densidad. Podríamos leer, por ejemplo, el epígrafe del libro, que dice: “Good fences make good neighbors” (“Buenas rejas hacen buenos vecinos”) de Robert Frost, en relación a los avisos publicitarios:
“Agway, bancos de piedra, estatuas y piletas para pájaros, 25% de descuento”; “AB Allan Block, muros de contención”; “AB colección Europa”; “AB acento de jardín”; “AB Allan Block, rejas”.
Estas fronteras -materiales y simbólicas- reaparecen en poemas que aluden a las tensiones entre el imperio norteamericano y su guerra contra el terrorismo, o la guerra de Vietnam, pero también a propósito de eventos más cotidianos, como el recuerdo de un compañero de intercambio en el colegio cuyo nombre no se recuerda (“John, Jack o Jason”), o la alusión a un grupo de turistas chilenos que alborotan la sala de un aeropuerto. Ese poema lleva por título “Compatriotas”.
A partir de imágenes como esta, se refuerza la figura del inmigrante o del extranjero. Habría que destacar, eso sí, que estos términos suelen ir de la mano de otro protagonista importante del libro: la muerte. Además de las guerras que ya mencioné, a propósito del poema “Obituario de Herberto Padilla (1932-2000)”, poeta cubano que murió en el exilio, y otro titulado “Expedición Sullivan”. Este último alude a una campaña militar que durante la guerra de Independencia de los Estados Unidos, se dirigió en contra de un grupo de seis tribus de aborígenes norteamericanos. “Solo quedan nombres propios: / Cayuga, Onondaga, Séneca. / Símbolos vacíos del exterminio”.
A pesar de que el sujeto acepta, a regañadientes, la palabra “nostalgia” para designar el estado anímico que lo acompaña durante su estancia en tierra norteamericana, es innegable que ese efectivamente es uno de los acentos más marcados libro. Por ejemplo, en “El sol de los inmigrantes” se afirma: “Mi ciudad natal ha de cambiar sin mi presencia / ni censura, los barrios en que crecí / permanecer como en una fotografía / de los años setenta cuyos colores palidecen”. A propósito de barrios de infancia, en otra imagen del libro vemos una casa recubierta con un material en cuya superficie podemos leer: “Tyvek, HomeWrap” (“Tyvek, envoltura para el hogar”, “Tyvek, envoltura para el hogar”, “Tyvek, envoltura para el hogar”, “Tyvek, envoltura para el hogar”).
Lo provisorio, tanto de la casa como de la reja que la rodea, podría funcionar como emblema del libro. En particular, la malla plástica que se hace pasar por reja. Completamente ineficiente, superficial, pero demarcadora de un territorio, un adentro y un afuera, yo-tú. En este sentido, no es casual que en casi todas las fotografías vemos fachadas de edificios, de casas, de tiendas, de restaurantes. Y es que, la apariencia de las cosas es central en estos poemas. La tensión entre lo que se muestra y lo que se esconde, entre lo que se dice y lo que no. Justo al medio de una de las fotografías con mayor información textual, alcanzamos a leer: “California Tan” (“bronceado californiano”), “Nails, Open” (“uñas, abierto”), “New Image” (“nueva imagen”).
Y en otra, “too much joy” (“demasiada felicidad”).
Un exceso de felicidad puede llegar a levantar
sospechas. ¿Qué esconde tanta sonrisa, tanta superficie? ¿Qué esconde un cuerpo
perfectamente bronceado, una manicure recién hecha, la ostentosa vitrina de una
tienda neoyorkina, o una mujer que “se mira mirar y ser mirada” frente a un
espejo? Demasiada felicidad, como la de un grupo de niños disfrazados de
fantasmas, que corren por barrios decorados con murciélagos y calabazas
cortadas con falsas sonrisas. Una imagen falsa, un falso terror, en Ithaca, NY.