El escritor, traductor y ensayista Carlos Henrickson nos reseña hoy un nuevo libro de poesía: “al río fui por una aguja es la muestra de una práctica poética contundente, que comprende la complejidad de dar a lo legible aquello que se resiste a escribirse, complejidad que supone trabajo preciso y delicado. Es solo desde aquí, y no desde un lugar común, que se puede entender lo terapéutico que late en su escritura, como si se tratase de una sutura que desea hacerse ver, presentar su trabajada victoria contra el vacío y la inercia del flujo del paso del ser hacia la nada”.
Al leer el primer libro de Mia Maurer, al río fui por una aguja (Ciudad de México: Librería Escandalar, 2023), se me aparece en primer plano una virtud escasa en las letras de hoy, la capacidad de trabajar con símbolos complejos. La aguja, que se presenta en primer lugar en la composición, precisamente parece evocar la labor de tejer, hacer de la serie de símbolos un cúmulo, un texto orgánico. Pero la aguja asume su polisemia y adquiere multiplicidad de funciones: ella busca también coser una costura interior, es decir, una herida. El hablante, como desdoblado, asume entonces la misión de usar la aguja donde es casi imposible usarla (y no hablemos de hallarla): en el río. Vale decir, para tejer este texto hay que enfrentarse a una labor al borde de lo imposible, y asumir el absurdo del esfuerzo: no se trata de una labor de cálculo o deducción, sino de la deriva, el riesgo mayor que nace de la vaciedad del propósito.
es mejor dejar
que la aguja
teja el río
y que el río
cosa la aguja
navegar
sobre su filamento
como un cíclope
enhebrar
las corrientes
perder
el norte.
La imagen del río es tradicional, lo sabemos: representa el paso inclemente del tiempo, que nos lleva al peso de los acontecimientos que no se pueden deshacer. El acto de fe invertido en el pequeño y afilado instrumento implica el dejar hacer, dejar que algo se haga dentro y fuera de sí. Estas imágenes son las que abren el breve libro de Maurer, como asumiendo que este texto se juega su propio proceso en ellas, y hasta decir técnicamente el hablante, resulta difícil. Ya que al río fui por una aguja parece fundarse en una deriva del sujeto mismo. Al modo de las paradojas zen, este cuerpo sutil le cede su voluntad al río o a la aguja, y bien puede devenir la aguja o el río. Y hablo de cuerpo sutil, porque la mirada que registra está siempre activa y lúcida, en un estado inquietante de pulsión por leer este texto de imágenes que se van componiendo al pulso del agua, y de la presión de ella sobre la aguja.
Bajo esta mirada, el pulso del agua funciona como un reflejo, y se hace inevitable sentir la distorsión del registro por ese flujo, que funciona como la memoria y el olvido. Las imágenes se hacen a veces, por ello, perturbadoras y violentas, marcadas por el signo de una catástrofe que parece pugnar por aparecer:
ceguera que truena lluvia negra
granizos multiplicados nos devuelven
hacia los primeros pasajes del laberinto
la niñez es un soplido de tigre
que se relee infinitamente
…
pueden quebrarse
pueden estallar todos los vidrios de la ciudad
y tu casa seguiría perteneciendo al olivo
tanto perro de no saber nunca
tanto cauce de avispas aterrizándote en la mejilla
Así, la violencia y el luto que le sigue tienen un lugar en este espejo deforme que es el agua en movimiento. Es necesario ver esto y hacerlo visible, indispensable si se desea que el tejido logre su plena imbricación.
fue necesario
rescatar el esqueleto
del fondo del río
abarcar con las manos
la convexidad de aquella bóveda ósea (…)
Al fin del texto, Maurer parece hacer coincidir sus imágenes, como si finalizara su urdimbre y se hubiese asentado un sentido, esto es, una posición desde y a través de la cual transitar: el texto final del libro resuena como una reconciliación con una obra que puede al fin ser apropiada y acogida amorosamente.
al río fui por una aguja es la muestra de una práctica poética contundente, que comprende la complejidad de dar a lo legible aquello que se resiste a escribirse, complejidad que supone trabajo preciso y delicado. Es solo desde aquí, y no desde un lugar común, que se puede entender lo terapéutico que late en su escritura, como si se tratase de una sutura que desea hacerse ver, presentar su trabajada victoria contra el vacío y la inercia del flujo del paso del ser hacia la nada.
Por último, cabe destacar el trabajo de tipos móviles con el que fue elaborado el libro, labor colectiva que ha producido una obra bella y sutil, que se corresponde plenamente con la escritura y con los sobrios dibujos de Claudia Kaatziza Cortínez.
Mia Maurer: Nacida en Filadelfia, radicada en Valparaíso. Estudió literatura comparada y traducción en Haverford College y en el Magíster de Escritura Creativa de la Universidad de Nueva York. Acompaña procesos pedagógicos y ha implementado talleres de escritura creativa onírica; poesía y ritmo en diversos contextos y países. Actualmente trabaja en un libro de crónicas de viaje que cuenta con el apoyo de Fondart.
El libro puede adquirirse directamente con su autora: mia.maurer.cortinez@gmail.com