Tanto en la obra poética como en la producción crítica de Pedro Lastra, puede reconocerse un elemento común, que es, se diría, la marca personal de su autor. Me refiero al registro sereno y trasparente de su escritura, incapaz de ironías, de dobleces o malquerencias. En su labor académica ese tono le sirve para rodear su objeto —la literatura— de afectuosas evocaciones y comprenderlo en el marco de su contexto humano y cultural, a riesgo incluso de incurrir en lecturas biográficas. En Sala de lectura. Notas, prólogos y otros escritos (Ediciones UC, 2011), de hecho —y como el mismo Lastra observará de las biografías de Teitelboim—, las piezas más sobresalientes a menudo lo son por el plus que les otorga la complicidad que su autor ha compartido con los escritores tratados. El cariz inimitable de la experiencia vivida que ellas ostentan, también las constituye en capítulos de su propia biografía literaria.
La selección se encuentra dividida en dos partes. La primera, “Sobre literatura chilena e hispanoamericana”, se organiza cronológicamente, según su contenido. El artículo inicial hace un recuento de las publicaciones y organismos que, en 1842, abrieron y posibilitaron el debate en torno a la autonomía literaria y cultural de Latinoamérica: la fundación de la Sociedad Literaria por Victorino Lastarria, la Revista de Valparaíso, El Semanario de Santiago, etc. Hacia la misma dirección apunta el texto siguiente, pero se enfoca especialmente en el periódico El Crepúsculo, en el que Andrés Bello publicó los diez primeros capítulos de su Filosofía del entendimiento.
A mi parecer, y sin desconocer la relevancia de estos temas, creo que el criterio cronológico traiciona hasta cierto punto la fluidez del libro. Estos dos textos, demasiado ásperos e informativos, no dan una buena partida; carecen de las virtudes del resto, más fluido, anecdótico y afectivo (además, no puede dejar de decirse, en la primera página, luego del “Prefacio”, se detecta una errata inaceptable para una editorial seria y de tan larga trayectoria).
Le siguen a los anteriores, artículos sobre el modernista chileno Francisco Contreras y el argentino Leopoldo Lugones, sobre Huidobro, Neruda y Mistral, así como breves notas acerca de Cortázar y Enrique Lihn, entre otros. De esta sección destacaría tres textos en particular; dos de ellos resultan interesantes por la información privilegiada que nos entregan. En “José María Arguedas: testimonio e imagen”, Pedro Lastra refiere su primer acercamiento a la literatura de Arguedas y, luego, su conocimiento del escritor peruano en el Encuentro Latinoamericano de Escritores, organizado por Gonzalo Rojas en la Universidad de Concepción. En medio de la relación de estas vivencias, para mayor interés, intercala reflexiones sobre las marcas biográficas dejadas por Arguedas en obras como Canto Kechwa “Warma Kuyay”, Los ríos profundos y El Sexto, y comenta también los exabruptos del escritor en sus presentaciones públicas, producidos por su timidez. En “Eugenio Montejo: imágenes y encuentros”, acompaña al poeta venezolano a un homenaje en Valencia, y comenta algunos pasajes de su amistad, así como el momento en que se enteró de su muerte. “Volodia Teitelboim, memorialista”, resalta por el afán de equilibrar la valoración política y literaria del personaje, ya que esta última, señala Lastra, se habría visto siempre opacada por la actividad pública (sobre todo en cuanto a su producción ensayística y sus memorias). Además, pone de relieve su aporte a la tradición de la novelística social con Hijos del salitre y La semilla en la arena, y recuerda sus incursiones biográficas con Huidobro, Mistral, Neruda, Rulfo y Borges, cuyo interés literario Teitelboim potenció con variedad de estrategias.
En la segunda parte, titulada “Otros escritos”, figuran piezas de diversa índole: el discurso de un Doctorado Honoris Causa, el texto con que encabeza la donación de sus libros autografiados, etc. Pero principalmente se detiene en poetas españoles como Cernuda, Juan Ramón Jiménez y Rafael Alberti. Yo destacaría el que está dedicado a este último; Pedro Lastra comenta su poesía y luego refiere una visita que le hiciera en Buenos Aires al poeta exiliado, para entregarle un poemario de propia autoría. Interés biográfico y literario tiene también, por último, el texto final, “Una vida entre libros y bibliotecarios prodigiosos”; ahí habla de su amistad con Alfonso Calderón y, como hace con Teitelboim, enfatiza las virtudes ignoradas de su obra.
A este libro, creo yo, su título le queda chico: Sala de lectura evoca un lugar frío y silencioso, a un grupo de personas desconectadas y abstraídas en sus ocupaciones individuales. Por el contrario, esta colección procura un placer cálido y sugiere más bien un diálogo múltiple y exaltado que deviene algarabía, en el que todos los participantes tienen en común un amor sin límites por la literatura y, sobre todo, por hablar profusamente de ella.
Sala de lectura. Notas, prólogos y otros escritos
Pedro Lastra
Ediciones UC, Santiago, 2011