Hoy Andrea Meza nos presenta “La ciudad como texto”, sitio web creado por Carola Ureta Marín que, a través de un gran fotomontaje, nos lleva hacia el museo abierto, libre, dialógico y fuera de censuras o curatorías en que se transformó el sector de Plaza Dignidad y la Alameda durante el estallido social chileno.
La ciudad como texto es un sitio web creado por la diseñadora Carola Ureta Marín que invita a una caminata virtual por los 2.4 kilómetros comprendidos entre las calles Seminario y Nataniel Cox de la ciudad de Santiago. Se trata de un fotomontaje que configura una gran imagen panorámica de una vereda sur que exhibe las huellas visibles del estallido social chileno en su día número 36.
El día 36 fue un día sábado y ya había ojos pintados en los muros, ya se clamaba justicia por Gustavo Gatica, la cantante Mon Laferte ya había rayado su cuerpo para mostrarlo convertido en lienzo en los Premios Latin Grammy. Un intento de situar en una especie de línea temporal las otras imágenes que guardo en memoria marca mi primera lectura de ese gran collage colectivo en que se transformaron los muros y calles de Santiago desde octubre del 2019. Algo que solo conozco gracias a las imágenes, debo decirlo. Yo no estuve ahí, es un momento que imagino y configuro desde lejos.
Luego me detengo en los cuerpos cuyo rostro ha sido ocultado, quizás protegido, su presencia en la imagen es casual, involuntaria, pero vital porque a fin de cuentas si la ciudad es un texto son los cuerpos los que la escriben, esos cuerpos. Veo cuerpos que esperan en paraderos de micro, cuerpos que se desplazan, hay quienes pasean perros, hay cuerpos que capturan imágenes, cuerpos que trabajan: limpiando, vendiendo alimentos. Veo cuerpos uniformados y ya circulaban personas con mascarilla porque las consecuencias de la protesta no solo se veían, también se respiraban.
Finalmente, leo lo escrito a modo de notas al pie por 36 autores provenientes de distintas áreas de conocimiento. Se accede a estos textos al hacer clic sobre unos asteriscos fijados en distintas zonas de la imagen panorámica. Los textos de Simoné Malacchini y Nicole Cristi dispuestos entre las mismas notas hacen ver que la obra se configura a partir de dos capas: una anónima, colectiva recogida en la fotografía y una segunda capa autoral, cuestión que invita a pensar la relación entre estas dos dimensiones. Intentaré hacerlo.
En ningún caso estos otros textos pretenden camuflarse con las escrituras/texturas anónimas que los inspiran, mas bien intentan establecer un diálogo con ellas o a partir de ellas. Es un diálogo con una cierta distancia. Las características visuales de una escritura pulcramente diagramada, estructurada, la reviste de un grado de formalidad, pese a que encarna voces diversas, pese a que también podría habitar la calle si se imprime, se encola y se pega. Una excepción interesante es la forma que adquiere el texto del artista sonoro Mathias Klenner, en cuya diagramación se hacen visibles los silencios mediante el uso de espacios amplios entre algunas palabras. Leo ahí un coqueto gesto de poesía visual.
Conviene pensar el gesto de anclaje. Hay encuentros que me parecen muy afortunados como el del rayado “Wallmapu libre” con las palabras de la cineasta Claudia Huaquimilla dispuestas en una nota: “…llegué a estudiar cine a un terreno inhóspito, donde se me hizo patente la desigualdad de clases. Nunca me sentí cómoda en la ciudad y menos acá, hasta ahora, que las paredes gritan Wallmapu libre mientras los rostros de Catrillanca y Lemun me acompañan”.
Otras relaciones resultan incómodas. Me inquieta, por ejemplo, que junto a una figura femenina que parece estar capturando una fotografía se haya depositado un texto escrito por un fotógrafo. Es distinto ser mujer y ocupar la calle que ser hombre. En cambio, no me genera ningún conflicto un asterisco dispuesto sobre la entrada de un hotel, no es lo mismo marcar un edificio que marcar un cuerpo. ¿Se trata de eso? Si los muros funcionan como una obra colectiva, que puede ser borrada, reescrita, sobreescrita, marcada, apropiada, creo que con su imagen digitalizada ocurre algo parecido. Pienso este ejercicio de situar las distintas notas en el fotomontaje como una proyección del gesto de superposición de papeles y trazos en los soportes callejeros.
“La historia nos enseña que, en esos casos, los muros de la ciudad son el pizarrón de las aspiraciones frustradas, de los odios y los amores del ciudadano común”, dice el arquitecto Miguel Lawner en otra nota fijada en la entrada de la Casa Central de la Universidad de Chile. Para rayar un muro se necesita pintura y rabia, más planificación, papel, tinta y pegamento, una plantilla de stencil también es accesible, pero debemos hacerlo, hay que hacer más artefactos, ocupar otros espacios, dialogar, incomodar, provocar… subrayar palabras que se leen en las imágenes que miramos y nos interpelan: “No se cansen de luchar”.
Final de trayecto. La ciudad como texto constituye sin duda un insumo interesante para pensar las memorias de la revuelta; la autora va mas allá de la pulsión del registro y es generosa al invitar a su espacio virtual a otras voces. Así, como obra colectiva, la representación se inscribe en el conjunto de imágenes que configuran en el imaginario común el protagonismo de una senda, una calle como escenario de un despertar popular y el borde, ese elemento fronterizo donde cobra fuerza la eterna disputa entre lo que se conserva y lo que se borra.