“Las mujeres, las de hoy, responden, no solo en lo creativo sino en su propia búsqueda interior, a otras estructuras de viaje, y que hay versiones de los mitos y cuentos conocidos (como “Barba azul” o “Caperucita”) donde la mujer tiene un papel mucho más protagónico. Algunos temas como la brujería y la magia se separaron de la mujer (o se muestran asociados a las villanas) en los cuentos por considerarse indignos de ella, según la religión (por la Inquisición) y la sociedad que se construye durante la revolución industrial (cuando nace la institución de la educación escolar y con ella se hacen más rígidos los roles de género en la sociedad) (…) Así, dicho viaje deja de ser una mera consecución de hechos para volverse algo más profundo, que es lo que me interesa explorar en los talleres. Inventar nuevas estructuras, sí, pero sin olvidar que toda obra literaria responde a un viaje interior del autor o autora”, nos dice Gabriela Gabriela Arciniegas, entrevistada hoy por el poeta, gestor cultural y cineasta documentalista, Ernesto González Barnert.
Gabriela A. Arciniegas parece venir de varios mundos a la vez: de la pintura y del mito, del aula y del viaje, de la traducción y del fuego. Escritora, poeta, traductora y gestora cultural, ha tejido una obra tan rigurosa como visionaria, donde conviven la pulsión poética, la reflexión crítica y una profunda indagación sobre lo femenino, lo sagrado y lo monstruoso.

Su itinerario atraviesa territorios diversos: el dibujo y la pintura en el taller de Alejandro Gordillo; los estudios literarios en la Pontificia Universidad Javeriana —donde obtuvo su maestría con tesis laureada—; el doctorado en Ciencias Humanas en la Universidad Austral de Chile; la ilustración digital en Barcelona y el guion audiovisual en Madrid. En cada etapa, Arciniegas ha buscado expandir los límites entre la palabra y la imagen, entre el cuerpo y la idea, entre el mito ancestral y la imaginación contemporánea.
Su trabajo se despliega en múltiples frentes: la poesía (Sol menguante, Awaré, Lecciones de vuelo), la narrativa (Bestias, Infestación, Las formas del aire), la novela (Rojo Sombra, Amos del fuego, Helena, la reina condenada) y el ensayo. A esto se suma una intensa labor como docente, traductora y conferencista en torno a temas como la transgresión, la escritura andrógina y la relectura del viaje del héroe desde la experiencia femenina.
Dirigió la Fundación Cultural Germán Arciniegas, fue jurado en diversos certámenes literarios y ha organizado festivales poéticos en Colombia y Chile. Su mirada abarca tanto lo ancestral americano como lo oriental: Yurupary y Lispector dialogan en su obra con el aware japonés y con la pregunta contemporánea por el cuerpo y la biopolítica.
Conversar con Gabriela Arciniegas es entrar a un territorio donde el pensamiento se vuelve imagen, y la literatura, un acto de resistencia y revelación. Esta entrevista busca acompañarla en ese tránsito: recorrer su universo creativo, sus obsesiones, sus mitologías personales y colectivas.
Tu trayectoria une arte, literatura, ilustración y pensamiento crítico. ¿Qué imagen o experiencia inicial crees que sembró en ti la necesidad de narrar y crear mundos?
Fui hija única por un lado, crecí entre gente mayor, y además, desde que era muy pequeña y hasta ahora, he tenido pesadillas casi todas las noches. Mi abuelo era historiador, mi tía era una gran contadora de historias, mi mamá escribía poesía. Mi abuela amaba leer las novelas de Agatha Christie. Crecí en una casa con muy buenos lectores, gente muy creativa. Resolví como desde los tres años que quería aprender a escribir historias cautivadoras como las que me leían.
Estudiaste dibujo y pintura antes de dedicarte plenamente a la escritura. ¿Cómo dialogan en tu proceso creativo la imagen y la palabra?
Pues fíjate me demoré mucho en aprender a escribir porque me aburrían las planas en clase de escritura del jardín infantil, y porque como me contaban los cuentos, tampoco veía la necesidad de aprender a leer. Pero sí empezó a nacer en mí la necesidad de contar. Entonces desde mis tres años empecé a narrar con dibujos. Y así desarrollé ese doble amor, por la imagen y por las letras. Siempre ha sido paralela la creación de ambas aunque como todas las artes son novias celosas, la escritura me fue llevando por su camino. Aunque tengo estudios en las dos, esta es en la que me siento más segura.
Has investigado profundamente el mito de Yurupary. ¿Qué vigencia crees que conserva hoy esa figura mítica frente al pensamiento contemporáneo y las luchas por la identidad latinoamericana?
Yurupary es un héroe muy interesante y su historia es la más extensa escrita por un indígena dentro del territorio sudamericano (si acaso americano). Es curioso porque siempre se asocia con el nombre Ermanno Stradelli, que fue en verdad su traductor. Su autor se llamaba Maximiano José Roberto, un indígena del Amazonas colombo-brasileño. Es lo que ha pasado con tantas historias de los habitantes de nuestro continente, que son invisibilizadas por los colonizadores. Estudiar esta historia y conocer el proceso de su creación, me enseñó a respetar a las comunidades americanas así como a amar sus filosofías y sus religiones. Y creo que no soy la única. Por un lado, en toda América se está dando campo al pensamiento de los pueblos originarios en toda su multiplicidad, y por otro, con la corriente decolonial de la filosofía, la antropología, la sociología y la etnohistoria, la visión, no del extranjero de las potencias colonialistas sino del propio hacedor del conocimiento, de la historia, de la cultura de dichos pueblos. La lucha por romper los paradigmas eurocentristas continúa, pero por lo menos cada día se logra poner un granito de arena para que esto sea así. Son tiempos muy emocionantes en ese sentido porque las redes, entre toda la basura que publican, dejan ver pedacitos de esa pluralidad cultural que es y ha sido siempre la humanidad.
Has escrito varios ensayos sobre Clarice Lispector. ¿Qué aspectos de su escritura —lo místico, lo femenino, lo animal— te han resultado más reveladores para tu propia poética?
De ella siempre he admirado (como de la literatura brasileña en general) el hecho de que hay una tendencia a abandonar el lenguaje rebuscado, de abrazar la inocencia, la desnudez de la infancia. Y en Lispector, particularmente, la teoría filosófica de que, para alcanzar la perfección ontológica había que regresar a nuestro pasado animal. Un poco en diálogo con el Dios de Spinoza que es un dios dionisiaco del disfrute, de la fiesta, del eros. Y en diálogo con el manifiesto antropófago brasileño de los años 20 de hace cien años, que dice que hay que volver al 11 de octubre de 1492 cuando todavía en América todos andábamos desnudos. Para mí como habitante de uno de estos países de la gran Abya Yala, de la Pachamama, siempre había sido una intuición. Pero conocer la línea filosófica que permea toda la literatura brasileña me abrió la cabeza de formas que no sospechaba en esa unión entre lo pre-hispánico y lo post-hispánico, entre los matices de la mística americana y la que trajo Europa, y entre la antropofagia americana y el código de los cruzados europeos, que no tenían problema en appedrear, empalar y desmembrar a sus enemigos vivos y lo único que les faltaba era comérselos.
Has abordado el concepto de “escritura andrógina”. ¿Qué significa hoy escribir desde esa fluidez entre géneros, cuerpos y sensibilidades?
Hay una frase de Virginia Woolf que dice que para ser un buen escritor, había que tener una mente porosa. Que si eras hombre tenías que desarrollar tu lado femenino y viceversa. De este modo, tú serías como una esponja, podrías entrenar tu capacidad de superar tus límites de género (que son además muy sesgados por el prejuicio y los roles sociales) para poder comprender a cualquier personaje que quisieras crear. Clarice Lispector, aunque negaba haber leído a Virginia Woolf, a cualquier autor literario o incluso cualquier filósofo, en la biblioteca que se conserva de ella en Río de Janeiro se observa todo lo contrario. Ella era una ferviente discípula de la escritora inglesa y conocía muy bien esta teoría. Esto le permitía, no solo pararse entre personajes masculinos y femeninos sino también entre géneros: ensayo filosófico, narrativa, poesía, crónica. Romper los géneros en todo el sentido de la palabra (cuerpos escritos y cuerpos biopolíticos) y esa para mí fue una de las enseñanzas más importantes que me dejó su obra.
En Awaré, tu libro premiado, la experiencia estética parece ligarse al instante y a la percepción oriental. ¿Cómo llegaste a esa síntesis entre poesía, filosofía y contemplación?
Entrar en contacto con las filosofías asiáticas (que son las más antiguas del planeta) es darse cuenta de las decisiones que toman los grupos humanos a pesar de tener todos en común unas historias parecidas —plagas, catástrofes naturales, guerras por territorio o por religión (lo que en la práctica viene siendo también por territorio y riquezas)— que los temas que desarrollan sus autores son mucho más esperanzadores que aquellos en que se centran los europeos (hay que ver que para nosotros, los americanos, los europeos son nuestros orientales, mientras que Asia es nuestro occidente). Para un indio (de la India), no existe separación entre filosofía, poesía y religión. Igual que para un chino, y sí, para un americano prehispánico también. Vemos que la filosofía fatalista y atea es profesada por una minoría respecto de todo lo que se ha pensado en el planeta. Así pues, siguiendo esta lógica, es sensato y razonable detenerse en el presente y asombrarse por la flor de la hierba, a pesar de que la bomba de Hiroshima y la tragedia de Chernóbil nos haya contaminado el mundo a todos, y que la unión con lo divino sigue existiendo en América, con religiones prehispánicas o poshispánicas, aún después del mayor holocausto de todos los tiempos, que es el que vivimos en nuestro continente a partir de 1492 y hasta las «pacificaciones» del Chaco, de la Araucanía, del oeste norteamericano, entre otros, durante el siglo XIX.
Tus cuentos exploran lo extraño, lo biopolítico y lo monstruoso. ¿Qué lugar ocupa lo fantástico en tu visión del mundo contemporáneo?
Desde hace algunos siglos, para las gentes europeas, el mito y la religión se separaron, así como la religión y la ciencia. Se habla de mito griego y egipcio y no se tolera que se llame de la misma manera a los relatos cristianos, en esa visión colonialista que cercena en dos la relación que han establecido los pueblos humanos (y desde el pleistoceno) con lo divino, donde el sentimiento siempre ha sido el mismo: el temor y la reverencia, la incertidumbre y la esperanza hacia eso que hasta hoy nos resulta desconocido y sobrecogedor.
Es esta emoción la que ocupa a quienes escribimos terror. El monstruo ocupa en nosotros la misma emoción que los dioses antiguos (y un poco los nuevos, con sus venganzas y milagros). Y lo llamamos fantasía pero convivimos a diario con nuestros terrores atávicos: a la muerte, a ser devorados. Algunos materializan esos terrores con fobias al agua, a la oscuridad, a las arañas, a los payasos. Aparecen en nuestras pesadillas los vestigios de nuestras muertes pasadas. No hay que hablar siquiera de reencarnación, me refiero a la memoria genética. Al ser cavernario que habita en nosotros. Que se manifiesta en nuestras pesadillas huyendo de ese depredador. Yo vivo a diario con esos miedos, los sueño, los respiro. Escribir no es un divertimento para mí, es una catarsis.
Me gusta además, quizá para desenmarañar esos miedos (porque mi mayor miedo es la gente, lo confieso sin pudor), estudiar la mente humana, las desviaciones: la sicopatía, los asesinos en serie, el canibalismo. Otro mal mucho menos fantástico que el monstruo divino de las pesadillas es el mal interior, y mucho más palpable, que además convive con nosotros en toda América, pero especialmente en países cómo Colombia, donde se politiza y atraviesa las desigualdades y las injuisticias socioeconómicas.
En las relaciones biopolíticas latinoamericanas anida ese terror de lo grotesco, de lo extraño, de lo insólito. En lo evidente de la tortura y la masacre pero también en el abandono, la negligencia, la indolencia. No hay cómo no escribir terror en nuestros países.
En una de tus ponencias sobre Lispector hablabas del cuerpo como “membrana entre el ontos y lo biopolítico”. ¿Cómo se traduce esa idea en tu obra literaria, especialmente en tus novelas?
Me conecto mucho con esta idea, como escritora pero también como ser humano. Clarice vivía mucho hacia adentro de sí. En lo que Leibniz definía como esa mónada llena de pliegues hasta el infinito que es nuestra alma. Esa parte del ser que da la capacidad de decir «aprendo las cosas a medida que las pienso». En contraste con el afuera, con el mundo exterior, que para ella y para sus personajes era siempre extraño, extranjero.
El cuerpo, como membrana de una mónada tan intrincada, es difícil que pueda dejar salir las ideas a ese mundo. Deja entrar los estímulos para intentar procesarlos y entenderlos pero siempre desde esa posición foránea. Según Leibniz, todas las mónadas nacen con el mismo conocimiento infinito que la mónada divina que las ha creado, solo que no todas se atreven a sondear adentro de sí mismas dicho conocimiento. Quizá porque, como nos quería decir H. P. Lovecraft, conocer esas verdades absolutas nos hacía correr el riesgo de perder la razón.
Cuando escribo terror, reflexiono sobre esas posibles verdades aterradoras. Como cuando Clarice Lispector en La pasión según GH se da cuenta de que el verdadero Dios no es el dios misericordioso humanoide con barba sino una desagradable cucaracha partida por la mitad en un armario, y que la única manera de conocerlo de verdad es lamer su linfa blanca. Yo también me he sentido extranjera en este mundo y supongo que mis personajes también lo son. Tanto Esteban Castillo en Amos del fuego, como Helena en La reina condenada, son extraños en su mundo. Clarice me enseñó que se podía ser franca en la escritura y mostrarse, no intentando encajar en la masa, sino aceptándose en la incapacidad de hacerlo.
Tu universo narrativo se ha ido expandiendo en una saga. ¿Qué buscas explorar en esa trilogía y qué representa ese fuego que la recorre?
El fuego siempre me ha causado fascinación. Tal como la comprensión de la mente y el alma humanas. Es curioso que mi primera trilogía, que en Colombia se publicó como Rojo sombra, el verdadero título siempre fue Amos del fuego. Y luego, Helena, cuyo nombre significa antorcha, y cuya portadora fue, según las versiones más antiguas, responsable de que Troya fuera consumida entre llamaradas. Supongo que el fuego es uno de los elementos más difíciles de domar. Del mismo modo que a los habitantes del pleistoceno les costó tanto replicarlo para calentarse y darse luz en la noche, así fueron sus primeros dioses, indomables y peligrosos: otro tema de mi interés, rastrear las manifestaciones de lo divino en los diferentes lugares y las diversas épocas del planeta. Creo que la mente humana es igual, la mantenemos a raya con las leyes y la moral pero ante cualquier oportunidad que se presenta, se escapa, vuelve a su aspecto más bestial y hace desastres.
Tu más reciente novela aborda un mito clásico desde una mirada contemporánea. ¿Qué te interesaba resignificar o revelar a través de Helena?
Helena se presentó a mí sin yo llamarla y me cautivó al instante porque la vi como una mujer muy mal entendida, muy invisibilizada. Me nació muy rápido un deseo de hacerle justicia. A ella y por añadidura, a todas las mujeres de la época. Así nació la novela. Cotejando versiones literarias con las más recientes teorías arqueológicas sobre los años de la guerra de Troya, así se fue contando esa historia. Por el camino hubo otros temas que me fueron interesando, todos ellos tributarios de lo femenino en la antigüedad: la esclavitud, el matrimonio por conveniencia, la mujer como botín de guerra. La pregunta que me surgió entonces fue ¿qué tanto hemos avanzado en términos de igualdad de derechos de género desde hace treinta y cuatro siglos hasta hoy? La guerra narrada por Homero se ha datado en el año 1280 a.C. La respuesta no es tan alentadora. Estos problemas que menciono siguen existiendo en muchos lugares del planeta, más de los que quisiéramos. Helena nos señala más asuntos de los que debería y eso es lo preocupante.

Desde tus talleres La héroe y la monstrua trabajas con la relectura del “viaje del héroe”. ¿Qué implica pensar ese recorrido desde la experiencia femenina?
Precisamente, el concepto de «viaje del héroe» se ha ido resignificando en mis talleres cada vez que los dicto, a la luz de diferentes y más actuales estudiosos. Sobre todo estudiosas, que han revisado las compilaciones de las que parte la invención de esa estructura que hoy tanto se usa, hasta en el cine y la TV. Como Maureen Murdock que lo hace desde la sicología y que ha creado «el viaje de la heroína», y tal como María Tatar lo logra desde el estudio de los mitos y la teoría literaria, en su libro La heroína de las 1001 caras. Investigadoras como ellas nos dicen que las mujeres, las de hoy, responden, no solo en lo creativo sino en su propia búsqueda interior, a otras estructuras de viaje, y que hay versiones de los mitos y cuentos conocidos (como “Barba azul” o “Caperucita”) donde la mujer tiene un papel mucho más protagónico. Algunos temas como la brujería y la magia se separaron de la mujer (o se muestran asociados a las villanas) en los cuentos por considerarse indignos de ella, según la religión (por la Inquisición) y la sociedad que se construye durante la revolución industrial (cuando nace la institución de la educación escolar y con ella se hacen más rígidos los roles de género en la sociedad). Así que la propuesta de estos talleres es reevaluar la estructura del viaje del héroe y proponer estructuras nuevas a la luz de estas teorías actuales, estructuras que se apliquen más a nuestra época y a las necesidades de hoy. Así, dicho viaje deja de ser una mera consecución de hechos para volverse algo más profundo, que es lo que me interesa explorar en los talleres. Inventar nuevas estructuras, sí, pero sin olvidar que toda obra literaria responde a un viaje interior del autor o autora.
Has traducido autores portugueses, chilenos y colombianos. ¿Qué descubres de tu propia lengua cuando traduces a otros?
Más que descubrir algo de mi propia lengua, he descubierto posibilidades que me regalan idiomas como el portugués o el inglés. Con los lusófonos me ha pasado que he visto lo arbitrario que es a veces el proceso evolutivo de una lengua. En portugués se puede decir «rompido» en vez de roto, y «crocodilo» en vez de cocodrilo, «salsicha» en vez de salchicha, donde «esquisito» quiere decir «extraño», «aceitar» es aceptar, «engraçado» es gracioso, y no existe esta costumbre de cambiar el género del artículo antes del sustantivo para «que no suene feo». Árbol «árvore», águila «águia», pasaje «passagem» son femeninos y se les antepone un «a» que corresponde a «la» siempre. Sangre y leche («sangue», «leite»), en cambio, son masculinos.
El portugués se toma libertades también en lo literario: la canción «Batmacumba» de Caetano Veloso, que es un poema concreto, inventa una palabra mezclando «Batman»de la cultura popular con «macumba» de las religiones africanas como única palabra que se va deconstruyendo y reconstruyendo al lo largo del poema, con un estribillo que añade «e-e, obá” a dicha palabra. O ese piensa de João Cabral de Melo Neto, «Los tres mal amados» que dice:
«O amor comeu as frutas postas sobre a mesa. Bebeu a água dos copos e das quartinhas. Comeu o pão de propósito escondido. Bebeu as lágrimas dos olhos que, ninguém o sabia, estavam cheios de água».
(El amor se comió las frutas que estaban sobre la mesa. Bebió el agua de los vasos y de las jarras. Se comió el pan de propósito escondido. Bebió las lágrimas de los ojos que, nadie lo sabía, estaban llenos de agua).
La forma como pinta el amor, como una fuerza avasalladora y bestial, devastadora como una plaga, y cómo además termina diciendo que «nadie lo sabía, [los ojos] estaban llenos de agua», en una regresión al lenguaje sencillo y vasto de la infancia, es una forma de describir uno de tantos temas donde veo que los brasileños, en este ejemplo, tienen mucho que enseñarnos a los hispanohablantes. Y eso es lo que me encanta de aprender nuevas lenguas, que me muestran posibilidades infinitas, formas infinitas de quebrar mis propios límites y mi propia lengua al escribir.
Has sido docente en diversas universidades y contextos. ¿Cómo concibes hoy la enseñanza de la literatura en un mundo saturado de pantallas?
Me parece que estamos en un momento complicado por esto de las IA. Sin embargo, ya que vinieron para quedarse, habrá que tomarlas y enseñarlas como herramientas de trabajo. Es un reto en todo caso, en este momento en que ser influencer es el nuevo horizonte de las juventudes y donde todo se resuelve preguntándole al ChatGPT. Hoy, más que hace un siglo, y cada vez peor, la literatura como oficio se va volviendo innecesario e incomprehensible para la población general. Ya de por sí, el escritor fue concebido en sus orígenes como un bicho raro. Hoy el ChatGPT, como ese amor de “Los tres mal amados”, «se comió las frutas sobre la mesa» y todos se creen escritores porque son capaces de pedirle a un compilador de información, siempre incompleto por tener sus raíces en el pasado, en lo ya publicado, y no en las posibiliades futuras dadas por las emociones humanas, que haga el trabajo por ellos. Pocas personas entienden la profunda relación que existe entre la lectura de textos literarios y la capacidad de comprender nuestras sociedades, de elegir gobernantes idóneos, de ser gobernantes idóneos. De argumentar con conocimiento de causa. Casi todos hoy en día solo ven los libros como productos comerciales. Esa es la verdadera crisis actual. Mientras más producimos y vendemos, menos nos entendemos, más cerca estamos de la caída de las culturas humanas.
Dirigiste la Fundación Cultural Germán Arciniegas y organizaste festivales poéticos. ¿Qué te ha enseñado el trabajo colectivo en la literatura y el arte?
Todos estos proyectos e iniciativas se construyen en equipo. Con el proyecto que más aprendí, no obstante, fue con el colectivo que ayudé a fundar y que se llamó La comunidad del megáfono. Lo trajo una amiga que vivió en México, la poeta María Tabares, y lo construimos desde un comienzo como una cooperativa. Siempre hubo un núcleo de ocho personas, pero nunca hubo un líder. Nos turnábamos cada mes, cuando hacíamos estos eventos, para elegir dónde íbamos a hacerlos. Entre todos nos encargábamos de correr la voz, lo único que era fijo era quién hacía los flyers. Y por otro lado, nos tomábamos lugares no convencionales para compartir la lectura de poesía: parques, plazas de universidades, lugares públicos, y siempre, otro objeto que nunca cambiaba, era que los hacíamos con un megáfono. A veces los hacíamos en librerías pero con megáfono en vez de micrófono. Hacíamos megáfono abierto. Siempre con el ánimo de compartir. Descubrimos que la gente siempre anda con poemas entre la billetera. Como un carnet espiritual. Fue bonito porque la comunidad, y los recitales, no eran de nadie y eran de todos al mismo tiempo.
Germán Arciniegas fue una figura central de la cultura latinoamericana. ¿Cómo dialogas con su legado sin quedar bajo su sombra?
Él tuvo una relevancia muy grande en todo el continente, y en el mundo, como bien dices, y la búsqueda y la exaltación de la identidad americana es la herencia que él me dejó, así como el amor por la investigación, tanto histórica como de muchos otros temas. Pero siento que yo tengo una misión más importante. Mi abuela fue una excelente ceramista pero en su época las mujeres no tenían relevancia en las artes plásticas. Mi tía siempre ha sido una increíble contadora de historias, poeta, narradora, pero en su generación no era bien visto que una mujer escribiera. Mi mamá era pianista y también poeta, pero sus contemporáneos no le permitieron convertirse en concertista. Alcanzó a publicar un libro de poesía y murió pocos años después. Muy joven entendí que mi misión no era continuar el trabajo de mi abuelo sino darles la voz a todas mis antepasadas a quienes la sociedad de su momento no les permitió explorar sus talentos ni expresar sus ideas. Ellas, mi tía, mi abuela, mi madre, me transmitieron el amor por la música y por la ficción y gracias a ellas soy lo que soy. Mi abuelo, más que su intelecto, me transmitió su calidez humana, su sentido del humor, su sencillez y su apertura de mente. Pero fueron esas mujeres con quienes crecí quienes me entrenaron en este oficio, a ellas les debo ser quien soy. De mi abuelo, por su parte, debo añadir que, contrario al resto de esa sociedad, fue quien más apoyó a estas tres mujeres que lo rodeábamos. El hecho de que yo haya nacido en esta época me hace estar muy agradecida por todas esas mujeres que lucharon para que hoy nosotras podamos estudiar, trabajar, expresarnos y pasar a la historia de las artes latinoamericanas.
En varios de tus cuentos aparece la figura del otro —animal, extranjero, híbrido—. ¿Qué papel juega la otredad en tu escritura?
Como ya dije en otra respuesta, siempre me sentiré como extranjera en el mundo. Siempre sufrí de ansiedad social y no me siento bien en lugares con mucha gente. Por eso me gusta analizar al ser humano como si yo fuera una alienígena recién llegada a la tierra. Los comportamientos de la humanidad consigo misma y de ella con otros animales. Desde un aspecto antropológico, y más allá, biológico. Compararlo con otras especies, medir su violencia y su instinto. Sus pulsiones tanáticas. Termina siendo un estudio de las relaciones biopolíticas y los codispositivos de poder que manejan los grupos humanos a diario.
Has impartido talleres sobre ucronías y ficción especulativa. ¿Crees que la ciencia ficción latinoamericana puede pensarse como una mitología contemporánea?
Claro, si la ciencia es tan mítica como la religión, en el sentido de que ambas son falibles y siempre sujetas a corrección y rectificación. Tal como las ciencias, las religiones ceden al paso de la guerra y la transculturación. Dicho esto, la ciencia ficción como género literario narrativo, no es sino una proyección de esa ciencia siempre imperfecta hacia el futuro o hacia presentes o pasados paralelos y posibles, y la combina con fantasía al imaginar mundos inexistentes (o predecirlos). La ciencia ficción usa la excusa de la fantasía, de lo inexistente, como forma de camuflar una crítica social o política. Por eso la mejor ciencia ficción nació durante la Unión soviética.
Muy joven entendí que mi misión no era continuar el trabajo de mi abuelo sino darles la voz a todas mis antepasadas a quienes la sociedad de su momento no les permitió explorar sus talentos ni expresar sus ideas. Ellas, mi tía, mi abuela, mi madre, me transmitieron el amor por la música y por la ficción y gracias a ellas soy lo que soy. Mi abuelo, más que su intelecto, me transmitió su calidez humana, su sentido del humor, su sencillez y su apertura de mente. Pero fueron esas mujeres con quienes crecí quienes me entrenaron en este oficio, a ellas les debo ser quien soy. De mi abuelo, por su parte, debo añadir que, contrario al resto de esa sociedad, fue quien más apoyó a estas tres mujeres que lo rodeábamos. El hecho de que yo haya nacido en esta época me hace estar muy agradecida por todas esas mujeres que lucharon para que hoy nosotras podamos estudiar, trabajar, expresarnos y pasar a la historia de las artes latinoamericanas.
Gabriela Arciniegas
En cuanto a la ciencia ficción latinoamericana, es muy diferente de la norteamericana o de la europea porque proyecta no solo un aspecto político como lo hace 1984 de Orwell o Farenheit 451 de Bradbury, y no lo hace desde lugares donde la ciencia está siendo construida, donde los protagonistas son víctimas de su propio gobierno. En nuestros países lo hace en cambio desde la subalteridad excolonial, desde el lugar del oprimido de regímenes ajenos, desde la víctima de los experimentos de esas potencias que hacen la ciencia en pos de la guerra y el exterminio. Igual que lo hace, por ejemplo, el guionista y director Rapman, africano autor de la serie «Supacell». Nosotros hablamos de problemáticas sociales mucho más complejas que el Viejo Mundo (mucho más joven que África o Asia en todo caso), como en «Ellas se están comiendo al gato» de Miguel Manrique (colombiano), donde un apocalipsis zombie se dispara por la incompetencia del sistema de salud, la corrupción e ineptitud del gobierno, los lugares ocupados por la guerrilla, el aislamiento de las comunidades indígenas, etc.
Así, si hablamos de Matrix, por ejemplo, donde se repite el tema del elegido, del Krestos, allí sí que se ve el mito como relato del héroe civilizador-salvador. Si hablamos del libro de cuentos Macrored, de la también colombiana Claudia Amador, donde aparecen temas como la maternidad monstruosa, podríamos ver en esta un arquetipo nuevo que supera la maternidad virginal clásica o la prostituta, como intersección del terror con la ciencia ficción, porque además el monstruo no es más que fruto de un experimento y no tiene la culpa de ser monstruo. Aunque me parece que en este género narrativo de ficción falta mucho por explorar en nuestro continente y a partir de nuestras propias problemáticas sociales y políticas, y en ese aspecto me parece que hemos producido narrativa de terror y de lo insólito, creo que a eso deberíamos propender, a crear (re-crear) nuestras mitologías, o para ponerlo en términos decoloniales, a honrar nuestros propios relatos fundacionales pre-europeos y revalorarlos a la luz de los presentes, los pasados y los futuros posibles.
En tus conferencias abordas la transgresión en el arte. ¿Qué significa hoy transgredir, cuando todo parece ya permitido o banalizado?
Tienes razón. El termino transgresión hoy está en el cementerio de los lugares comunes. Donde los aciertos de otros tiempos van a podrirse y desaparecer. Como decía Clarice Lispector cuando le preguntaron por las vanguardias, toda obra artística es vanguardista porque todo arte se origina, y pervive, en una ruptura de lo cotidiano. Y claro, una cosa es romper para poder decir algo importante a través de una de las artes y otra muy distinta es romper porque sí, para causar nada más que escándalo y repulsión. En las conferencias que di hace unos veinte años, tituladas «La transgresión en el arte», se hablaba particularmente de esos aciertos de otros tiempos. De Toulouse Lautrec, que era un «outcast», un relegado de su familia por tener una condición que deformaba su cuerpo, y luego, por dedicarse a pintar a las bailarinas y prostitutas de Montmartre, que era algo que ninguno de sus contemporáneos hacía en Francia. Hablamos de Frida Kahlo que hizo de su discapacidad algo trascendente a través del arte después de que tuvo la más miserable de las vidas: nació con espina bífida, sufrió de polio y luego tuvo ese accidente en bus que le dejó estéril y más impedida de lo que ya estaba. Y luego de ese accidente, le tocó uno peor, como alguien dijo una vez: conoció a Diego Rivera. Hoy banalizan sus pinturas pero nadie se detiene a pensar el grado de dolor y de limitación en que tuvo que vivir toda su vida y cómo logró, a pesar de eso, llegar tan lejos, siendo mujer, discapacitada y latinoamericana. Y hablaba de Van Gogh, incomprendido, víctima de la esquizofrenia, tardío en empezar a pintar, fallecido en la total inopia y el abandono, pero autor de un estilo que rompió los paradigmas de las artes plásticas y fundador, junto con Toulouse Lautrec, de los primeros carteles publicitarios de la historia.
Hoy hablan de transgresión y ponen una licuadora con pececitos en una galería. Transgresión sería que al oprimir el botón, la persona sufriera un shock y se muriera, como crítica a la sobrepoblación, o que el mismo artista fuera quien estuviera dentro de la licuadora. O que llegara un striper a bailar. Aunque apenas digo esto pienso en la antigüedad, en todas las cochinillas que debían morir para poder fabricar el color rojo, o en todas las personas que morían por usar vestidos teñidos con el verde París, y veo que las cosas no han cambiado, que solo se han rodeado de un discurso que pretende abanderarse de una lucha sin fundamento.
Pero hoy además lo más transgresor es subastar en miles de dólares un cuadro de Van Gogh cuando él murió en ese abandono y esa hambre. Hoy la transgresión es insultar el entendimiento del espectador y del propio artista fallecido. Es una transgresión que es solo insulto, que no tiene un goce estético ni una comunión mística detrás. Que copia el primer arte del mundo, el arte rupestre de los neanderthales y los cromagnones, pero que convoca al dios del animal, no para comer la carne de una criatura y sobrevivir, sino para solazarse en el poder y la sevicia frente al resto de seres vivos del planeta.
Has trabajado como intérprete en la India y traducido textos de distintas tradiciones. ¿Cómo han influido esas experiencias en tu mirada sobre lo sagrado y lo simbólico?
Para mí ir a la India fue una experiencia que me cambió la vida. En dos sentidos, pues, por un lado, me di cuenta de lo prejuiciosos que son mis compatriotas, y por otro, pude atestiguar cómo una de las religiones más antiguas, más que la tríada judaísmo-cristianismo-islam, pervive hasta hoy casi intocada. Cómo puede una población como la dravidiana, que tiene miles de años de existencia, permanecer con una genética que en muchos de los pueblos indios se mantiene casi sin mezcla (no puedo decir lo mismo de esa religion pre-hindú que sí fue asimilada con la llegada de los arios). Nunca vi miradas más limpias que en esos lugares del sur del continente indio y siempre me sorprendí de ver una sociedad que no roba. Había leído vastamente los vedas, los upanishads, el mahabharata, pero otra cosa muy distinta fue ver la religión en la práctica cotidiana, en los pequeños gestos, en esa bondad sutil de los actos del día a día.
Igual me pasa con Japón y China, para los suramericanos, nuestro cercano occidente, que aunque me debo un viaje presencial por ambos países, conocer las artes, la poesía, me enseñó a asombrarme por lo pequeño y a escribir no solo con el alfabeto sino con los espacios de la página. A resumir el universo en tres versos.
En los países católicos (o cristianos en general) de América, se nos enseñó que los únicos ídolos que podíamos adorar son los de nuestro panteón. No nos damos cuenta de que tenemos tantas imágenes y tantos dioses como las religiones del Asia, y que incluso esas imágenes a veces se parecen entre una religión y otra. El respeto hacia el otro fue de las primeras cosas que me enseñó mi abuelo, que se codeaba con practicantes de diversas religiones: musulmanes, opus-dei, católicos, ateos, judíos, siempre con el mismo respeto y en pos de compartir el conocimiento en vez de dividirse por las creencias. Visitar estas culturas tan diferentes a la nuestra sin duda que es una lección de reverencia, de humildad. Toda Asia nos lleva milenios de luchas y de guerras, y nos enseña lo que es verdaderamente la supervivencia. En la India, dentro del hinduísmo, los iluminados europeos (que al final también vinieron de Asia, de esos pueblitos cercanos a las costas del Mediterráneo oriental) también se incluyen. Ellos tienen ese respeto para con nosotros, pero nuestros pueblos catequizados en cambio no respondemos con amor, como deberíamos, sino con prejuicios y repudio. Es duro ver ese error de código en el software de una religión que fue planteada con una filosofía tolerante, hospitalaria, humilde, y tantos años después de las cruzadas.
Como escritora que cruza géneros, lenguas y disciplinas, ¿cómo percibes el estado actual del lenguaje literario en América Latina?
Veo que hay algunos aciertos pero falta aún mucha autenticidad. Conexión con nuestras raíces. Hay, o bien, una extendida imitación de los estilos europeos, o bien, mucha copia de las problemáticas del cine de Hollywood. En Colombia, en particular, hay además una sobrepoblación de la escritura desde el periodismo. Predomina la crónica y el reportaje por encima del goce estético, de la reflexión desde la ficción, que para mí es un nivel más arriba que la literatura testimonial. El lenguaje es cada vez más escueto, despojado de imágenes poéticas, de sustratos filosóficos nutritivos, de espacios reflexivos, de inferencia, de verdadera crítica. En algún congreso de literatura en Italia oí el término «lenguaje transparente» para referirse a este asunto. Hay mucha reticencia, además, y esto no es solo en Colombia sino en Perú y Ecuador, por las narrativas de ficción de cualquier tipo. La especulativa sigue siendo un género menor aunque ya existen exponentes tan importantes como Mariana Enríquez, Mónica Ojeda, Liliana Colanzi, Amparo Dávila, donde la intención no es solo aterrar sino pensar sobre las problemáticas sociales de nuestro continente. La ficción supera la anécdota y eleva los asuntos del alma humana a un nivel atemporal y ageográfico que inmortaliza la obra literaria. Y el cuidado del lenguaje hace que la lectura sea más amena, que sea una experiencia espiritual y no solo pedagógica. Sin embargo, en los centros de estudios latinoamericanistas de todo el mundo hay quienes están reconociendo a estas autoras y estos géneros de la ficción en dicho sentido profundo.
Si tuvieras que elegir diez libros que han marcado tu vida —no solo como escritora, sino como ser humano—, ¿cuáles serían y por qué?
Qué pregunta tan difícil. Hay muchos autores y obras que me han marcado y no solo desde lo literario sino en géneros investigativos y filosóficos. Pero aquí vamos:
- El primero fue Bambi, la novela, de Sigmund Salzman
- La pasión según G.H. de Clarice Lispector y en general, toda su obra
- ¿Puede hablar el subalterno? de Gayatri Spivak
- Vigilar y castigar de Michel Foucault
- El pliegue de Deleuze
- El maestro de escuela de Fernando González
- La historia sin fin, Momo y El espejo en el espejo de Michael Ende
- Las voladoras de Mónica Ojeda
- El perfume de Patrick Süskind
- El túnel de Ernesto Sábato
- Yapa 1: Nana de Chuck Palahniuk
- Yapa 2: Raíces históricas del cuento, de Vladimir Propp
- Yapa 3: El mito de Helena, de Bettini y Brillante
¿Cuáles son tus diez películas favoritas de todos los tiempos, esas que podrías volver a ver siempre, incluso para escribir o inspirarte?
Aunque últimamente soy más de series, aquí van:
- Memento
- El club de la pelea
- El ojo del Diablo, de Igmar Bergman, y todas las dema? de él
- El quinto elemento
- Matrix
- Metrópolis (la de Fritz Lang pero también la de Osamu Tetsuca)
- Las troyanas de Mihalis Kakogiannis (1971)
- La montaña sagrada y El topo de Alejandro Jodorowsky
- Akira
- Todas las de Almodóvar
- Yapa 1: Cabo de miedo
- Yapa 2: El salario del miedo
¿Podrías recomendarnos cinco películas colombianas que consideres imprescindibles o que expresen algo esencial de nuestro país?
- La estrategia del caracol
- Un poeta
- El abrazo de la serpiente
- San Andresito
- María llena eres de gracia
Finalmente, ¿en qué estás trabajando actualmente y qué te gustaría seguir explorando en tu escritura y en tu investigación?
Terminé una novela negra sobre una adolescente sicópata, sigo escribiendo terror porque sigo teniendo pesadillas y pensando lo peor de la gente (condición imprescindible para escribir terror) y con algunos temas entre el tintero. Acabo de terminar de colaborar en el proceso de edición de un libro de mi abuelo, El mundo de la Bella Simonetta, sobre la musa que inspiró a los pintores renacentistas florentinos, otra mujer incomprendida, y me gustaría, algún día, escribir una novela sobre ella.
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Ernesto González Barnert (Temuco, Chile, 1978) es poeta, gestor cultural y cineasta documentalista. Autor de Venado tuerto, Playlist, Coto de caza, Trabajos de luz sobre el agua, entre más de una docena de títulos, su obra ha sido reconocida con importantes distinciones, entre ellas el Premio Pablo Neruda (2018), el Premio Nacional a la Mejor Obra Literaria del Consejo Nacional del Libro y la Lectura (2014), el Premio Nacional Eduardo Anguita (2009), el Premio de Honor Pablo Neruda de la Universidad de Valparaíso (2007) y el Premio Nacional de Poesía Infantil de las Bibliotecas de Providencia (2023).
Asimismo, ha recibido menciones de honor en el Concurso Internacional de Poesía de Nueva York Poetry Press (2020), en el Concurso Nacional de Poesía Joven Armando Rubio y en los Juegos Literarios Gabriela Mistral de la Municipalidad de Santiago (2005), entre otros reconocimientos.
Es Licenciado en Cine Documental por la Universidad Academia de Humanismo Cristiano y Diplomado en Estética del Cine por la Escuela de Cine de Chile. Ha trabajado como creador y productor ejecutivo de las series de televisión Obturaciones (2011) y Letras Migrantes (2024).
Actualmente se desempeña como gestor cultural en la Fundación Pablo Neruda y desarrolla una activa labor en torno a la poesía a través de medios de comunicación, entrevistas, ensayos, talleres, encuentros, presentaciones y edición de libros. Ha sido invitado a festivales literarios en todo Chile y en diversos países de América —México, Uruguay, Bolivia, Perú, Ecuador, Argentina y Colombia—. Sus libros han sido publicados en Chile, Estados Unidos, Perú y Argentina.
Imagen principal de esta publicación: “Homenaje a De Chirico”, de Susana Wald.