Manuel Illanes, Tarot de la carretera. Santiago: Fuga, 2010.
Cristián Gómez hizo de derrotero y me mandó desde los campos de Iowa a las praderas de Colorado el libro de Illanes. Los libros de la editorial Fuga me llegan por esa mano, siempre movida y generosa. O sea que el libro de Illanes venía con su ajetreo. Dos lejanas estaciones más se le pueden sumar a este poemario de viajes y estaciones.
En Tarot de la carretera el camino es un destino murmurado por signos móviles y combinatorios. Todo puede pasar, o casi. En las cifras, en las volteretas, en las tiradas, en las estaciones y las cartas, en sus avatares y recovecos, en todos esos lugares se juega un destino subjetivo, un estilo y una escritura. Lanzar el tarot y salir a la carretera son pugnas con el destino y la identidad, lo que supone también una batalla incierta: dar manotazos para arrebatar algunos secretos al viaje, al destino. Voltear la luna hacia el signo y trazar una semejanza, una correspondencia, una historia. El tarot y la carretera en estos poemas van tras un significado: “¿El viaje es un desenvolverse por el paisaje o un retroceso hacia la geografía interior?” (14) No hay tarot ni viaje mudo, insignificante. Estos poemas trazan un universo evanescente, pero significado.
El poeta brinda sentidos y significados. Se embute en las plumas de Mercurio —que miente.
En el tarot como en la carretera se cree y se interpreta. O se hace como que se cree, por si las moscas. En ambas actitudes, más o menos idénticas, reverbera una suerte de sabiduría que deja al poema tallado sobre un mármol. El poema parte de un principio hermenéutico; significa los puntos de fuga. Illanes parece consciente de la momia del significado y el estilo asignados de antemano para hablar de tomas y formas. Se sacude esa pesada momia con las excursiones, con las salidas. Se da unas vueltas.
El bus no siempre perturba la tenacidad del hablante, su estado sólido, aunque se sumerja en un bosque y las ruinas incas. En esta opción ya no se juega ni un destino ni una identidad, sino un estilo. Escribe! anuncia entrelíneas este Tarot de la carretera.
Las anotaciones del poemario son fragmentarias, no así el sujeto de esta escritura, que se advierte bastante sujeto. En las multiplicidades de las anotaciones poéticas y en los poemas largos se desarrollan a partir de una fijeza o perspectiva primaria que prevalece. El viaje no cala grietas en la voz, no al menos en la identidad o el lugar.
Los poemas impresiones se relacionan en constelaciones donde los poemas mayores arman secciones y excursiones: “La sed”, “Arcanos”, “Las puertas del edén” y “Tarot de la carreteara”—todas secciones con estaciones asignadas. Lo que inaugura las secciones son sus estaciones, la ruta, no la salida sin destino, como tirada de dados.
Los poemas anotaciones son extractos de lugares. Bocetos, escritura más o menos apurada. Apuntes en estaciones dispersas, unidas por un invisible marcador, por un mapa. Los lugares se leen a través de una dosis de narrativa. Distinciones, detalles, iluminaciones, fugas y distracciones, muchas atentas y asertivas. Si la literatura de viaje se basa en un atentado subjetivo, esa taxonomía, sin duda, le da igual a la poesía de Illanes.
(Fernando Pérez hace poco sometió su escritura al viaje. QT(n)RT, tituló su proyecto. Ahí el imperativo es “Si ves algo di algo”: alarma, anuncio que divide la página, el formato y el discurso, haciendo estallar sobre un diseño prismático, una escritura movida que componen un mapa poema de viajes en metro. El sujeto está atravesado por una incongruencia con escasos puntos de referencia, fluye, se desintegra).
El motivo del viaje, la carretera y sus signos son predominantes, pero son también excusa para librarse del objeto en la escritura — Escribe! Algunos poemas de Illanes no interpretan objetos ni situaciones; son poemas rápidos sin espacio ni narrativa.
Da varias vueltas, habla suelto de una referencia, desaparece el momento de su enunciación. Tiene lúcidos poemas que rehúyen del paisajismo.
Tarot investiga una poesía deshecha de sus objetos. Apuntes-poemas que no recaen siempre hacia lugares, ni hacia la voz del poema. Marcan algo que no está, una inexistencia transitoria. Hay en el imperativo “Escribe” una impotencia, una sed.
“La sed” remarca uno de sus poemas centrales. La sed y el viaje son lenguas del desierto, señala Mistral en “Nocturno de la consumación”. La sed habla de una carencia cuyo objeto se hace agua. La sed: “Aquella que no tiene ojos, pero sí una boca afilada/ con la que devora toda existencia a su alrededor” (Tarot 25).
Baudelaire denunciaba el imperativo del viaje para el viajero. Le gritan: Qué ha visto, diga! Illanes asume esa condena de escribir lo que ha visto. Pero el viaje no es contar, sino vaciar. La experiencia el viaje no está en el barco ni en los puertos. Ni está en la narración. Es la diferencia con las vacaciones que tienen que ser narradas, con lujo y detalle, desarmadas en anécdotas y palabras. Las cosas se hacen para contarlas. Illanes no descansa en esas playas.
El viaje no tiene que ser un acertijo subjetivo. No hay que hacerse pedazos. Tarot busca más bien comprobar, escribir, anotar, interpretar, instalarse en estaciones que se intercambian, como playas o plazas. Estás estaciones marcadas de antemano son la ruta que señala dónde se instala y escribe. Se puede seguir. No pierde el camino. No hay exotismo en las paradas: Chiloé, Valdivia, Temuco, La Serena, Cuzco, La Paz son algunos de los destinos. —Se escapa de algunas imposibles detenciones en Cholchol, Paiguano, Cunco o Tierra amarilla.
Las estaciones dibujadas de antemano hablan de la concreción y arquitectura del poemario. Las paradas moldean al sujeto que se calcula a las percepciones y la escritura. No zumba su lengua en la arremetida de indistinciones, de asociaciones irreconocibles. En Tarot de la carretera, el mundo (del viaje) no es extraño. No calzar el dinamismo agitado de sus lugares con la escritura, pero el mundo no está perforado.
En Tarot de la carretera los poemas-entradas giran en la urgencia de soltar un axioma o una impresión. Son notas atravesadas por un estilo poético, a veces coloquial, instantáneo. Pero poético. El imperativo no es ve! o anota!, es Escribe! En el libro de Illanes todo se escribe. Todo se impregna. Una experiencia de viaje digitalizada que se multiplica en una seguidilla de impresiones y estallidos. No se somete a la obsesión. La escritura misma, o el acto mismo de escribir es la alucinación.
Illanes escribe escenarios móviles extraídos de viajes y estaciones. Figuras que en su repetición y variación hacen de cartas tarot o fotos digitales, que se tiran y vuelven a tirar y disparan una y otra vez, nuevamente. Los poemas trazan contornos de estaciones y de las rutas. En estos disparos poéticos, el hablante lleva a mano un tarot como dados o cámara digital y los lanza y lanza repetidamente, para que la suerte, el acertijo del viaje no queden sin la marca de ese arrojo. El deseo de anotar un destino evanescente. El sujeto se inscribe, para sacar la foto, las esquirlas.
La sangre que rebalsa
la palangana y mancha junto al vómito negro
el flexit, es la misma que correrá por mis venas
hasta que reviente (78).
Illanes nombra a sus derroteros: Rimbaud, Kerouac, Violeta Parra, el insondable Vallejo, Mistral —a la que solo parecemos acercarnos en forma de estatua, cubierta de sal o hecha moneda. Indica los flecos de sus lecturas. En ese goteo de nombre, resurge su principal derrotero. Una correspondencia basada en llevar a Bob Dylan martillando el pabellón auditivo. Dylan que habla de todo, sin saber muy bien de qué habla. Dylan, que entre ronquidos y armónicas desliza en una nube o en una conversación estallidos y tormentas. Quién mejor que Dylan para un viaje por la carretera. Como dice la canción que atraviesa Tarot, “Gates of Eden”, Dylan siempre refleja en su cara un sol extranjero y suelta sus huesos en camas que nunca son la de él. Dylan, que lleva años y años en gira. Hoy mismo andaba en Nagoya, Japón/ Ljubljana, Eslovenia/Limerick, Irlanda. En “Gates of Eden” menciona pugnas vitales vistas como disparates a la hora de (no)verse cara a cara con lo real, con la nada de la muerte. Destella esa sabiduría en la velocidad del libro de Illanes. “Times I think there are no words/ But these to tell what’s true/ And there are no truths outside the Gates of Eden”. Los fragmentos-poemas de Illanes describen el paisaje y sus pixeles narrativos y crónicos, sopesando con filo la oscuridad de las cosas sin objeto, sus sacudidas quietas y vertiginosas.
Entre los arcanos del tarot figura “El carro”. La carta es un hombre sobre una carroza tirada por dos caballos hacia direcciones sutilmente diferentes. El hombre de la carroza carece de riendas. Es llevado por estas fuerzas destempladas. A veces con riendas, nombres y salvavidas, el libro de Illanes se monta en esta carta: emula la suerte pendiente del arcano que se acerca a un abismo, pero no decide. Marca, mira sobre las direcciones de esas fuerzas irreconciliables. Con este tarot en la mano, que siga tirando cartas.
Fort Collins, primavera 2010
yon
13 julio, 2010 @ 1:47
los derroteros, los callejones, las grandes avenidas, las venas, las cruces del blues
la chasca de Mafalda
Rodrigo Cajas
14 julio, 2010 @ 15:09
Pasa que en la poesía de Manuel ocurre algo bastante peculiar y hoy por hoy algo que se ve poco. Sin florear demasiado: en la poesía del illanes ocurre la lírica, esa lirica que se vuelve mucho más rica y nutritiva cuando -«sobre todo», diría a modo personal- se complementan los momentos de nostalgia, los de alegría, los de melancolía o, en fin, los esenciales, con la forma propia expresión. Como si fuera un transportar continuo de emociones con su particular pluma como vehículo.
No se aplauden, claro está, la nostalgia y los dolores de tarot. se aplaude siempre la pluma y la sinceridad con que se tallan trabajos como este.