La editorial valdiviana Komorebi acaba de publicar un extravagante libro hecho de versos y reversos, sueños, dobles y realidades. Se llama Souza y es de Nina Avellaneda, escritora joven que ya va en su tercer libro de relatos y que con ellos ha venido forjando una escritura muy personal que esperamos siga desarrollando. Hoy presentamos la reseña que Ana Lea-Plaza, editora y docente de la UAH, escribió a propósito de este libro que ella considera un libro brasileño en Chile, escrito en punto cruz. Veamos por qué.
O mais importante do bordado
é o avesso, é o avesso.
O mais importante em mim,
é o que eu não conheço, o que eu não conheço.
(“O que eu não conheço”, canción de Jorge Vercillo e J. Veloso cantada por Maria Bethania)
Lo primero que pensé al enterarme de la publicación de este libro fue: “Souza, curioso título, ¿será un libro brasileño?” Hay muchos libros marcados por la nacionalidad, pero escritos por extranjeros. El reino de este mundo, por ejemplo, es sobre Haití y es fuertemente haitiana, pero fue escrita por un cubano, Alejo Carpentier, quien, además, en algún momento pudo haberse transformado en un escritor francés. Nina Avellaneda ha escrito una novela brasileña en Chile: esto es lo primero. Pero lo más interesante es que, además de esta extraña y extranjera novela, escrita por una chilena, parece que Nina escribió, paralelamente, una segunda novela invisible: una novela chilena en Brasil, que no se lee, pero se deduce de la trama de la primera. Souza es como un bordado en el que la bordadora algo nos deja ver del reverso, es decir, es una obra con verso y reverso, que Nina disfruta en girar, sin marearnos, pero dejándonos levemente desorientados.
Podemos llevar un poco más lejos la comparación con el bordado porque, además de ser un trabajo con dos caras, Souza está escrito en punto cruz. Tiene una trama cruzada: Souza es un albañil nacido en Brasil que en algún momento migró a Valparaíso, y que tiene un doble nacido en Valparaíso que en algún momento migró a Brasil –de este doble no sabemos nada, solo estas puntadas principales. Pero la novela misma está hecha también de otros cruces: el principal es el de Souza y Luiza, actriz con la que se encuentra, al parecer, después de una larga crisis de ella. Ambos ejercen trabajos marcados por la extrañeza: Luiza, entre otras actividades, hace teatro para explicar las medidas de seguridad en una empresa y Souza instala alfombras a todo lo ancho y largo de diversos edificios. Los dos tienen un interés un poco excéntrico por la cultura brasileña de los setenta, que hace que la novela esté poblada de referencias muy directas a Brasil. Sin embargo, me parece que la más importante de ellas está fuera del texto, en la solapa del libro, donde se menciona que Nina Avellaneda es lectora de Clarice Lispector y ha escrito sobre ella.
Me ilumina pensar esta novela en diálogo con la obra de la gran escritora judeo-brasileña y, particularmente, con La hora de la estrella. Ambas son novelas sobre personajes populares escritos por una voz culta muy introspectiva, que se inventa a si misma y que va levantando esforzadamente un lenguaje autoconsciente de sus medios y sus linajes culturales, conservando, en todo momento, el lugar de la contradicción y del misterio. Clarice se hace hombre, Rodrigo S.M, sin al mismo tiempo dejar de ser ella misma, y sin lograr diferenciarse de su personaje, la Macabea, que es ella y Rodrigo y Clarice: protagonista, narradora y autora. Con menos énfasis en este juego que al mismo tiempo en que rompe el artificio, lo acentúa, en la novela de Nina, leemos lo siguiente: “Simultáneamente he sido Souza y Luiza y Borges. Simultáneamente ha sido ayer, hoy y mañana. Cada vez que intento el relato echo mano de una artificialidad desagradable, mi razón tan solo comprende sucesiones. Escribir es una pérdida” (39). La voz de Souza busca mantenerse en este lugar inestable; aspira a lo indefinido, pero también sueña con una suerte de transparencia que es tanto un exceso como una falta de presencia: “¡Qué trabajo ser personal!, y pensar que hay quienes se complacen. Talentosos, nunca haber deseado nacer enredadera, cirros, oxígeno. Tener durante toda la vida el mismo nombre y miedo, estar destinada a tener miedo, un gran o pequeño miedo” (39).
A propósito, el deseo de transparencia es un motivo que con mucho encanto atraviesa las páginas de este libro. Cuando va al teatro a ver a Luiza, se nos dice de Souza: “No se sentía cómodo ante el cuerpo de los actores. Le gustaban las artes invisibles, sin sujetos, o con sujetos que prescindían de ser vistos” (31). Souza mismo es un personaje un poco transparente y que aspira a la desaparición: “Como Souza se había dedicado a estar donde mismo; la vida transparente, el cansancio del cuerpo, el tiempo se había anidado tranquilo en su rostro”. Hay algo contemplativo en Souza, que lo transforma en objeto de deseo de su narradora y su compañera: “Souza nunca se había aburrido. En las salas de espera, ante la lentitud de algo o alguien, él experimentaba la sensación de estar ocupado, aún en el vacío aparente tenía trabajo. Se ocupaba de conocer, si no se hubiera ocupado de eso tendría la ingrata sensación de haberle fallado a una silla, una hoja, las cosas más dignas del mundo” (49). Y entre los momentos altos de esta poética y prosaica prosa, encontramos el siguiente sueño de invisibilidad: “Esta mañana, mientras me golpeaba la cabeza con la ventana del colectivo, soñé con una bicicleta. Iba sola por la calle ancha a toda velocidad, liviana, llevándose nada más que a sí misma (…) El pavimento era una explanada para el despegue de la bicicleta, su vuelo siempre en brazos del pavimento, como dos manos juntas cogiendo agua, así el viento sosteniendo sus fierros. Yo era la bicicleta, tú sabes” (33)).
Por último, creo que esta obra de Nina Avellaneda tiene un aire moderno que desconcierta e hipnotiza. Gratamente nos transporta a esa literatura anclada al trabajo, la ciudad, el transporte público y los bares, conservando decididamente la estética ambigua de quienes no se dejan aplastar por ellos. Escribe en negativo, nos lleva a la aridez de la periferia donde, sin embargo, es posible encontrar alivio. A través de la quieta mirada de Souza y con Souza mismo, nos muestra a las masas como una suma de individuos irrepetibles. Nos deja flotar entre lo sólido que se desvanece en el aire y, como toda escritura moderna que se precie de tal, nos mantiene en el ámbito de lo doble, los dobles y los dobleces, mediante una escritura finamente bordada que podemos mirar por sus dos lados y soñar que ella misma es el bello reverso desconocido de otra historia que ha sido contada en otro lugar.
Imagen de portada: Raphaella, obra y reverso, de Cayce Zavaglia.