“Donna trabaja un mundo más bien centrado en las ruinas –ideológicas, culturales, arquitectónicas, históricas. Estas ruinas que menciona Gómez, creo, son precisamente las ruinas del mundo que va quedando atrás; aunque acá creo más bien, parafraseando a Marc Augé, que el capitalismo no dejará ruinas, sino escombros, y esos escombros en proceso de serlo son en parte la materia de trabajo de Stonecipher. Escombros no solo materiales, sino textuales, culturales, sentimentales de esos no-lugares, escenografías dilectas del extrañamiento que trasuntan estos textos y que nace, entre otras cosas, de la intercambiabilidad absoluta de estos espacios, producto del proceso de despersonalización y deshistorización operado sobre ellos”.
Lo perdido es personal, pero lo es más el cómo se relata.
Lo público es lo íntimo expandido en la contingencia.
(C. Cociña, Estado de materia)
Él se alegró pensando en el día en que esta civilización
solo existirá como fragmentos de un macetero.
(D. Stonecipher, “Alfombra persa 3”)
Desconocía por completo el trabajo de Donna Stonecipher, y agradezco a Cristián Gómez y Dsctxt por darme la oportunidad no solo de conocerlo, sino también de balbucear algunas ideas surgidas a la luz de la lectura del libro Una vida nueva detrás de los andamios (Dscntx Editores, 2024) y de los ecos que de alguna manera reverberan en él, arrojando esa luz –como en toda lectura que interpela– sobre las propias obsesiones, pulsiones e intuiciones, que la incorporan desde ese momento como parte del entramado de imágenes superpuestas que intentamos ordenar para dar forma a nuestro propio modo de abordar y leer la realidad. Los ecos de estos escritos, además, no son pocos, y son de índoles diversas.

Escritura de una profunda reflexividad, aunque desde mundos en apariencia muy distantes, hace que resuenen en uno algunos escritos de Anne Carson –de Charlas breves, por ejemplo–, y estando hace poco en el lanzamiento de Estado de materia, del poeta Carlos Cociña, se me hizo difícil no ver los puentes entre ambos ejercicios textuales, no solo en el plano formal y el despliegue de la prosa poética como instrumento, sino también en ese transitar entre la reflexión de fuste y un intimismo alejado de cualquier sentimentalismo, rasgos que a ratos comparte también Carson, me parece, y que en Stonecipher pueden apreciarse con particular claridad en algunos pasajes de Movimiento bancario.
Del mismo modo, aunque desde una óptica aparentemente muy diferente, resulta difícil, al leer algunos pasajes de Stonecipher, no asimilarlos como imágenes previas, créditos iniciales si se quiere, de una película que puede tener su continuidad en las distopías de Octavia Butler, como La parábola de los talentos, o la Trilogía de MaddAddam, de Atwood, cosa que me sucedió particularmente con algunos textos de Ciudad modelo, que acaba siendo un poco la ciudad fantasma del postneoliberalismo occidental, indeterminada, desparticularizada por completo, y que se ubica en la dirección contraria de la utopía del progreso.
“Fue como desviarte de tu destino para visitar una ciudad modelo al lado de una mina de hierro”
“Fue como llegar a la más abandonada de las ciudades modelo y ser incapaz de discernir las características que la hacen una ciudad modelo, debido a que todas sus características ya han sido incorporadas a otras ciudades, debido precisamente a que eran modelos”
“Fue como manejar con las ventanas abajo por la tapiada calle principal de la ciudad modelo, y sospechar que te equivocaste de ciudad modelo, que la nueva ciudad modelo, la ciudad modelo que buscabas, está lejos, muy lejos”
Ejercicios de realidad todos, sin embargo. Anclados en ella o en su proyección, distópica en los últimos casos. Esto resulta de particular relevancia en estos momentos, en que la propia realidad –siempre inasible en términos absolutos– aparece como dislocada entre un presente que queremos creer continuidad de la realidad que hasta ahora hemos conocido, y otro que parece portar una realidad otra, que porta y es, a fin de cuentas, un potencial quiebre con la continuidad no solo política e histórica previa, sino incluso un cambio de ciclo civilizatorio respecto del tipo de humanidad que hemos creído conocer. En esta suerte de punto transicional, creo –vinculado sin lugar a dudas con el desarrollo del capitalismo, así como con la naturalización que hacemos de este–, se sitúa en gran medida el dispositivo textual desplegado por Stonecipher.
Y quizás opté por iniciar mi aproximación a estos textos por esto porque me parece que Una vida nueva detrás de los andamios habla, o más bien descubre, cómo ese mundo aparentemente continuo, histórico, al que estamos acostumbrados y del cual somos también producto, transita hacia –o es ya en acto– un mundo otro, aún inentendible –o inaceptable, inabordable– para nosotros, debido a la naturalización y normalización constante con que enfrentamos el cambio, posiblemente como una estrategia de supervivencia que, si bien nos permite permanecer en lo que hemos dado en llamar nuestra normalidad sin mayores sobresaltos, tiende una veladura sobre nuestro entendimiento.
Donna Stonecipher transita por los sedimentos de la historia acumulados unos sobre otros, borroneados por presentes superpuestos sobre otros presentes que nunca se supusieron en condición de pasados, como transitando por “todas esas habitaciones vacías construidas para contener una ausencia” tras darse cuenta de que “hay edificios nuevos creciendo por toda la ciudad, y luego percatarse de que cada uno de ellos es un hotel”.
Camilo Brodsky
Esa veladura, de distintas maneras, va construyendo una creciente sensación de extrañamientorespecto de la realidad y el mundo, y es permanentemente nominada, señalada, subrayada en los textos de Una vida nueva…, a través de una escritura de profunda reflexividad, como ya ha sido dicho, que expone las dislocaciones territoriales e históricas del cambio civilizatorio que estamos atravesando, y ante el cual parecemos contar con nuestra perplejidad como casi única herramienta para el análisis de las ruinas de ese mundo que, aun siendo, es ya otro, no del todo quizás, pero sí en tanto transición a una realidad a cuyo entendimiento nuestras matrices de pensamiento acceden con creciente dificultad.
Conversando con Cristian, precisamente, me señalaba que Donna trabaja un mundo más bien centrado en las ruinas –ideológicas, culturales, arquitectónicas, históricas. Estas ruinas que menciona Gómez, creo, son precisamente las ruinas del mundo que va quedando atrás; aunque acá creo más bien, parafraseando a Marc Augé, que el capitalismo no dejará ruinas, sino escombros, y esos escombros en proceso de serlo son en parte la materia de trabajo de Stonecipher. Escombros no solo materiales, sino textuales, culturales, sentimentales de esos no-lugares, escenografías dilectas del extrañamiento que trasuntan estos textos y que nace, entre otras cosas, de la intercambiabilidad absoluta de estos espacios, producto del proceso de despersonalización y deshistorización operado sobre ellos.
“La Pizzería Inez se convirtió en la Casa del Curry Inez se convirtió en el Sushi Inez”
“La antigua ciudadela es hoy en día utilizada exclusivamente con fines culturales. La antigua cervecería es hoy utilizada exclusivamente con fines culturales. La antigua fábrica de porcelana es hoy utilizada exclusivamente con fines culturales”
Un extrañamiento, subrayamos, que es un estado permanente de las cosas, que requieren etiquetas para saberse nominadas ante la evidencia del estado de olvido, pero también por la necesidad de recordar lo nombrado alguna vez y en tránsito de desaparición:
“Habrá etiquetas blancas identificando corolas con pistilos de un blanco nieve, y etiquetando hojas de helecho de un verde intenso. Habrá etiquetas para marcar los árboles con hojas que tengan la misma forma de esos árboles y árboles a los que ya no les queden hojas. Habrá etiquetas para distinguir los géneros falsos de los verdaderos, y allí es donde vamos a estar echados”
“Debiera haber una etiqueta para señalar la bráctea de un rosado pálido y una etiqueta para señalar el árbol con el tronco blanco y enfermo. Sabíamos con certeza qué fue Myanmar y qué fue Burma, qué fue Mumbai y qué fue Bombay. Distinguiríamos las clementinas de las mandarinas, la sinceridad de los cumplidos”
“Soñábamos despiertos con que y no quedaban más misterios de nomenclatura en este mundo”
Y que es también el estado de las personas y los lugares, donde todo es tránsito y nada pertenencia, nada arraigo en tiempos de desaparición. Desaparición de los nombres, de las memorias, de los hogares y sus historias. Extrañamiento que es también una forma de olvido y desaparición del origen, para dar paso a la gente de ningún sitio:
“Él nació en Kaya, Burkina Faso, pero ahora está viviendo afuera. Ella Nació en Frankfurt, Alemania, pero ahora está viviendo afuera. Ella nació en Seúl, Corea del Sur, pero ahora está viviendo afuera. Él nació en Vancouver, Washington, pero ahora está viviendo afuera”
“Ella nació en Montpellier, Francia, pero ahora vive en Londres. Él nació en Miramar, Argentina, pero ahora vive en Tokio. Él nació en una isla del Caribe, pero ahora vive en París. Ella nació en Bangalore, India, pero ahora vive en L.A.”
“Desde este mismo aeropuerto, puedes volar a Génova, Fez, Malta, Alicante, Berlín, San Francisco y Luxor. (…) Llegaremos al aeropuerto con una sola maleta y vamos a volar al destino que nos dé más garantías de ser prontamente aniquilado”.
Esta permanente no-pertenencia deviene en los textos de Stonecipher en un constante ejercicio en torno a la nostalgia, pero que no se convierte en un asedio desde el sentimentalismo, puesto que, al igual que su intimismo, es principalmente despliegue que se hace desde una observación altamente reflexiva, serena, que constata racionalmente sin dejar, no obstante, de sostener y transmitir una vibración emocional innegable.
“Se sorprendió mucho al notar que en una vieja guía tirada y sin abrir sobre su escritorio durante años su estación de Metro, Hackescher Markt, solía llamarse Marx-Engels Platz. Las ciudades eran palimpsestos. Pero lo inquietante de los palimpsestos era su carácter furtivo. La superficie te había llevado a creer en lo ex nihilo de la superficie, y ahora te había llevado a extirpar los restos de esas huellas que ningún borrador podría borrar”
Fragmento de Una vida nueva detrás de los andamios, de Donna Stonecipher
Donna Stonecipher transita por los sedimentos de la historia acumulados unos sobre otros, borroneados por presentes superpuestos sobre otros presentes que nunca se supusieron en condición de pasados, como transitando por “todas esas habitaciones vacías construidas para contener una ausencia” tras darse cuenta de que “hay edificios nuevos creciendo por toda la ciudad, y luego percatarse de que cada uno de ellos es un hotel”.
La nostalgia que prohíja el extrañamiento (“El pasado con su perfección plástica y negra, sus ceniceros y teléfonos de los sesentas”), producto de la transformación apresurada y despersonalizadora del mundo (donde nuevamente resuenan los ecos [pre]distópicos de Atwood y Butler, entre otras), la gentrificación y decadencia permanente ya no de un barrio particular de una ciudad particular, sino de todo el territorio urbano neoliberal, como metáfora de esa paradojal uniformidad diversa, se me aparece principalmente –aunque no solo– como expresión del en apariencia irreversible proceso de borradura de la Historia como la conocimos y vivimos, en particular desde la experiencia de la modernidad en adelante, que bajo la apariencia de la desechabilidad material cobija la desechabilidad de los proyectos y las memorias –colectivas e individuales, históricas y domésticas– que podrían operar como contención a la barbarie postneoliberal, y que van convirtiéndose en los detritos, los escombros que quedan tras la implementación de la estrategia de tierra quemada sobre nuestras memorias e historias:
“Se sorprendió mucho al notar que en una vieja guía tirada y sin abrir sobre su escritorio durante años su estación de Metro, Hackescher Markt, solía llamarse Marx-Engels Platz. Las ciudades eran palimpsestos. Pero lo inquietante de los palimpsestos era su carácter furtivo. La superficie te había llevado a creer en lo ex nihilo de la superficie, y ahora te había llevado a extirpar los restos de esas huellas que ningún borrador podría borrar”
“Una antigua pintura que justo él había visto en un museo mostraba que el curso del río había pasado alguna vez por el mismo lugar donde estaba el edificio en que vivía”
“El viejo profesor con gafas le pidió a sus jóvenes pupilos con gafas que imaginaran cómo sería la historia si fuera escrita por los perdedores (…) En un tour por la ciudad extranjera, quedaron pasmados por todos los obeliscos que conmemoraban a los hombres caídos en una guerra de la que nunca habían escuchado”.

No es la nostalgia en Stonecipher, sin embargo, una nostalgia lárica, por decirlo de algún modo; sino más bien una constatación de lo provisorio y perecedero de este mundo, el nuestro, el que conocemos como concepto histórico y temporal moderno, de la propia velocidad con que mueren el presente y un pasado que, siendo presente, se creía perenne e imperecedero, por lo que el abordaje de la nostalgia en estos textos es también, de alguna forma, una crítica del tiempo y la forma en que se le concibe, principalmente en el ahora.
Así, el pasado borroneado, sus rastros, nos hablan más de este presente y de nosotros que de sí mismo, como dijo Gómez cuando hablamos sobre el libro; pero al mismo tiempo ese pasado borroneado, junto con exponer la línea de colisión a la que nos conduce de manera inevitable el postneoliberalismo, se convierte también en una forma de resistencia, pues no se despliega –esta nostalgia– como un ejercicio programático de memoria ni, aún menos, como un todo tiempo pasado fue mejor, sino que es contatación reflexiva sobre el tiempo neoliberal y sus materialidades, históricas y cotidianas –distinto y otro del tiempo y la historia de la modernidad– que deviene en resistencia.
Una escritura, por tanto, que es crítica y resistencia, a la vez que fija el fin del tiempo y la historia como la conocimos. Incluso más allá de su propia intención, si así fuere.