“Zanetti ya ha empleado la estrategia de la lista en otro de sus libros, Prohibiciones y Títulos, escrito a cuatro manos con Sebastián Astorga. En él se agrupa, por un lado, una serie aparentemente inconexa de objetos del mundo que deberían estar prohibidos, así como, por otro, una serie de títulos posibles de libros aún no escritos. El efecto es sin duda hilarante por la arbitrariedad del listado. Sin embargo, el efecto generado por la lista es diferente en Nombres propios; en lugar de la risa y el absurdo, lo generado serían «los destellos oscuros que surgen de la propia vida» o los restos vitales de haber dejado «el alma a la vista de todos impresa en papel», como bien indica en la contratapa Juan Cristóbal Romero”
(Cristián Foerster Montecino)
Desde su título este nuevo libro de Gabriel Zanetti parece remitirnos a un problema clásico: la cuestión de los nombres propios, y de si estos calzan o no con la cosa que vendrían a designar. Algunos de esos filósofos griegos de antaño, pensaban que el nombre aguardaba en las cosas mismas, o que en el nombre se encontraba la esencia de esa cosa. En otras palabras, los nombres no habrían sido el producto de ninguna convención social como nos ha enseñado la moderna lingüística. En este sentido, nombrar a un libro “Nombres propios” puede presentarse a sus lectores y lectoras, como fue mi caso, como un hecho misterioso. Llamar a algo “nombres propios”, es cercano a decir “nombre nombre” o “perro perro”, o incluso “huevón huevón”. Frases que ponen en evidencia la posibilidad de concebir que dentro de una cosa habría otra cosa que es idéntica a la cosa que la contiene. Así, reiterar dos o más veces de manera contigua un mismo elemento significante estaría envuelto por el misterio. Un misterio, cabe señalar, evidente, que no operaría tras bambalinas, sino ante nuestros ojos y oídos y cuya claridad, característica también de la escritura desplegada por Zanetti, sería su rasgo consustancial, una de sus capas más profundas, por residir en la superficie de lo enunciado, como una condición de visibilidad de su visión.
En otras palabras, el misterio al que uno es conducido, mientras se adentra en la narración, está ahí, a simple vista, y por lo mismo, quizás pueda ocultarsenos: al nacer no elegimos nuestros nombres, fueron otros, padres y/o madres, quienes tomaron esta decisión por nosotros. He ahí, entonces, uno de los misterios que organizaría esta escritura: encontrarle un nombre propio, el suyo, a la segunda hija por nacer, y a quien no se conoce ni se llegará a conocer en su totalidad. Generalmente la vida de los hijos e hijas rebasa la de sus progenitores. Solo el nombre, como una suerte de fantasma, permanece, en tanto primer regalo de los padres y madres a sus hijos, si estos no lo cambiaron por otro. Por ende, escoger un nombre para otro ser implica siempre una gran responsibilidad, pues posiblemente esa cadena de fonemas, terminará determinando para siempre algún aspecto de su identidad.
Así, ya en la segunda página, esta responsabilidad irrumpe en el cotidiano del narrador, uno deprimido y enfermo por la falta o no de trabajo, al enterarse que con Beny, su pareja, tendrán “otra cría”. Entonces, el no saber aún el nombre de la hija por nacer, pareciera exigirle otro tipo de trabajo, uno vínculado a la enumeración de las cosas que conforman su mundo y cómo este nuevo ser por venir, sin rostro aún, lo vendría a desestabilizar. Roto ese equilibrio precario, la narración adoptará, hasta el nacimiento de la hija, la forma de un largo listado de cosas; de frases y fragmentos narrativos que se entrelazarán entre si, hasta dar con el nombre propio de la hija y su rostro.
Un símil de esta forma entrelazada de lista que elabora Zanetti, sería posible encontrarlo en el ADN, hecho recordado al narrador por su amigo Boudon en un mensaje de texto que él transcribe: “el otro día tomamos ácido con la kati, y me acordé de cuando dijiste que éramos iguales a nuestros viejos, réplicas dijiste, le conté a la kati y me puse a llorar huevón, no pude parar de llorar pensando esa huevá, me veía las piernas, el bigote, todo importado del ADN” (37). Así, entre ese largo listado de genes que es el ADN y la lista de cosas que componen un mundo: sensaciones, aromas, recuerdos, visiones, viajes, amigos, amantes, familiares, calles, peleas; se terminará importando el nombre de la hija, y la replica fenotípica que sería su rostro, para encarar la vida por venir.
Es así como en las listas trazadas por Zanetti conviven lo urgente con lo anodino, mientras las fechas se diluyen hasta desaparecer. Esta atención hipersensible, si uno se las diera de psicólogo, podría ser atribuida a la neurosis, que confiesa, en más de una ocasión, padecer el narrador. Sin embargo, la apariencia obsesiva de este trastorno es propia también de las listas. Hacer listados e incorporarlos como prácticas a nuestras vidas implica el riesgo de no saber cuándo y dónde comienzan y terminan las cosas que ingresan a ellas. Hacer listas, por ende, puede llegar a ser tan adictivo como las drogas más duras, y aprender a dosificarlas, es parte de la fortaleza de este narrador al reconocer por medio de ellas su propia debilidad.
Cristián Foerster
Por otra parte, cabe precisar que Zanetti ya ha empleado la estrategia de la lista en otro de sus libros, Prohibiciones y Títulos, escrito a cuatro manos con Sebastián Astorga. En él se agrupa, por un lado, una serie aparentemente inconexa de objetos del mundo que deberían estar prohibidos, así como, por otro, una serie de títulos posibles de libros aún no escritos. El efecto es sin duda hilarante por la arbitrariedad del listado. Sin embargo, el efecto generado por la lista es diferente en Nombres propios; en lugar de la risa y el absurdo, lo generado serían “los destellos oscuros que surgen de la propia vida” o los restos vitales de haber dejado “el alma a la vista de todos impresa en papel”, como bien indica en la contratapa Juan Cristóbal Romero.
Así, esta forma adoptada por la escritura para dejar el alma impresa en el papel, no solo se encontraría vinculada a la lista, sino también al gesto de anotar algo en un diario de vida. Sin embargo, los indicios referenciales que podrían indicarnos que este texto es un diario me parecen más bien vagos. Más allá de la coincidencia de ciertos nombres con ciertas personas, lugares y hechos, todo lo enumerado en Nombres propios podría ser el producto de una gran ficción. De esta manera, más que una crónica o el extracto de un diario de vida, este libro se me presenta como una novela que se disfraza de diario íntimo. Asimismo, su particular escritura se emparenta con la de textos extraños, elaborados en gran medida por medio de listas, como El libro de la almohada de Sei Shonagon, escrito hace más de mil años atrás en Japón; o los listados de cosas de George Perec (hay uno en especial que me parece genial, donde Perec enumera todas las cosas que comió en un año; el resultado es, por supuesto, grotesco y abrumador); y por último, esos listados de paraderos de micros amarillas que dan cuenta de la urdimbre santiaguina en Cita Capital de Guadalupe Santa Cruz.
Ahora bien, indaguemos por un momento en qué sería “esa alma impresa en el papel”, en este entramado. Una respuesta más que convincente sería la ofrecida por Roma, la hija mayor del narrador: el alma o “el espíritu eran las palabras que ya no podemos decir, las palabras que se dicen arriba, una vez muerto”. Esta definición me pareció inaudita al igual que al narrador, pues supone que todas las palabras alguna vez pronunciadas y/o escritas se han retirado a ese otro plano desconocido que es la muerte para fraguar el espíritu. Es decir, el alma serían las palabras que ya no se pueden decir salvo cuando estemos muertos. Salvedad no menor, que pone en entre dicho una serie de causalidades lógicas que parecen conformar eso que entendemos como nuestra vida y la realidad. Entonces, ¿cómo podríamos conocer algo, esas palabras impronunciables que conforman el alma, si estas nunca alcanzan a ser leídas y/o escuchadas?
Permítanme este salto. Si pensamos en qué nos motiva realmente a anotar en un diario una cosa en lugar de otra, las respuestas pueden ser múltiples, sin embargo, podemos convenir que lo anotado en un diario jamás podrá contener todas las facetas de una vida ni mucho menos sanarla. Más bien se escribe en él, como señala el narrador, “en las mismas horas en que se pesca: muy temprano por la mañana y al atardecer”. Práctica misteriosa la disciplina de pescar-escribir en un diario como este, pues el tiempo-espacio pareciera verse reducido a ciertos minutos y/o instantes; o que emanara como un líquido de las cosas que nos rodean. Un día entero puede ser contenido en una frase como: “tengo que pagar un saldo de agua en plaza Ñuñoa” (21), o una mañana en la siguiente escena que, si se fijan, también es un listado: “Beny desayuna fruta, palta, jugo, té. Yo queso, mermelada, café y cigarro” (24). Todo lo que quedaría fuera del registro, de esa lista arbitraria, pero potencialmente ilimitada de cosas anotadas en un diario, sería justamente esa alma a la vista de todos, la cual permitiría imprimir un vida, que ya no es propiedad de quien la vive, en el papel.
Ahora observemos esas porciones de vida plasmadas en Nombres propios por medio de la lista. En lugar de toparnos con un cotidiano achatado, donde la atención del entorno desaparece por estar alienada por la rutina, nos encontramos inmiscuidos en uno lleno de detalles, saturado por la vida de distintos objetos, dado que en “cualquier minutito” la escritura puede suscitarse. En este sentido, la alimentación, ante la inminencia del nacimiento, se vuelve importante. Cito: “La semana pasada cociné ragú, porotos con pilco, pollo al horno, alcachofas, verduras salteadas con soja y huevo, espaguetis al pesto. Además compré pescada, reineta y piure, lácteos y marraquetas por el asunto del ácido fólico en la gestación del embrión” (12). Aunque esta lista pueda parecernos tan pedestre como la lista del supermercado, hay en ella detalles que subvierten esta estética: la gestación del embrión y el ácido fólico irrumpen en el cotidiano con sus nombres científicos, fundiéndolo en una sustancia compleja, donde los pies parecieran estar temblando aunque el suelo permanezca quieto. Un terremoto, entonces, el nacimiento de la hija, y por lo mismo, la lista como una forma –no de recuerdo ni de memoria– sino como un recordatorio de lo que se debe hacer se impone: recordar, anotar, hacer las compras, buscar el nombre de la hija.
Es así como en las listas trazadas por Zanetti conviven lo urgente con lo anodino, mientras las fechas se diluyen hasta desaparecer. Esta atención hipersensible, si uno se las diera de psicólogo, podría ser atribuida a la neurosis, que confiesa, en más de una ocasión, padecer el narrador. Sin embargo, la apariencia obsesiva de este trastorno es propia también de las listas. Hacer listados e incorporarlos como prácticas a nuestras vidas implica el riesgo de no saber cuándo y dónde comienzan y terminan las cosas que ingresan a ellas. Hacer listas, por ende, puede llegar a ser tan adictivo como las drogas más duras, y aprender a dosificarlas, es parte de la fortaleza de este narrador al reconocer por medio de ellas su propia debilidad. Cito: “Demasiado médico, mucha pastilla. Hoy terminé con la amoxicilina por un tratamiento dental y comencé con la homeopatía recetada por el doctor Consiglieri. «Tienes el hígado débil, pero no enfermo», fueron sus palabras. Actualmente tomo astorvastatina de 10, Beetonic, vitaminas, y me haría bastante bien un relajante muscular –mandíbula apretada, cuello de piedra–. Pendiente un examen de sangre para ver el perfil lipídico”(65).
Ahora observemos esas porciones de vida plasmadas en Nombres propios por medio de la lista. En lugar de toparnos con un cotidiano achatado, donde la atención del entorno desaparece por estar alienada por la rutina, nos encontramos inmiscuidos en uno lleno de detalles, saturado por la vida de distintos objetos, dado que en “cualquier minutito” la escritura puede suscitarse. En este sentido, la alimentación, ante la inminencia del nacimiento, se vuelve importante. Cito: “La semana pasada cociné ragú, porotos con pilco, pollo al horno, alcachofas, verduras salteadas con soja y huevo, espaguetis al pesto. Además compré pescada, reineta y piure, lácteos y marraquetas por el asunto del ácido fólico en la gestación del embrión” (12). Aunque esta lista pueda parecernos tan pedestre como la lista del supermercado, hay en ella detalles que subvierten esta estética: la gestación del embrión y el ácido fólico irrumpen en el cotidiano con sus nombres científicos, fundiéndolo en una sustancia compleja, donde los pies parecieran estar temblando aunque el suelo permanezca quieto.
Cristián Foerster
Sin embargo, este reconocimiento sensible de la debilidad no transforma lo narrado, por medio de la lista y su disfraz de diario, en una novela de formación, pues, el narrador, en lugar de madurar –estado que según el viejo Ruiz está lejos de probarse que podamos alcanzar en Chile–, parece hundirse, en las páginas finales, en la tristeza, la venganza y en el deseo por encontrar una paz interior, a pesar de haber obtenido tanto el nombre de su hija como su rostro: Flora. Así, en vez de florecer con el encuentro del nombre el narrador se hunde, así como lo narrado “en el eterno mito de la nieve en Santiago”, es decir, en un invierno que parece no llegar jamás, y por lo mismo, tampoco puede terminarse. Este estado de conciencia melancólico, reflejado también en las listas, podría radicar en la imposibilidad de darle un sentido a todas esas sensaciones, a todas esas imágenes y a todas esas cosas que componen la vida de una persona. Ni el sexo pareciera ser capaz de ello, como señala en la última página el narrador: “Las cosas se calmaron. Tuvimos pésimo sexo. O peor que pésimo: triste” (68). Así, esta conciencia desagarrada en cada fragmento nos dispone una vez más al misterio; uno feroz, emparentado con el clima, y la forma en que los árboles se mecen. En otras palabras, con algo mayor a la voluntad humana pero que la envuelve y contiene, como un nombre propio contiene a otro nombre, que ya no es propio, aunque siga siendo el mismo.
En este punto de la presentación debo detenerme –para algunas vidas como la mía y la del narrador el deber es muy fuerte—, para confesarles lo siguiente: me ha resultado muy complejo escribir esta presentación, a pesar de venir preparándome hace años, desde que pude leer uno de los primeros manuscritos de este libro. Lo complejo radica en verme retratado en más de uno de sus fragmentos, en haber compartido alguno de esos paisajes y escenas, demasiado familiares, y por lo mismo, extrañas al ser releídas. Leer mi nombre, exactamente mi apellido paterno, y recordar que también fui parte de esas escenas ahí descritas y vidas pasadas, me resulta una experiencia misteriosa, cómo estar leyendo un comentario al margen de mí en la vida novelada de otra persona. Para calmarme, entonces, recuerdo que el arte de la cita consiste justamente en la capacidad de saquear la vida de alguien más, sus frases e ideas para pretender tener un punto de vista propio (Carson 73), al apropiarse de ellas y de darle otra vida y sentido. Así, ese apellido paterno, parte de mi nombre propio, ya no es mío, como ese fragmento de vida tampoco me pertenece ya, al estar entramados a la vida de otra persona, vida que tampoco le pertenece ya, como la luz ya no es parte de las estrellas.
Cristian Foerster Montecino (Santiago, 1988) Doctor © en Literatura (PUC). Magister en Arte (UChile) y licenciado en Letras (PUC). Publicó ruido blanco (2013, primer lugar Juegos Florales Gabriela Mistral) y Balada (2019), Alunizaje (2017) segundo lugar Santiago en 100 palabras. Sus temas de investigación son la poesía, el caminar, la ecología y el arte contemporáneo. Realiza talleres de escritura creativa y mediación cultural. Colabora como escritor en proyectos de artes escénicas.
Gabriel Zanetti (Santiago, 1983). Experto en creación literaria multidisciplinar (U. Camilo José Cela, España). Ha publicado columnas, crónicas y crítica literaria en El Imparcial de España, The Clinic, La Tercera y La Cuarta. También los libros Cordón Umbilical (2008), coautor de Prohibiciones & Títulos (2015), El pejerrey (2020), Juro que es verdad (2021) y Nombres propios (2023). Realiza diversos talleres particulares de escritura creativa y crónica literaria.