Manuela Irarrázabal desde siempre ha seguido con pasión y preocupación el conflicto Mapuche. Hoy nos reseña un libro que, aunque tiene algunos años, ha sido poco comentado: La historia secreta Mapuche, de Pedro Cayuqueo. «Más allá de tratarse de una reescritura de la versión oficial de la historia, este libro es un importante paso hacia la visibilización de lo que habiendo estado ahí, en nuestras narices, desde el comienzo en nuestros libros y prensa, no ha sido articulado consistentemente».
Historia Secreta Mapuche, de Pedro Cayuqueo (ediciones Catalonia, primera edición octubre 2017), se podría comentar desde muchos ángulos. La prosa limpia y fluida hace su lectura relajada, ayudando sin duda a digerir el contenido. Su escritura nos lleva a pensar en cuán placentero sería leer las fascinantes crónicas mapuche delineadas en el libro si el telón de fondo fuese otro. Si bien hay una estructura cronológica, se prioriza temas y personajes por sobre hechos relatados en una simple línea de tiempo. Se construye así una secuencia que permite una visión periscópica del sistemático asalto a los Mapuche llevado a cabo por el Estado de Chile. El libro abarca el periodo que va desde la Independencia hasta los inicios del siglo veinte, revisitando eventos que desde distintas perspectivas apuntan tanto a la configuración actual de dominación, como a la justificación de esta. Una seguidilla de generales, políticos e intelectuales, tanto chilenos como argentinos, debatiéndose entre unas glorias atravesadas por el patetismo de mentiras y usurpación –los códigos de honor presente ameritan un libro de análisis– permiten a la vez la articulación y la explicación de la masacre.
Sin ser un libro académico, la recopilación de fuentes es rigurosa, amplia y pertinentemente usada como evidencia de lo que se expone. De hecho, la bibliografía usada por Cayuqueo cubre una diversidad de textos referenciales que va desde trabajos académicos, notas de prensa, crónicas de viajeros, diarios de botanistas y relatos orales oídos por el propio autor. Salvo algunas excepciones como la de Sergio Villalobos y Rodolfo Casamiquela, Cayuqueo ni siquiera tiene que hacer el esfuerzo de refutar lo que consolidados historiadores, en su mayoría chilenos y argentinos, dicen. En tal sentido, más allá de tratarse de una reescritura de la versión oficial de la historia, es un importante paso hacia la visibilización de lo que habiendo estado ahí, en nuestras narices, desde el comienzo en nuestros libros y prensa, no ha sido articulado consistentemente. Al menos no en los discursos oficiales. La cita de Neruda usada en el prólogo del libro «La Araucana está bien, huele bien. Los araucanos están mal, huelen mal. Huelen a raza vencida. Y los usurpadores están ansiosos de olvidar y de olvidarse», merece una nota al pie. Más que una ansiedad de olvidar se trata de una ansiedad de invisibilizar. El racismo descarado y blanqueado con dudosos discursos vuelve invisible la usurpación a la que se refiere Neruda. Después de todo, ¿qué necesidad hay de olvidar lo que no ha sido visto y nombrado como tal?
La introducción del libro hace dos cosas fundamentales y conectadas entre sí. Esclarece ciertos «malentendidos» provenientes de autoridades tanto académicas como políticas, y establece la existencia del Wallmapu, país de los Mapuche, que se extendía de océano a océano hasta hace menos de ciento cincuenta años atrás. Buen punto de partida. Evidencia al mismo tiempo la falta de precisión y rigurosidad por parte de quienes se consideran expertos a nivel nacional en la materia del llamado «conflicto mapuche» y la no menos vergonzosa falta de cuidado respecto de la evolución de los (incumplidos) acuerdos entre el Estado chileno y el Wallmapu. No se trata de minucias, sino del desconocimiento básico de la extensión de la soberanía y jurisdicción de Chile en un pasado no remoto. En base al esclarecimiento de tales «malentendidos» se establece el argumento de la existencia de Wallmapu como una organizada unidad tanto territorial, como lingüístico-cultural. En una carta a los jefes mapuche, Bernardo O’Higgins explicita el reconocimiento de los Estados chileno y mapuche: «carta de nuestra alianza para presentarla al mundo como el muro inexpugnable de la libertad de nuestros Estados». La ambivalencia con que se ha usado el imaginario mapuche también resulta esclarecedora en el libro. A conveniencia, ideales de fuerza, valentía, y el apego a la libertad fueron asociados a los Mapuche durante la Independencia, y sin embargo luego se les asociaron características como la flojera, la borrachera y el pillaje para justificar la apropiación de sus tierras. Como Cayuqueo nos hace recordar, una de las estrofas del primer himno nacional chileno cantaba en 1819: «Con su sangre el altivo araucano / nos legó, por herencia, el valor: / y no tiembla la espada en la mano / defendiendo de Chile, el honor», que contrasta con las palabras de Vicuña Mackenna menos de cincuenta años después «nuestro pueblo no desciende del bárbaro de Arauco que jamás ha querido someterse al extranjero ni aliarse con él».
Los capítulos que le siguen relatan, desde distintas perspectivas, la forma en que el Wallmapu operaba y cómo interactuaba con los gobiernos vecinos. Cada capítulo cuenta su propia historia de forma independiente, aunque juntos conforman un retrato del Wallmapu, su combate, y su caída. Lejos de intentar una idealización a la Alonso de Ercilla, se delinea un país organizado, con estructuras diplomáticas y económicas funcionales, y próspero en términos tanto materiales como culturales. Parte de su idiosincrasia nos resulta ajena, parte no. Tal como ocurre cuando se lee sobre cualquier país extranjero, o sobre el Chile de hace un siglo. Los relatos de excursionistas norteamericanos y europeos como Edmond Reuel Smith, Paul Treutler, y Orélie-Antoine de Tounens, cada uno fascinante en su propia peculiaridad, dan cuenta de la riqueza, hospitalidad, y costumbres del Wallmapu a ojos de ellos.
La historia de Calfucura, no solo de su poderío, sino de su correspondencia, recogida en más de una publicación, muestra a un líder indígena que supo de estrategia, de diplomacia y de economía. Su derrota en 1872 fue clave para la ocupación del lado este del Wallmapu llevada a cabo por Argentina. Las historias de Mañilwenu y Kilapán, parientes de Calfucura, son sobrecogedoras y fuentes de sabiduría. Los capítulos sobre Roca y Sarmiento, en Argentina, y Saavedra y Bunster, en Chile, son casos que requieren de serio escrutinio. Sobre todo, por su vivo legado. Tienen en común no solo un fiero racismo, sino también una persistencia y obstinación que los llevaron a imponerse militar e ideológicamente. A diferencia de los líderes Mapuche, no consideraron las salidas diplomáticas. La ganancia personal que obtuvieron es probablemente inestimable.
Un rol no menor fue el que jugaron intelectuales que fueron clave en la estructuración del Estado chileno y de su ideario social y político, como Benjamín Vicuña Mackenna y Diego Barros Arana. Con una mano predicaban ideales ilustrados de libertades cívicas y humanismo, y con la otra emitían desenfrenados discursos racistas en contra de los Mapuche, como si su aniquilación y la construcción de un Estado moderno fuesen una y la misma cosa. No se trata de una rareza; es solo un ejemplo más de racismo ilustrado. Tampoco se trata de la visión necesaria dada su época –como muchas veces se señala cuando se intenta salvar lo insalvable–. Como el libro testifica, desde un comienzo existieron las voces contrarias a la ocupación del territorio mapuche que denunciaron la injusticia y barbarie de los chilenos. José Gaspar Marín, Ignacio Domeyko, y la Revista Católica son algunos ejemplos. Tales voces se desestimaron. En cualquier caso, es ciertamente nuestro trabajo hoy pensar cuidadosa y críticamente acerca de las diferencias entre lo que se consideraba aceptable entonces y lo que nos lo parece hoy, para no continuar reproduciendo de manera irreflexiva lo que no queremos.
En el relato aparecen manoseadas arengas, tales como «civilización vs. barbarie», usadas repetidamente para justificar la usurpación. Para un lector contemporáneo, ellas son fácilmente rebatibles dada la cantidad de discusión sobre el tema producida durante las últimas cinco décadas. Sin embargo, difícilmente se puede pasar por alto que, sin haber perdido eficacia, siguen apareciendo hoy en muchos discursos acerca del «conflicto Mapuche» (y, dicho sea de paso, de la desigualdad en Chile). Las paradojas de la supuesta distinción entre civilización y barbarie son repetidamente documentadas en el libro. Al respecto del trato de los chilenos hacia los indígenas, Charles Darwin nota: «Se asesina a sangre fría a todas las mujeres indias que parecen tener más de veinte años de edad. Cuando protesté en nombre de la humanidad me respondieron: `Sin embargo, ¿qué hemos de hacer? ¡Tienen tantos hijos esas salvajes!´ Aquí todos están convencidos de que esa es la más justa de las guerras, porque va dirigida a los salvajes. Se perdona a los niños, a los cuales se vende o se da para hacerlos criados domésticos o más bien esclavos. ¿Quién podría creer que se cometen tantas atrocidades en un país cristiano y civilizado?» (p.74).
La llamada «subutilización de la tierra», otra perorata justificadora de la apropiación y estrechamente conectada al concepto de «civilización» que reflota en el libro, adquiere un importante cariz a la luz de la crisis ecológica que estamos viviendo hoy. El modelo de desarrollo anquilosado en tales discursos es el del subdesarrollo del que Chile nunca ha salido y cuyo cuestionamiento de una u otra forma es siempre estigmatizado.
El rol de El Mercurio (de Santiago y de Valparaíso), a través de su ideologizado control mediático, aparece una y otra vez como determinante en la invisibilización del hurto y la brutalidad. En sus páginas pareciera que todo se justifica en tanto provenga de la oligarquía terrateniente de agricultores chilenos. Este tampoco es un problema exclusivamente Mapuche. Es un problema para todos los chilenos.
El retrato, por donde se lo mire, no es halagador para Chile. El dejo épico de la narración de batallas y contendientes dista de ser una Ilíada y se acerca más a una tragedia: al reposicionarnos respecto de nuestro pasado, nos cuenta algo acerca de nuestro presente. Leer sobre la muerte de Mañilwenu sobrecoge. Pero no, no es la muerte de un guerrero en un mítico pasado heroico. Los elementos de desproporción y abuso de poder por parte de los nacientes Estados chileno y argentino no califican para tal.
Historia Secreta Mapuche nos deja a chilenas y chilenos con un problema. Nos habla de una tierra y una cultura que consideramos propias –en mi caso, no en el sentido literal de posesión, sino en el de cercanía biográfica, emocional y de identidad cultural (partiendo por el hecho de que el castellano que hablo está empapado de palabras provenientes del mapudungun y de otras lenguas indígenas). Las anécdotas y costumbres que se perfilan en el libro resuenan en mí de una manera particular: como concernientes a mi lugar de origen y a la gente con la que finalmente me hermano. En mis categorizaciones, correctas o no, los Mapuche son parte del grupo que identifico como chilenos; y yo soy chilena. He aquí el problema que me propone el libro de Cayuqueo, y que creo inevitable. Tal categorización se basa en el genocidio y subyugación precisamente de aquel grupo que considero parte de mi propio país. ¿Es nuevo este fenómeno? No realmente. Es simplemente un caso más, entre tantos en el mundo, de abuso justificado por nociones de jerarquías entre grupos humanos. Es decir, basado en el racismo. La plácida complacencia respecto del racismo en Chile debe ser nombrada como tal para poder revertirla. El libro de Cayuqueo es un importante paso en esa dirección y el escozor que pueda producir su lectura es un buen signo.
Manuela Irarrázabal es Licenciada en Filosofía y PhD en Estudios Clásicos por la University College London. Su investigación se ha centrado principalmente en las emociones en la antigüedad Greco-latina. Su doctorado investiga la ira en las tragedias de Esquilo, combinando marcos teóricos provenientes tanto de la filosofía y la retórica Greco-latina, como de las ciencias cognitivas contemporáneas. El rol de la memoria, la categorización de las ofensas, el rol de la sociedad y de la existencia de una estructura legal para lidiar con el daño sufrido son algunos de los temas centrales de su investigación acerca de la ira. La lingüística cognitiva y en particular el análisis de las metáforas usadas para referirnos a la ira son claves fundamentales en su trabajo.