Délano, Poli. Y tú no me respondes. Santiago, Mondadori 2010.
Siempre complace leer a un autor que escribe con la soltura que dan años de oficio. Eso le permite sostener el relato en un punto relativamente alto durante la mayoría de las páginas. Sin embargo, es esta misma seguridad en las capacidades instaladas la que acaba atentando contra el texto y entregándonos sus pasajes con mayores debilidades, donde faltó una edición más prolija.
La historia es bastante simple y a la vez con toda la complejidad que tiene el eterno tema de los desencuentros en el amor y la incomunicación tanto literal como simbólica. La narración se construye en dos planos con más de 400 años de distancia: por una parte está Gaspar Encina, en pleno siglo XXI, y por la otra su antepasado Gaspar de la Encina, ambos situados en el estado de Veracruz, deslumbrados por el territorio desbordante, sus misterios y riquezas, a la vez que añorando a sus respectivas mujeres, a aquellas de quienes no reciben respuesta ni a las extensas cartas lentamente enviadas desde México a Sevilla ni a los correos electrónicos o a las llamadas celulares. Los desencuentros entre parejas no requieren de distancias ni geografías, están determinados por las inagotables relaciones sentimentales cuyos hilos se las ingenian para conseguir enmarañarse de una manera inexplicable y siempre renovada para sus nuevas víctimas.
La historia contemporánea está matizada por otras pequeñas historias de amores tempestuosos que el autor intercala con mucha gracia; se deja llevar por las ganas y el deleite de narrar y así consigue los momentos más altos de la novela. Estos complementos tan logrados contrastan con las explicaciones iniciales al relato, que son innecesarias pues el sentido del texto queda claro para cualquier lector y no elabora con suficiente profundidad el eventual sustento filosófico que contendría el relato.
Discutible es la pertinencia de intercalar fragmentos de boleros. Si están ahí para argumentar la razón del título escogido, no tiene sentido. Estas breves citas cortan la fluidez de la lectura por cuanto hacen un llamado a la memoria a recordar el resto de la canción. Podrían estar justificados como estrategia al rescatar la historia de un género musical que mutó desde la conquista –asociando al Gaspar contemporáneo con su tocayo ancestro– y cuyo devenir es profundamente mestizo y caribeño, lo cual funcionaría identitariamente en la zona de la novela. Como el bolero del siglo XX posee una cadencia esencialmente romántica y plañidera, estos fragmentos contrastan artificiosamente con la joie de vivre de los personajes, con el ritmo ágil de la narración y con la exuberancia de los paisajes. La brevedad de las citas acaba no aportando a las intenciones del autor, quien no requiere de apoyos musicales para demostrar el sentimentalismo de sus personajes y menos para transmitir su genuina pasión por estos escenarios tropicales, por las aguas caudalosas del río sonoro, por las ciudades cargadas de historias superpuestas y de rincones donde todo fue y puede ser posible.
El cierre es redondo, enlaza sin ligar artificiosamente ambas historias y deja ese gustillo que caracteriza a la obra siempre joven de Délano, en la cual los impulsos vitales no se mitigan, el ardor impetuoso y el placer de estar vivo consiguen reconciliar al individuo con los lados oscuros de la existencia. Es este un libro escrito por el puro placer de la escritura y dirigido hacia el placer de la vida.
Esta reseña apareció originalmente en la revista Mensaje.