Hernández, Raúl. Polaroid. Ed. Bilingüe, español – alemán. Santiago: Lanzallamas Libros, 2009. 31 páginas.
En noviembre del año pasado, Raúl Hernández (Santiago, 1980) junto a Víctor López fueron los representantes de Chile en el encuentro Latinale realizado en Berlín por el Instituto Cervantes de Berlín. Para aquella ocasión, Hernández lanzaba a modo de producto de exportación Polaroid (Lanzallamas 2009) de edición bilingüe (español – alemán), especialmente para el encuentro. El libro/ plaqueta es una selección de Poemas Cesantes (La Calabaza del Diablo 2005) y algunos nuevos textos que merecían tener su sitial en las publicaciones del autor. De cierta forma, junto a Paraderos iniciales (La Calabaza del Diablo 2009), Polaroid confirma el oficio que tiene Hernández sobre la imagen, el registro del instante, la poesía breve y el ejercicio objetivista.
Resulta notable el planteamiento de la poesía y la fotografía como un mismo lenguaje. Ambos en función de la experiencia y la imagen. En Polaroid un poema revelado es una fotografía corregida y viceversa. Pero también el lector asiste al proceso creador del fotógrafo – escritor. Se capta el momento: “se te viene a la mente / una idea / para escribir un texto nuevo / y original / pero no lo anotas / y se te olvida” (4). Se asiste a la habitación oscura y roja, al instante de la revelación: “Corriges por enésima vez / el poema que te obsesiona / pero en el fondo / frustradamente / admites la nostalgia / por la pureza del descuido” (9). Hasta que llegas al resultado final, la imagen revelada, el poema.
Leer Polaroid es enfrentarse al mecanismo y funcionamiento de la imagen poética. Es insertarse en una cámara polaroid y tratar de entender cómo opera. En los poemas hay un enfrentamiento entre el interior de la voz poética y el exterior que retrata: “Los patines con alas / en el polerón Playboy / que lleva mi padre / en una foto / sacada el año 1982 / parecieran resaltar en la imagen” (16). Lo afectivo se apodera del entorno:
PLAZA MADECO
Tendidos en el pasto
con las bicicletas
apoyadas en los árboles.
El viento que llega
como cerveza única
de primavera.
Los presos gritan
lo que nadie escucha
desde la Cárcel de San Miguel.
Mientras tanto
la belleza de las cosas
se invoca con luna nueva
y los chicos suben la reja de la cancha
tirando la pelota. (14)
Así, tanto el autor como los lectores nos movemos entre el lugar interior y la memoria de un sujeto y las calles de la ciudad (y a veces del litoral). Todos como parte de un mismo cuadro. Todos espectadores de la creación de postales, fotos instantáneas, capturas fugaces de cosas simples de la vida, de la cotidianeidad más brutal: “Todo esto podría ser un enfoque en primer plano / a una mujer que se asoma por la puerta / mientras camino por la vereda / soñando / la nueva vida de mañana” (30).
Al parecer, la poesía de Hernández, en contraposición a variados comentarios sobre sus libros, que le atribuyen el calificativo de flâneur, busca justamente lo contrario al ejercicio baudeleriano frente al progreso. En los poemas de Polaroid no hay una cierta alucinación o perplejidad ante la metrópoli (o ante la modernidad, si se quiere poner en esos términos). Hay bares, plazas y amigos de barrio. Lugares con nombre y memoria, pero no precisamente parte del patrimonio cultural hegemónico. Hay personajes secundarios y terciarios, extras, en el filme de la historia nacional. Si bien no se está hablando de una marginalidad extrema, sí se está hablando de escenarios silenciosos, de vida nocturna, sin luces, de habitaciones, fotografías y posters roídos por tiempo (los poemas “Fresa salvaje” y “Zenith” son notables al respecto).
Raúl Hernández, en sus poemas, no descubre nuevos espacios, ni mucho menos se enfrenta a lo desconocido. Más bien, se sabe el recorrido de memoria, reconoce todos los lugares que retrata. Se sabe parte de esa zona. Cada poema (o fotografía) es un recuerdo y la necesidad de recordar. Para fotografiar hay que querer fotografiar y más allá, hay que querer lo fotografiado. Hay afecto en el quehacer. En este sentido, se entiende y comparte la necesidad de plantear estos poemas en torno a la imagen de una polaroid, no una Sony, Samsung, ni Canon, nada digital, simplemente el recurso básico, un foco simple, una herramienta análoga, para fotografías sin mucha fanfarria. Esta resistencia o reticencia podría considerarse un gesto nostálgico y, evidentemente, estas tomas (poemas) siguen siendo una decisión que involucra valores estéticos o éticos si se quiere. No obstante, parece ser que los poemas no dependen solamente de las intenciones del autor, sino de un mecanismo interno, propio de la imagen, la ley del poema dirán unos. Fotógrafo, cámara, fotografía. Poeta, lápiz (teclado), poema. Un autor, la mediación y el resultado, la mutua dependencia, todo como una relación necesaria, una fracción de tiempo compartida, un espacio común: el mecanismo propio del hombre y la máquina, de la memoria y la imagen.