Sobre homúnculos y humanoides, de L.A. Hachim Lara, consta de siete cuentos cuya temática transversal, salvo en una o dos de las piezas, es una mirada retrospectiva hacia el contexto de la dictadura militar; mirada tan desencantada del presente como nostálgica de aquel pasado terrible pero a la vez lleno de sentido, de secreta pero enérgica actividad política y cultural. El duelo que inunda la afectividad de los textos, producto del fracaso del proyecto socialista, también está motivado por la pérdida de los años de juventud. Es insistente la aparición del erotismo (“El ladrón del sueño”, “Ponga”) y la del viaje liberador e iniciático (“La encrucijada de Marín Nahuelhuán”, “Ponga”), por las carreteras nacionales y a través del espacio rural; instancia de conocimiento interior y de la propia geografía, muy opuesta a la del exilio, que también tendrá su lugar en el libro.
El primer cuento, “A un ex samurái”, tal vez el mejor logrado del conjunto, consiste en una carta que un tal Juan Milla le escribe desde Santiago a su exiliado amigo Albertosky; en ella le recuerda los años dorados del grupo de defensa de “la Sara Gajardo” al que ambos pertenecían; luego le refiere la actual decadencia y corrupción del grupo, ahora al servicio del gobierno y, finalmente, le describe los pormenores del asesinato de uno de los antiguos miembros y amigo en común, el Chaco. Este es el personaje principal y el cuento da cuenta de su auge y caída como clandestino activista político. “La encrucijada de Marín Nahuelhuán” narra los últimos días de un retornado mapuche decadente y depresivo que ha decidido morir en su país y cuyos actos y psicología incurren en lo inverosímil. En “Canta no más Ñico” la metáfora política parece demasiado evidente: el narrador debe reemplazar a un payaso accidentado y cuando, ya frente al público, decide cantar jingles relativos a la democracia y la igualdad, recibe una paliza no tan fingida por parte de sus compañeros. “Las ruinas de la historia” también recurre a la alegoría simplista: un joven de izquierda, por necesidad económica debe cuidar a su vieja prima convaleciente y fascista, contra la cual solo puede despotricar en silencio mientras cumple sus órdenes.
En general, el estilo de la narración le debe harto al registro oral cortazariano. Como el argentino, Hachim Lara lo despliega a través de monólogos interiores, misivas y llamadas telefónicas. Esta influencia, sin embargo, le juega en contra cuando se trata de configurar personajes femeninos; las mujeres siempre terminan siendo versiones simplificadas de la Maga, irresistibles sexualmente, medio voladas, precarias en lo intelectual pero ingeniosas y encantadoras (salvo la prima fascista mencionada, suerte de repulsiva Berthe Trépat). En definitiva, los personajes femeninos no parecen cumplir otra función ni desplegar otras posibilidades que erotizar a los personajes masculinos, pequeños oliveiras algo más politizados.
Si hubiera que reconstruir al autor implícito, a la conciencia que compone y reúne estos siete relatos y describir sus patrones, sus insistencias, no puede uno dejar de imaginar a un personaje para quien el contexto político es mucho más una excusa para entregarse a los placeres un tanto masturbatorios de la nostalgia que para decir algo realmente importante sobre el pasado. En relación con la dimensión social y política del contexto que evoca, los padecimientos y la impotencia de los personajes nunca resultan ser muy intensos, y por eso las reflexiones acerca de ese momento de la historia chilena tampoco son particularmente agudas. Uno diría que el leitmotiv escogido, las infamias de la dictadura pinochetista, le queda grande cuando intenta mirarlo o juzgarlo de manera panorámica, más allá de la relación que tiene con su experiencia personal.
Así, la afectividad implicada en este libro enfatiza más el desencanto del presente que el horror del pasado, y menos el descalabro de ese tiempo que sus momentos de tregua. Se trata de una conciencia que frente al desaliento actual, ante la imposibilidad de una agencia política que pueda plantear alternativas al modelo neoliberal, solo encuentra como solución y escapatoria cierto repliegue en la memoria. De los recuerdos de la adversidad pasada —los años de dictadura— rescatará principalmente los aspectos que funcionaron como atizadores de la energía juvenil: del erotismo, de la curiosidad —desplegada en el viaje— y, por último, del ánimo de oponerse organizada y activamente a la violencia.
En lo que a ratos parece una protesta blanda y una denuncia tópica, es también donde quizá reside la mayor virtud y significancia de Sobre homúnculos y humanoides: el humor, el erotismo, la dimensión lúdica del lenguaje aparecen como formas de refugio y a la vez de protesta frente a un pasado violento y un presente asfixiante que ofrece solo libertades ilusorias. Del cruce de ambos, nos sugiere el título, solo han brotado figuras deformes, anómalas, apenas parecidas a un ser humano.
Hachim Lara, L.A., Sobre homúnculos y humanoides. Santiago: Libros de mentira, 2012.