Dolorosa y a la vez fascinante la crónica de Álvaro D. Campos sobre el ex mirista Don Sergio Olivares: «El guerrero revolucionario cayó pateado por vecinos, reponedores del Tottus, maestros soldadores, estudiantes enfurecidos al ver el cuerpo muerto del guardia. Que una vida así acabe de esa forma ridícula es lo insoportable, y también lo fascinante. Por ese final don Sergio merece un libro. Todo lo ridículo merece un libro. La sangre fría es un poco ridícula«.
Como si fuera un pequeño Truman Capote, investigo rápidamente todo lo que tiene que ver con Sergio Martín Olivares Uturbia, el ex mirista que intentó asaltar un banco en San Bernardo y que sólo consiguió matar al guardia y salir corriendo por la calle.
Don Sergio aún mantiene su Facebook. Típica red social manejada erráticamente por un señor de casi setenta años. En una foto se le ve bien vestido. Un anciano inofensivo y simpático, orgulloso de su hijo. Otra lo muestra sentado en la hermosa costanera del Lago Villarrica. En otra de las fotos una mujer aparentemente cercana, lo acusa de ser mentiroso, un falso revolucionario y posiblemente un delator de sus compañeros. Otro post dice simplemente “Sary te amo, por favor llámame”; en el primer comentario don Sergio refuta su misma publicación, “este mensaje es falso”. Hasta ayer este post era el único que se podía comentar y no había mucho más. Hoy, como es de esperar, tiene más de cien comentarios de gente insultándolo.
Vi en detalle el video del asalto.
Parece más un exabrupto con el guardia que un asalto. Lo vi primero sin saber que don Sergio era ex mirista, y pensé de inmediato que era un tipo con demencia, como esos que usualmente nos muestra la televisión gringa, que no aguantó más su ira por la burocracia. Don Sergio –a cinco metros del guardia que intenta calmarlo y que no ve mucha amenaza en un viejo bonachón– le dispara en la cabeza sin ningún titubeo y con la experiencia de un hábil tirador. El guardia cae de inmediato. Nadie asalta así un banco. Con casi setenta años, solo, disparando sin ningún motivo y luego huyendo a pie por las calles. Don Sergio es un hábil tirador, pero no demuestra, como en su Facebook, una gran habilidad para el asalto. Tras quitarle el arma al guardia salío huyendo a pie por la calle, con la velocidad que permiten los setenta años. No se enfrenta con ninguna de los que se le vienen encima. La gente lo persigue sin temor, lo alcanza y lo lincha, sin que don Sergio suelte un nuevo disparo.
“En esta foto con mi amado hijo”, comentó don Sergio en una imagen de su perfil que lo muestra como un viejito sonriente, bien vestido, junto a un joven que parece orgulloso. Viste una camisa clara, un sweter y un montgomery que lo hacen parecer un gerente jubilado. El día del asalto también vestía bien, camisa clara a rayas y jeans que terminaron manchados con sangre producto de los golpes de la gente. Don Sergio fue uno de los chilenos que, a fines de los noventa, junto a un grupo de argentinos, canadienses y brasileños, estuvo involucrado en el secuestro del empresario brasileño Abilio Diniz, dueño del emporio de supermercados Grupo Pan de Azúcar, una de las 10 mayores fortunas de Brasil. Sale nombrado en el informe Valech y en el museo de la memoria. Es un hombre que evidentemente luchó contra algo en su vida. Fue torturado acá en Chile y luego en la cárcel en Brasil, según denuncia un informe de presos políticos firmado en los años noventa por la Organización de Defensa Popular, ODEP, que tiene otro espacio melancólico y abandonado en reclamos y protestas de la lucha social que se lanzan al viento indiferente de Internet. El secuestro fue el año 1989 y las condenas fueron de 28 años. Los abogados y diputados de la causa consiguieron trasladar a los chilenos de vuelta al país, donde algunos no cumplieron la pena remitida, como Héctor Collante, y se escaparon. No fue, al parecer, el caso de don Sergio, que paseaba tranquilamente por Villarrica, luego de cumplir su condena, y hasta tenía su propio Facebook.
Más allá de la crónica y del aspecto político, que podría extender por páginas ilimitadas hablando de los revolucionarios chilenos del MIR y del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (Mauricio Norambuena también hizo de Brasil su centro de operaciones), y que aparecían nombrados hasta en el cuaderno de contabilidad de la ETA, me obsesiona lo que pasó por la mente de don Sergio, ese viejito inofensivo de San Bernardo que podría ser nuestro padre, y que ahora seguramente morirá en prisión por hacer el asalto más extraño del último tiempo. ¡Setenta años, por dios! Disfruta con tus nietos, tomate los últimos vinos tintos que quedan, cómete un asado con tus amigos. O al menos monta una banda organizada para que el asalto resulte, reduce en silencio al guardia y no le revientes los sesos.
Seguramente Don Sergio debió observar con envidia, o quizás con rabia revolucionaria, esas bandas de flaites que en diez minutos desmantelan un Servi Estado sin ningún herido, y escapan en autos del lujo. ¿Para qué quería los millones ese anciano en caso de que hubiese tenido éxito? Una tesis que averigüé por allí, es que Don Sergio nunca quiso asaltar nada: se había ofuscado con el guardia un día anterior, lo amenazó y luego volvió a cobrar su deuda. Suena plausible. La rabia contra la vida de un hombre viejo, uno que creyó en la lucha universal de los pueblos, y que terminó haciendo, no la dialéctica marxista, sino trámites bancarios. En Youtube se ven muchos videos de viejitos que caen en la demencia cuando se aburren de la burocracia, y disparan al primer guardia que les dice no tres veces.
Todo el esfuerzo revolucionario de una vida, las lecturas marxistas, la logística ensayada con las organizaciones de insurrección más famosas del mundo, las gestiones que hicieron diputados para indultarlo de la cárcel, la dignidad de tener su nombre en las páginas de los informes de derechos humanos, las armas, los autos arrendados, los secuestros hollywoodenses, se agotaron en una calle de San Bernardo. El guerrero revolucionario cayó pateado por vecinos, reponedores del Tottus, maestros soldadores, estudiantes enfurecidos al ver el cuerpo muerto del guardia. Que una vida así acabe de esa forma ridícula es lo insoportable, y también lo fascinante. Por ese final don Sergio merece un libro. Todo lo ridículo merece un libro. La sangre fría es un poco ridícula. Truman Capote decía que, mientras entrevistaba a los asesinos que lo harían famoso, mientras más se iba haciendo amigo de ellos, rogaba para sus adentros que los condenaran a muerte, para así poder alcanzar la perfección literaria.
Esta crónica fue escrita en abril del 2020