“Podríamos disentir sobre el logro del autor en su tarea, sobre la historia que pudo haber sido y no fue. Pero convengamos en que, conociendo los acontecimientos históricos “propiamente” registrados, ha abierto posibilidades diversas valiéndose de la lengua y, a causa de ello, nos permite imaginar y soñar“, nos dice Rosana Ricárdez en esta reseña de la reciente novela de Álvaro Enrigue, Tu sueño imperios han sido (Anagrama, Barcelona, 2022).
Degolló asimismo el holocausto, y los hijos de Aarón le presentaron la sangre, la cual roció él alrededor sobre el altar. Después le presentaron el holocausto pieza por pieza, y la cabeza; y lo hizo quemar sobre el altar. Luego lavó los intestinos y las piernas, y los quemó sobre el holocausto en el altar.
Levítico 9: 12-13
¿Habrá habido pestilencia en el tabernáculo de reunión y sus alrededores tras los sacrificios para la expiación de pecados narrados en el Antiguo Testamento? ¿Es posible que los humores de Moisés, Aarón y su descendencia sacerdotal fueran tan repugnantes como los de la casta consagrada a las ofrendas en Tenoxtitlan? El relato judeocristiano alude al olor grato que llega a Jehová cuando su grey por medio de los sacerdotes le ofrece sacrificios, pero no dice nada sobre el hedor que debe haber quedado por la sangre derramada de reses, aves y otros animales.
Álvaro Enrigue (Guadalajara, 1969) despliega en Tu sueño imperios han sido (Anagrama, 2022) un ejercicio de imaginación que involucra inicialmente el olfato, para percibir tanto el aroma de las viandas preparadas para un encuentro crucial como el de la pestilencia de la sudoración del séquito de Hernán Cortés y la sangre cuajada en la ropa de los sacerdotes del imperio tenochca. Tal encuentro acontece el 8 de noviembre de 1519, fecha de la audiencia de Cortés con el emperador Moctezuma en el palacio de la gran Tenoxtitlan, y es el marco de un mundo narrado con ironía y humor, plagado de tragedia, que pudo haber sido y no fue. O sí fue, pero solo en este relato.
La puerta de entrada a ese mundo son las primeras tres páginas, fundamentales porque forman parte de la ficción a la que ingresamos a través de una nota a la editora del texto, cuyo objetivo es advertir sobre la estrategia que se utilizará en el despliegue siguiente, pero también sobre este “autor” despreocupado de la pureza, obsesionado con la corrección, y plenamente consciente de la importancia de las palabras, porque ellas, según él, “además de significar y señalar, invocan” (9). Y ahí está el juego; ahí empieza el relato: hacia dónde el autor desea guiar nuestro interés y, al final, en dónde lo colocamos de hecho, hacia qué elementos dirigimos nuestra atención.
La novela narra el encuentro entre dos políticos de la época de las conquistas territoriales. Esta se pone interesante cuando de inmediato sabemos que ambos, de hecho, son personajes bastante conocidos, convocados para desempeñar de manera distinta sus papeles en esta historia de poder, ambición, obsesión y protocolos; de estira y afloja, diplomacia y labia.
El texto presenta varios planos; me acercaré a dos que me han interesado. El primero tiene que ver con el punto de vista de la narración. El autor no invoca el relato bíblico de manera directa cuando Cortés intenta evangelizar a Moctezuma, sino que lo hace a través de la actitud de los jóvenes presuntamente más sabios que los viejos con sus nuevas tácticas políticas (ver el pasaje bíblico de Roboam, hijo de Salomón y responsable de la separación de los reinos de Judá e Israel, al atender a sus jóvenes e inexpertos consejeros y desestimar a los viejos). El Moctezuma de Enrigue, pese a males propios –“[a] partir de cierta edad, los descendientes del rey Acamapichtli se atarugaban un poco, les daban miedos y melancolías” (72)–, ostenta la soberbia de un emperador, lo que termina por darle un giro más a este relato.
En esto, fondo y forma importan. En cuanto a la forma, en la novela queda claro que la urbanidad admirada en muchos lugares no fue entendida por estos españoles visitantes. Frases como “mi casa es su casa” (95) o “bienvenido a tu ciudad y tu reino, está a tu disposición y la del rey todopoderoso que te envió” (52), son tomadas de manera literal. No en vano sonreímos ante los problemas de comprensión de Cortés quien, pese a su apellido, poco parece entender de cortesías. No es que le faltara inteligencia o astucia, pero digamos que tenía sus propios estándares. Incluso asume que en su segundo encuentro con Moctezuma todos estarían sentados. Cortés nunca entiende ante qué personaje se encuentra y se iguala al emperador tenochca. ¿Se habría comportado de igual forma ante Carlos I? ¿Habría osado igualarse a él? ¿Por qué le costó tanto trabajo ubicarse? La entrevista pronto impone otros términos, entre los cuales se revela una falta de comprensión del territorio y las costumbres de esta cultura. Por cierto, la traducción como tema no es menor: los únicos traductores en el imperio, Malinalli y Gerónimo de Aguilar, resultan clave por su oficio, pero también Jazmín Caldera, tercero al mando de la expedición que, a su manera y lúcido como es, logra traducir este mundo nuevo.
Quizá la conquista fuera cuestión de malentendidos: ¿se imaginan, una civilización acabada por malentendidos? En todo caso, el narrador temprano reconoce, “Si hay algo en lo que españoles y mexicanos siempre han estado de acuerdo es en que cualquiera sabe más del arte de gobernar que el gobierno” (54).
El segundo plano reside en las obsesiones de Enrigue. El tema prehispánico y las crónicas de Indias explorados en libros previos, pero también el engranaje de sus historias y de estas con lo que le importa, la literatura y la lengua. El autor se vale de procedimientos metaficcionales e incluso coquetea con lo autobiográfico, giro bastante descalificado en estos tiempos por quienes lo consideran la exposición de una intimidad inofensiva. Al final, él lo utiliza para construir un texto pulido y un registro funcional a la empresa, legible y, además, divertido. Cínico, si quieren.
Podríamos disentir sobre el logro del autor en su tarea, sobre la historia que pudo haber sido y no fue. Pero convengamos en que, conociendo los acontecimientos históricos “propiamente” registrados, ha abierto posibilidades diversas valiéndose de la lengua y, a causa de ello, nos permite imaginar y soñar.
Me parece, por lo anterior, que Enrigue no es indiferente al mundo que habita ni está desconectado de él. Porque si bien Tu sueño imperios han sido es la reinvención de un momento axial en la historia, no abandera mensajes ideológicos aunque tenga sus posturas. Para evitar rodeos: es un texto marcado por el ritmo, gracias también a la brevedad de sus apartados, que debe a otros libros y personas. Gracias a esto, somos capaces de encontrarle más fondos, más lecturas y más conexiones literarias. A estas alturas ya debíamos de haber aprendido la lección: el autor nunca trabaja en soledad. Esta como otras de sus novelas, expone el linaje del propio escritor, mucho más allá de las deudas con los textos revelados en la última sección, titulada “Atribuciones”, (Sergio Pitol, Salvador Elizondo, Margo Glantz, Martín Luis Guzmán, Jorge Luis Borges, Bernal Díaz del Castillo, Calderón de la Barca, Miguel León Portilla y Eduardo Matos Moctezuma, entre otros).
Nota bene
Tu sueño imperios han sido es una novela para cualquier lector, pero cabe un goce distinto para quien haya disfrutado una comida o quien tenga que imaginarla. Quisiera pensar que hay un código que entra por las papilas gustativas, capaz de provocar placer al sentir el chocolate y el chile y los moles y los insectos y todo lo que esto invoca. Al menos en México, despreciamos la pestilencia de nuestras alcantarillas citadinas, pero con fuerza proporcional nos sometemos al aroma de una tortilla recién hecha. Cada país tendrá sus motivos para sucumbir, aquí encontré algunos de los nuestros: tacos de chapulines en salsa de aguacate –“la cabeza inclinada y el taco en el aire” (28)–, caldo de guajolote con flores, pipián, salsa de jitomate, tostadas (de maíz), pulque, chocolate, vainilla, mamey, papaya, guayaba, zapote, pápalo, nogada y, para rematar, tabaco.
Álvaro Enrigue, Tu sueño imperios han sido, Anagrama, Barcelona, 2022, 224 pp.