La interminable escritura del exterminio es sin duda un libro impresionantemente emocional en el sentido más literal de la palabra. La razón por la que puede aplicársele esa distinción es por la tremenda carga implícita que la temática del genocidio judío logra en cada uno de nosotros, ciudadanos de un mundo que, a lo largo de los años posteriores a esa época maldita, hemos visto cientos de persecuciones, matanzas, discriminaciones étnicas y religiosas, como si la raza humana no pudiera haberse emancipado del odio y la indiferencia.
A mediados del siglo XIX, Kierkegaard decía que el filósofo edifica un palacio de ideas, pero vive en una choza fuera de palacio. No es el caso de Alain Finkielkraut (1946-), filósofo francés de origen judío, uno de los máximos exponentes del pensamiento contemporáneo (entre sus varias obras se encuentran La sabiduría del amor, El judío imaginario, Un corazón inteligente), y alguien que ha entrado en las cuestiones que, como el holocausto, todavía suscitan grandes debates. Descendiente de sobrevivientes del horror nazi, no se contenta con los cientos de pensadores e historiadores que nos mostraron la trama de la memoria en infinidad de documentos, informes, relatos y demás signos del pasado; trata de explicarnos, medularmente, el misterioso poder que ejerce la figura de Hitler como emblema, no solo de barbarie, sino como ícono de un tiempo que el presente debería comprender para solidificar una conciencia de aprendizaje. Es paradójico que el hombre que causó el mayor desastre del mundo moderno, sea el referente obligado de esa época, por encima de otros a los que la humanidad debe el fin de la contienda.
Mediante diálogos nacidos en el seno del programa Réplicas, que en France Culture anima Finkielkraut, el autor interroga argumentando de forma precisa y elocuente sus inquietudes sobre el nazismo y el genocidio judío (Heidegger, Auschwitz, Speer, entre otros temas). Las respuestas de sus invitados (escritores, filósofos, historiadores, periodistas, etc.), son una invitación a adentrarse en esa parte de la historia, de la misma forma con la que el profesor y teórico francés, George Steiner, se preguntó: “¿Por qué las tradiciones humanas y los modelos de conducta (de Europa) resultaron una barrera tan frágil contra la bestialidad política? En realidad, ¿eran una barrera? ¿O es más realista percibir en la cultura humanística expresas solicitaciones de gobiernos autoritarios y crueles?” Tal vez la respuesta a esta pregunta sea la misma que ha cimentado la figura de Hitler como nombre del pasado.
Hay dos discursos significativos en el libro. Por un lado, las preguntas del escritor en las que desmenuza su pensamiento, con un razonamiento íntimo y sin contemplaciones, y por el otro, las respuestas de sus invitados, mentes en la que viven mezclados los horrores de ese tiempo inhumano con la posibilidad del lento olvido por parte de la sociedad. Por otra parte, el libro contiene historias que ayudan a entender cabalmente que el exterminio no se cierra en la “banalidad del mal” como pensó Hannah Arendt. En una de ellas, el cocinero del campo de concentración de Treblinka, le pidió al Comandante nazi Stangl si se podía hacer algo con su padre de ochenta años que acababa de llegar en un convoy. Stangl le respondió que era imposible. El cocinero entonces, le rogó que, en vez de llevarlo a las cámaras de gas, le permitiera llevarlo al supuesto hospital donde se llevaba a la gente no a curarla, sino a rematarla de un balazo en la nuca. Stangl le respondió “Vaya y haga lo mejor posible, oficialmente no estoy al tanto”. El cocinero regresó unas horas más tarde, “Comandante, vengo a agradecerle. Le di a mi padre una comida y luego terminó todo. Muchas gracias”. Stangl le dijo: “no tiene nada que agradecerme, pero por supuesto, si tiene ganas, hágalo”, tras lo cual, se estrecharon en un apretón de manos. Con esta historia descubrimos a un hombre convencido de hacerle un favor a otro hombre enviando a su padre a morir de otra forma que el del gaseado. Un ejemplo manifiesto de corrupción moral de la personalidad de un individuo. La perversión inhumana llevada a su punto más alto.
Conmovedor en todo momento, linealmente profundo, de un gran contenido humano y universal, Finkielkraut con este libro, acierta en desenterrar el círculo de odio que la sociedad nazi quiso construir desde el mensaje de Hitler: “la conciencia es un invento judío”. Sartre dijo “la conciencia sólo puede existir de una manera, y es teniendo conciencia de que existe”, es decir, no hay una conciencia de un lado y del otro, ambas se relacionan. La conciencia del pasado existe para todo el mundo, por lo tanto, no es posible el olvido hacia el futuro, una suerte de hipermnesia y desarrollo exhaustivo del conocimiento.
Traducido por Lucía Dorin y Bárbara Poey Sowerby, La interminable escritura del exterminio de Editorial Leviatán, deja en nuestras manos, una edición de cuidado diseño y magnífica presentación.