Desde el inicio de su carrera, John Berger ha desarrollado una obra que pone en diálogo diversas artes y géneros. Disciplinas como la pintura y la fotografía tienen una fuerte presencia tanto en sus textos críticos como en su ficción. Así por ejemplo, en los ensayos que conforman Modos de ver (1972), se vale de imágenes y texto para analizar la importancia de la mirada en la construcción de los individuos y de la sociedad. Pero Berger da un paso más, y compone tres de estos ensayos únicamente de manera visual, prescindiendo en absoluto de la palabra. Respecto a su obra ficcional, en la novela Hacia la boda (1995) y en los textos breves de Fotocopias (1996), emplea la descripción y la escritura icónica para crear una sucesión de imágenes verbales, al modo de pinturas o instantáneas fotográficas.
Este carácter interartístico de su obra es el reflejo de una vida dedicada al trabajo directo con las artes visuales y la literatura. Su último libro, Rondó para Beverly, forma parte de esta trayectoria que vincula la imagen y el texto. Sin embargo, se diferencia del general de su obra narrativa porque tiene un carácter esencialmente personal, es un homenaje a Beverly Bancroft, su esposa fallecida en 2013. John y Beverly se conocieron cuando él preparaba su libro Modos de ver y ella trabajaba como editora en Penguin. Tras cuarenta años juntos, conformaron un proyecto de vida que incluía también el ámbito creativo y laboral. Bancroft tuvo un rol fundamental en la conservación y catalogación del “Archivo John Berger” -que ahora pertenece a la British Library-, a lo largo de las décadas fue quien guardó y catalogó todo el material del escritor.
Dado el carácter íntimo de este Rondó, siento curiosidad por saber un poco más de la biografía de Berger. Leo algunas entrevistas y perfiles, y compruebo que a la par que se comenta su obra y se examina su pensamiento, se alude reiteradamente a un aspecto de su vida personal. En la década de los setenta, Berger decidió dejar Londres para irse a vivir con su esposa a Quincy, un pequeño pueblo rural de los Alpes franceses. Los lectores y estudiosos de su obra saben que este no es un dato biográfico más, sino que corresponde a una decisión vinculada a un compromiso social y político con las clases trabajadoras. Su toma de distancia fue, y aún es, una forma de activismo.
El propio escritor ha señalado que su propósito al irse a una aldea fue aprender y no retirarse. Este aprendizaje ha quedado plasmado en una parte importante de su obra que se inspira en el trabajo de los campesinos y en el mundo rural, prácticamente extinguido en Europa y otras zonas del mundo. Berger se propuso retratar formas de vida y profesiones que el capitalismo ha ido liquidando.
Rondó para Beverly es, de algún modo, el reflejo de las cuatro décadas vividas junto a su esposa en Quincy. Sus cincuenta páginas están, inevitablemente, decantadas por la luz y el ritmo de lo que en Chile llamaríamos “la provincia”. Por otra parte, el escenario rural favorece la recreación de la intimidad familiar y es el espacio propicio para la libre expresión de las emociones. En este contexto, los recuerdos se transmiten con la sutileza de una prosa sin artilugios o engaños, por medio del lenguaje sencillo que caracteriza el resto de la obra del autor.
Como ocurre con otros de sus libros, este es un texto de autoría doble. Un método de creación bastante conocido para Berger, quien antes ha trabajado con gente como el fotógrafo Jean Mohr, la escritora Nella Bielski o el director de cine Alain Tanner. Esta vez las firmas corresponden a Yves y John Berger; padre escritor e hijo artista se reúnen para sumar imágenes y complementar recuerdos. Ambos expresan de manera visual y verbal los sentimientos que provoca la muerte de Beverly, y a partir de ellos crean su elegía.
El hijo sufre profundamente la ausencia de la madre cuando está por vivir un hecho importante en su carrera artística. Decide, entonces, escribir e interpelarla directamente. Lo mismo hace el padre, pero en su caso, la evocación surge tras escuchar el Rondó n.º 2 para piano (op.51) de Beethoven: “Durante nueve minutos, al menos, fuiste ese rondó, o ese rondó se convirtió en ti…Cierro los ojos y veo tus repeticiones, tus estribillos…”. Este símil entre las características que definen el rondó y la corporeidad de la esposa, ejemplifica la manera en que Berger entiende la literatura. Es decir, como un trabajo donde lo interartístico es parte constituyente, de tal manera que afecta incluso a la expresión de sentimientos. Por otra parte, toma prestada la estructura circular del rondó, y así, el libro se inicia y termina con la voz del hijo, escrita en cursiva y seguida, en ambos casos, de un retrato de Beverly.
El libro está conformado también por dieciséis imágenes, entre las cuales encontramos un óleo, cinco fotografías y diez dibujos. A juzgar por la fecha en que se data cada una, la gran mayoría de estas obras no fue creada especialmente para la ocasión. Por lo tanto, padre e hijo han tenido que hacer memoria y buscar en sus archivos para reunir todo el material visual. Entre las imágenes, hay algunos retratos de Beverly hechos tanto por Yves como por John. También vemos algunas fotografías: una del estudio de Beverly, otra del matrimonio en la nieve y también de la casa en Quincy.
La interacción entre lo visual y lo textual se produce de manera continua. No se describe directamente las imágenes ni se hace alusión a ellas, su presencia no interrumpe la narración. Por ejemplo, dice Berger en un momento “Cuelgo en este mensaje algunas prendas que fueron tuyas” y a continuación adjunta los dibujos de una chaqueta, de una falda azul y de unos zapatos. En otra ocasión, se habla de la forma en que Beverly llevaba peinado el cabello, y vemos una fotografía de ella tomada por Jean Mohr.
La irrupción de las imágenes tiene un efecto inmediato en el lector, pues inevitablemente este dedicará al menos unos segundos a observarlas. Este modo de estructurar el texto responde a la importancia que el mirar tiene en la obra de Berger. Es usual que sus personajes se detengan y fijen la mirada, sobre todo en detalles nimios del día a día. Por otra parte, también es frecuente que transforme a los lectores en observadores, en algunas ocasiones a través de descripciones o écfrasis, y otras, como en este caso, a través de la inserción de imágenes.
La nombrada atención al detalle, tiene que ver también en que esta elegía no refiera grandes acontecimientos de la vida de Beverly. En cambio, se la recuerda en situaciones cotidianas como el cuidado de las plantas del hogar. Bajo la mirada de Berger un episodio sin mayor relevancia cobra una nueva dimensión: “A veces me parecía ver que existía una relación entre el acto de regar y la oración, y el consiguiente nexo, entre la oración y el amor”. Se conecta esta acción con una realidad mayor, Berger es capaz de captar en ella algo invisible, cercano a lo que podríamos llamar sagrado o espiritual.
En Rondó para Beverly, padre e hijo se valen de la visualización artística como un medio para manipular el tiempo y, de esta manera, hacer confluir pasado y presente: “Miramos atrás y tenemos la sensación de que estás con nosotros en el momento de mirar” dice Berger a su esposa. Beverly deja de ser ausencia y pasa a habitar en el tiempo sin tiempo de la eternidad.