Sergio Rojas, Las obras y sus relatos II, Santiago de Chile: Facultad de Artes, Universidad de Chile, 2009.
Entre los beneficios que la justifican, la ocasión de reunir y alojar en un libro un conjunto de ensayos sobre arte producido en un lapso de años y a propósito de ciertas obras o exhibiciones particulares, constituye para un autor una oportunidad de confrontarse ?al amparo del tiempo transcurrido, que es un coautor inevitable en este ejercicio? con el conjunto del material. Además de imponer casi obligadamente la pregunta acerca de cómo organizar el acopio, lo producido siempre en forma un tanto urgente ante la actualidad y circunstancia de las obras, este trabajo de reunir los escritos, releerlos, editarlos y calcular entre las manos su peso, imagino, es también la oportunidad de tantear o visibilizar ciertos aparatos pensantes que los han hecho posibles o, mejor aún, han resultado como ganancia de su trepidante juego; de este encuentro apasionado de la escritura con las obras y con el lenguaje.
Como ocurrió también con su precedente, el libro Las obras y sus relatos, publicado por Arcis hace cerca de cinco años, esta nueva edición de ensayos de Sergio Rojas que le da continuidad ?emprendida esta vez por el Departamento de Artes Visuales de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile? hace, a mi juicio, gran aprovechamiento de esa oportunidad a la que refiero. Los 22 ensayos que conforman este nuevo libro y que abordan una serie de trabajos de arte producidos en Chile en forma reciente ?más o menos en el transcurso de la última década? llegan a nosotros, lectores, organizados a partir de unos cuantos subtítulos y acápites, que distinguen y señalan zonas en las que trabaja y medita el pensamiento critico de Sergio Rojas (espacios, artefactos, cuerpo, relatos) y constituyen así una especie de guía editorial para moverse por su mapa reflexivo. No creo desacreditar la eficacia de este diagrama orientador, al advertir sin embargo que el primer subtítulo de este libro, que he omitido deliberadamente al señalar los anteriores, hubiera bastado tal vez para organizar su contenido y adelantarlo con precisión: ese primer enunciado dice rotundamente, como haciendo conciencia de que timonea los gestos reflexivos del conjunto: Representación.
En forma más nítida o tal vez más declarada que su antecedente, pienso, este segundo tomo de Las Obras y sus relatos hace pie en una reflexión filosófica sobre la cuestión de la representación y sus recursos, que, habiendo emergido singularmente en la trama sensible de la obra de arte contemporánea, han implicado también una nueva exigencia de lectura y el despliegue de nuevas formas de aproximación a ella. Como lo señala el mismo autor en una entrevista reciente concedida al medio de comunicación de la Facultad, la presencia cada vez más determinante de la dimensión de los recursos de representación y significación que parece un rasgo clave de la obra de arte contemporánea, estimula a la actividad interpretativa a desarrollar —en una especie de demora cuyo vértigo es su propia inagotabilidad— las relaciones posibles entre tales recursos en los que se juega la lengua singular de la obra y el sentido, que viene a diseminar y ramificar su operación en los senderos de la escritura y el pensamiento. Escribir sobre arte sería así, desde los mismos parámetros que la estrategia lectora de Sergio parece diseñar, trabajar “con” las obras, paralelamente con su despliegue de recursos significativos y formales, respondiendo a la dificultad que implica reconocer que las estrategias significantes han irrumpido estrepitosamente en el eje del relato. Creo percibir que el ejercicio efectivo de ese “con” —con las obras— que estoy deliberadamente acentuando como trabajo de la escritura —que es también el imperativo y el deseo de pensar desde la mudez de su materialidad— es el que produce en la escritura de Sergio el grado de lucidez que nos deja leer respecto de la obra inscrita en la contemporaneidad con la que entra en sintonía. Una obra cuya gravitación justamente no radica ?tal como elaboran diversos pasajes de este libro? en proponer una vía para transferir a otros lo que alguna conciencia (o más bien la conciencia del artista) ha dilucidado, sabe de antemano y podría tematizar a modo de un contenido sobre algún asunto, sino justamente en dar forma, configurar, administrando recursos irremplazables, aquello que de cualquier asunto se resta precisamente a la mera comunicabilidad pues no puede ser escindido del cuerpo significante de la obra como si éste hiciera las veces de una mera codificación
En la obra de arte ?nos advierte la escritura de Sergio Rojas? el sujeto creador no opera el lenguaje como “medio” de comunicación para determinadas ideas, como si intentara por este “medio” poner en circulación ciertas tesis sobre la realidad. Por el contrario, cito, “en la obra de arte el sujeto se dirige hacia el lenguaje mismo. Porque algo ha ocurrido con las formas disponibles de comunicación, porque algo ha suspendido la posibilidad de diálogo, porque el otro no está o ha debido ausentarse; en fin, un deseo no correspondido se conduce hacia el lenguaje en el arte y toma cuerpo en la obra” (págs. 45-46).
A riesgo de no hacer justicia a la singularidad del discurso que Rojas despliega como estrategia de aproximación a cada obra que lo entusiasma, me atrevería a señalar como un pulso que va ritmando los afanes circunstanciales de los ensayos acopiados en este libro, una especie de compulsión muy fructífera hacia ese “algo ocurrido” en la comunicabilidad que la obra contemporánea parece infinitamente constatar, reincidiendo una y otra vez en la zona de interrupción entre el significado y el significante, y poniéndose siempre, de esta manera, más al borde de hacer la experiencia –imposible desde luego? de lo irrepresentable. Los diversos modos en que el arte contemporáneo ?que se especifica aquí como arte chileno reciente? opera con ese “algo ocurrido”, parecen irse configurando, en el discurso de Sergio Rojas, como las espectrales apariciones de la crisis ?o al menos lo que podría leerse como una transformación decisiva en la subjetividad moderna? aquella que, según nos advierte también en las primeras páginas de este libro, ha probado, justamente editando el mundo y representándolo, su soberanía sobre la realidad.
Un complejo movimiento reflexivo, que no puede quedar ajeno a su propio acontecer en el lenguaje —la materialidad de la literatura— lleva a la escritura de Sergio Rojas a reparar y reincidir provechosamente, pienso, para la teoría del arte contemporáneo, en ese flanco descubierto y vulnerable que se ha abierto en el cuerpo de esta representación artística a la que le ha tocado la histórica contingencia de hacer conciencia de su ser en los recursos de mediación: ese flanco radica en la conciencia de sus límites, de los límites de la mediación, que son también, si seguimos el curso reflexivo que nos propone Rojas, los abismantes e infranqueables límites de la subjetividad. Según nos ha hecho ver el lacaniano Hal Foster —a quien es de toda necesidad citar aquí— con la conciencia de esos límites la obra de arte ha ganado para sí, por privación, una experiencia de lo Real.
Basta recorrer las afinidades electivas de la escritura que aquí comento para ir haciéndonos una idea de cuán convocada se encuentra por aquellos marcos operatorios del arte que, hundiéndose en el lenguaje, en la administración de los recursos materiales y significantes que hacen posible la representación, parecen producir la experiencia de un más allá del sujeto o la sensación de un fugaz y relampagueante asomo del mundo de las cosas y su tiempo, ese mundo hecho de pura y muda materialidad que se extiende mas allá no sólo del umbral de percepción de cualquier individuo sino que se agita siempre al margen e insistentemente a salvo del orden de los signos. La escritura de este libro parece imantada, en realidad, por aquellas obras en las que algo, en algún punto indeterminado que parece tener su sede en el territorio significante, produce la ilusión sublime de un desborde de la matriz subjetiva desde la que se organiza siempre, como regla general, cualquier intención o intento de significar. La mirada de estos ensayos nos enseña entonces a entrar en la dificultad de unas obras donde, a través de caminos diversos, el eje de la representación se ha des-sujetado, provocando al mismo tiempo un colapso en aquellos ámbitos de operación en los se ha enseñoreado históricamente la subjetividad. Des-sujetada comparece, por ejemplo, la razón, en la lectura que Sergio Rojas propone de ese cerebro artificial que es la máquina cóndor de Demian Shopf. Des-sujetado el rostro ?emblema de la subjetividad? allí donde la fisonomía de las mujeres reclusas fotografiadas por Brantmayer, libera, por mediación de la operación artística y la escritura que la prolonga, lo que el rostro tiene de inagotablemente extraño e inapropiable. Des-sujetado el cuerpo, allí donde la escritura lo ve caer como peso muerto sobre la superficie aeropostal de Dittborn, desde el tiempo inhumano, se nos dice, de los procedimientos.
Afinada en esta disposición, que parece hacer presión junto con las obras por colapsar el marco subjetivo desde el que se engrana lingüísticamente todo el andamiaje de la representación, no es extraño que esta escritura se haga intensamente sensible también al fantasma de la presencia que ?confinado en su cada vez más concreta espectralidad? pena en el imaginario contemporáneo. No solo en el cuerpo convulsionante que amenaza con rasgar el paño de la representación, en las fotografías de Pilar Cruz, sino también, en la disposición seca y muda del mundo alcanzado por la mirada realista de Felipe Cooper (que parece acercarnos según la descripción de Rojas, “al especto que tiene las cosas cuando nadie las observa”) la escritura parece constatar, en el régimen de la obra, un halo de presencia. De una presencia imposible, tenemos que agregar enseguida, pues la presencia es precisamente lo que cada vez tiene que retirarse para que haya representación. De allí la penadura de la presencia en la obra de arte contemporánea, que, como las acuarelas de Edgardo Catalán en torno a las que Rojas escribe pasajes notables, otorga al mundo circundante la gravidez de un objeto, es decir, lo hace ingresar a la representación dejándolo sin embargo ?para el sujeto? como “trascendencia innombrada”.
Apelo a estos ejemplos, que no agotan y ni siquiera cubren el campo de mira del libro, para alcanzar fundamentalmente a dar alguna idea acerca de la contextura del relato que, en su denuedo por darles lectura solo puede acontecer con ellas ?con las obras? al borde de esa inminencia sin revelación que constituía para Borges el hecho estético. No sé exactamente por qué esa espera que la escritura de Rojas produce en torno a los obras, esa zona de inminencia, me lleva a pensar en aquello que Walter Benamin ponía de relieve a propósito las calles de Paris vacías de gente, fotografiadas por Atget a principios del siglo XX: el aspecto del lugar donde algo ya aconteció, no cualquier cosa sino un hecho altisonante (un crimen, por ejemplo). El lugar del crimen ?acota el mismo Rojas a la observación benjaminiana? “está vacío y se le fotografía para encontrar en él los indicios del terrible suceso”. Algo similar a lo que hace su escritura con las obras, retornando insistentemente sobre ese “algo” acontecido en ellas, buscando sus indicios y sus evidencias, sin volverse, a mi juicio, el informe de un testigo a salvo, que opera objetivamente en el lugar del crimen desde una asegurada y profesional lejanía. En el revuelo y el fragor de las palabras, esta escritura se mantiene, pienso yo, como una de las muchas líneas que fugan desde el inquietante “sitio del suceso”.
No es por eso mismo esta una escritura policial o detectivesca, sino una escritura cómplice e implicada. Una escritura hecha también de ese disturbio silencioso que queda en el aire cuando la escena del crimen ha sido vaciada. Retirado, replegado el suceso altisonante de las obras –de esos lugares de ninguna parte, por ejemplo, que la prosa crítica de Sergio nos muestra singularmente mediados por la fotografía de Casanova– se retira otra vez al momento del relato, como si obra y escritura no correspondieran sino a un solo movimiento, que es como la retirada de una ola con la que se repliega o reorganiza el poder configurador de mundo de la subjetividad. De esa resaca, la escritura que contiene este libro ha emergido a mi lectura, como un avisado rumor y al mismo tiempo como una espumosa incógnita.
Quiero decir para finalizar que me parece que, al momento de leer este libro, vale la pena acoger a cabalidad la recomendación del autor de no esperar de la obra una manifestación de la creciente comunicabilidad que hoy por todas partes nos excede. Como no se trata de leer, traducidos al discurso los eventuales mensajes que los artistas cuyo trabajo aborda este libro hubieran tenido en mente “comunicar” echando mano a los recursos del arte, no se trata tampoco, cuando la obra es aquí el mismo libro de Sergio Rojas, de hacerse con aquello que el autor hubiese querido transferirnos como una teoría del arte, proyectada más allá de la muerte del arte, usando como recurso argumental la aproximación a ciertas obras ejemplares o ilustrativas…atender en este caso a lo que excede a la comunicabilidad del libro, es ?creo? escuchar ese disturbio silencioso, el rumor de ese enorme ola epocal que se retira y que al alcanzar también a jalar en su retirada a esta escritura que la atestigua, también a ella la des–sujeta. Esa desujeción que es en cierto modo una no–experiencia, un vacío que desde la obra de arte nos succiona luctuosamente hacia el sitio del suceso, es la experiencia fundamental de la que este libro, a mi juicio, nos hace lectores.
Texto leído en la presentación del libro, 16 de abril de 2009,
Auditorio de la Facultad de Artes de la U. de Chile.