La destrucción del mundo interior (Overol, 2015), es una reunión de los tres trabajos poéticos de Juan Santander Leal (1985): Allí estás (2009), Cuarzo (2012) y Agujas (2015). Este último texto no queda totalmente claro si se trata de un libro o un adelanto, menciono esto dada su escueta extensión.
Lo primero que llama la atención es el título del libro compilatorio, que podría calzar para una novela que trabaje bajo esos presupuestos apocalípticos cotidianos, grandilocuente y poco apropiado para el tono del libro, me parece. Es el título de un poema del primer libro que a que simple vista tiene que ver con la pérdida de inocencia, con una mirada de excesiva fragilidad de un púber iniciado en el mundo sexual. El tránsito de la niñez a la adolescencia: título atractivo, qué duda cabe, pero que no le hace justicia a los principios de discreción que rondan en la poesía de Santander.
La edición funciona como una retrospectiva, como se infiere en la contraportada, aunque esto suena un poco aventurado, por lo incipiente de la obra. De cualquier forma, se echa de menos una nota aclaratoria acerca de la “versión revisada” que nos presenta este libro, si hubo modificaciones, cuál fue su carácter y qué se busca finalmente con esta entrega.
El primer libro de Santander, Allí estás, preferiría pensarlo en diálogo a los primeros libros que me ha tocado comentar, editar o presentar, por ejemplo Blacbuc de Juan Pablo Pereira, Los Surfistas de Víctor López, El Cementerio de los disidentes de Claudio Gaete, El paisaje de la derrota de Antonio Rioseco. Este último es el que más afinidad tendría con Santander, en términos de tratamiento de la imagen y cierta claridad y precisión en el lenguaje. En cambio Pereira y Gaete están quizás distantes de este tipo de propuestas. Concretamente, Blacbuc es un texto más cifrado y oblicuo, en cambio El Cementerio de los disidentes lo sitúo dentro de un ámbito más expansivo y polisemántico. Todos estos primeros libros creo, se sostienen en el tiempo, cada uno a su manera asumen dosis de riesgo en el lenguaje. Menciono esto porque los primeros libros casi siempre son un dolor de cabeza para los autores que persisten en la escritura, y que con los años se giran y prefieren omitir esa primera convicción en su biografía. Hay autores que muestran especial maestría en borrar esas huellas en la escena del crimen de la inocencia. Este no sería para nada el caso de Santander.
Este primer libro de Santander ostenta una sentimentalidad modelada por el control pulcro del lenguaje, mostrando una preocupación por los primeros planos, afincado en cierto lenguaje fotográfico que maneja con bastante destreza. No es un libro para esconder la cabeza sino que es un texto que basta para asomarse dentro del panorama del campo de la poesía actual. Un ejemplo es el poema“Lavanda ahora”: “el té se oxida en una esquina de la mesa/ alguien se acerca a ti silbando un himno/ toca la puerta de tu pieza con los dedos”.
Tal vez el salto diferenciador de Santander de su primer libro a Cuarzo y Agujas sea debido a una serie de cuestiones que son difíciles de explicar, pero puedo aventurar algunas que saltan a la vista. Una de ellas es que deja de titular sus poemas, cuestión que le juega en contra en el primer libro, y la otra es que comienza a entrar a la imagen de una manera menos rígida y más plástica. Además podría decirse que las razones sentimentales del sujeto del primer libro ahora son otras (digo esto no porque sea escéptico con que se pueda hacer una poesía amorosa hoy, más bien lo expongo como dato).
Santander no dimite en su preocupación por la imagen, la calidad de sus encuentros compositivos va madurando de un libro a otro y se podrían calificar como de un observador que piensa y hace relaciones, incluso por momentos acercándose a los dispositivos de enumeración de los surrealistas. Esto lo puede emparentar de algún modo a Los Surfistas de Víctor López. La clave de Santander entre su primer libro y los dos últimos quizás esté en su manera de aproximarse a lo observado. Siguen existiendo ciertas imágenes estáticas como en su primer libro, pero ahora bañadas con un tono de anotación más certero y profundo: “Amanecí con una astilla del sueño en la planta del pie” o “Las rocas protegen la bahía en posición fetal”. Esto podría ser debido a que el sujeto de estos últimos libros varía su eje, ya no sólo se trata de la realidad visible sino que ahora se acerca a la mecánica del inconsciente, asignando figuras que le imprimen fuerza estética a su trabajo.
La poesía de Santander tiene dos tesituras al menos, la de la observación y la de la figura de la imagen. La primera nunca lo abandonó, pero la segunda sufre un deterioro óptimo, digamos que su aproximación es imaginativa y menos inocente. Va perdiendo miedo a no ser entendido y entiende que el objeto puede morder al sujeto y tatuar su mirada. Sin embargo, creo que en estas propuestas hay varias tareas pendientes aún: mayor conciencia en la sintaxis y en las formas, por ejemplo. Empero en los tres libros tenemos imágenes que resisten en su caducidad y en constelación por su vocación de búsqueda, dibujando una poética singular. Se trata de una poesía estructuralmente básica que hace de la figura de la imagen un recurso, pero que sin embargo tiene la capacidad de contar una historia mediante la concentración de elementos. No es una poesía de la acumulación, lo que aquí funciona es una cámara y una inteligente utilización de la elipsis. Habrá que esperar lo que venga de Santander. Quizás un libro que desmienta a todos los anteriores y lo ponga en situación de riesgo, sea creando nuevas estructuras o saliendo de la creación intelectual de imágenes, para trabajar en las distintas maneras de cómo puede ser leído un texto.