Hoy, María Teresa Johansson, académica del Departamento de Literatura de la UAH, comparte con nosotros la presentación de Amereida: la invención de un mar (Ediciones Polígrafa, 2019), un libro hecho de ensayos, poemas y bitácoras, acompañados de fotografías e imágenes de mapas y dibujos que parecen reclamar la contemporaneidad del proyecto y el viaje en camioneta por el continente americano que emprendieron nueve arquitectos, poetas, filósofos y artistas visuales el año 1965 desde Tierra del Fuego hacia Santa Cruz de la Sierra.
El libro Amereida: la invención de un mar, editado por Victoria Jolly y Javier Correa (Ediciones Polígrafa, 2019) hace parte de una tríada que expone tres formas de indagación contemporáneas en torno a la travesía, el viaje en camioneta por el continente americano que emprendieron nueve arquitectos, poetas, filósofos y artistas visuales el año1965 desde Tierra del Fuego hacia Santa Cruz de la Sierra. Esta triada la componen el mencionado libro, el documental “Solo las huellas descubren el mar”, y la exposición La invención de un mar, montada en la Sala Matta del Museo Nacional de Bellas Artes y el Parque Cultural de Valparaíso en Chile (2017). En conjunto configuran tres puestas en acto de la memoria de este viaje y de sus actualizaciones en el presente, que operan en distintas materialidades, soportes, lugares y tiempos.
Podríamos elucubrar que entre las páginas de Amereida: la invención de un mar, se pliega la voz nítida de los entrevistados y la voz en off del documental. Construido con memorias orales, dislocadas, selectivas, la producción audiovisual delineó las intrincadas relaciones del viaje de Amereida con los inicios de la Ciudad Abierta y el desplegarse de la escuela de Arquitectura y Diseño (PUCV). En la narrativa documental de esta trayectoria se explora lo poético desde el silencioso lugar del navegante. Asimismo, mediante un ensamble de temporalidades, el libro hace recordar el tránsito que, como espectadores de la muestra, realizamos a paso lento sobre la rampla de madera montada, en la misma sala del MNBA, al descender hacia un archivo que reunía fotografías, mapas, bitácoras, pizarras y hojas manuscritas.
En esta dinámica de indagaciones que interrelaciona lenguajes, objetos, citas e imágenes visuales, este libro realiza un aporte central al hacer participar a otros oficios de la investigación en torno a la travesía. Junto a la fotografía y la gráfica, concurren los de la escritura y la traducción. La primera, anclada en la figura del poeta como escribiente; la segunda guiada por un deseo de circular entre lenguas.
Si tuviéramos que hacer una inicial puesta en valor de esta publicación tendríamos que subrayar que, entre sus varios méritos, está el de hacer público – exponer a la mirada de todos –, el archivo fotográfico que viajó desde las manos de François Fédier en Francia hacia la Ciudad Abierta. No cabe duda de que esta selección de imágenes de la travesía, brillantes e iridiscentes, constituye un acervo donado que será utilizado en futuras investigaciones sobre las artes visuales en Chile.
Los retratos de los viajeros muestran rostros desafiantes, entusiastas, inteligentes, cansados e inquisidores, y aparecen ante la cámara capturados en la contingencia del viaje. En una suerte de contrapunto, la fotografía de la portada, tomada desde el interior de la camioneta, nos posiciona en el inicio del camino que llevará hacia la inmensidad del campo abierto. Pero además el libro contiene fotografías de las precarias esculturas levantadas por los viajeros con alambres, maderas y aluminio, emplazadas en el paisaje del desierto patagónico. Sobre estas intervenciones, anota Claudio Girola en su bitácora: “Cuanto allí se realiza es bien perecible”, o bien “señalar como un signo hace temblar toda homogeneidad, por ejemplo las de un campo visual al introducir con violencia la existencia del destello”. Así, las fotografías de estas intervenciones pictóricas e inscripciones poéticas que entre barro y nieve atraviesan el interior del sur del mundo, configuran un archivo documental del cual participamos como testigos visuales.
Si bien la fotografía y las imágenes tienen un valor esencial en este libro, la escritura como oficio también comparece mediante una diversidad de géneros literarios. Los diarios de viaje de Alberto Cruz, Claudio Girola, Edison Simons; los poemas de la travesía; las cartas de Godofredo Iommi a Edison Simons, y de Enrique Zañartu a Iommi, los ensayos de Javier Correa, Victoria Jolly, Jens Andermann, François Fedier, entre otros, se congregan en forma de manuscritos, mecanografiados y digitalizados, que el acto de lectura vuelve contemporáneos. Dada esta condición, el libro hace resonar la pregunta planteada por Giorgio Agamben: “¿De quién y de qué somos contemporáneos? Y, sobre todo, ¿qué significa ser contemporáneo?”.
Podríamos responder sosteniendo que el ejercicio de la escritura que este libro ejecuta, más allá de una simplificación temporal, abre lo contemporáneo hacia una comunidad que se revela expandida, sin fijarse. Ese movimiento de expansión se expresa en la copresencia de textos, de distintos tiempos cronológicos y autorías, que incluye nuevas escrituras ensayísticas, entre estas, las de los editores del libro. ¿Qué se ensaya en estas escrituras? Una perspectiva, una interpretación, un estilo: el desafío de un trabajo en común, que no se abandona completamente al impulso de la melancolía y que escribe desde la imposibilidad de una certeza. En este sentido, Javier Correa y Victoria Jolly ensayan una historia de la travesía, anotan hitos e indagan en su dimensión poética, pero no concluyen el relato, sino que sostienen una activa voluntad de traerlo hasta el presente. Por su parte, Jens Andermann interpreta en las fotografías de la travesía, una temporalidad en trance, que mantiene las tensiones en vilo, al ser solidaria con la carencia de historicidad y la ausencia de épica de estos hombres cuyas imágenes contrastan con las de la vanguardia guevarista.
Así, estos ensayos, poemas y bitácoras, acompañados de fotografías e imágenes de mapas y dibujos parecen reclamar la contemporaneidad de Amereida en el sentido que propone Roland Barthes cuando define lo contemporáneo como «lo intempestivo”. Lo intempestivo es aquello que está fuera del tiempo de la coyuntura, de la sazón. Y quizá sea esta condición la que interpreta mejor el viaje de Amereida, no solo para explicarnos su actualidad sino también la especificidad de su emergencia en la década de los sesenta. Porque, en cierto sentido, la travesía de Amereida propuso ya entonces lo contemporáneo como aquello que está desfasado respecto de su presente. Pues, como señalara Agamben siguiendo a Nietzsche: “Pertenece verdaderamente a su tiempo, es verdaderamente contemporáneo aquel que no coincide perfectamente con él ni se adecua a sus pretensiones y es por ello, en este sentido, inactual, pero justamente por esta razón, a través de este desvío y este anacronismo, él es capaz, más que el resto, de percibir y aferrar su tiempo.”
Quisiera permitirme aquí un pequeño excurso sobre “el desvío” de Amereida respecto de esos viajes colectivos que recorrieron el continente durante los años sesenta. Un excurso que dialoga con algunas ideas también presentes en el ensayo de Andermann, “Imágenes entre la tierra y el nombre”.
Después de que la vertiente antropológica propusiera los recorridos por la Amazonía, después de la Santa Hermandad Orquídea, de Lina Bo Bardi, también después de los viajes de Leopoldo Castedo fotografiados por Sergio Larraín, los sesenta configuraron otro impulso de viaje, que no el de descubrir lo que estaba escondido entre las arqueologías precolombinas y de rescatar la presencia indígena en el continente, sino el de refundarlo en una nueva aparición. Las máximas de liberación, refundación y experimentalismo fueron parte de los sentidos epocales que reconfiguraron nuevas formas de lo colectivo, de representación de los pueblos y del imaginario del territorio americano acorde con los proyectos y utopías de transformación social. En este contexto, las experiencias vitales de viajes se manifestaron como acciones emergentes y revolucionarias, guiadas por un imperativo político. En otros casos, los viajes transitaron la frontera señalada por Kamnitzer de las estéticas activas en las que las vanguardias políticas y las artísticas tuvieron puntos de encuentro, tal como lo fue Tucumán Arde y otros eventos de los conceptualismos del sur.
En esta trama de viajes de los sesenta que enarbolan la pregunta por la acción, lo político y el territorio, Amereida hizo una aparición que diseñó un desvío hacia un imaginario geográfico y poético que reconfiguró la relación entre arte, naturaleza y territorio americano. En este, el cosmos devenía cartografía, tal como se lee en la bitácora de Alberto Cruz: “Ni norte ni sur/La cruz del sur se llama/ Ancla Polar”. Por su parte, el ensayo de Fedier enfatiza esta dimensión espacial de la experiencia: “La Amereida me forzó a abandonar la comodidad de una relación directa, unívoca, y segura con el espacio y a descubrir el riesgo de estar en el verdadero espacio, donde nada se da por seguro.” O en los versos del diario de viaje de Edison Simons: “Así/salir del Sur/cruzados/por su fuego.”
Al mismo tiempo, en su desvío, Amereida renunció a una perspectiva ideológica y geopolítica previamente determinada e insistió en lo incipiente de la conformación del continente. Este extracto de “Cálculo poético” de Amereida de Godofredo Iommi es elocuente al respecto: “los actuales soñamos en un largo idioma luso-castellano, en países que no alcanzan a ser naciones, en razas múltiples aun tanteándose y nos decimos americanos”. Asimismo, la travesía exploró lo noción de lo colectivo desde una idea de comunidad entendida como un principio creativo, puesto en obra mediante la acción conjunta.
Por tanto, si su “estética activa” fue en cierto sentido inactual para las coordenadas dominantes de su tiempo histórico, hoy nos habla con vehemencia de un modo nuevo de articular sentidos comunes y experiencias de intervención en el espacio que no son meramente ideológicas sino que apelan a otras fuerzas vitales.
En el libro que presentamos hoy, las escrituras y los mapas de los viajes del presente y los de entonces emergen contiguos y contemporáneos. Esta temporalidad del entonces-ahora vuelve a expandirse en una nueva comunidad, haciéndose partícipe de otras formaciones colectivas que se proyectan entre los habitantes de la Ciudad Abierta, los estudiantes de la Escuela y otros muchos que se encuentran más allá del mar y el sol sobre las dunas de Ritoque: en este museo, en la calle, en el puerto de Valparaíso, y también, por qué no, en la voz de Cecilia Vicuña cuando ritualiza la amenaza de la desaparición de las dunas de Concón y de la “utopía de Amereida”.
Quienes han llevado a cabo el proyecto de este libro no han sido guiados por la pasividad de la conmemoración ni por el mero impulso desmitificador, sino por una estética activa que incursiona en una dimensión real e inmanente de la experiencia proyectada en el tiempo. En buena medida es por esto que el libro integra también las fotografías de la exposición La invención de un mar y de un acto poético de Arte Abisal en la Ciudad Abierta. Las imágenes recientes muestran otras formas de arte experimental, en las que se explora los umbrales del lenguaje y la creación desde dimensiones corporales y afectivas. Asimismo, subrayan la potencia de este espacio creativo en un escenario de formación globalmente constreñido a la unidireccionalidad académica y al seguimiento de los regímenes de productividad homogeneizantes. Resuenan entonces, las palabras de Enrique Zañartu en su correspondencia a Iommi tras el regreso de los poetas viajeros a Francia: “Si quieres que la experiencia tenga una influencia / y quieres que otros la sigan/ debe tener más aberturas.”
Quizá lo contemporáneo de este libro, que incluye un gesto melancólico que deriva de manera intempestiva por el viaje de Amereida, sea también una no coincidencia, un desvío y una abertura. En sus sentidos contemporáneos, tanto la travesía de Amereida como la publicación de este libro, son un modo actual de percibir y aferrar nuestro tiempo, de tomar distancia, de no ceder el instante, de abrirlo y de ensayarlo.