Esta semana publicamos el texto que Manuel Naranjo Igartiburu escribió para Letras en Línea sobre el proceso y la experiencia de traducir el libro Inclinación, de Jean Sprackland, unas de las varias preciosidades que la editorial valdiviana Komorebi ediciones se ha dedicado a difundir desde su aparición en 2017.
Romper la caída. Una roca que interrumpe la caída de la corriente de una cascada, el punto muerto donde se funden, en un juego altamente erótico, dos elementos de la naturaleza, la tierra y el agua, y la sensación de ingravidez, de estar viendo ese espectáculo de pasión extra-humana desde el cielo nocturno, acompañado sólo por la luz de las estrellas, como en un sueño vívido. Sinceramente no recuerdo el momento exacto ni el contexto en el que me encontraba cuando allá por el ahora lejano año 2017 di por casualidad en internet con Inclinación, de Jean Sprackland, poeta inglesa que hasta ese minuto desconocía por completo. Sólo me acuerdo de esa imagen germinal y la conmoción que esta me provocó. Conmoción y desestabilización que luego descubriría era acorde con la idea que subyacía en el título del libro del cual este poema provenía: Tilt, es decir, la “inclinación” o “ladeo” de algo que – y esto es clave – un instante atrás tenía una posición firme, estable.
La ausencia presente y el componente existencial de la traducción. Dicen por ahí que las mejores cosas y situaciones se presentan cuando estas no son planificadas, cuando estas tocan tu puerta y acontecen porque sí, luego de – uno supone – atravesar largas distancias, de seguir un curso secreto que rebasa tu comprensión y control. Sin desmerecer esa cuota de gratuidad y sinrazón, que por supuesto la tiene, en mi llegada al mundo de la traducción hay, sin embargo, otro origen, un origen particular que está fracturado paradójicamente en dos mitades que de manera aparente se contradicen y anulan mutuamente. Por un lado, la necesidad de desaparecer en el texto, de enmudecer y eliminar todo rastro del “yo”, más que por humildad o un vaciamiento de carácter místico, por aceptar la preeminencia del lenguaje por sobre el sujeto, y a raíz de ello, combatir la idea de ser el creador de un discurso y permitir sin ilusiones de domesticación que este se exprese a través de mí, cual flujo. Por otro lado, hay también la necesidad imperiosa de decir algo, de rebelarse ante ese vacío y silencio, de reconocerse en esa ausencia y otredad, sobre todo en momentos de fragilidad. Siempre que he traducido algo – esta no fue la excepción – se ha dado esa tal vez extraña ecuación. Momentos en los que se conjuga un deseo de renunciar a la propia voz, necesario en este caso para crear un espacio interior que pueda ser llenado por la voz a la que se diera rienda a través de un determinado poeta, y otro posterior, en el que ya asimilada esta, intento versionarla con la mayor naturalidad y fluidez posible en nuestra lengua, manteniendo la invisibilidad, la ausencia posibilitadora y creadora.
Inclinación. Todo el proceso de la materialización de este libro fue una aventura, un viaje que podría describir como de aprendizaje y asombro permanente. Desde la odisea que fue conseguir los derechos de traducción del libro (estos están bajo la administración de Penguin Random House), etapa de intensas y largas conversaciones en que lo más difícil fue que ese gigante grupo editorial confiara en nosotros, se diera cuenta que nuestros insistentes mensajes no eran spam (cabe señalar que al inicio de estos diálogos todavía no habíamos publicado ningún libro bajo el nombre de Komorebi Ediciones, ni siquiera teníamos un perfil en Facebook y cualquier otra red social), hasta la lectura y el proceso mismo de la traducción del texto. Esto último no sólo porque esta es la primera traducción que se hace al castellano de una de las obras de Sprackland (situación, que junto con ser un gran desafío, se asemejó a internarse en un territorio virgen, desconocido), sino también por el concepto general del libro y la manera en que la poeta inglesa lo lleva a cabo.
Decía al comienzo que, en consonancia con el título del libro, todos los poemas de Inclinación manifiestan la desestabilización, la fisura, el derretimiento de algo que hasta un momento se mostraba sólido, equilibrado. Éstos describen un mundo frágil y peligroso, sin las certezas más básicas de la física o la geografía. Sus voces y personajes viven siempre conscientes de la posibilidad de un desastre no identificado. El caos se cierne bajo la forma de inundaciones, huracanes, icebergs desprendidos del polo; en este universo la Tierra gira fuera de su eje, las aves migratorias pierden su rumbo y “caen como granizo” (p. 18), los mapas dan cuenta falsamente de un territorio que en realidad es indeterminado (“Pero los mapas pueden mentir. Bajo el faro escupido / los cartógrafos practicaron un arte oscuro, / trazando un seguro contra el extravío. / Inventaron una ruta segura por encima de rocas letales. / Marcaron una isla verde donde no había nada / más que un camino azul vacío bajo un sol amenazante”, p. 30). Hay innegablemente aquí de parte de Jean un llamado de atención al desastre ecológico ocasionado por el ser humano (una de sus mayores preocupaciones y consecuentemente una constante en su obra), pero también una crítica a la pretensión de parte de este de comprenderlo y usufructuarlo todo.
Y sin embargo dicho desplome nunca es completo, la caída queda como suspendida en el aire, puesto que a esa fuerza destructiva se le opone – y esta fue quizás una de las mayores sorpresas que tuve al leer por primera vez el libro – otra más sutil, pero igualmente resistente que se manifiesta en las cosas más simples: en la belleza de una roca que interrumpe la caída del agua, de la superficie de un lago que refleja la inmensidad del cielo desdibujando los límites de cada uno, en la vegetación que subsiste bajo las condiciones más extremas, es decir, en pequeños milagros que expresan la armonía de la naturaleza (por medio de cuya evocación se insta a redescubrir y respetar) y la fuerza y capacidad que demuestran tener los seres vivos para sobreponerse a todo y sobrevivir (el poema que mejor manifiesta esto a mi juicio es el que lleva irónicamente por nombre “El ruiseñor de Birkdale». En él se describe cómo el sapo corredor, una especie en peligro de extinción en el Reino Unido, logra aparearse pese a todos los peligros que debe enfrentar diariamente y la reducción de su hábitat natural).
En fin, quise adentrarme un poco en lo que este libro propone, más que para hacer un mero recuento de mis asombros, para intentar decir también que a pesar de su aparente transparencia y claridad, Inclinaciónes un libro que imposibilita un rótulo fácil, que tiene muchas capas, varias de ellas muy oscuras, sin perder nunca eso sí el concepto general descrito, como lo demuestran algunos poemas que, entremezclados con otros de temática más “ecológica” e incluso “animalista” (un reduccionismo evidente de mi parte), esto último reflejado especialmente en los textos titulados “La raíz” y “Vacas”, dan cuenta de rupturas del equilibrio o la estabilidad dentro un terreno más personal, rupturas que permiten la liberación, la puesta en movimiento de situaciones estáticas y subyugantes, tales como la emancipación del yugo patriarcal (“Sentimientos”, “Tercer día de luna de miel”, “Tres voces”), de la socialmente instaurada desconfianza hacia el otro (“Avistamiento”, “El trato”) o de los tabúes en torno al sexo cuya crudeza hace recordar la poesía de Sharon Olds (“Exorcizada”).
El camino descendente. Inicié estas breves notas con una imagen germinal que a un nivel no racional capturó mi atención e hizo interesarme por este libro hace ya un tiempo. Termino ahora con una imagen de despedida (¿no es acaso toda imagen el cierre de un telón, la manifestación de una lejanía?) que quedó resonando dentro de mí luego de traducir el texto y de haber podido convertirlo en libro junto con mis compañeros de Komorebi Ediciones (a quienes aprovecho de agradecer públicamente por sus agudas observaciones a la primera versión que hice del mismo). La imagen proviene de “El camino descendente”, uno de los últimos poemas del libro, precisamente. En éste se invita a nosotros, los lectores, a “olvidar el camino” y a dejarnos conducir por un arroyo puesto que, a diferencia del primero, no conduce a lugares equivocados o se detiene ante obstáculos que le parecen infranqueables. Incluso dividiéndose, producto del carácter escarpado del terreno, sus corrientes nos podrán llevar abajo, si las dejamos. Pienso que esta imagen sintetiza como pocas varias de las ideas que subyacen en este poemario y que personalmente me las dejo como herencia: la apelación a salir de situaciones y/o concepciones erróneas y estrechas que se muestran como inamovibles y dignas de confianza (el camino pavimentado, metáfora del limitado conocimiento y campo de acción humano); la valoración y confianza en la sabiduría, en el orden secreto de la naturaleza (el curso que sigue el arroyo y su “don para encontrar la ruta más corta”); la transitoriedad y finitud de todas las cosas que confluyen en un destino común (las aguas que arrastran todo e indefectiblemente llegan al mar); y pese a lo anterior, la maravilla y particularidad del sendero que cada vida recorre, que por tal motivo hace que estas tengan una experiencia y visión única del universo (la bifurcación del arroyo en corrientes que enfrentan diferentes pruebas y barreras).
Selección de poemas de Inclinación, de Jean Sprackland (Komorebi Ediciones, Valdivia, 2018)
Romper la caída
Imagina ser esa formación de roca
que sobresale del rostro de la colina,
la roca que interrumpe la caída de la corriente,
día y noche, por milenios.
La corriente se desborda, brillante como el mercurio,
sin más opción que golpearte:
estalla en gotas que se disparan lejos
en ángulos más o menos predecibles.
Todo lo que varía es el peso del agua,
en la sequía, o después de fuertes lluvias;
el ritmo del flujo, el grado de inclinación
y el volumen del caudal.
Imagina el punto muerto,
la pasión. Imagina las estrellas.
El ruiseñor de Birkdale
(Bufo calamita — El sapo corredor)
En las noches de primavera puedes oírlos
a dos millas de distancia, llamando a sus parejas
al lugar de reproducción, la parte suelta y húmeda de las dunas.
Los amantes ocultos en las cercanías son sorprendidos
por la música acuciante. Un hombre buscó durante toda la noche
una nave espacial estrellada.
Para ser anfibios, ellos son nadadores terribles:
donde es difícil llegar a tierra, se ahogan.
De día duermen en grietas bajo el muelle,
corren como lagartijas de principio a fin
sin el instinto de saltar cuando una gaviota quiere engullirlos.
Sí, el macho puede hacerse temible,
inflando sus pulmones al doble de su tamaño.
Pero los automóviles en la carretera de la costa no se detienen.
La hembra pondrá un collar de perlas en los juncos.
A la mañana siguiente, un perro correrá dentro del agua y los dispersará.
O ella desovará en una huella llena de lluvia salada
que se secará como una costra en dos días.
Aun así, cuando él la llama y la monta
demuestran estar bien diseñados. Las almohadillas nupciales en sus muslos
se adhieren como velcro a su espalda. Ella permanece firme debajo de él.
El charco se desborda con la luz de la luna.
Todo conduce a esto.
El camino descendente
Olvida el camino.
Atraviesa los arbustos y los espinos
y camina hacia el arroyo.
Lo que pasa con un arroyo es
que sabe a dónde va, tiene el don
para encontrar la ruta más corta.
Un camino puede perder su temple,
desaparecer en el pantano o los helechos, dividirse
inescrutablemente en dos. He estado en ese lugar
y sopesé las opciones, las sopesé
y verifiqué una y otra vez, mientras la niebla se deslizaba
sobre la montaña como el sueño.
Cuando el arroyo se divide,
ambas corrientes son igualmente seguras.
Cada una juega su propio partido —la capa resbaladiza del musgo,
la carrera repentina sobre un surco de la roca—
y cada una, si las dejas,
te llevarán abajo.