En el libro L’Imitation de Notre-Dame la Lune, de Jules Laforgue (1860-1887), la prosodia es puesta al servicio de la tensión entre el entusiasmo del sentimiento y las subversiones de intelecto. En un doble movimiento de promoción y menoscabo, Laforgue abre su corazón y se burla de sus propios deseos; sus formas y efectos poéticos se vuelven contra las pasiones que sus poemas parecen querer expresar, su poesía se desdobla entre un ímpetu subjetivo y sentimental, de una parte, y una mirada objetiva que ensancha la grieta irónica, de la otra. La prosodia de Laforgue se repliega y ríe también cada vez que su discurso roza las palabras grandilocuentes y los grandes temas de la tradición, parodia los sistemas de pensamiento, ridiculiza la jerga y las sutilezas de los filósofos, las pretensiones de la literatura romántica; en fin, termina por hacer fruncir el ceño a los guardianes de la ley, a quienes no aprecian que se bromee con el Infinito, el Ideal o el Amor, o, más bien, con los lugares comunes a los que han quedado reducidos tras un manoseo de siglos.
Propongo dos versiones de este poema. La primera, para quienes tengan dificultades con el francés, es perfectamente “literal”, aberrante y falsa, sin más mérito que ayudar a leer el original. La otra, más efectista, me parece sin embargo más fiel al original (y no hablo de fidelidad al espíritu, sino a la letra). Esta traducción fue publicada originalmente en la revista Vértebra 9, como parte de un artículo titulado “Ironía y melancolía: un Pierrot de Jules Laforgue” (27-32).
Pierrot (Scène courte, mais typique.)
Il me faut, vos yeux ! Dès que je perds leur étoile, |
Pierrot (Escena corta pero típica):
¡Necesito tus ojos! Desde que pierdo su estela, ¡Deberían haberme visto después de esa querella! Pero también, verdad, me heriste las antenas Veía que tus ojos me lanzaban tras de pistas, ¡En cuanto a mí, estoy laminado en estéticas leales! No soy en modo alguno ‘ese gallardo’ ni El Soberbio Tengo nervios aún sensibles al sonido de las campanas, ¡Es cierto, he vagado bastante! Mendigué en tugurios – Vamos, hagamos las paces, Ven, que te acuno, * * * Pierrot (Escena corta pero típica): ¡Necesito tus ojos! Cuando pierdo su estela ¡Si acaso me hubiesen visto después de la disputa! Aunque también, cierto, me heriste las antenas Me daba cuenta; tus ojos sugerían pistas. ¡Yo, en cambio, chapado en estéticas leales! Mi raza no es gallarda, soberbia o belicosa Mis nervios aún sensibles a los versos de Plauto, Cierto: ¡he estado en todas! caí en estertorios –Niño, hagamos las paces, ven que te acurruque. |