Desde la obertura excéntrica y certera de cada uno de sus cuentos, se nota en la pluma de Pablo Toro una decisión y originalidad poco usual en las letras chilenas: “El sacerdote Javier Aspurúa es el Diablo, un hecho que ha dificultado su actividad eclesiástica de los últimos 40 años” (‘Parque Avendaño’), o bien “Selina Holmes me ha llamado por la mañana desde un hotel en Bellavista, diciéndome que Roberto se encontraba enfermo, que hablaba sin parar de una supuesta fiesta que podían ser dos fiestas o algo así.” A partir de estos comienzos intrépidos, Toro se interna con notable presencia de ánimo en tramas e historias –previsiblemente–, cada vez más delirantes.
Las temáticas son también insospechadas, a falta de una palabra mejor (‘fantasiosas’ y ‘oníricas’ me resultan demasiado convencionales): una mujer encerrada en un torre, capaz de reproducirse a sí misma; un hombre mutilado que ha hecho carrera como estrella porno (o algo así); un joven deseoso de obtener un puesto en un canal de televisión, en entrevista con un productor ejecutivo que de pronto le deja caer la frase: “Ya entenderás que este es un negocio de hombres maravillosos y vulnerables”, que el autor del libro, con buen oído, ha escogido para intitular su colección.
El personaje o narrador que recorre los relatos de ‘Hombres maravillosos y vulnerables’ es, sinuosa y vagamente, siempre el mismo: un tipo decadente y desencantado, afecto a las piscolas desde antes que se ponga al sol (más bien apenas desde que sale), dueño –o presa–, de una extraña sensibilidad mórbida, con algo del flâneur de Baudelaire, de Pound o de Burroughs.
Pero lo que llama la atención sobre todo, y envuelve e incita al lector, es el estilo. Lleno de circunloquios y de metáforas rebalsadas, y sin nada de ese temor a lo kitsch, o simplemente a lo sensible, que domina en general la prosa chilena joven y la tiene columpiándose entre la asepsia de la frase corta y vacía, o simplemente el bolañismo mimético y ramplón, Toro, que de bolañismo ha de haber sufrido algo, pero que lo ha superado, o mejor aún, sintetizado, en un estilo sorprendentemente propio, no tiene el más mínimo problema de despacharse a cada momento frases caprichosas y rimbombantes, así como metáforas excéntricas, casi cursis, haciendo de ambas la principal marca de su estilo monologante y único.
El problema de este libro, aparte de la longitud (escuálida), es el argumento, o la idea que sostiene los relatos. La mayoría de ellos acaso funcionen como fogonazos excéntricos o divertidos, pero carecen de un sustrato convincente y terminan difuminándose en la fugacidad de una escena atractiva, o cómica, pero que no va a ninguna parte. Así pasa en ‘Vendaval’ (una paráfrasis de Nocturno de Chile), en el que da título al volumen, en ‘Parque Avendaño’ y con más claridad en ‘El club de los cinco’.
En todos ellos se nota la multitud de influencias y lecturas: Bukowski, Burroughs, Auster y otros autores norteamericanos (mal)traducidos por Anagrama, así como también algunos nacionales, como Bisama, Mellado y Zambra, aparte de Bolaño. De todos se toma algo de aliento para ir articulando una voz propia, que vaya dejando salir una culpa o tormento nuevo, pero lo que no aparece con la misma claridad es aquello que se busca decir, lo que está más allá (o más acá) de la anécdota.
Este riesgo se conjura definitivamente en ‘El proceso’, el único relato más largo, que aborda, de sopetón y sin decir “agua va”, como todos los experimentos de este libro, la extraña visita de un tránsfuga norteamericano que le solicita alojamiento al narrador (bebedor de pisco y lector de Burroughs) mientras todo el período que dure “el proceso”. Pero el protagonista tiene sus propios problemas de los que hacerse cargo, entre ellos retomar la relación con su hija y su esposa, luego de que ésta lo descubriera en un poco decoroso affaire extra-matrimonial (“cuento corto: yo se la metía por el culo a la negra, y mi esposa lloraba detrás de mí”).
Todo es fantasioso y onírico en este cuento excepcional que avanza, como resulta previsible, hacia aguas cada vez más desquiciadas. Con algo de Bartleby y algo del Salinger del “Periodo azul de Daumier-Smith’ (que no es poco decir), lo que resuena sobre todo en este cuento es una voz completamente original y propia, en un arrojado proceso de desquiciamiento.
Por supuesto nada se entiende en esta historia centrífuga, pero lo que persiste en la retina es la atmósfera frágil y desolada, que de alguna forma se resiste a una condenación definitiva y sobrevive con piedad en los “maravillosos niños traficantes del barrio Bellavista, que se desplazaban por las esquinas ofreciendo dulces mientras te miraban a los ojos con violencia” o en los “grupos de putas que estaban en la otra cuadra, fumando como hienas heridas” y, junto con ellos, la extraña sensibilidad que se cuela silenciosa debajo del estilo que le da forma, y que dejará a cualquier lector atento de Toro sin duda esperando por más.
Alfredo Romero
1 mayo, 2014 @ 18:38
Donde consigo el libro en pdf o algo asi? POR FAVOR!!