“Adolf Hitler me salvó la vida. Yo sé lo que quieres decir. Pero no digas nada” (11). Así comienza la novela Avenida Nacional de Jaroslav Rudis (1972), un escritor nacido en la desaparecida Checoslovaquia que se erige como uno de los creadores más prominentes de Europa del Este. Rudis ha sido albañil, vendedor de cervezas, botones, profesor, panadero, periodista y músico de bandas punk. Ha escrito cuentos, cómics, ensayos y obras de teatro. Su obra ha sido traducida a más de diez idiomas y su novela Grandhotel fue llevada al cine en el año 2006. Desconocido en gran parte de Latinoamérica, Tajamar Editores nos da la oportunidad de conocerlo traduciendo al castellano su última novela y promocionándola con un video con la voz del mismísimo Jaroslav Rudis:
Avenida Nacional narra la historia de Vandam, un albañil que vive en Praga y que todas las noches se emborracha en el bar Estrella del Norte. Se autodenomina Vandam por la admiración que profesa por Jean-Claude Van Damme, el actor belga experto en películas de acción y artes marciales. En el pequeño y ordenado departamento donde vive tiene un reproductor de VHS donde se encierra a ver las cintas de su héroe, imitando sus movimientos y cultivando una admiración absoluta. Al bar acude con su obeso y adolescente hijo, le dice que tiene que hacer gimnasia y entrenar porque el mundo nunca ha dejado de estar en guerra. Aquí hallamos la primera variable importante que determina al personaje. Su relación con los conflictos bélicos lo lleva a realizar constantes analogías con las múltiples batallas que han azotado Occidente: desde Austerlitz hasta el invierno en Stalingrado, pasando por Nueva York el 2001 hasta el desembarco de Normandía. Sostiene que los máximos responsables de las guerras son aquellos sujetos que piden perdón, pues de esta forma están siempre retrocediendo. Nacido y criado en contextos donde las guerras se suceden incesantemente, recuerda en cada momento las palabras que le dijo su madre cuando se refería a las consecuencias de las grandes batallas: “Los gordos estarán flacos y los flacos fríos” (24). La relación que los personajes tienen con la ciudad es otra arista importante que atraviesa el relato. Construida sobre un bosque, Praga les parece una ciudad ajena, una edificación de cemento que intenta mediante grandes construcciones tapar sus orígenes. El papá de Vandam salía al balcón de su casa y miraba, tomando cerveza, todas las noches los pocos bosques que aún quedaban en pie, con un sentimiento de nostalgia y melancolía que heredaría su hijo, pero no su nieto. Por lo mismo, en todo el relato ronda la figura del olmo, un árbol que se relaciona estrechamente con los cultos de la muerte relacionados con la naturaleza y la guerra: “¿Sabes que los pájaros anidan en todos los árboles menos en los olmos?” (21).
En el epílogo a la edición alemana, Rudis dice que su intención era escribir un libro sobre el ensimismamiento en que viven los checos. El miedo que sienten ante las culturas extranjeras y la soledad geográfica en la que se encuentran. El absurdo mito de creerse siempre víctimas de sus circunstancias, su incapacidad de asumir responsabilidades en las batallas que determinaron sus procesos históricos: “Los culpables siempre son los otros, los bárbaros de los que hablaba Kavafis”, se lee en la solapa del libro.
Violencia, bares, cerveza, bosques, revolución del terciopelo, carne de cerdo, narices fracturadas, guerras perdidas y soldados romanos, son algunos de los componentes que atraviesan esta excelente novela. Un texto novedoso -con una escritura a ratos minimalista- nos aproxima a personajes anacrónicos y vencidos que representan la cultura de países fantasmales de los que sus herederos no se sienten parte. El recuerdo de lobos extinguidos y de padres que se suicidaron son las piezas de un puzle histórico que nos entrega personajes absorbidos de tal manera por la historia que cuando las grandes batallas sucedieron nunca se pudieron volver a encontrar.
Una novela actual, innovadora y necesaria, que narra episodios bélicos históricos desde la cotidianidad de un bar. En un sillón con manchas de sangre y cerveza, un sobreviviente expone sin prisa y sin pausa cómo fue cambiando la sociedad que lo rodea a partir de un discurso nacionalista, que es el fiel reflejo de las peroratas chovinistas que hoy imperan por gran parte de Europa:
“A mí no me importan los indigentes, si no arman lío.
A mí no me importan los gitanos, si no arman lío.
A mí no me importan los punk, si no arman lío.
A mí no me importan los ucranianos, si no arman lío.
A mí no me importan los yonquis, si no arman lío.
A mí no me importan los que viven en la calle, si no arman lío.
A mí, si no arma lío, no me importa nadie.
Yo no tengo problemas con nadie.
Pero cuando sí arman lío, entonces sí tengo un pequeño problema con ellos.
Y voy y les pido explicaciones” (28).