¿En qué sentido podrían relacionarse nuestro centenario antipoeta Nicanor Parra y el entrenador –sí, alguna vez nuestro– Marcelo Bielsa? ¿Qué vínculo inesperado existe entre el concretismo brasileño y el Festival de la Canción de Viña del Mar? ¿Qué tiene que ver la poesía experimental con la farándula chilena?
Más allá de la frontera ilusoria entre erudición y cultura de masas, Felipe Cussen articula lo anterior bajo la forma de una convivencia tan imprevista como sugerente. El resultado es Opinología (Cumshot, 2012), un volumen que, tal como indica su tapa, constituye “una recopilación de cartas al director, reseñas, columnas, ensayos y entrevistas” en que se aborda “el mágico mundo de la poesía experimental, la sufrida existencia de los poetas jóvenes, la importancia de la televisión para las nuevas escrituras y los valores permanentes de la patria”.
Ya en el título de tu libro se anuncia la presencia de la televisión y la farándula –televisiva y literaria– como un referente importante. Sin embargo, ¿existe algún motivo particular para la elección de un término que se instaló entre nosotros a partir de un equívoco?
Este término no se ocupa en otros países, en Chile tiene un uso bien específico. Me acuerdo que estuve fuera entre el 2001 y el 2004 y me perdí años maravillosos para la tele porque fue cuando partió Protagonistas de la fama (2003). Siempre he sentido no haber estado en esos años. Algo que apareció entonces fueron los opinólogos, imagen que me pareció chistosa. Además, tenía hartas ganas de situarme fuera del espacio más típico en que me muevo, que es el de la academia, donde hay que tratar de mantener un tono lo más neutro posible, y también el ámbito de la crítica literaria, que he hecho de manera intermitente. Por un lado, quería aprovechar la oportunidad de hablar con más soltura y mezcla de temas y, por otro, con una perspectiva más cercana a la creación poética –si es que existe esa palabra tan siútica– más que desde la crítica. Quería darme la oportunidad de combinar lo que uno hace con lo que critica. La idea era dejar clara la posición: esto son opiniones, son cuestiones más gratuitas que tienen el valor de una mayor flexibilidad, más humor, más ironía.
No es la primera vez que Felipe Cussen juega con los inusitados cruces entre literatura y televisión. Junto al también académico y escritor Álvaro Bisama, abordó esa poco explorada relación en el podcast “Somos millones”, cuyos capítulos se han vuelto difíciles –si no imposibles– de encontrar desde la desaparición del sitio Podcaster.cl.
En el “Cuestionario de Vadim Vidal” (p. 46–9) señalas que la tele te permite “flexibilizar tus perspectivas”. ¿Existe algún recurso formal y/o tema televisivo que hayas incorporado a tu trabajo académico o bien a tus creaciones?
Parte importante de las cosas que he escrito nace a partir de citas ajenas. Esas citas no han sido siempre literarias, sino documentos personales de alguien o bien sacadas de la tele o las revistas. Ahí ya hay una constante intromisión. A fines de los noventa y comienzos del dos mil, ocupé mucho de la tele y la farándula chilena y española e intenté incorporar frases que fuera de su contexto tenían un valor muy raro. Eso me gustaba mucho: estar atento a esas frases para el bronce que aparecen en los programas. En lo otro en que me influyó fue cuando hice clases, momento en que me siento en la tele. Es una cuestión escénica. Me encantan esos momentos en que se arma el debate y uno se siente una especie de moderador de un panel de farándula. En estos textos (de Opinología) influyó directamente ese carácter desmesurado de ciertas opiniones a veces súper rabiosas o complejas sobre cosas irrelevantes.
Entonces podría resultar productivo el vínculo entre lenguajes, disciplinas y/o soportes que aparentemente no tienen que ver.
No me gusta la palabra “productivo” porque es como “sacar lo útil”. Mezclar literatura con cualquier cosa me parece entretenido. Los soportes de la tele y el cine son muy interesantes. Soy absolutamente ajeno a una visión integrista o pura de la literatura, ya que en todo momento se pueden producir desórdenes o deslizamientos que la enriquezcan, donde aparezcan nuevas cosas Por supuesto, sé distinguir muy bien entre la experiencia estética de leer un libro y la experiencia de entretención de ver un programa. No estoy diciendo que un programa de tele es un poema; sí creo que es bueno pensar distintas cosas al mismo tiempo. Todos lo hacemos; yo lo único que he hecho acá es ponerlo más en evidencia. Además, sé que mucha gente se enoja, así que también lo hago un poco por eso.
Estos cruces, ¿se dan a menudo?
En mi caso, yo lo hago bajo la actitud de un recolector de tonteras. Tampoco lo quisiera sobrevalorar, es una de veinte cosas que trato de hacer. El medio en que trabajo, el de ser profesor, impone ciertas expectativas sobre cómo uno debería ser: una persona que lee todo el día, una persona seria o fome. Una manera de rebelarme frente a eso es no tapar otros momentos importantes para mi vida, como ver tele o fútbol. No tengo miedo a la mezcla, me encanta mezclar. Por supuesto, yo decido qué mezclo; de eso puede resultar un chiste o una reflexión más seria.
En efecto, Cussen ha hecho de esa búsqueda desprejuiciada una práctica sistemática; de ahí su rol en la creación y edición de la revista Laboratorio y su participación en el Foro de Escritores, sitio chileno donde se combinan múltiples posibilidades de experimentación poética a partir de soportes audiovisuales.
¿Valoras la literatura que se piensa a sí misma como un vehículo de principios éticos o políticos? ¿Dónde radicaría su relación con ese juego formal que también “debería” estar?
Tengo problemas con que la literatura sea vehículo de ideas o intenciones. Por un lado, no se puede negar que así ha sido, y me parece bien. Sí tengo dudas con su efectividad. Los aportes a una causa específica han sido irrelevantes. Ha tenido un valor simbólico, pero escribir poemas no es ciertamente la manera más eficiente de ejercer una acción política. Si uno quiere defender una causa, tiene que buscar las mejores maneras de hacerlo, no con unas que funcionen más o menos o muy parcialmente. A muchos esto les parecerá facho, pero mi mejor manera de ejercer acción política ahora es ir a votar. Sé que para algunos la mejor manera es no votar. A mí me fascina, me siento como el día de la Teletón. Segundo: a veces me parece sospechosa la insistencia de algunos escritores en cargarse con un aura de poeta comprometido y sufrido. Esas estrategias me parecen una especie de chantaje emocional, al igual que dar pena o tratar de causar empatía. Yo aquí estoy pidiendo otro tipo de empatías, lo sé, pero dentro de las muchas estrategias posibles no me parece la mejor.
En Maldita farándula (2007), la periodista Pamela Jiles sostiene que la dinámica farandulera posibilita una fiscalización del poder bajo nuevos códigos. ¿Crees que la televisión basura tenga implicancias políticas más allá de ciertas posturas extremas que la califican como cultura idiotizante y democracia absoluta, según el caso?
La televisión tiene mucha más capacidad de modelar conciencias que la poesía. En ese sentido, ella es más sabia que los poetas: si se quiere joder, lo mejor es salir en la tele. Me gusta su uso de la ironía. Lo que no me gusta es cuando saca a relucir su pasado revolucionario. Nuevamente, eso me parece medio chanta.
Opinología trata recurrentemente la falta de humor en la poesía chilena. ¿En qué poetas sí lo hay?
Juan Luis Martínez tiene un humor bastante frío y complejo, pero brillante. Con Rodrigo Lira me mato de la risa y con Nicanor Parra, por supuesto. No sé si leíste un libro del chico Figueroa que primero se llamó Groggy y luego salió con otro título, Intemperancia. Ahí hay un poema no muy largo, de diez o quince versos, donde se pone a hablar del objetivismo y su importancia. En el último verso, pone: “preguntar qué chucha es el objetivismo”. Ese poema para mí es perfecto en cuanto a todo lo que hemos hablado. Muchas veces los poetas hablan de una serie de conceptos y no tienen clara idea de qué están hablando.
¿Te interesa el humor como elemento en tu propio trabajo?
Sí, he tratado de usar humor e ironía en una cierta cantidad de textos y performances que he hecho el último año y que ahora espero juntar. Este proyecto nació con un video que hice cuando estaba en Barcelona. Se llamaba “Felipe Cussen: el compromiso de un poeta” y era una especie de parodia a los otros poetas. En vez de inventar un heterónimo, salgo yo con mi mismo nombre jugando a hacer un documental sobre mi vida en Barcelona, sobre cómo echo de menos Chile y las cosas que pienso sobre la guerra de Irak. Eso quedó como un video muy ridículo porque, además, lo filmé yo solo con cámara fija, o sea, ponía REC y me iba a sentar. Eso tuvo harto éxito. Las veces que lo mostré, la gente se rió. Ésa es mi manera de saber que funcionó. También tengo un poema –que es una performance– en que no hago nada; tengo otro poema en que juego sobre las explicaciones que dan los poetas antes de leer un poema. Quiero hacer una especie de librito que funcione como diario de vida o conjunto de pensamientos y aforismos, todo en hueveo. Me gustaría que ese libro funcione para ejemplificar en mí mismo todas esas cosas que aborrezco en los poetas. Digo ejemplificar en mí mismo porque, en alguna medida, soy parte de eso. Más de una vez me han preguntado si soy poeta y he dicho que sí. Eso ya es una siutiquería máxima. Todas éstas son maneras de atacar mi propia aspiración de poeta.
El uso del humor, ¿tiene cabida en la práctica académica?
Debería, pero no lo veo. Serviría para sumar flexibilidad y complejidad. Si reviso el tipo de críticos o filósofos que admiro, veo que hay dos perfiles. Hay gallos que son de una profundidad y sabiduría inabarcable, que no necesitan ser entretenidos porque hablan desde una hondura demasiado potente. A ellos no les voy a pedir que sean chistosos; si tiran un chiste, probablemente les saldría fome. En cambio, muchos otros intelectuales o críticos que me interesan son tipos que están todo el rato jugando en esa dimensión. Me pasó leyendo las entrevistas de Raúl Ruiz: quedé mareado entre las referencias, las citas, la ironía, el chiste, el cuento, la anécdota. Para mí, ése es un tipo de inteligencia maravillosa. Además, hay una cuestión pedagógica en el humor. En una clase, estamos en una situación muy unilateral. Cuando sale una talla o un desvío, se obliga al que escucha a poner en tela de juicio todo lo que acaba de escuchar. Ahí recién puede hacerlo suyo, puede integrarlo, no como una copia, sino tomárselo más en serio. Creo que ése es el valor del humor y la ironía. Permite que le entre aire a esos bloques. Si no, la entrega de esos conocimientos es plana y ésa no es la idea. También me ha pasado que he visto a mucho chanta chistosito. Yo me obligo a intercalar o interrumpir como medida de salvataje.
Respecto a lo que podríamos llamar la habitual querella entre transparencia y hermetismo, presente en el libro, ¿de qué modo cabría vindicar hoy el carácter hermético de la poesía?
Que una poesía sea clara u oscura no es indicativo de calidad. Además, las maneras de entender esa claridad y oscuridad son infinitas. No me parece que sean términos absolutos. Defiendo con gusto algunos tipos de hermetismo de autores en que la experiencia de leer algo que no se entiende resulta extremadamente rica, ya que nos obliga a quitar el foco de la expectativa más tradicional con que leemos, que es tratar de entender, captar un mensaje. Eso nos obliga a poner la atención en otros factores.
Por otra parte, se acusa injustamente a la poesía de ser el lugar privilegiado del hermetismo. Personalmente, siento que el uso del lenguaje hermético es una estrategia que se ocupa cotidianamente en muchísimos ámbitos y con fines más malignos que escribir un poema complicado, como las veces en que he tenido que llevar el auto al garaje y noto que están usando un lenguaje ultra técnico para hacerme sentir que no sé. Esa experiencia me parece bastante más opresiva y complicada que la de leer un poema extraño. Lo mismo cuando uno va al médico, donde uno cacha perfectamente que se está usando ese lenguaje para hacer sentir la autoridad, marcar la distancia. Y, por supuesto, está el hermetismo gravísimo de esa escritura absurda, llena de guiones, slashs y palabras raras de muchos críticos académicos. Esa cuestión me parece atroz por fea y porque, nuevamente, me parece una estrategia de situarse en un lugar de poder. Me parece reprochable viniendo de alguien como un crítico, que debería plantearse como un mediador o como alguien que quiere compartir una lectura.
A propósito de la editorial digital Cumshot y el sitio letrasenlínea a la vez, ¿qué herramientas propias de internet te parecen provechosas para el ejercicio de la poesía –experimental o no– y/o para la crítica literaria?
En cuanto a las posibilidades de internet y las tecnologías digitales, me parece que ofrecen varias posibilidades muy atractivas. A nivel de soporte para la poesía experimental, es evidente que se abren varios caminos interesantes en el uso de animaciones, combinación de audio e imagen y, lo que me interesa particularmente, el uso de motores de búsqueda o funciones aleatorias para componer y desordenar textos. Para la difusión editorial y la crítica también implica la posibilidad de una circulación muy amplia, y me gusta mucho que permita la posibilidad de acceder a textos o reflexiones de otros países sin tener que pasar por las aduanas reales e imaginarias de nuestro campo cultural. Ahora bien, todas estas posibilidades no sirven para nada si, finalmente, no son utilizadas de manera crítica: si nos limitamos a pegar poemas malos en un blog, o a ocupar Facebook para el puro pelambre, seguiremos igual que siempre. Si es así, sería harto mejor desenchufar los computadores.
Para terminar, se me ocurrió una idea muy novedosa: hacer un ping pong. Nicanor Parra.
De todos los años que trabajé en la Universidad Diego Portales, con cueva lo pude saludar una vez.
Claudio Bertoni.
Un bacán. Es de la gente que me ha dado alegría conocer en vivo. Es un tipo muy maniático por un lado, pero extremadamente cariñoso, de las personas que más sabe de mística en Chile. Lo conocí porque estaba preparando un artículo sobre él y fue maravilloso poder hablar con la misma persona sobre mística y la Marlén Olivarí al mismo tiempo, de manera intercalada. Lo pasé la raja. No parece poeta. Quizás esto es lo mejor que uno puede decir de otra persona: es súper simpático.
Roberto Bolaño.
Escribí un texto, que no está en Opinología pero podría, que se llama “Yo no fui amigo de Roberto Bolaño”. Lo escribí porque no tuve esa suerte, a diferencia de todos los escritores de mi generación, que dicen que fueron amigos de él. Pero yo no, me hubiera encantado. Soy muy fan de su narrativa. Su poesía me parece muy irrelevante y sus ensayos críticos son curiosos: tiene una cultura absolutamente erudita, es un tipo que se lo leyó todo, pero sus opiniones sobre literatura me parecen extremadamente básicas. Me da como risa y tristeza todo lo que pasa ahora con Bolaño, pero es inevitable.
Roberto Ampuero.
Me pasó algo curioso: cuando me enteré de que sería ministro de Cultura, al tiro me dieron ganas de escribir una columna contra él. Me puse a leer sus columnas en El Mercurio y el problema es que eran tan fomes que ni siquiera daba para escribir en su contra. Eso me pasó. Entonces, más que odiarlo me parece fome, terriblemente fome.
Cristián Warnken.
Cuando lo conocí en persona, me pareció un tipo extremadamente amable. No sé si había leído las cosas que yo había escrito contra él. Si las leyó, me parece que es de una gran elegancia. Sigo estando en contra de gran parte de su idea sobre la poesía, pero no me parece mala persona. Lo prefiero a él que a mucha otra gente con la que estoy más de acuerdo pero que son unos pelotudos. Por último, Warnken será siútico, pero hay gente más dañina.
Felipe Camiroaga.
Le vuelvo a agradecer a mi amiga Camila Gutiérrez por regalarme una toalla de Camiroaga el día del lanzamiento de Opinología.
Felipe Avello.
Lo mejor. Todas las noches, antes de dormirme, reviso en internet si es que han aparecido nuevos videos de Felipe Avello y los veo todos. No me ha gustado mucho el cambio a la Red. Echo de menos la dupla que hacía con Juan Pablo Queraltó, que era maravillosa. Jugaban como Alexis e Isla en sus buenos momentos en el Udinese. Pero tengo una fe total y ciega en Avello, confío en que va a seguir avanzando. Como dije alguna vez, los poetas concretos tenían un paideuma, que eran como sus figuras tutelares: Pound, Mallarmé, Williams y Cummings. Yo hace algunos años definí que mi propio paideuma era Marcelo Bielsa, Javiera Mena y Felipe Avello. Ahí están las tres personas que más admiro en el mundo.