En un mundo académico cada vez más interesado por el cine, Federico Galende publica Comunismo del Hombre Solo, un Ensayo sobre Aki Kaurismäki (Catálogo, 2016), en el que el autor no ajusta su escritura a los llamados estudios cinematográficos, ni a los cánones estrictamente académicos. Galende intenta, más bien, bajo la forma del ensayo, explorar territorios que el cine de Kaurismäki enuncia y que inspiran ideas que exceden ampliamente lo puramente cinematográfico.
Las películas de Kaurismäki sirven, aquí, de punto de partida, de inspiración para una reflexión que se irá tramando desde distintos campos: la filosofía, la estética, la política, la experiencia personal y, por cierto, el cine de Kaurismäki, particularmente sus personajes: hombres solos, solos y comunistas, como intentará probar Galende. Hombres que habiendo abandonado sus lugares, un poco a la deriva, en una inmanencia casi total y con un mundo reducido a los afectos más cercanos, a pasar el día y mirar los ocasos boreales, parecen hacer caso omiso del lugar que la sociedad, el sistema – la distribución desigual de capacidades y poderes – les tenía reservados. Emancipados, aunque melancólicos, sin fulgor, estos hombres marginales, medianamente felices, no deseantes, formarían, según Galende, una especie de comunidad inorgánica de sujetos liberados de los moldes capitalistas y librados a una existencia pululante y resistente, ya no desde la lucha colectiva, sino desde la renuncia a formar parte activa del sistema y a dejarse dominar por los afectos y deseos que éste produce.
Galende ve en estos hombres solos una esperanza, una contestación estética, una alternativa a los fracasos políticos socialistas y a la zozobra izquierdista. Sujetos bohemios, músicos marginales, obreros desplazados, individuos desmemoriados, silentes, forman el imaginario del cine de Kaurismaki y la comunidad marginal y comunista que Galende no se cansa de poetizar, honrar y celebrar. A las dificultades políticas de la construcción del comunismo, Galende opone esta salida estética en la que, más desde una actitud, más desde un estilo de vida –mezcla de monje budista y punky solitario–, el hombre se emancipa de la opresión capitalista y las exigencias del mercado, para disfrutar, en una cierta paz, de los amaneceres fríos frente al mar, fin último, según Galende, del comunismo.
Con una escritura que a ratos logra particular belleza e impresionante capacidad retórica, Galende nos seduce con la idea de un comunismo de hombres solos, desplazados del puesto que el capitalismo les atribuye y dueños de una suerte contemplativa y casi inmóvil. Sin embargo, una lectura un poco más escéptica nos hace preguntarnos si esos hombres solos, en los que Galende ve un comunismo silencioso y solitario, no son –en realidad o también– aquellos cuya frustración es encausada por discursos nacionalistas y fascistas, odiosos. Nos preguntamos entonces si ese lumpen poético del que Galende hace un elogio, ¿no es quizás el ex obrero de Detroit en Estados Unidos o Le Havre en Francia, capturado, hoy, por discursos fascistas de antipatía y desafecto? El comunista solo ¿no será, pues, una fantasía de Galende? ¿No estará el autor viendo con ojos demasiado cándidos, embriagados de una pulsión poética, hombres solos y comunistas viviendo la inmanencia y gozando estéticamente del mundo, ahí donde en realidad hay sujetos embargados por el resentimiento, la frustración y una pulsión de muerte?
Podemos aventurar que esos hombres solos no son, necesariamente, ni lo uno ni lo otro, ni comunistas solitarios ni fascistas resentidos, o que son ambas cosas al mismo tiempo, o que a veces, en momentos distintos, son lo uno y luego lo otro. El lugar de esos hombres solos, de sus móviles, deseos y afectos es un territorio en pugna, donde diferentes discursos tensionan su marginalidad. Entre otros, un discurso del odio, de la destrucción y la mezquindad, y un discurso poético y cariñoso, emancipador, que es el que propone Galende. Antes este escenario, cabe preguntarse si acaso hará sentido la poética propuesta por el filósofo a los hombres solos de Helsinki, Mejillones, Bilbao, Marsella. O bien ¿es capaz la poética de Galende, y de Kaurismaki, de embellecer, enternecer y politizar la existencia de los hombres solos? O es que en su intento por entrar a la política desde la estética ¿no se revela otra cosa sino un nuevo fracaso de la izquierda? La figura del hombre solitario y comunista ¿es un refugio para el desencanto y la derrota, o es el germen de algo nuevo? En definitiva, si la tomamos en serio, la propuesta del texto despierta una última intriga. Más allá de las bondades éticas y el goce estético que la mirada del autor pueda producirnos, si no hubiera comunión entre el comunismo solitario de Galende y la existencia de otros hombres solos ¿debiéramos atribuirlo al fracaso político de la estética como disciplina, discurso y aproximación al mundo o al fracaso de una estética que seducida por sus propias fantasías ha terminado por ser incapaz de seducir a quienes son el centro de su proyecto político: el hombre solo?