El ex jurado de aquella confusión llamada ¿Cuánto vale el show? llegó antes de lo estipulado a la entrevista. Dijo no haber dormido y aseguró haber caminado desde el amanecer para llegar a tiempo. Mientras duró la conversación, sólo tomó agua potable, se sacó la camisa, bailó solo siguiendo ritmos radiales a.m. y le regaló a su interlocutor una postal con la imagen de una cancha de fútbol. Horas después llegó una mujer a buscarlo, mucho más joven que él. Su amiga.
-Tú no eres un funcionario de la literatura. Tampoco eres un rugbista o un gerente, ni le cobras sentimientos al mundo. Debes estar orgulloso de todo esto.
-Sí, yo sólo soy un hombre que camina por la calle.
-Tú te has inventado a ti mismo.
-Esto me recuerda una frase de Gurdieff que habla de la necesidad de desarrollar una esencia. El dijo esto a propósito de una pregunta que le hicieron sobre la muerte, a lo que agregaba que si uno desarrolla una esencia es inmortal, o sino pasas muerto por la vida, te desvaneces en el aire. Entonces sí, me siento orgulloso de sentir que no tengo que rendirle cuentas a nadie. De ahí nace, en parte, el sentimiento de mi dicha, por decirlo de algún modo. Me siento libre.
-Como para mandarte a cambiar muy lejos durante 20 años sin ni siquiera publicitarlo.
-Claro, pero yo estoy enamorado de Chile, sobre todo de la quinta región. Pero soy, antes que nada, un ciudadano del planeta. Es absurdo pensar que estoy destinado a quedarme clavado para siempre en La Reina. La mesa está servida para los seres humanos y el banquete es el planeta entero. Pero también me puedo quedar aquí. En una pieza uno puede alcanzar el infinito. Además, si es que el infinito está dentro de uno basta con estar en paz para estar en todos lados al mismo tiempo. De todos modos me gusta viajar, porque en el viaje todas las máscaras son nuevas. Me gusta dejar las seguridades y salir a la deriva. Yo partí a Estados Unidos dejando el título universitario guardado en una caja. Quise vivir la vida en la incertidumbre, por eso escribí “la incertidumbre es mi lumbre”. Muchas personas creen que irse a la deriva es sinónimo de que se te pudran los dientes o de dormir bajo los puentes, pero no tienen idea de que en una fiesta te puedes enamorar de una mujer preciosa y terminar durmiendo durante semanas en su casa, bañándote en las piscinas más espectaculares.
-¿Qué piensas de la fama y de la televisión?
-La televisión no tiene nada que ver con el arte. La televisión es un mundillo, el arte es un universo de maravillas. La televisión chilena está creada y dirigida por cerebros que no tienen preparación artística; tienen preparación sólo para hacer cosas efectistas. Si a eso se le llama mediocridad, llamémosle mediocridad. Son expertos en chaqueteos, conventilleos, envidias y risas rápidas. Para mí fue complejo insertarme ahí. Lo hice casi como una prueba de silla caliente de la gestalt, aparte de que me parecía divertido. El peligro es que ese pantano que es la televisión te absorba convirtiéndote en una caricatura de ti mismo. El peligro de estar en el mundo del show es convertirte en un show para los demás. A cualquiera puede pasarle.
-¿No estás arrepentido?
-No me arrepiento de nada de lo que hecho. Uno es como es. De todo se aprende. Si volviera a la televisión intentaría establecer mi mundo. Diría: este es el programa que yo quiero hacer. Yo hago mi poema, pero estar al servicio de otra cosa no me atrae, sobre todo si uno depende de animadores rascas que por delante te dicen que eres un genio, y por detrás dicen que andas volado o jalado. Es una esquizofrenia total. Estuve metido en el antro de la mediocridad y no quiero volver a estar.
-Visto retrospectivamente, suena bastante coherente que hayas vivido estos enredos televisivos en la configuración de tu propia individualidad.
-Tiene mucho sentido. Me he curtido, es parte del surrealismo cósmico. Uno se hace hombre: ya no te pichulean tanto. Cada uno vive lo que le toca vivir. A mí me tocó lo que me tocó y lo entiendo como algo inexorable que tenía que hacerlo por amor al destino.
-El título de tu último libro publicado, Gracias por la atención dispensada, pareciera ser un agradecimiento al lector no ya por comprar o leer el libro, sino por mirar su portada, por fijarse en él. ¿Hay ahí un escepticismo de que alguien pueda llegar a leer poesía?
-Inicialmente consideré esa interpretación. El título lo tomé de los discursos de Julio Martínez; con esa frase él los terminaba. O sea era una frase final después de los hechos. Yo invierto la operación. Sin embargo a mí me impresiona que no se lea poesía. Me parece que la poesía es lo más cercano a uno, a tu silencio, al recuerdo de lo que uno es. En los poemas la gente es verdadera, no hay páginas sociales en un poema, por eso me encanta estar con poetas. En general la gente no se atreve a decir lo que piensa, porque la pueden echar de la pega o tratar de vándalos. Los poetas dicen lo que no se puede decir, por eso me parece tan sana la lectura de poemas, más que de novelas. La poesía es la expresión pura de lo que uno siente, de lo que a uno le pasa.
-Tu poesía claramente le echa mano a todo.
-La poesía es un espacio de libertad absoluta. A mí me da lo mismo escribir poemas buenos o malos. Eso no significa mostrarlo todo; con el tiempo me he puesto más selectivo. Hoy en día circula demasiada poesía y la mayoría de los poemas que se publican son malísimos, por eso hay que mostrar poemas como tales.
-¿Y qué es un buen poema?
-Yo noto en la primera línea si hay detrás una psiquis que está intentando hacer algo distinto, creativo o sorprendente, o sea que le guste a los otros. Y también noto si esa intencionalidad no logró encontrar las palabras, si se quedó a medio camino. Eso se define como lo siútico, y lo siútico embota el ánimo. Si a eso se le suma una falta de pasión por la poesía, entonces estamos ante un desastre. Yo prefiero un poeta que hable desde el corazón pese a que no le entienda nada. Si se habla desde el corazón no se estará haciendo puras frasesitas bonitas muertas de susto. Un poema es algo vivo, espontáneo, fresco y natural, y debe corresponder a una experiencia. Por otro lado, la lectura de un texto poético es un esfuerzo. Es directamente proporcional el esfuerzo que hago con el placer que obtengo. Se requiere de mucha concentración, de entregar, de rastrear, sumergirse, estar con la pala y la picota horadando, hay que identificarse, desarticular el yo, meterse en el yo del otro. Con la mala poesía me doy cuenta de que no quiero salir de mí mismo.
-Tus libros están poblados de poemas a mujeres, pero también hay poemas de un amor desmesurado hacia nuestra especie. ¿Es sólo una mera emoción literaria?
-Cuando estoy escribiendo, frecuentemente comienzo a entrar en una frecuencia amorosa que es ingobernable. Yo no sé si esto sea un delirio emocional o simplemente en ese momento toda diferenciación se diluye, y efectivamente empiezo a sentir amor por todas esas cosas que estoy describiendo. Todo me resulta maravilloso: los alfileres de gancho, Jaime Guzmán, el cura Valente. Me parece que son manifestaciones amorosas, burbujas amorosas que estallan ante mí. A veces me sucede esto sin escribir.
-Algo propio de un poeta místico. Sé que no te gusta la palabra.
-El poeta místico está desnudo, el religioso está con sotana. Ayer pensé en esto, luego de la llamada que me hiciste por teléfono, mientras caminaba por la ruidosa y encantadora Avenida Américo Vespucio. Pensé en la relación erótica entre dos cuerpos, entre un amante y una amada. Vi que había una analogía entre el erotismo místico o la sed de abrazo unitivo con la esencia divina silenciosa. Hay una similitud: yo me quiero abrazar a esa realidad sin ropas para llegar a una fusión. El poeta místico no puede tener sotana. Uso la palabra sotana como sinónimo de enmascaramiento. La palabra poeta o ingeniero comercial también pueden ser sotanas. A la unión mística hay que entrar sin ningún tipo de ropaje. Ahí no hay nada, sólo plenitud, sólo disolución en eso que Freud llamó los sentimientos oceánicos. La palabra mística puede confundir al lector de diarios habitual, ya que la puede asociar a una persona que ayuna, que medita en los Himalayas, que no le importa este mundo ni le interesa comer cuchuflíes. A mí me encanta lustrarme los zapatos y reposar cuando mi respiración se hace suave.
-Uso esa complicada palabra para referirme a tu exaltación ante lo doméstico, donde la normalidad más normal se canta con una felicidad tipo novena sinfonía. Estoy pensando en ese hablante tuyo que le dice a una señora que lleva milagros en una bolsa y no cebollas.
-Sí, estoy de acuerdo. Yo te puedo decir cómo se llama esa señora. Es una vecina. Se llama Gladys. Ella venía por Echeñique caminando y nos pusimos a conversar. Una cebolla, viejo, es una cosa increíble. Que exista una cebolla es increíble. Lo que pasa es que uno da por garantizadas las cosas porque se acostumbra a ellas, pero si una viera una cebolla por primera vez… Si un marciano llegara a la Tierra y un niño le dice: ¿Quieres que te muestre algo fabuloso?, yo creo que este marciano se pondría a llorar no por cebollento, sino de pura maravilla. La delicada y condensada materia de la cebolla lo dejaría knock out.
-También podría ser un alicate o lo que sea.
-Cuando se caen algunas telarañas de los ojos todas las cosas son sorprendentes. Las preocupaciones, el estrés y la cotidianidad nos van haciendo insensibles.
-Me gustaría preguntarte sobre el descreimiento hacia el saber que hay en tus poemas. Por ahí hablas de alguien “que sabía más que nadie sobre Kant y Hegel/ y no le sirvió para nada”. Me da la impresión de que tú estás derechamente a favor del cuerpo, de los sentidos, de la experiencia, y todo lo otro pareciera ser un mero ruido: la filosofía en su totalidad, o la literatura misma. ¿Qué hay de eso?
-Cuando escribo no sé quién está escribiendo. Algo se pone a funcionar. Yo no siempre me identifico plenamente con lo que aparece ahí. A veces lo leo y digo qué divertido que alguien hable así. La literatura tiene mucho de ficción. Como uno es completamente lúdico, uno no se compromete con eso que dice. Ahora, si tú me preguntas a mí, yo tengo clara la película de que el intelecto falla completamente cuando intenta, por ejemplo, entender el sentido de la vida o conocer a Dios. Es entonces cuando digo: “ Y Kant no le sirvió para nada”. He conocido a muchos doctores en filosofía, que se lo saben todo, petulantes, vanidosos y egomaníacos, pero que no tienen una pizca de amor dentro de su corazón. Son personas que ven a un niño y lo tratan con desprecio, o que golpean a su señora. Me doy cuenta de que son verdaderas estatuas vivientes, que no tienen sensibilidad. Van caminando, se les cae un lápiz y se demoran un minuto en recogerlo. Son ancianos a los 30 años. La pasión por el intelecto puede anquilosarte. Estudiar filosofía no es, de todos modos, una condición sine qua non para convertirte en una momia, pero es una tentación satánica dedicarte sólo a filosofar.
-Tu poesía es de las más concretas: se escribe tal como se habla. En ese sentido no es antipoesía, pues ésta aún es una poesía literaria, que está dialogando o peleando con la tradición. Tu trabajas la experiencia misma de hablar y de pensar. Las palabras están puestas ahí sin mayor rodeo, lo que no quiere decir que escribas lo primero que se te pase por la cabeza.
-En mi escritura hay varias vetas. Lo que escribo desde los 17 años es una veta. Hay otra que no he mostrado, inspirada en Stravinski y Roberto Juarroz, hecha a base de palabras muy sentidas, pero que ocurren en un plano simbólico, connotativo. Pero tú me preguntas por lo publicado. Sí, es el proceso de pensar el que está ahí. Por eso me produce tanta diversión la escritura de ese tipo de poemas. Es la misma experiencia de cuando entro a bailar luego de haber bailado tres horas; ya no puedo parar. El resultado final es puro júbilo, risa, genialidad. De todos modos, me parece un poco ridículo hablar de estas cosas porque al referirme a ellas les doy una importancia que no la tienen.
-Una línea tuya dice algo así como “la importancia de no tener importancia”.
-Una vez le conté a Arturo Fontaine que estaba escribiendo un libro que se llamaba ”La importancia de no tener importancia” y se rió harto. Claro, porque a mí me parece que es un chiste creerse importante. Hay escritores que se sienten importantes hablando de sus personajes mientras otros tipos se matan en Chechenia. Pero también hay escritores con sentido común, humildes y con la autoconciencia desarrollada como para darse cuenta de que lo suyo es un hobby o una pasión, pero que no llenan todo con un halo de autoimportancia. Afortunadamente todavía no he logrado enfermarme al nivel de creer que lo que yo hago es importante. Tampoco voy a decir que todo lo que escribo lo tiro a la basura. Sé que si no escribo a nadie le va a importar ni que voy a cambiar la conciencia de todo el país. Doy gracias por poder hacerlo, y qué maravilla si me encuentro con alguien que haya leído mis poemas, pero nada más.
-Tus poemas no ignoran las saludables amplificaciones que Parra le aportó a la poesía. ¿Qué relación tienes actualmente con la antipoesía?
-Me fascina la antipoesía. Siempre defiendo a Parra a ultranza cuando lo atacan, porque estoy seguro de que es un gran artista. Cuando él dice que los poetas bajaron del Olimpo estoy completamente de acuerdo. Me gusta eso de que los poetas no sean adivinos, me gusta no ser un profeta. Me siento bien percibiendo que el árbol está ahí, que mi aliento entra y sale, y que mis párpados suben y bajan. Hay demasiadas cosas ocurriendo en el presente que son ya la cristalización de todos los tiempos en una sola cosa que soy yo, yo estando, yo respirando, yo escuchando las campanas que son las orejas, por dentro y por fuera. Entonces, el aterrizamiento que hace Parra me resulta divino. ¿Has sentido el placer de descolgar una camisa? Es rico lo que se siente en la mano cuando uno aprieta el perrito para colgar la ropa y la camisa se suelta. Lo concreto es lo divino.
-Pero habrían ciertas diferencias entre ustedes. A mí me parece que Parra –un poeta de primera línea, basta leer “Solo de piano”- no cree en las relaciones humanas. El se dedica a desmantelarlas para exhibir su propia futilidad. En ti, en cambio, hay fe en la posibilidad del encuentro.
-En Parra hay una hiperlucidez, pero por otro lado yo veo una carencia para comprender el fenómeno de las relaciones humanas. Sí, yo creo en el amor y en la interacción. Yo también creo en el fracaso inminente de la relación de pareja, pero no le llamo fracaso. Simplemente veo que en la transitoriedad de la relación humana hay una plenitud. Mientras sucede es lo que es, pero termina. De hecho uno se muere. No somos Dios ni hay amor eterno. No porque todo esto sea transitorio voy a dejar de apreciarlo y valorarlo, no por eso voy a dejar de abrazar a las personas. Estoy preparado para recibir en cualquier momento el chancacazo.
-Llama la atención tu fascinación por lo irreductible, por las particularidades; por los nombres propios, por ejemplo.
-Me encanta el punto en que las cosas son irreductibles. Me encanta el punto en que las cosas son lo que son, el punto en que digo “vaso azul” y la persona ve un vaso azul. Creo que era Husserl el que decía que había que ir a las cosas mismas. Cuando escuché esa frase me gustó mucho. Yo toda mi vida voy a estar celebrando las cosas irreductibles, las cosas que se ven y se tocan.
Enero 2000
Humberto
8 marzo, 2012 @ 20:49
Es una tontería escribir antipoesías, no existe esa palabra.
Susana
23 julio, 2012 @ 17:52
Soy una fiel admiradora de su persona, me gustaria tambien pedirle un gran favor que solo revisara un libro wwwsenores pasajeros
Hoy salio en el DIARIO LA CUARTA,paguina 8 LA ENTREVISTA
cristian hidalgo solis
21 noviembre, 2012 @ 16:14
desde lima peru hola hermano erick , hace 8 años nos conocimos en chile en venecia ,he de proponerle de publicar un libo con su persona , seria algo trascendeltal , fucionar nuetra poesia en un solo libro como hermanos que somos y no enemigos como los cobardes embanderados que hablan necedades. vivan siempre , peru y chile
Miguel Ángel Araya.
12 agosto, 2013 @ 23:35
Necesito contactar a Erick Pohlhamer, a ver si me pueden ayudar con su contacto… Gracias
gran deoyo
12 diciembre, 2014 @ 11:29
Son ellos los hombres que hablan y hablan
Carla
11 agosto, 2017 @ 10:06
Por casualidad me tope hace pocos días breves minutos con el , tiene las buenas vibras de una persona resuelta franca que se acepta a si mismo,su obra refleja eso es una persona admirable su obra idem