“Recuerdo una escena de Sueños, película de Kurosawa: un pintor joven le pide consejo a Van Gogh y este le responde que para pintar no busque un cuadro, sino que se cubra de belleza. Yo me adhiero a ese consejo…”, nos dice el escritor colombiano Diego Armando Peña, en esta entrevista, realizada por el poeta, gestor cultural y cineasta documentalista, Ernesto González Barnert.
El poeta colombiano Diego Armando Peña (Bogotá, 1996) pertenece a una generación que entiende la escritura como un oficio vivo, atravesado por la memoria personal, las imágenes del cine y la urgencia de la experiencia contemporánea. Profesional en Creación Literaria de la Universidad Central de Colombia y magíster en Escritura Creativa por la UNTREF, ha obtenido diversos reconocimientos, entre ellos el Premio Nacional de Poesía Obra Inédita por su libro “Yo también no tengo piernas”, publicado por Valparaíso Ediciones, en el 2023. Este poemario, escrito en medio de la pandemia, nace de un hallazgo: viejas cajas de su padre repletas de películas de Akira Kurosawa. De ese encuentro surge una serie de cartas-poemas, respuestas a “gritos de auxilio” que el autor escuchó en medio del encierro. El resultado es un libro apocalíptico y a la vez íntimo, un intento de ir hacia el otro en tiempos de soledad y clausura. Conversamos con él sobre esta obra, su oficio y sus influencias.

–En tu libro señalas que las películas de Kurosawa aparecieron como “gritos de auxilio” durante la pandemia. ¿Qué aspectos de su cine sentiste más cercanos a la experiencia del encierro y del apocalipsis que intentabas nombrar?
Creo que el final es encierro; la imposibilidad de encontrar salidas. Un apretujamiento tal que nos cercena, como si la vida se acabara y ya no más quedara muerte. Akira Kurosawa pone muchos personajes en esta situación apocalíptica: un médico renuncia a la posibilidad de ser otra cosa que su profesión, porque la guerra lo infectó de sífilis, le cercenó la posibilidad del contacto y, para el caso, de expresar su amor. Esto es una constante que ocurre en su obra cinematográfica, incluso se vuelve más evidentes en películas como Crónica de un ser vivo, allí un anciano quiere trasladar a su familia a Brasil para resguardarla de la guerra nuclear, luego termina por darse cuenta de que es imposible salvar a su familia sin rescatar a la humanidad entera. Estar inmerso en la pandemia y en la cuarentena, me dejó ver su cine como un grito de alguien —él, yo, tú y cualquier extensión de sujeto que nos permitamos— a quien le basta ser escuchado para no morir.
–El poemario se plantea como una serie de cartas o respuestas a esos “gritos”. ¿Cómo dialoga para ti la forma epistolar con la poesía y con la necesidad de dirigirse a un otro, incluso si es un otro muerto?
Sí, en efecto los gritos son importantes aquí, porque para existir necesitan una garganta que los pronuncie y unos oídos que los acojan. ¿No será que todo poema es una carta: un mensaje que le enviamos a otro? Yo intuyo que sí, por eso desde Aristóteles se habla del lance patético, de emocionar, de generar empatía con quien lee. Me quedo con la primera, no porque sea del griego, sino porque en esa traducción la poesía es una lanza que alguien tira, no para matarnos sino para clavarnos su sentimiento y de esa forma mantener(nos)se en la vida. La carta, entonces, es siempre, incluso desde su concepción, poética. Como te dije en la anterior respuesta, percibía el fin cerca y escribir no solo fue la manera de recibir la estocada de Kurosawa, también la de pasarlo para que el apocalipsis fracasara; para que las posibilidades no se agotaran.
Algo más sobre este asunto: la carta final la escribe una mujer que barre luego del fin humano, alguien que se niega a admitir el fallecimiento de Akira, porque encontró las epístolas-poemas. Es decir, luego de la muerte de todo, deseo más que reflexión, el arte nos sostendrá y por eso se puede hablar, gracias a la poesía, con gente que está en distintas posiciones, incluso dialogar con gente “muerta”.
–El título Yo también no tengo piernas tiene una potencia inquietante, de carencia y de límite. ¿Qué significa para ti esa imagen corporal, y cómo se relaciona con el estado del mundo durante la pandemia?
Este título he tenido que defenderlo. Muchos me dicen que incluso puede ser inconveniente para la lógica lingüística, pues debería ser Yo tampoco tengo piernas. Estoy de acuerdo en que no es la lógica gramatical la que escogió el también, sino la estética o la sentimental, ¿son distintas? Yo también no tengo piernas es unir desde la carencia, plantear que lo que no poseo es también lo que poseo. En cambio, me suena que el tampoco se vuelve una exclusión, un aventar una lanza con veneno, no con vida. Poco a poco, espero haberlo logrado, el libro desarrolla la imagen del título y nos damos cuenta de que el no tener piernas nos permite mantenernos en vuelo constate, negar un punto final para nuestra ruta y empatizar desde la ausencia. Además, nos conserva la ilusión del cielo, por eso el último poema corresponde a la película Sueños. ¿Acaso esa quimera de no acabarnos fue lo que nos llevó a superar la pandemia?

–En tu escritura conviven lo íntimo (las cajas de tu padre, la experiencia personal del encierro) y lo universal (la filmografía de Kurosawa, la catástrofe global). ¿Cómo trabajaste esa tensión entre lo autobiográfico y lo colectivo?
Ahora que lo pienso mi papá llenó cajas de películas sin saber que yo las iba a necesitar, ¿no hay una especie de comunicación también con él? Para volver a la pregunta, sí, me percaté de esas dos fuerzas, pero como te mencioné antes, la literatura, en mi perspectiva, mantiene vivo al individuo cuando este se traslada a los otros. De manera técnica, necesitaba una distancia para ya no leer el texto solo desde mis expectativas y sentimientos, sino también desde las formas que habían tomado. Para ese proceso de corrección utilicé la creación de una voz poética femenina (la espectadora que escribe las cartas), un yo distinto, que me ayudó a afinar mi particularidad para que no fuera excluyente con los lectores. Luego apareció otra voz poética, Ingrid Bernal. Ella terminó de sacar el libro de un ámbito personal con su última carta, con su sueño de reencontrar a dos amantes (Kurosawa y la espectadora).
–Al leer tus poemas, da la sensación de que el apocalipsis no es solo un contexto, sino también un modo de mirar. ¿Crees que escribir este libro transformó tu forma de percibir la literatura y tu relación con el futuro?
Con esta entrevista he caído en cuenta de que quizá este sea mi libro más esperanzador, aunque si aceptamos la carta como una forma de no extinguirnos, entonces es imposible literatura sin esperanza. Creo que hasta antes de este libro solo creía en la tragedia como forma de escritura, es que Homero es muy convincente con eso de que los dioses tejen desgracias para que los humanos las escriban, pero aquí la situación vital y estética me hizo cambiar el rumbo, no negarme a escribir comedia (pasar de la desdicha a la dicha). Este libro transformó mi percepción, sí, ahora ya no sesgo la existencia, menos a la poesía, al infortunio.
–Como poeta y narrador joven con reconocimientos importantes, ¿cómo concibes tu oficio de escritura: como disciplina, como vocación, como resistencia, o como una mezcla de todo ello?
Disciplina. Me parece que la genialidad está en la capacidad de volver sobre un texto y sacarle su mejor fruto, no solo desde la redacción. Quiero hablar del trabajo, pero no desde un punto de vista productivo, sino cualitativo. Es decir, creo que es necesario el rigor para encontrar o canalizar la vida que las letras quieren; no para sacar un producto, para entender qué quiero decir con cada libro. Muchas veces la labor de escribir y su juicio puede estar en sentarse en una silla de parque a descansar, a ver la vida; otras en leer y reescribir el texto propio. Me adhiero a este verso de William Carlos Williams en Paterson: “El rigor de la belleza es la búsqueda”. El explorador suele ser muy disciplinado, pero no por una imposición externa, sino por una gana interna.
–En tu proceso creativo, ¿qué lugar ocupan la lectura y la relectura? ¿Tienes autores que consideres guías o “maestros invisibles” en tu escritura?
Hay dos a quienes vuelvo cada vez que siento un llamado para escribir: un estado poético, le llamo yo. Ellos, César vallejo y Sharon Olds, me ayudan a reencontrarme con un ritmo para escuchar y una perspectiva para mirar que me permite estar más pendiente de lo poético en el mundo; procesarlo de mejor manera en mí y en las letras. Aunque son a quienes más releo, no son los únicos, ya que en ese estado necesito leer mucha poesía para mantener ese estado de alerta, de empatía frente a la existencia. En conclusión, leer y releer me es fundamental para crear, porque me da caminos para transitar y encontrar poemas en el universo.
–¿Qué relación tienes con la tradición poética colombiana y latinoamericana? ¿Hay poetas de la región que sientas cercanos o con los que dialoga tu trabajo?
Veo la poesía como una patria, en ese sentido hay varios ciudadanos en ella y por eso me cuesta ver la tradición desde una perspectiva de región. Sin embargo, no puedo imaginarme la poesía sin José Asunción Silva, pero no el de los Nocturnos, sino el de Gotas Amargas, ese que es capaz de la risa. Por supuesto está en la lista César Vallejo y Blanca Varela. En el libro, aunque tangencialmente, los nombro, pues hay versos que quieren de alguna manera conservar ese legado de reírse, de no tomarse la vida tan en serio, Silva, pero también de sostener la existencia, de echarse a andar con la vida, Vallejo y Varela. Pero hablemos un poco más acá, creo que pertenezco a una generación poética que ya tenía más abierto el camino para romper cierto lirismo español, para darle la vuelta. Este trabajo de dejar más abiertas las rutas de la experimentación no podría haber sido sin poetas como Raúl Zurita, Alejandra Pizarnik o Paulo Leminski, por supuesto, pero más acá existen personas que me mostraron cómo reunir el lenguaje cotidiano y poético: Gabriel Chávez Casazola, Emilia Ayarza, Sara Uribe… No me siento aislado de mis tradiciones, sino resguardado en ellas. Por fortuna, en especial la latinoamericana, son tan diversas que hay cama para todo el mundo.
–Enseñas en un pregrado de Creación Literaria: ¿qué aprendes tú de tus estudiantes y de esa práctica pedagógica, y cómo impacta en tu propia escritura?
Lo observado saca pupila y mira también. Así siento mi labor docente en el pregrado de Creación Literaria de la Universidad Central, luego de haberlo cursado. Es recordar mis clases y analizar de ellas lo mejor, las diversas concepciones y técnicas para armar una obra literaria, y lo peor, imponer un estilo como una única vía de creación, para entregarles mejores experiencias educativas a los estudiantes. Es darle a los escritores que vienen mi vida de alumno-escritor y ponerla en contexto con lo que he encontrado afuera de la carrera desde la perspectiva de un formador, de quien enseña y coordina a otros para que no caigan en golpes o inconvenientes que él tuvo o tiene. Ser profesor aquí es como el regreso de quien se va para alimentarse y vuelve para entregar el alimento, aunque también para seguir llenándose de la experiencia creativa. En este sentido, repensar cuestiones sobre escribir me hace cada vez replantearme formas que ya creía conocidas o dominadas por mí, pero que aún debo trabajar, cincelar, en mi formación como escritor.
–Más allá de la poesía, ¿qué otras artes o expresiones culturales (cine, música, pintura, etc.) alimentan tu sensibilidad y tu escritura cotidiana?
Quizá peco por monógamo, pues soy muy fiel a la literatura. Sin embargo, intento ahora ver más cine, hacer ciclos privados. Acabo de terminar uno sobre Wong Kar-wai. Eso sí me encanta leer de física. En este sentido, mis obras se nutren de otras disciplinas, sobre todo de las que aparentan estar alejadas del arte. Si es cierto el lugar común que dice: la poesía está en todo lado, ¿por qué deberíamos limitar a que nuestra escritura sea solo alimentada por la literatura?
–Si tuvieras que hacer una lista de diez libros favoritos —los que nunca dejarías de leer o recomendar—, ¿cuáles estarían en ella y por qué?
Voy a describirles mi razón en una o dos líneas, me disculpo desde ya conmigo y con ellos por lo y los que dejaré afuera.
- El Quijote de M. Cervantes: me hace reír mucho y si solo tengo diez ejemplares quiero tener al menos uno para mis carcajadas.
- El padre de Sharon Olds: Hay que recordar que nuestro origen también es un destino.
- Eichmann en Jerusalén de Hannah Arendt: no podemos olvidar pensar.
- La teoría del todo de Stephen W. Hawking: entenderse uno dentro del universo; así mi lenguaje será una forma más de percibir el tiempo que somos.
- El asesinato, considerado como una de las bellas artes de Thomas de Quincey: la ironía es deliciosa y no puede ser excluida de la lista cuando se aplica en la manera como vivimos.
- Pedro Páramo de Juan Rulfo: Poesía, la necesito mucho y, sobre todo, cuando es así de cotidiana.
- Demasiada felicidad de Alice Munro: también el momento de la tristeza se debe aprender.
- Odisea de Homero: volver al padre para matarlo y consentirlo.
- La poesía completa de César Vallejo: escuchar.
- La poesía completa de Emily Dickinson: mirar.
–Entre los poetas colombianos vivos, ¿a cuáles admiras especialmente y qué valor encuentras en su obra?
Perdón a aquellos que olvidaré, pero es que la memoria, a ratos, no es tan agradecida como el corazón. Creo que uno que me ha marcado profundamente, tanto por su obra como por abrirnos los caminos a poesía desconocida como la norteamericana, es Henry Alexander Gómez. Su obra admite, se alimenta y juega con todas las tradiciones sin perder el tronco, su propia alma. Mery Yolanda Sánchez, una obra que nos recuerda que la sinceridad no es una categoría estética, pero que sin duda afecta la hechura del poema, pues se acerca a temas como la violencia no desde cómo deberían ser, sino cómo realmente la afectan como humana. Federico Díaz-Granados me ha enseñado de paciencia creativa, sobre todo por este último libro, Grietas de la luz, pues allí encuentro un dejar que la memoria se retire, aunque parezca paradójico, para terminar de cincelar el sentimiento. Además, sin el festival que organiza: Las Líneas de su Mano, creo que estaríamos, o al menos yo, aislados, solos. Andrea Cote, por supuesto. Cuando leí Puerto Calcinado creí que la poesía ya no podría sino escribirse en segunda persona, luego lo maticé, pero aún me queda la sensación, gracias a ella, de que siempre el poema debe ir dirigido a alguien. De mi generación está Santiago Erazo, a quien le admiro esa necesidad de cambio, de no quedarse escribiendo un libro idéntico y, si es necesario, callar antes que ser el mismo. Por último, aunque me remuerde dejar a tantos por fuera, estaría ese encuentro con la cotidianidad, no solo desde el objeto del poema sino desde el lenguaje, que propone la obra de Laura Garzón.
–Para finalizar: ¿qué le dirías a un poeta joven que empieza a escribir hoy, en medio de un mundo tan vertiginoso y lleno de incertidumbres?
Recuerdo una escena de Sueños, película de Kurosawa: un pintor joven le pide consejo a Van Gogh y este le responde que para pintar no busque un cuadro, sino que se cubra de belleza. Yo me adhiero a ese consejo y suelo añadir en mis clases: se necesita dominar la técnica, las estructuras y los temas, pero eso son solo los canales para expresar lo vital. La poesía no se trata de poemas, sino de la vida.
* Ernesto González Barnert (Temuco, Chile, 1978) es poeta, gestor cultural y cineasta documentalista. Autor de Venado tuerto, Playlist, Coto de caza, Trabajos de luz sobre el agua, entre otros, su obra ha sido reconocida con importantes distinciones, como el Premio Pablo Neruda (2018), otorgado a autores menores de 40 años cuya obra destaca, así como el Premio Nacional a Mejor Obra Literaria del Consejo Nacional del Libro y la Lectura (2014), el Premio Nacional Eduardo Anguita (2009), el Premio de Honor Pablo Neruda de la Universidad de Valparaíso (2007) y el Premio de Poesía Infantil de las Bibliotecas de Providencia (2023). Ha recibido además menciones de honor en concursos internacionales y nacionales, incluyendo el Concurso Internacional de Poesía de Nueva York Poetry Press (2020) y los Juegos Literarios Gabriela Mistral de la Municipalidad de Santiago (2005). Es Licenciado en Cine Documental por la Universidad Academia de Humanismo Cristiano y Diplomado en Estética del Cine por la Escuela de Cine de Chile. Ha sido creador y productor ejecutivo de las series de televisión Obturaciones (2011) y Letras Migrantes (2024). Actualmente, trabaja como gestor cultural en la Fundación Pablo Neruda, promoviendo la difusión de las Casas Museo del poeta y su obra, mientras mantiene una activa labor en torno a la poesía a través de medios de comunicación, entrevistas, talleres, encuentros y publicaciones. Sus libros han sido publicados en Chile, Estados Unidos, Perú y Argentina, y ha participado en festivales literarios a nivel nacional e internacional.