Nuestra cultura está atravesada por imágenes. Si las palabras se han tornado vacías, tal vez ese vacío pueda colmarse con la plenitud prometida de las imágenes. Si ya no creemos en las palabras que nos enuncian, tal vez creamos en las imágenes que nos muestran. Quizás ya no seamos hechos de la palabras prestadas de la historia sino de las imágenes arrancadas a la memoria. Las imágenes, no menos que las palabras, están allí desde un tiempo cuyo nacimiento nos excede, desde un tiempo cuyo nacimiento es el exceso. En el centro de un torbellino, en el límite fóbico en que se hunden nuestros terrores nocturnos. Imágenes de sueños ajenos pero que nos pertenecen. Imágenes que nos pertenecen por su ajenidad. Imágenes cuya memoria atraviesa la historia irrumpiendo con su propia actualidad. A contrapelo, anacrónicamente, produciendo el acontecimiento siempre repetido de lo inesperado. Somos las imágenes de las que estamos hechos. Tomando prestada una propuesta de Foucault, podemos decir que nuestro modo de veridicción pasa por las imágenes: verdad o falsedad no indican ya valores de enunciados sino tipos de imágenes. Nuestra creencia no se afirma en una palabra transparente sino que se hunde en la presenciamisteriosa de una imagen. Por ello una lógica de las imágenes, una economía de su funcionamiento, una ontología de su modo de existencia resultan imprescindibles para comprender, para comprendernos en torno a ellas, para comprender el lazo social que alrededor de ellas hemos formado. En este contexto, los pensamientos de Aby Warburg y Walter Benjamin ofician al mismo tiempo como diagnóstico y como crítica. Como diagnóstico de aquello que en las imágenes se nos aparece como el contorno difuso de nuestro rostro. Como crítica de las condiciones históricas bajo las cuales esos contornos se hicieron posibles.
El libro de Adriana Valdés De ángeles y ninfas. Conjeturas sobre la imagen en Warburg y Benjamin (Santiago: Orjikh, 2012) propone un recorrido por algunos conceptos relevantes de estos autores que constituyen nuestras referencias obligadas para pensar esto que somos y a partir de los cuales establecer criterios para el armado de esa lógica, indicios para la construcción de aquella economía, rasgos para la comprensión de nuestra ontología.
Pero no se trata, en este caso, de una simple exposición por la cual se revela la verdad de los textos sino de un modo de apropiarse de ellos para establecer tanto algunas líneas de conexión como otras de separación. Las conjeturas, al fin y al cabo, intentan establecer sus juicios a partir de breves indicios, de pequeñas huellas. Tal vez tal concepto de Warburg pueda ser pensado en compañía de tal concepto de Benjamin. Se trata de instalarse en la intersección de Warburg y Benjamin. En la constelación que sus pensamientos y sus conceptos forman. Intentando dibujar entre ambos las caracteres siempre cambiantes de nuestra propia constelación. Porque, como deja entrever Adriana Valdés, una constelación es solo un modo peculiar de nuestro modo de establecer relaciones entre astros que entre sí mismos no tienen, necesariamente, esa forma ni esa relación (inútil por ello aventurar una feliz coincidencia a partir del encuentro fallido de Benjamin con Warburg: tal vez sus desencuentros fueran siempre más profundos…). Como bien sabemos, al ver el cielo nocturno debemos estar atentos tanto al brillo de las estrellas como al vacío que ellas apenas llenan y al espacio que entre ellas se ha abierto. Por eso, la ventaja del libro de Adriana Valdés radica en el modo en que ella abre el espacio de esa distancia para que, instalados en medio de sus convergencias diferenciales, podamos pensar lo que hoy nos pertenece, es decir, aquello que en el fondo ya no es de uno o de otro sino que ha pasado a formar parte de nuestra propia constelación: aquella que hoy nos permite pensar nuestro presente.
En este sentido, De ángeles y ninfas. Conjeturas sobre la imagen en Warburg y Benjamin, llama la atención, no tanto sobre las similitudes (otros han realizado exhaustivamente ese trabajo) como de lo que queda afuera del dibujo de la constelación. En el centro del remolino debemos buscar no tanto el momento de una unidad sino el nacimiento de una dispersión. Quizás Warburg y Benjamin sean los índices de lo que en ellos y a partir de ellos se dispersa en el origen, el intervalo que los aleja y los reúne. En ese intervalo que permite mejor medir el espacio de pensamiento. Por ello no se trata, para Adriana Valdés, de espejar el pensamiento de uno en el otro, estableciendo un juego de similitudes vagas y generales en las que cualquier concepto se parece con cualquier otro sino de delinear la fina frontera por la cual los ángeles y las ninfas no establecen con nosotros ni con la memoria la misma relación. Diferencia que permite establecer otras tensiones polares entre Warburg y Benjamin: ¿la verdad, el sentido, la forma del tiempo, la historia, son idénticos en Benjamin y Warburg o un efecto de la constelación que hemos construido, pudiéndose producir otras a partir de nuevas luces, de otros brillos y también de otros vacíos y otras oscuridades? El Ángel de la historia y la ninfa dionisiaca se parecen tanto como difieren. La Nachleben y la historia a contrapelo confabulan una misma conjura pero no forman un consenso. Todo el conjunto de estas diferencias es lo que De ángeles y ninfas nos invita a pensar. Son esas conjeturas que nuestro presente exige y que Adriana Valdés deja abiertas para cuestionar las imágenes de aquello que somos y de aquello que podemos llegar a ser. Porque ¿para qué pensar las imágenes que somos sino para cuestionar lo que en ellas somos y conjeturar aquello que, en el desvío de nuevas imágenes, podemos llegar a ser?
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Mañana, martes 2 de octubre, Adriana Valdés conversará con el público sobre este libro. Ver más detalles.
Adriana Valdés
1 octubre, 2012 @ 20:19
Muy estimulante lectura; ojalá lo sea también la conversación. Gracias a Hernán Ulm y a Letras en Línea.