Daniel Hidalgo tuvo un auspicioso debut con Canciones punk para señoritas auto destructivas (Daskapital, 2011), un libro de cuentos que retrata borracheras, peleas callejeras y miserias cotidianas, es decir, las verdaderas entrañas de Valparaíso, desechando la postal mediática que levanta en torno a ella la cultura. Incluso, el cuento “Barrio miseria 221”, fue llevado al teatro por la compañía Niño proletario. A pesar de que la adaptación desarma la idea principal del escrito y desde mi perspectiva edifica un producto nuevo, podemos apreciar la revelación que en ese momento fue Canciones punk…, traspasando las fronteras literarias para posarse sobre luces y tablas. Cuestión poco común con la narrativa chilena emergente, que de un tiempo a esta parte deja huellas indelebles pisando cada vez más fuerte, pero habitualmente sin adaptaciones hacia las otras esferas del arte.
Manual para robar en el supermercado (Hueders, 2016) es el segundo libro de Hidalgo, y Valparaíso es nuevamente el escenario. La novela se centra en Manu, un adolescente virgen, dibujante de cómics y fanático de la banda Weezer, que es parte de una generación cultural producida por la dictadura, es decir, con cero arraigo en lo latinoamericano y carente de cualquier tipo de proyecto ideológico. Como señala una canción de Jorge González, parte de esa generación que “gritan y aúllan como gringos”. Interesado en comprar y escuchar música extrajera, Manu entra a estudiar diseño gráfico por presión familiar y no por un interés real. Internándose en los primeros años de la vida universitaria, Manu acude a fiestas y tocatas donde abundan borracheras, guitarreadas y drogas. En una masiva manifestación de comienzo de semestre conoce a Lucy, una veinteañera de pelo azul y ropa rasgada que habita una casa okupa. Durante su niñez se fue junto a sus padres a Suecia durante la dictadura, pero no por motivos políticos sino pensando que en Europa tendrían una vida mejor. Lejos de conseguirlo, vuelven a Tocopilla y se instalan con un negocio mientras Lucy consume altas dosis de pastillas porque un psiquiatra así lo decidió. Entre gritos, represión policial y limones partidos comienzan una historia de amor y vagabundeo por los cerros de una ciudad que se cae a pedazos. Porque al igual que en su anterior libro, Hidalgo se dedica a retratar la verdadera ciudad de Valparaíso, lejana a los carnavales culturales y cercana a una ciudad sin futuro. Una urbe llena de incendios, humo y casas deshabitadas. Porque acá los cerros y las plazas respiran, tienen vida, se presentan como un personaje más de un relato que engancha por su velocidad y humor. Porque desopilantes carcajadas acompañan una lectura que se oxigena de pasajes humorísticos similares a los de la escritura de Irvine Welsh, pero mediados por el humor adolescente de la jerga local: “Hubo un tiempo que me pajié tanto que se me reventaron unos vasos sanguíneos y se veía horrible la hueá, una cosa así como el pico de Freddy Krueger” (23).
La relación de amor entre Lucy y Manu está mediada por la música, el sexo y los robos en los supermercados. Ingresan con poca plata y muchos bolsillos donde esconder los ingredientes para hacer pizzas. Inexperto en todo, el protagonista es un personaje manejable que por lo mismo genera una dependencia de ella. Necesita la contención que no le entregan sus padres, sus pares ni su contexto, por lo mismo, el amor hacia Lucy es una necesidad y una urgencia. Podemos realizar una lectura alegórica entre estos personajes, pues hay un fenómeno sociológico relacionado con el momento histórico en que transcurre la novela. Mi lectura es que la transición democrática termina de desechar los grandes proyectos políticos latinoamericanos de los sesenta y setenta, por lo mismo, esta orfandad y vacío que sufre Manu debe llenarse con la búsqueda de un par. La era dejó de parir un corazón, es decir, las historias de amor y el egoísmo y egocentrismo que ellas provocan comienzan a tomar las nuevas banderas de las sociedades venideras. La aniquilación de los proyectos emancipadores colectivos permite que ahora los individuos tengan como prioridad sus necesidades y las de sus cercanos. Por ello una ruptura amorosa, como la que hacia el final vive Manu, parece la peor tragedia que se puede vivir.
Las referencias musicales que hallamos en el escrito – Weezer, Ramones, Nirvana, Pixies – hacen recordar la novela Alta fidelidad de Nick Hornby. El realizar bandas sonoras de lo vivido y acumular anécdotas en torno a canciones y discos, nos trae de vuelta a Rob Fleming y sus ayudantes en esa icónica disquería de un barrio de Londres. Un concierto de los Chancho en piedra y un imitador de Silvio Rodríguez son otros escenarios musicales por los que deambulan los protagonistas, incluso hay espacio para la crítica en uno de estos recorridos: “Y después esa porquería insoportable y sin ideología que llamaron Nueva Ola chilena”.
Manual para robar en el supermercado es un texto entretenido, con una historia de amor tierna y sensible, que más allá de retratar la adolescencia de un personaje que prefiere crecer a sentar cabeza, describe la construcción de una generación que se crió con la sombra indeleble de la dictadura.