Todos tenemos la experiencia de habitar una ciudad grabada con cierta profundidad en nuestra piel, su maraña de signos, olores, sensaciones e imágenes nos quema día a día, dejando en algunos casos cicatrices o al menos una pequeña huella a pesar de la rutina y de la aparente uniformidad con que experimentamos la urbe. Sin embargo, dar cuenta de esa experiencia en alguna obra es un desafío importante; hay tantas obras notables (El paseo ahumada de Lihn, La noche de Antonioni) como sonados fracasos (los olvido siempre). Sin embargo, hay un medio en especial: el cómic, que en una de sus modulaciones más notables como la novela gráfica tiene una relación particular con el modo en que se enfrenta la representación del espacio y la ciudad. No es casual que a la hora de citar a los precursores de la moderna novela gráfica existan obras como La ciudad de Franz Maseerel y Contrato con Dios de Will Eisner, obras cuya unidad depende especialmente de la repetición del espacio que habitan sus personajes que van y vienen, son novelas gráficas que nacieron con la vocación cartográfica torcida porque es el lector quien deben armonizar su texto y sus imágenes para hacer saltar algún sentido u orientación.
Toda novela gráfica es un imperio de los signos en miniatura, y eso es lo que entendieron a la perfección Oscar Gutiérrez y Cristian Toro, autores que dieron forma a Líneas de Fuga, primera publicación del colectivo La tregua que vio la luz en marzo del presente año. Es difícil expresar en palabras de qué va Líneas de fuga, una obra que intenta dar cuenta de los desvaríos y extravíos de su protagonista Carlos, que parece estar pasando por aquellos paréntesis de la vida en los que nada le calza muy bien y ni siquiera existe una rutina a la que aferrarse, esos paréntesis que parecen más abismos y agujeros negros que cualquier otra cosa, donde la noche se confunde con el día y el amor con el odio, y ni siquiera para sus amigos ya es una persona que signifique algo. Pero ¿qué apariencia tienen la desorientación, la pérdida y los sentidos trastocados por el alcohol? Aquí es donde el trabajo de estos dos autores se luce al lograr dar cuenta del tejido caótico de mensajes, imágenes y lugares por los que circula Carlos: espacios mutantes que por las noches alteran su rostro, lugares que de día cobijan y de noche son habitados por la fatalidad. Para ello recurren a una gran cantidad de recursos y elementos propios de la novela gráfica, mezclando la continuidad de la narración a través de viñetas, con un diseño que las desestructura en ciertos momentos, además de aprovechar las murallas con mensajes y grafitis de la ciudad. La ilustración presenta diversas modulaciones y técnicas al tiempo que la tipografía y la rotulación son utilizadas de manera expresiva con diversos tipos para distintas situaciones. Concepción funciona como un territorio plagado de signos donde Carlos solo tiene oídos para las canciones y los mensajes que lo interpelan y lo interpretan en su extravío; la banda sonora de Líneas de Fuga va de Radiohead a Los tres pasando por Interpol. Por sus páginas desfilan una serie de autores, Carlos comparte celda con Bolaño, e influencias que van de David Rubín hasta Chris Ware, así como el notable uso de la serigrafía.
Líneas de fuga parece el trabajo resultante de una performance donde se tomaron una serie de páginas que fueron arrastradas por toda la ciudad de Concepción, para obtener impresiones de sus habitantes, de sus calles, de sus sonidos y de su caos. Solo la novela gráfica y sus técnicas pueden permitirse semejante estimulación donde entra en juego más de uno de nuestros sentidos de manera simultánea a la hora de representar el espacio: desplegando palabras e imágenes en una puesta en página de naturaleza variable, porque sus autores pueden cambiar las reglas y los modos de leer cada dos páginas, para ser leídas al ritmo elegido por el lector-espectador. El mangaka Shintaro Kago pensaba que cada página de cómic es un edificio donde cada viñeta es una ventana habitada por algún personaje mutilado por los límites de cada cuadro. A partir de esta imagen es que podemos pensar la novela gráfica como un modo expresión privilegiado para dar cuenta del espacio y de nuestras ciudades, edificio y mapa al mismo tiempo, superficie diseñada y escrita para que las miradas se pierdan y nuestros cerebros se activen. La novela gráfica puede ser un virus que con su lenguaje afecta cualquier superficie, así lo entendieron los autores que antes de publicar el presente trabajo lo presentaron como una exposición que no solo se tomó alguna sala, sino que además uno que otro lugar de la ciudad. Lefebvre pensaba que la categoría más importante a la hora de pensar lo urbano era la del espacio de la representación que es el lugar de la imaginación y lo simbólico, donde podemos poner en perspectiva el modo en que habitamos y vivimos en nuestras ciudades, sin representaciones de nuestro entorno no hay posibilidad de cambio y de pensarnos de otra forma. De ahí la necesidad de una novela gráfica nacional, para volver a imaginarnos, de la que Líneas de fuga puede ser un pilar o un espejo donde nos observamos en el momento antes de quemarlo todo.