Estos son los dos textos que Rosana Ricárdez y Betina Keizman leyeron durante el lanzamiento del libro Diario de un mal año extraordinario (Santiago de Chile, UAH, 2021). Literatura, educación y multiculturalidad se alían aquí para registrar y elaborar los complejos días que vivimos en 2021, además de mostrarnos las experiencias cruzadas, únicas pero a la vez colectivas, de seis estudiantes de Argentina, México y Chile, guiadas por el trabajo docente y editorial de Rosana. Conozca el proyecto en las palabras de su editora, y las resonancias del libro, en la voz de Betina Keizman, escritora, crítica literaria y gran lectora. Dejamos, además, el texto disponible aquí para quien desee conocerlo.
“Lo turbador de la metáfora de las relaciones entre seres humanos y virus como un juego de ajedrez es que los virus siempre juegan con las piezas blancas y nosotros, los seres humanos, con las negras. Los virus hacen su jugada, y nosotros reaccionamos”. Estas líneas son parte del verdadero Diario de un mal año, de J. M. Coetzee, específicamente, de la sección dedicada a la gripe aviar. No se me ocurre un mejor inicio para esta presentación; en gran medida, podría decirse que nuestro 2020 fue, sobre todo, una larga y sostenida reacción.
Y a ustedes, ¿cómo les fue? No es necesario hacer un recuento de lo sucedido, sabemos que cada uno vivió ese año de distinta manera. Diario de un mal año extraordinario es una muestra unida de siete personas que plasmaron por escrito los acontecimientos del segundo semestre del 2020. Solo hay seis escritores, sí, pero también esto lleva algo mío como editora, también lo mío es una forma de diario –ustedes dirán si vale. ¿El canal? Un curso optativo llamado “Competencias interculturales para mejores sociedades”, del que soy profesora y desde donde propuse un ejercicio de reflexión sobre lo que vivíamos en un momento determinado. El resultado es un conjunto de, no sólo reflexiones, sino también de emociones, sensaciones y afectos de siete personas ubicadas físicamente en distintos lugares –Argentina, México y Chile–, y con distintas perspectivas del mismo fenómeno.
La tarea consistía en registrar la pandemia a través de los ojos propios, pero esforzándose por observar la vida de otros, para vernos también en comunidad. ¿Qué estaba sucediendo en la vida comunitaria y cómo estaba siendo afectada por eso que llamamos la pandemia? Esta era la pregunta de fondo.
Las dieciséis semanas que los estudiantes-escritores dejaron plasmadas en sus entradas, 96 en total, son producto del cruce entre la experiencia individual y la colectiva, y el ejercicio constante –a veces más, otras menos evidente– por salir de sí, por evitar la egolatría y el continuo “yo”, conectar con el dolor o las alegrías de los demás, y permitirse sentir, sentir empatía.
Debo decir que inicialmente la idea era hacer una antología en pdf con un diseño mínimo. Sin embargo, el proyecto llegó a buen puerto y fue no solo fue aceptado sino celebrado e impulsado desde la Dirección de Cooperación Internacional (DCI) de la Universidad Alberto Hurtado. Por eso estamos hoy aquí. Por eso y porque seis personas, de las quince que comenzaron, terminaron el desafío de escribir continuamente, con el resultado que ustedes observan en la publicación. Esto es el registro de unos meses, de momentos particulares a los que los lectores –pero también los escritores– podrán regresar cuantas veces quieran, con la esperanza de que las cosas no sigan igual en tiempos postreros, ni las malas –deseamos que esas mengüen–, ni las buenas –deseamos que aumenten. Esa es la esperanza.
Planear la actividad fue sencillo, la inversión de tiempo para su desarrollo, en cambio, fue considerable porque implicó la comprensión de otros mundos pero también la corrección de ortografía y sintaxis, sabiendo que yo debía respetar cierto estilo e incluso regionalismos y giros lingüísticos que forman parte de la identidad de cada persona. Eso era prioritario y espero que se note, porque al final las palabras en el diario son de Aída, Arellis, Carla, Chiara, Gustavo y Jennifer. A quienes agradezco la participación.
También dirijo mi agradecimiento a Constanza Bauer y Alina Morales de la DCI universitaria, Millaray, Diego y Andrés de Alcance Comunicaciones, por el diseño, a Oscar Maskie, por la fotografía, y, por supuesto, a Betina, por todo el cariño –desde ya hace varios años– expresado de muchas formas, entre ellas, a través de su participación con nosotros.
Este es, entonces, nuestro muy particular diario del 2020, una forma de nombrar y canalizar pasiones, pero también de poner en diálogo lo individual y lo colectivo.
Rosana Ricárdez
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Años atrás Rosana me comentó sobre su curso. Me interesó de inmediato porque yo misma trabajo temas de multiculturalismo en el campo de la literatura, pero también me interesó desde una falta, la que a veces experimentamos los escritores y los académicos, y que podría explicar como una desconexión con otras esferas de los problemas que tratamos, como si la escritura nos conectara, sin duda, pero terminara siendo también una ruta que nos aleja de experiencias más diversas, las de la vida, plurales, no necesariamente con un registro estilístico trabajado, que se quedan afuera. Para paliar esa distancia, que todos sabemos que no debería ser tal, las universidades se esfuerzan en la llamada “extensión”, o en la llamada “vinculación con el medio”. Pensando en esto me acordé de un amigo muy querido que enseña psicología pero de forma más teórica y que estaba desolado cuando, si no recuerdo mal en el terremoto del 2010, muchos de sus colegas habían aportado apoyo psicológico a la comunidad, y también él lo había hecho, pero se sentía menos preparado o capacitado. Siempre que pienso en las dificultades de vínculo entre la academia y el mundo, recuerdo la angustia de este amigo, y también su extrema generosidad. A veces en el encuentro entre angustia y generosidad surge algo valioso, probablemente porque la angustia habla de la incapacidad de conectar y expresar, y la generosidad o la empatía es todo lo contrario.
El curso y el trabajo de Rosana se ubica justo en ese lugar de conexión, pero no para responder a exigencias administrativas sino porque nació en una práctica de aula que dialoga con lecturas y discusiones sobre multiculturalidad y de algún modo les da a estas lecturas el sentido de las experiencias, o tal vez su sentido preciso. Eso mismo pienso de este libro. Se trata de varios estudiantes de distintas nacionalidades y que ubicados en distintas geografías escribieron su diario de pandemia semana a semana, a lo largo del curso. Pero es un diario en que sus apreciaciones personales están impregnadas de las consignas que Rosana les propuso, pero también de ciertas lecturas y discusiones que se pueden adivinar. Esa condición inicial hizo que este libro sea original. Sus escrituras son profundamente personales, están permeadas de inquietudes de un entorno familiar en pandemia, si se usan huaraches o zapatos altos, o la inquietud de las manos agrietadas por el frío y por los productos de limpieza con que se desinfectan los alimentos y objetos que ingresan al hogar. Pero también son textos tensados por otras preocupaciones. En el prólogo, Rosana se refiere a evitar un registro narcisista, y creo que es uno de los logros del conjunto, porque cada una de estas escrituras parte de sí misma para pensar a los otros, o en problemas más amplios, anteriores a la pandemia y sin duda que permanecerán después.
¿Cuáles son esos temas? El primero, diría yo, es la vulnerabilidad, la pregunta sobre si la vulnerabilidad pandémica es equivalente y parecida a la que conocen quienes perdieron sus fuentes de trabajo o al acoso que sufren las mujeres en las calles. Otra escritura se pregunta por la salud mental. Lo confirmo, entre los sentimientos que circulan, el miedo y la vulnerabilidad ocupan los lugares más importantes. Me conmoví al leer la angustia de una chica joven al salir de su casa, al caminar algunas calles, al sentir las múltiples amenazas que podían caerle encima. Digo la verdad. No es que me asombrara o no lo supiera. Me impactó que la fuerza de ese miedo ahogara todo, fuera un final de ruta al que regresaba cualquier y toda referencia. Uno de los textos se pregunta por la reencarnación y el deja vu. La otra sensación que prevalece es la rabia. Cada uno de los que escriben dejan pasar mucho de lo que son, del tenor afectivo que los conforma, sus experiencias, el lugar donde viven. Me llama la atención lo poco que se diferencian de algunos diarios de plumas célebres que salieron en relación con la pandemia. Está la experiencia del estilo, tal vez, pero el trasfondo de lo vivido es demasiado parecido. El curso en cuyo seno surgió este libro se refiere a las competencias interculturales para sociedades mejores. Al término del libro me pregunto cuáles son las competencias interculturales para sociedades mejores. Creo que estos trabajos aportan una respuesta, o al menos subrayan su necesidad.
Betina Keizman