Elena Oliva, Lucía Stecher y Claudia Zapata (eds). Aimé Césaire desde América Latina. Diálogos con el poeta de la negritud. Santiago: Centro de Estudios Culturales Latinoamericanos, Universidad de Chile, 2011.
No es menor el desafío que se asume al realizar una conferencia organizada en torno al trabajo de un intelectual, donde junto a la expectativa de diversidad propia de estos encuentros se espera también efectuar cierta reconstrucción de la figura y el trabajo de aquel autor. Este desafío se vuelve todavía mayor cuando el encuentro sigue tan de cerca la muerte del intelectual en cuestión, como fue el caso de las Primeras Jornadas Caribeñistas. Se suma en estas situaciones la sensación de inminencia con que se presenta la tarea de construir una memoria que dé cuenta tanto de esa vida acotada como de la vigencia de un trabajo que acaba por trascenderla. En el texto, como seguramente sucedió también en la conferencia, esta tarea se presenta como una constante negociación entre una labor propiamente descriptiva y otra que busca ampliar los alcances del trabajo de Aimé Césaire. Con notable fidelidad a lo anunciado en el título, el texto efectivamente pone en escena diálogos, a través de los cuales se va trazando las principales líneas de trabajo del autor al mismo tiempo que se las pone en relación con discusiones propias de la realidad chilena y latinoamericana. Lo interesante del carácter dialógico que se le da al libro – y que, por su parte, cada uno de los autores incluidos otorga a su artículo –, es que este va más allá de la mera imaginación de Césaire como interlocutor. Ese “con el poeta de la negritud” aquí alude a algo mucho más concreto, a la presencia indudable de su trabajo, materializada en este diálogo que continúa tanto desde la reconstrucción de su figura intelectual como en compañía de ella y de la experiencia concreta de las lecturas que incita. De este modo, más que un recurso formal, la noción de diálogo termina por constituirse en el principal eje de aquella labor descriptiva, al tiempo que lo es también de la práctica que conforma el cuerpo de esa memoria buscada.
La opción por el concepto de negritud, al momento de presentar y describir el trabajo de Césaire, entra en directa relación con este contenido dialógico que se busca rescatar en el libro. Además de la importancia que tiene la introducción del concepto en la crítica política y literaria, este tiene la particularidad de estar a su vez conformado por una serie de diálogos. Lejos de constituirse como un nuevo esencialismo racial, opuesto a ese que sitúa por defecto al blanco en el lugar de poder, la negritud que defiende Césaire se organiza simultáneamente como indicador de dominación y como la pregunta que impulsa un trabajo intelectual y político orientado a desarticular la estructura que sustenta ese dominio. Se trata de una permanente negociación donde se reconoce una posición subalterna y se la apropia de modo tal que funcione como lugar de agenciamiento. No es marginal, en este sentido, que sea en París donde surge el concepto, a través del encuentro y el intercambio sostenido con intelectuales que a su vez experimentaban esa dislocación geográfica característica de la situación (post)colonial. En cierto sentido la negritud que allí surge refleja esa experiencia de dislocación, en la medida que indica la persistencia de un modelo donde reconocerse a sí mismo es reconocer un otro, donde hablar es saberse hablado por una voz ajena. Al señalar esta aporía, no obstante, se asume simultáneamente la tarea de darle significado, de ocuparla entendiendo que efectivamente constituye otro espacio de enunciación, susceptible de estructurar modos de acción y de discurso que funcionen paralelamente a los establecidos por la lógica de la dominación.
En cierto sentido el libro busca hacerse cargo de este posible funcionamiento paralelo. No solo por el hecho de reconstruir un Césaire a su vez lector, formado en un diálogo permanente; sino también por la manera en que se asume este diálogo ampliado, estableciendo desde el comienzo una posición determinada en aquel “desde América Latina”. Sin duda parte importante de esto lo constituye la incorporación del vocabulario crítico que caracteriza a Césaire, algo evidente, por ejemplo, en el caso del ensayo que presenta José Ancán Lara. Sin embargo, a lo largo del libro paralelamente existe una forma de incorporación que podría llamarse estructural, y que aparece de forma transversal en los ensayos incluidos. En el libro la pregunta por la negritud, y las discusiones que derivan de ella – como es el caso de la relación entre literatura y política –, no pasa exclusivamente por una aplicación del concepto a la realidad latinoamericana, sino más que nada por encontrar en él un lugar de encuentro que hace colapsar la distancia imaginada entre esos espacios simbólicos que son el Caribe y Latinoamérica. Especialmente en el caso de Chile este encuentro hace colapsar la ficción de desarraigo en base a la que la nación negocia su entrada a Occidente, tanto en los vínculos económicos que establece como en la representación simbólica que hace de sí misma. Aquí, nuevamente, lo interesante de este puente conceptual que establece el libro es que no pasa exclusivamente por una descripción ilustrada, distanciada y formal, sino por la puesta en marcha de una práctica discursiva que pone en escena, más que la abstracción del concepto negritud, la experiencia que este señala; experiencia que, en definitiva, es tan latinoamericana y tan chilena, como lo es caribeña.
Es de esta manera que el libro que dejan las Primeras Jornadas Caribeñistas funciona en al menos dos grandes frentes paralelos, y sin ninguna duda complementarios. El primero, de esperar en el contexto del reconocimiento que busca hacerse a Aimé Césaire, lo constituye el mapa de su trabajo tanto en el ámbito de la política como en el de la literatura, que sin la pretensión de ser exhaustivo sí ofrece un retrato bastante completo de la figura del intelectual. El segundo, claramente el que ha captado el interés de esta lectura, se juega en la forma en que se lleva a cabo ese mapeo, logrando establecerlo como una práctica de intercambio intelectual; práctica que a su vez invita a ampliarla, a participar de ella tanto en la lectura de Césaire como en la discusión y en la política que de allí surgen.