Hoy Soledad Fariña nos lleva a detenernos en la plaquette de Tito Manfred; una plaquette sobre el lenguaje como algo vivo, difícil, extraño, rebelde y salvaje: «El lenguaje es duro, el cuerpo es blando”, dice oponiendo lo uno a lo otro. “Los bañistas que se introducen en el mar de incertidumbre”, “los amantes que se agreden con palabras…”. Bañistas, amantes, palabras. A veces los cuerpos se eclipsan, escribe, solo dejan un destello de luz: “ese frágil resplandor es prueba de su existencia”, de su agonía. Incapaz de sostener la luz, el animal oscuro se parte nuevamente en dos y se retira a morir…»
Un escribiente sueña una imagen, esta lo lleva a otra y esa a otra: la imagen primera es el lenguaje. Ahora se pregunta ¿cómo es posible soñar con el lenguaje? La zona es oscura, como el amor, se dice. El juego de la mente interviene: sostener esa imagen. El cuerpo actúa pero su acción no se traduce en palabra. La voluntad entra en juego y él deja caer la imagen, ésta se humedece y empapa la página. No es posible escribir. Hay que enriquecer la imagen que no es, se dice sin escribir, imaginar espacios, imaginar palabras: “playa, arena, aguavivas, bolsas plásticas”. Su escritura aparenta ser lineal, pero no lo es, está cortada, poblada de ambigüedad, paradojas.
Pero a pesar de eso, o justamente por eso, el lector sigue su encantamiento y se dice “hay conciencia en esa aparente incoherencia, no es solo juego de lenguaje. Hay pensamiento oblicuo, descentramiento, no hay hondo, ni ancho, ni alto. Y escribir ¿será desentrañar “eso”, lo inmensamente ajeno?
La página sigue húmeda y él deja entrar animales. Ellos darán título al intento: “inmutabilidad y destrucción” lo nombra. Pero nombrar no es lo mismo que el nombre y más allá de afirmar “las palabras no bastan, son pocas y ambiguas…” sabe que no alcanzará a vislumbrar la opacidad. Ni el amor. Habrá que desentrañar el mecanismo.
León, gacela, escribe, imágenes corren ante sus ojos: uno persigue, la otra arranca. Y aun así, no es seguro desenlace: “inmutabilidad de la estirpe es lo mismo que escribir destrucción de la estirpe”. Más animales vendrán: liebre, zorro, cueva, huida. Encender una luz. La oscuridad del amor, cómo escribirla. Es sabido que las palabras no alcanzan. Zorros, coyotes, bagres, moluscos. Cuerpos de adherencia. Adherirse a la roca. ¿Permanecer? No hay adherencia posible, “Dejaste entrar demasiada luz…” dice o escribe a alguien. Extrañeza por las cosas del mundo. Sucumbir o sobrevivir a esa extrañeza. Las sombras del amor y del lenguaje. No pensar la extrañeza del lenguaje. Pensar los animales, escribir su muerte. Entonces: el lenguaje sobrevive al animal, dice, el lenguaje sobrevive a la extinción de las palabras, “de ciertas palabras”, pienso yo. Vocablos resplandecen. Y aún más, “se dice imposibilidad, se dice incapacidad; el repertorio es reducido y los cuerpos callan”. ¿Cómo descifrar el impulso vital? “Habría que penetrar en sus corazones”, los de zorros, ciervos, conejos o mapaches perseguidos por jaurías de perros. La incertidumbre poblada de animales y sus cuerpos: gacela, guepardo, sus movimientos como el del nadador: “dos cuerpos forman un animal oscuro”, escribe y recuerda la voz lejana que dio origen a esta disquisición sobre la oscuridad de las cosas “un cuerpo mortificado por el lenguaje…”, otra voz le responde “…también están los desiertos matinales, tapados de animales muertos”.
“Voces circulan y nos ignoran”, dice-escribe, “alguna vez construimos un mundo poblado de nuestras palabras”, no quisiera llegar a ese mundo, pienso yo, aunque él no me escucha.
“El lenguaje es duro, el cuerpo es blando”, dice oponiendo lo uno a lo otro. “Los bañistas que se introducen en el mar de incertidumbre”, “los amantes que se agreden con palabras…”. Bañistas, amantes, palabras. A veces los cuerpos se eclipsan, escribe, solo dejan un destello de luz: “ese frágil resplandor es prueba de su existencia”, de su agonía. Incapaz de sostener la luz, el animal oscuro se parte nuevamente en dos y se retira a morir… El mar se abre. Un animal muere. Lo único que permanece es la violencia de las olas, lo único que permanece es la ausencia de luz.
Oscuridad
Pero el escribiente sueña aún con la imagen, la primera, la del lenguaje. Ella no se refleja en su pupila -porque es un sueño- y aun en ausencia de luz, él decide mantenerla. En la violencia de las olas, en el animal oscuro que se divide en dos.