Del título de este libro pueden inferirse varias ideas; por la lectura, éstas se multiplican y tienden a diversificarse, cruzarse, reanudar el camino. El fin de la lectura (Editorial Almadía, México, 2013, 148 p.), en tanto libro, es una y varias sentencias a la vez:es un punto de partida que puede derivar en distintos caminos, siempre al abrigo de la persona que lo tome –su lectura personal-, de su bagaje –historia propia-y de sus deseos –movimientos por algo que apetece.
Se trata de una antología compuesta por 25 textos tomados de libros publicados por el autor (algunos reeditados) entre 2000 y 2010. Con ello, el autor advierteque no se trata de inéditos, aun cuando tal “advertencia” aparece al final del libro. Por supuesto, el lector intuye que, por el tiempo que media entre el último año y hoy, el autor llevó a cabo una relectura; la diferencia entre los relatos es tal que pueden distinguirse tres secciones (no de manera formal) con congruencia y solidez que derivan en unidad. Quizá el azar gestóesta compilación, peroal final, cada texto convive y es releído en tanto conjunto. El fin de la lectura, entonces, puede tomarse como sentencia, premonición, temor o intuición. Como un enunciado inacabado que se completa, de manera precisa, con la lectura de Neuman.
Una de las constantes en los 25 textos es la ausencia de finales felices, sea que queden abiertos (“La bañera” y “Veneno”, por ejemplo) o no (“Anabela y el peñón”); el autor deja palabras que sólo pueden prestarse para inventar historias, para ser acabadas (como el carpintero que detalla una obra) por el lector. Además, en ninguno existe final feliz, lo cual hace recordar unas palabras de Borges cuando en su Arte poética(Crítica, 2000) dice que en estos tiempos los finales felices son considerados mera condescendencia hacia el público o bien un recurso comercial, por tanto, artificioso, al contrario de los tiempos en los cuales los hombres fueron capaces de creer en la felicidad y en la victoria, aunque sentían la imprescindible dignidad de la derrota. Con ello reitera su idea acerca de la novela, del fin de ésta y del regreso de la épica, además de la permanencia del cuento. Juzga que los experimentos, “atrevidos e interesantes, se dirigen hasta el momento en que sentiremos que la novela ya no nos acompaña”, y con ello dicta que existe algo a propósito del cuento, del relato, que siempre perdurará, pues los hombres no se cansarán de oír y contar historias. Pero historias no desde la forma de la novela.
Acerca de los finales abiertos MilanKundera dice en El telón (Tusquets, 2005) que “todo juicio estético es una apuesta personal; pero una apuesta que no se encierra en su subjetividad, que se enfrenta a otros juicios, tiende a ser reconocida, aspira a la objetividad.” El autor hace varias apuestas aquí.
De las secciones, la primera está conformada por cinco relatos en torno a las relaciones de pareja: “Las cosas que no hacemos”, “Una raya en la arena”, “Anabela y el peñón”, “El abrigo” y “La felicidad”. Si bien son distintos entre sí, incluso uno más erótico, sugerente y adolescente que los demás (“Anabela…”), los cinco cuentan historias de parejas al encarar dificultades cotidianas, unas más fantásticas que otras.
Quizá es “Anabela…” el que sale de la norma, en estricto sentido, de las dificultades cotidianas de tales parejas. Se trata de relatos cuyo lenguaje es experimental, derepente parecidos a “En Matilde” de Cortázar, de repente convergen más con la idea de cuento clásico, por su forma. Algunos son narrados en primera persona, otros en tercera; algunos más cercanos al lector que otros, pero los cinco con voz propia. En algunos es identificable una voz masculina en primera persona y, en otros es perceptible el narrador omnisciente que conduce de la mano al lector por el mundo creado de los personajes. Mundosen ocasiones cotidianos que, en el encuentro producido en la lectura, provocan la risa. Si bien en “Una raya en la arena” es el narrador quien lleva la historia, ésta es una especie de exploración de la mente femenina mostrada por los diálogos intercalados.
Al lector le corresponde hacer lo suyo: llenar los espacios psicológicos, acomodar los diálogos y gozar con la narración. Quizá exagere al afirmar que es imposible no reconocerse y, peor aún, no burlarse de uno mismo conforme pasa la lectura, aún más en el aparente absurdo de los acontecimientos. “La felicidad”, por ejemplo, encarna el absurdo, aunque es en la apariencia del absurdo como se construye la realidad,en el mundo de hoy y en el de todos los tiempos. Ésta es una forma, entre muchas, de contar encuentros, desencuentros, infidelidades o fidelidades, añoranzas, engaños, desengaños y mentiras piadosas.
“Alumbramiento” inicia la segunda sección. Es de lo más sui generis que hay: un hombre que intenta parir a otro. Se trata de momentos intercalados, distintos acontecimientos en los que se encuentra cierta coherencia al cabo de algunas líneas. La forma, en este cuento, es fundamental. Carece de separaciones y párrafos, es uno solo con ritmo, un relato de amor: “La vida es más o menos un amor en equipo, que no existe por sí sola, qué es la vida si no hay dos voluntades enredadas y un dolor compartido (…) Éstos somos nosotros y éstos son nuestros olores”. ¡¿Qué hay aquí si no es el día a día de los seres humanos?! No obstante, ahí también la voz masculina es percibidaerótica y sugerente: “y era una bendición la herida de sus uñas sin pintar en mis muñecas”.
Esta sección, al menos en apariencia, es dedicada al engendramiento, a la creación, a la belleza, y a la muerte de todas: “Madre atrás”, “Una silla para alguien”, “Estar descalzo”, “La bañera”, “Tornasol”, “Veneno”, “La belleza”, “Después de Elena”, “Juan, José” y “El abrazo”, bien pueden ser muestras de relatos enternecedores, frágiles, delicados, bellos, pero también directos, duros y mortales, tanto por las historias como por los argumentos y sus formas. En “Madre atrás” escribe: “La proximidad de la muerte nos exprime de tal forma que seríamos capaces de olvidar nuestras convicciones, supurarlas igual que un líquido”. Se trata, más allá, de relatos donde la vida es exaltada a pesar de los pesares, pero sobre todo, la realidad es aceptada sin aspavientos: “Un mal tiene sus fases, sus antecedentes, sus causas. La caída de una moneda, en cambio, no tiene historia ni matices”.
De repente el lector se encuentra con aforismos que emulan a algunos deCioran: “Las cosas no se ordenan para que queden intactas, se acomodan para invitar al tiempo a que haga su trabajo”.De repente formas argentinas,que hacen patente el origen del autor. No obstante, en las formas de español utilizadas poco se ve su(s) nacionalidad(es); existe un oficiopalpable en los cuentos, parecen tan normales y cotidianos. (Lo que lleva a pensar, ¿el escritor tiene nacionalidad?) “Silla veloz, silla de tiempo, silla vacía al aire. Silla colmada de alguien que se hubiera sentado.” Intuyo un trabajo de desregionalización que quizá, sólo quizá, pese a la sospecha que pueda despertar, busque un entendimiento común a fin de mostrar que el humano es sólo uno, con sus pasiones y desazones, de origen geográfico distinto, pero uno.
“Estar descalzo” me hace recordar, por la forma, a “Cuando fui mortal” de Javier Marías: “Cuando supe que sería mortal como mi padre…”, la temática versa sobre la vejez, sobre el (un) padre, sobre la muerte. Éste y otros relatos son epístolas con destinatarios evidentes.
“La bañera” merece especial atención, tal vez porque se trata de un pasaje del libro muy descriptivo: un suicidio o una salvación sugerida, en todo caso una decisión bien contada, pasajes que se antojan (auto)biográficos en todo escritor: “la pequeña biblioteca que un muchacho erguido consultaba de noche, entre los gritos de la señora obesa; un funeral desierto, un ataúd enorme, una casa distinta, con más luz, una hermosa joven sonriéndole; un niño en pantalones cortos sobre una bicicleta, que jamás necesitaría repartir el pan al amanecer; otra niña estudiando en la cocina; una fábrica, decenas de sombras sin nombre y unos pocos rostros amables; un muchacho y una muchacha, sin bicicletas ya, sin cuadernos; una boda; otra boda; una casa vacía, menos luz; una voz compañera, tranquilizadora; los paseos idénticos de idénticas mañanas; una paz agridulce; el consultorio de una clínica; un médico diciendo disparates; una anciana saliendo a hacer la compra; un sobre rectangular escrito a mano, en tinta azul, sobre la mesa de la sala; un anciano desnudo, hecho un ovillo, rodeado de agua quieta”.
“Veneno” no inaugura otra sección pero es, dentro de la segunda, una ligera pausa que termina con “Ringo Mentón de seda”, pero que incluye “La belleza”, donde precisamente este atributo es exaltado, tanto por el argumento del relato como por su historia, de tal sensualidad que sólo bastan los tobillos de Yakomi para emprender un viaje a paisajes eróticos patrocinado por la imaginación y la lengua.
Para el resto de los relatos de esta sección vale la pena que el lector aguarde el encuentro. La tercera es mucho más lúdica, en ella se encuentran, entre otros, “El último poema de PiotrCzerny”, “El fin de la lectura”, “Teoría de las cuerdas” y “Principio y fin del léxico”, donde me parece que el autor vierte la tesis de la antología, esto es su hipótesis sobre la escritura.
En general, el tiempo es protagonista de estos cuentos. Los cambios en la perspectiva de los narradores y en la forma de narrar dan cuenta de una redacción ágil como los relatos.
“Cómo maté a John Lennon” es delicioso, si se permite el adjetivo, un homenaje que deja ver un viejo recurso (títulos de canciones intercalados que concuerdan con el relato; recurso bastante visto pero no por ello menos meritorio) hecho con delicadeza y tino. Neuman se anticipa a preguntas que el lector puede formular. Además, aquí también llama la atención su capacidad para reconstruir hechos y hacer creer al lector que es ésta la crónica real de la noche en que Lennon fue asesinado, no sin dejar un ápice de duda sobre la veracidad de los hechos: “¿Quién de nosotros, de hecho, no estuvo allí como empezando de nuevo, sujetando aquel maldito revólver una y otra vez, forcejeando inútilmente?”
De “El último poema de PiotrCzerny” es notable la construcción y descripción del personaje, que aparece de nuevo en “El fin de la lectura”. Son sentencias de un viejo, el personaje, y de un joven pero experimentado escritor, Neuman. Con ironía desvela pasajes que, de nuevo, se antojan (auto)biográficos en la profesión, ahora al hablar de un editor: “hay que tener básicamente dos cualidades: mucha vocación y poca vergüenza”. Pasiones humanas expuestas.
Aun cuando el azar pudo haber jugado un rol en esta antología, confío –para mí, mejor pensarlo así- en que ésta responde a una necesidad de alto en el camino del autor para pensar acerca de la escritura, no tanto por lo veniderocomo por el oficio del escritor. De ahí que la tercer parte necesite exponer su hipótesis sobre el arte de escribir. Y lo hace. Las primeras partes fungen, entonces, como una lúdica introducción.