Para cerrar la semana con un sabor dulce, publicamos hoy la presentación del libro Escrito por una elefanta. Recetas para encontrar un hogar, de Lucero de Vivanco (Cocorocoq editoras 2022), realizada por Anaís Mery, Licenciada en Sicología por la Universidad de Chile: “Quizás una pregunta implícita en el libro es: ¿de qué manera se enfrenta un nuevo comienzo en el vínculo madre-hija? Pienso que el proyecto del libro es una manera de comenzar construyendo: ‘llega un momento en el que se empatan los recuerdos y la memoria empieza a construirse entre dos. Espontáneamente y en simultáneo. Me refiero, claro está, a la relación entre Alhelí y su elefanta-madre. En esta dupla, el momento actual ya se escribe con dos pares de manos, dos pares de piernas, dos pares de ojos, dos corazones’ (81). Así, estas recetas son también recetas para que se encuentren madre e hija: a través del dulce y la cocina, de las historias compartidas y también de aquello que las hace ser diferentes. Es un encuentro, entonces, que construyen en conjunto, pero manteniendo cada una su propio lenguaje: la mamá elefanta, las palabras, la hija, las ilustraciones”.
Lo primero que pienso al leer Escrito por una elefanta. Recetas para encontrar un hogar de Lucero de Vivanco (Cocorocoq editoras 2022), es que no es evidente con quién nos identificamos al tomar una novela, o qué tipo de lazos establecemos con los personajes. Ya en la primera página del libro, Lucero, la mamá elefanta, nos anuncia la temática central en torno a la cual se organizan los distintos capítulos-recetas: la independencia de su hija Alhelí. Y claro que mi imaginación me lleva inmediatamente a ese futuro no tan lejano en el que también dejaré mi hogar, para encontrar y construir uno nuevo. Miro entonces la primera ilustración de Alhelí: una chica de pelo verde, largo y rizado que camina por un sendero rodeado de árboles. No se sabe hacia dónde va, pues no se ve el final del sendero, pero sí lo que la chica lleva consigo: una gran bolsa que dice “Azúcar”, es decir, las Recetas –heredadas de su madre– para encontrar un hogar, como dice la segunda parte del título del libro. Esto ya plantea una serie de preguntas que atrapan a quien lee: ¿qué es lo que una se lleva de su hogar de origen? ¿qué se deja atrás?… Pero también: ¿qué tanto se eligen las distintas herencias con las que cargamos? Estas preguntas, lejos de ser contestadas mediante respuestas únicas o concretas, atraviesan todo este libro, hecho a cuatro manos (la madre escribe y la hija ilustra). Son preguntas que la elefanta alguna vez se hizo cuando se fue de su propia casa, preguntas que luego retornan en relación a la independencia de su hija.
Pienso que una nueva casa nunca se construye desde cero, pues de algún lado hemos conseguido sus materiales. El punto es: ¿de qué están hechos estos materiales? La mamá elefanta quiere dejarle materiales dulces a su hija, para que “cuando Alhelí lo requiera, un poquito de mí esté con ella” (10). Estas recetas para encontrar un hogar comienzan, entonces, con recuerdos que se remontan a distintas etapas de la vida de Alhelí, y finalizan con algún consejo, acerca de la preparación del postre, pero también, consejos sobre las personas con las que compartir ese postre. Por ejemplo, los postres de la mamá elefanta no son aptos para egocéntricos o pusilánimes. Y cuando leo estas advertencias, no puedo sino pensar en ese miedo materno, a ratos incontrolable, de ver a una hija sufrir. Ese deseo materno de querer ahorrar el mayor sufrimiento posible. Yo no lo he vivido desde el lugar de la madre, pero sí desde el lugar de una hija que, en varias ocasiones, se enojó con su madre porque no le dio permiso para ir a alguna fiesta o para quedarse en alguna casa que no le daba la suficiente confianza. Sin embargo, al adentrarme en las páginas del libro de Lucero, voy empatizando con esos temores maternales que inevitablemente aparecen cuando las hijas comenzamos a ganar más autonomía. Con esto vuelvo al tema de las identificaciones: creo que lo bonito de la literatura es que, justamente, nos permite vivenciar experiencias y posiciones que no son necesariamente las nuestras. Ya decía Julia Kristeva que el lenguaje literario tiene la capacidad de ensanchar los límites del psiquismo humano. Y entonces, por unos instantes, nos abstraemos de todo lo demás para conectar con una historia otra, que no es la propia, pero que tiene la capacidad de conmovernos, de remecernos. Obviamente, no sucede con todos los libros que leemos.
Me he preguntado muchas veces en qué se basa el hecho de conectar –o no– con un escrito literario. Todavía no tengo una respuesta, pero sí tuve la sensación, al leer el libro de Lucero, de que puede tener que ver con la manera en que se construyen los personajes de una historia. Me gustó mucho la honestidad con la que la mamá elefanta habla de sí misma: cómo expone sus deseos de cuidar y proteger, pero también sus carencias e imperfecciones. La psicoanalista y escritora Alexandra Kohan, en su libro Y sin embargo el amor, enfatiza la importancia de darle un lugar a nuestra vulnerabilidad, a lo incierto, a aquello que nos interpela, como respuesta a las exigencias que nos imponen los discursos totalizantes, los cuales pretenden que seamos siempre coherentes, o que existan relaciones humanas sin conflictos, sin contradicciones. “Habitar la fragilidad es mucho más emancipatorio que pretenderse empoderado” (173), dice la autora. Es lo que nos permite, finalmente, vincularnos más genuinamente con otros, agregaría yo. Y es lo que vuelve entrañable este relato escrito por una elefanta, quien se atreve a explorar en profundidad la relación con su hija, con sus encuentros, pero también desencuentros: “porque no pensará la respetada repostera que con Alhelí ha sido solo romance” (68).
Y hablando de encuentros y desencuentros, me gustaría volver al título del libro: Recetas para encontrar un hogar. Recetas que guían a Alhelí en la búsqueda de un espacio nuevo, pero que también parecieran guiar y acompañar el proceso de transformación que vive esta relación madre-hija. Lucero se pregunta si “no sería demasiado niña aún para iniciar una vida con las responsabilidades que trae la adultez. […] Pero secundo su riesgo: la vida es también una suma de comienzos” (79). Quizás una pregunta implícita en el libro es: ¿de qué manera se enfrenta un nuevo comienzo en el vínculo madre-hija? Pienso que el proyecto del libro es una manera de comenzar construyendo: “llega un momento en el que se empatan los recuerdos y la memoria empieza a construirse entre dos. Espontáneamente y en simultáneo. Me refiero, claro está, a la relación entre Alhelí y su elefanta-madre. En esta dupla, el momento actual ya se escribe con dos pares de manos, dos pares de piernas, dos pares de ojos, dos corazones” (81). Así, estas recetas son también recetas para que se encuentren madre e hija: a través del dulce y la cocina, de las historias compartidas y también de aquello que las hace ser diferentes. Es un encuentro, entonces, que construyen en conjunto, pero manteniendo cada una su propio lenguaje: la mamá elefanta, las palabras, la hija, las ilustraciones. Lenguajes que se cruzan y acompañan, como muestra la ilustración de la niña que junta su cabeza con la trompa de la elefanta, o al final del libro, esas manos que se toman, cada una con su pañoleta verde: “en el punto cero de la movilización, escribiendo juntas esta memoria” (83).
Quiero finalizar con otra cita, quizás mi favorita del libro, que dice así: “Dejo este dulce para enfatizar la idea de que siempre se puede renacer del caos […] Porque, cuando Alhelí anunció que se iba, pensé: tengo que ordenar el camino de salida, despejar la vereda de palabras y letras que, de cuando en vez, desordenaron nuestros afectos” (72). Me gusta la idea de un encuentro que vuelve a esos puntos de conflicto para preguntarse cómo construir de otras maneras, pregunta que, por cierto, al igual que muchas otras que me quedan del libro, no se resuelve, más bien diría que parece alumbrar ese camino lleno de árboles que inicia Alhelí –y también Lucero, podríamos decir–: un camino que se abre, pues, por suerte, aquellos vínculos que nos importan nunca dejan de escribirse.