Durante los días martes 7 y miércoles 8 de octubre se realizó el Seminario “El valor de las imágenes” en el Museo de Artes Visuales (MAVI), compuesto por mesas redondas de discusión en torno al lugar de la imagen y la visión en Oriente y Occidente. Además, el seminario tuvo como gran invitada a Victoria Cirlot, catedrática de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, quien ha dedicado gran parte de su trabajo a la investigación de los temas medievales que configuran aquel mundo con un especial interés en el simbolismo de la época.
*
En su conferencia inicial “Las imágenes parecidas: supervivencias, engramas y símbolos”, Cirlot abordó “imágenes extrañamente parecidas por su alejamiento temporal dentro de la cultura occidental” a partir de las nociones presentes en las obras de Richard Semon, Aby Warburg y Carl Gustav Jung. En una segunda conferencia, la catedrática catalana presentó su libro La visión abierta. Del mito del Grial al surrealismo (Barcelona: Siruela, 2010), en el que estudia temas medievales y los conecta con el surrealismo, considerando como punto de inflexión el rol del visionario en la cultura occidental desde la Edad Media a la época moderna.
**
El libro recorre distintos temas medievales que adquieren nuevas interpretaciones en la época que vio nacer al surrealismo, de manera que la autora indaga las situaciones en las que tiene lugar la floración espontánea de las imágenes mediante la confrontación del valor y el significado de la imagen en el Occidente europeo del siglo XX con otros tiempos históricos. A lo largo de los seis capítulos que componen el libro, la autora propone una nueva forma de comprensión de la experiencia visionaria medieval a partir de la confrontación con algunos testimonios del proceso creativo en el siglo XX.
En el capítulo que da inicio al argumento, Cirlot relaciona visión y creación en la Edad Media y el surrealismo, vinculando y comparando las imágenes visionarias con las imágenes oníricas. De este modo, “la imaginación como facultad superior y vía de conocimiento y la floración de las imágenes constituyen los pilares que sustentan la comparación entre la experiencia visionaria medieval y las visiones surrealistas” (17), ejercicio comparativo que se realiza a partir de dos elementos centrales: el ojo interior y la pasividad.
André Masson, André Breton (1941)
Para explicar la idea del ojo interior, me parece interesante el ejemplo del dibujo André Breton realizado por André Masson en 1941, en el cual se figura la necesidad de distinguir entre los ojos físicos y los mentales: “la auténtica percepción de la realidad sólo puede realizarse con la ayuda de la visión interior que alcanza lo oculto y lo inconsciente” (21). A esto se le agrega la pasividad del sujeto en la experiencia visionaria, que se explica con un testimonio de Angela da Foligno, en el que ser sacada es la situación propia de la mística que “nada tiene que “hacer”, sino sólo “ser hecha”” (26). La pasividad en el surrealismo se verá como la conjugación de percepción e imaginación para abrir el campo de la realidad, proceso en el que el sujeto se “anula para que pueda emerger el anónimo fondo de las imágenes” (41)
Siguiendo el argumento de Cirlot, el ojo interior y la pasividad en el surrealismo permitirían comprender que las obras buscan negar la función mimética de la obra de arte, de modo que la mímesis sólo se centraría en lo que se oculta. En este sentido, es interesante cómo, a lo largo del libro, la idea de mímesis se va complejizando al intentar comprender el fenómeno visionario y las formas de activar la visión. En “La polvareda, los ejércitos y la mancha en el muro” Cirlot se refiere a “mirar algo y ver otra cosa” que se explica con el episodio de la polvareda de El Quijote y la idea de la mancha en el muro de Leonardo da Vinci. En ambos ejemplos se explora los alcances de la imaginación, que para André Breton quedará incompleta y le dará una nueva vuelta de tuerca junto a Max Ernst. De este modo, intentarán ofrecer nuevas soluciones al problema de las relaciones entre la realidad y la imaginación, “entre el acto de percepción y el proceso de representación” (Cirlot 35) que da lugar a un espacio intersticial en el que surgiría la experiencia visionaria.
Partiendo de la idea de la pasividad, el antropólogo Claude Lévi-Strauss dio entrada al concepto de “zona intermedia”, considerando la transgresión de la frontera entre el mundo exterior y el interior a partir del vínculo de Max Ernst con Merleau-Ponty y Henry Corbin. De este modo, el antropólogo francés calificó la obra de Ernst como “pintura meditativa”, mientras que la obra de Corbin se situaría en lo que él mismo identificó como el mundus imaginalis: un mundo entre el cielo y la tierra. En este sentido, Cirlot señala que el texto de Lévi-Strauss “induce a una indagación de las dos cuestiones fundamentales: la zona intermedia y la pintura meditativa, a lo que se agrega un tercer elemento: el cielo estrellado” (66). De acuerdo al argumento de Lévi-Strauss, la zona intermedia, la pintura meditativa y el cielo estrellado aparecen como escenarios en los que acontece la creación artística.
***
En La visión abierta, el argumento de la autora recorre constantemente dos momentos distintos del mundo occidental distintos que significan y resignifican la experiencia visionaria con propósitos disímiles. Al considerar como punto de partida el análisis de las visiones de Hildegard von Bingen y desplazar las condiciones el ojo interior y la pasividad hacia el surrealismo, el movimiento vanguardista demuestra la comprensión del fenómeno visionario y las formas de activar la visión. Mientras en la Edad Media, las ideas teológicas se plasman en el lenguaje pictórico, el surrealismo se desplazaría de la figuración narrativa a la abstracción simbólica.