Me cautivan los libros: manuscritos, impresos, digitales; antiguos, modernos. Dentro de este universo, están aquellos que hablan de otros libros, la última publicación de Claudia Campaña titulada “El manuscrito de Winchester” (Santiago: Orjikh editores, 2014) es uno de esos.
¿Cómo llega una investigadora a interesarse en una obra en particular? Fue una de las interrogantes que me surgieron mientras iniciaba la lectura, sondeé en mi propia historia, pero la respuesta más pertinente a este caso, llegaría luego de conocer “La anécdota”, como se titula la primera de las tres partes que dan forma al libro. Esta corresponde a un relato autobiográfico en el cual la autora rememora con singular gracia algunos pasajes de su vida marcados por el encuentro y reencuentro con este objeto cultural: El manuscrito de Winchester.
En su relato, Claudia nos conduce a Septiembre del año 1989, para a partir de ahí narrar detalles de su estadía en Londres, como estudiante becada en el Courtauld Institute of Art (University of London). Las experiencias descritas tienen ese tinte emocional que solo tienen las primeras veces: se trata del primer postgrado, el primer momento en que la autora vio el maravilloso edificio que sería su hogar, el primer día de clases, el primer encargo académico, la primera visita al Museo Británico y entre esos hilvanes de la vida, entre las novedades que poco a poco se transforman en cotidianeidad, emerge el encuentro con el objeto en cuestión. Con él vendría el primer ensayo y la primera frustración.
El primer día de clases, Claudia y otros cuatro estudiantes recibieron de parte del Dr. John Lowden, destacado investigador e historiador del arte medieval, la primera tarea: deberían escribir un paper sobre el tema “¿Cuántos artistas trabajaron en el Salterio de Winchester?” Disponían de seis días para investigar y responder dicha pregunta. La autora describe su método de trabajo, la afanada inspección bibliográfica, la visita al Museo británico en búsqueda del manuscrito, al cual solo pudo ver respetuosamente tras una vitrina, –desconociendo el hecho de que haciendo la gestión pertinente podía tenerlo entre sus manos– y las características análogas de su escrito: ella entregó un manuscrito sobre otro manuscrito.
“Su estilo deja mucho que desear y si no progresa rápidamente, me temo que tendrá problemas” (25) fue la sentencia del tutor, tras evaluar aquel primer trabajo. Esa señal de alerta que preocuparía a cualquier estudiante, fue seguida por la pregunta: “¿Y por qué no pidió el manuscrito para su inspección?”. La conciencia de aquel error, lejos de desmotivar el trabajo investigativo, se tradujo en una segunda cita con este Salterio, reconocido como una de las joyas emblemáticas del Románico inglés.
“Al tocar esos pergaminos, sentí que me comunicaba a través de la yema de los dedos con los monjes-artistas que habían pensado y creado este hermoso objeto” (28) escribe la autora develando una fascinación que algunos años después tendría una segunda oportunidad. El año 1993 Claudia volvió a Londres para cursar un nuevo postgrado y sorpresivamente en su primer día de clases se reencontró con Lowden y con la pregunta “¿Cuántos artistas trabajaron en el Salterio de Winchester?”. El asombro dio paso a una nueva investigación, que tuvo como resultado un muy convincente segundo ensayo, que se reproduce íntegramente en la tercera parte de este libro de Claudia Campaña.
El relato anecdótico es seguido por algunas páginas escritas por “El tutor”. Las letras del Dr. John Lowden sirven de prólogo a la publicación y allí, en una posdata de Septiembre de 2013, se nos advierte sobre la privilegiada posibilidad que hoy tenemos de acceder a las fuentes sin necesidad de movernos de nuestros asientos:
Si Claudia tuviese que escribir hoy el ensayo “¿Cuántos artistas intervinieron en el Salterio de Winchester?”, descubriría espectaculares imágenes digitales gratuitas en el sitio de la British Library. Les recomiendo observarlas; si lo hacen, asegúrense de utilizar el zoom para apreciar sus detalles, imposibles de percibir hasta hace poco…” (52)
Confieso que la tentación de buscar estas digitalizaciones rondó en mi mente desde que leí el título de este libro, pero contuve mi curiosidad, ahora la recomendación venía del propio Lowden. Antes de encender mi computador, leí la tercera parte: “El ensayo”.
Antes de abordar la pregunta sobre la cantidad de personas involucradas en la producción de este códice en particular, también conocido actualmente como el Salterio de Henry de Blois (1129-1171), se informa sobre su posible data en siglo XII, su origen, estado de conservación actual y contenido.
¿Qué es un salterio? Es “un libro que comprende una colección de salmos, acompañado de un calendario litúrgico y de letanías de los santos” (57), escribe la autora. Ante la ausencia de firmas, inscripciones o autorretratos que permitan identificar y contabilizar autorías, la autora se plantea una serie de interrogantes que contribuyen a articular su reflexión. Me permito su reproducción: ¿Es posible que un solo artista escribiese el texto y dibujase tanto las iniciales como el ciclo narrativo completo? ¿No le hubiese tomado demasiado tiempo si así hubiese sido? ¿Estamos frente a un diseño coherente y bien articulado? ¿Se observan diferencias de calidad a lo largo de las diversas miniaturas? ¿A qué atribuir ciertos cambios estilísticos? ¿Cuáles fueron las fuentes directas que se emplearon para concebir este códice? ¿Cuántas etapas involucró su creación? ¿Cuáles de estas fueron responsabilidad del maestro y cuáles se pudieron encargar a sus ayudantes?
En el texto, un cuidadoso análisis formal y estilístico, nos ayuda a comprender las prácticas de producción propias del libro medieval —que implicaban un trabajo colaborativo—, y el rico imaginario creativo plasmado en sus miniaturas. Yo por supuesto que he accedido a los links recomendados por el profesor Lowden y me he maravillado con la visualidad de este códice, hacia el cual el ensayo de Claudia Campaña constituye una excelente puerta de entrada, muy bien sintetizada por cierto en la tapa del libro. En la imagen de la portada, que corresponde a un fragmento de uno de las imágenes presentes en el Salterio, adaptado y resignificado, vemos a un ángel introduciendo una llave en una cerradura, la tapa entonces opera como puerta de acceso al Manuscrito de Winchester, pero también a la vida de la autora.
Quisiera, por último, destacar el ejercicio autobiográfico, al cual la autora da riendas sueltas sin pudor, en el primer tramo de su libro. Esta pequeña parte de la historia académica de la Dra. Claudia Campaña nos habla de segundas oportunidades, de esas que llegan de sorpresa, sin buscarlas y de esos tropiezos que a larga permiten encontrar el camino.