“No se trata de discursos, en este libro es el cuerpo en el territorio lo que nos transporta, tanto a las operaciones de distintos integrantes del Frente Patriótico Manuel Rodríguez como a una biografía familiar que va dibujando un mapa de trayectos, vínculos y acciones entretejidas con la historia de la movilización social en Chile y Latinoamérica”, nos dice la escritora y compositora Marcela Parra, sobre esta obra de Gaspar Peñaloza, publicada en 2021, por Editorial Cuneta.
La intensidad de los sucesos nos esculpe. La invitación a este viaje nos traslada hacia el futuro por distintos medios. Escuchar voces cargadas de vivencias, indagando en un espacio común que sin embargo nunca podrá ser totalmente compartido, nos lleva a la construcción de una memoria colectiva en la que cada quien conoce su recuerdo, pero no el recuerdo del de al lado, ni menos una versión total de los acontecimientos. Por otra parte, todo asentamiento de la memoria, mañana podrá cambiar de lugar, modificando a su huésped o bien siendo modificado por distintos cuerpos.
En El Greco, las voces emergen de la página como asomándose desde las ventanas de un edificio compartido por vecinos que habitan a destiempo y en distintas latitudes. Más allá de la entrevista, o del formato híbrido de escritura, los aspectos de ficción y contra-ficción parecen encontrarse y resolverse con naturalidad en la realidad de los cuerpos, ya que, tal como nos señala el narrador, “Los eventos del cuerpo viajan hacia el futuro”. No se trata de discursos, en este libro es el cuerpo en el territorio lo que nos transporta, tanto a las operaciones de distintos integrantes del Frente Patriótico Manuel Rodríguez como a una biografía familiar que va dibujando un mapa de trayectos, vínculos y acciones entretejidas con la historia de la movilización social en Chile y Latinoamérica.
Las voces de este libro son inquietas y se trasladan constantemente. La clandestinidad no solo desplaza a sus protagonistas, también a quienes colindan o se acercan a sus biografías: “Kilos y kilómetros, de eso se trataba el “hombre nuevo” que se había ido modelando en las charlas de las y los combatientes cubanos y luego nicaragüenses hasta llegar a Chile: cuánto camino recorrido, cuánto peso cargado.” La resistencia armada en Colombia, Nicaragua, Perú, aparece también en El Greco, configurando el escenario político de esta investigación poética, no solo desde una regresión temporal a las décadas del 60 y 70, también a través de la presencia del estallido social del 2019 en el libro, configurando un presente expandido, una investigación del ahora, un tramo más amplio de historia latinoamericana al cual abrazar y que nos recuerda que somos la reencarnación de nuestros propios miedos, voluntades, rabias, alegrías y todo tipo de exaltaciones del espíritu.
Respecto a los rasgos del sentir de nuestro continente, en su manifiesto “De lo real maravilloso latinoamericano”, Alejo Carpentier apunta que: “lo maravilloso comienza a serlo de manera inequívoca, cuando surge una inesperada alteración de la realidad (…), una ampliación de las escalas y categorías de la realidad, percibidas con particular intensidad en virtud de una exaltación del espíritu que lo conduce a un “estado límite””. Tristemente, la alteración histórica de nuestra realidad latinoamericana está anclada al desequilibrio del poder que nos lleva recobrar y volver a perder nuestras libertades como pueblo. La clandestinidad podría ser ese ‘estado límite’, en el cual los personajes del libro se “sumergen”, según la jerga propia de la guerrilla, en un espacio que funciona con otros tiempos, en el cual el paisaje y los objetos se resignifican, porque los cuerpos dejan de habitar aquí donde estamos y entran a otro mundo.
En este aspecto, nuestro narrador se encuentra con la metáfora del bagual durante la lectura del libro de Pedro Cardyn Sangre de Bahuales, en el cual se recopilan diferentes relatos de sobrevivientes a la dictadura. Este dato es relevante para mencionar también otras escrituras que abren una elocuente dimensión metaliteraria dentro del libro, como la aparición del título “Lo llamaban comandante Pepe”, texto que relata la historia de Gregorio José Liendo Vera, militante del MIR que fue fusilado por la dictadura; “Mucha sal a la carne”, proyecto de escritura de la biografía del padre, que se intercala también en el entramado de voces, junto a extractos de relatos del escritor Bruno Serrano, quien es parte de las entrevistas, dando cuenta tanto de la resistencia organizada en Valdivia como de la relevancia de la creación literaria como estrategia de combate. Esta dimensión metaliteraria, que cruza todo el libro, encuentra un punto “real maravilloso” o de “ampliación de lo real” en el doble viaje que emprende nuestro narrador con motivo de su investigación. Se trata del viaje en el bus con el que parte de Futrono destino a Llifén y el viaje que realiza con la lectura, pues simultáneamente lee la novela del comandante Pepe. Aquí, nuestro investigador relata lo siguiente: “Subiendo y bajando de micros, entre mis sueños y la novela del comandante Pepe, casi ni miré el paisaje, pero viajé todo el día y no lo pude creer cuando, a un kilómetro de destino, en la novela aparece nombrado Llifén”. En ese momento, ambos viajes coinciden y se abre un portal de entrada a la “zona roja”, lugar en que la imponente naturaleza devela algunos misterios de la simbiosis entre paisaje y resistencia.
Valparaíso, Viña del Mar, Valdivia, Neltume, Llifén, Conguillío y Temucuicui, son algunos de los lugares que configuran el imaginario de este libro y nos relatan la memoria de la guerrilla en Chile. Aparecen también espacios más íntimos, como el plano de la peluquería del Rolo y el esquema del desodorante ahuecado del Greco que servía para transportar mensajes; dibujos a mano alzada de territorios más pequeños que añaden otra capa de lectura, así como el baúl del padre, que es abierto y descrito como una especie de inventario enumerado de objetos, estrategia que quiebra de manera aguda la estructura de voces entretejidas del libro sin resultar inverosímil ni quebrar la propuesta escritural.
Una última capa, que me asombra por mantener un aspecto documental tan íntimo y agregar a la vez una última pizca de experimentalidad, es la comparación de dos versiones de la letra de la canción “Morir sin disparo”: la del compositor Sergio Vesely y la que recordaba el Rolo. La transcripción de ambas versiones como cierre de libro, abre una reflexión sonora sobre las formas en que hacemos nuestra la memoria de todes. Así, una canción por ejemplo, toma nuestro aspecto, se sumerge en nuestro cuerpo y por lo tanto cambia la letra, porque tiene que cambiar, es la manera de transportarla por el territorio y hacia el futuro.