Debo lanzar una declaración algo peliaguda: leí el título de este poemario y algo en mí se agitó. Algo en mí se sintió profundamente conmovido, “algo” que se tradujo en una leve sonajera dentro del vientre y una sensación incómoda como de calor en la cara. Junto con eso había quedado muy perplejo de tener que encontrarme en estas condiciones con semejante libro. Yo, que hace ya un tiempo que no realizo actividad alguna remunerada debía escribir una reseña sobre mi peor pesadilla, la soledad de tener que estar sin trabajo.
Ya decía que esto de la ausencia de un empleo es un desamparo terrible, sin embargo, si tenerlo resulta problemático no tenerlo es aún peor. Se establecen una serie de cuestionamientos sobre el individuo que no tiene empleo, desde sus capacidades físicas hasta las mentales. Es duro no tener trabajo, estar cesante, esa maldita palabra que resulta tan pesada para uno cuando se escruta tan livianamente desde afuera. Pero basta ya de apologías personales, lo que nos convoca ahora es un poemario. Revisando de principio a fin, Poemas cesantes de Raúl Hernández es un cúmulo de composiciones muy uniformes y que por su estructura pienso que puede tejerse un lazo importante entre estos poemas y el gesto fotográfico. Lo primero se evidencia con los tres primeros poemas (tomando una pequeña muestra): “Mientras cierras la puerta de tu casa / se te viene a la mente / una idea / para escribir un texto nuevo / y original / pero no lo anotas / y se te olvida” (7); luego “La vas a dejar al colectivo / ella se va / con el soplo de la tarde / miras el suelo / nada queda ahora” (8); y por último el tercer poema del libro “Matas la tarde en la plaza / mirando un sinnúmero de hormigas / formadas una tras otra. / Luego / haces la cola / para comprar el pan.”(9). Tenemos en estos ejemplos lo que ya había anunciado: estamos frente a un libro muy parejo, el hablante transmite sus ideas libremente y a través de diferentes motivos, convirtiendo los poemas en obras individuales y colectivas al mismo tiempo, es decir, funcionan bajo los parámetros de acción de un individuo en la condición de un cesante pero al mismo tiempo y curiosamente (lo que al igual que el poeta he observado en otras personas en similar condición) se puede aplicar a un comportamiento común a la masa cesante: mirando taciturno el suelo, las hormigas, juntando las monedas para una cerveza, etc. Y segundo, las creaciones están emparentadas con el gesto fotográfico porque parecen instantáneas, como el gesto de tomar una fotografía. En la fotografía la imagen lo es todo, el punctum de Barthes (algo así como el espíritu de la fotografía o poniéndolo de otro modo la sensación que lo ataca a uno cuando se ve enfrentado a la imagen) es lo primordial. Con estos poemas pasa lo mismo, su lenguaje tan preciso, tan rápido (no a la rápida) nos recuerdan ese espíritu que atesoran las imágenes fotográficas tomadas en un instante breve e impresas para la posteridad. Esta frescura en el tratamiento del lenguaje, sin tapujos en el uso de las palabras tal y como vienen (pienso que quizás no hay mucha corrección en esta obra, lo que definitivamente es un plus, pues quizás esto es lo que añada a su construcción tan característica esos toques de frescura que como decía la vuelven una obra tan fulminante) nos permite una mayor cercanía con el hablante o tal vez es el hablante quien se acerca a nosotros, demostrando la vida que radica en estos poemas.
En definitiva, estos poemas impresos en hojas de roneo no tienen nada que ver conmigo. No se quejan de la terrible cesantía. La viven como si fuera un trabajo. La manera en la que está armado este libro permite acercarse al cese de actividades de una manera digna. Este libro dignifica la cesantía. Este poemario es excepcional, toda su simpleza nos arroja al mismo tiempo una profundidad que duele (simpleza por lo escuetos que parecen los poemas y profundidad por su capacidad de argumentar la soledad de estar cesante). Este registro del tiempo ocupado por un cesante es una labor que ha sido llevada a cabo de manera muy prolija, capaz de transportarnos al banquillo de los postergados, de los más incómodos. Por lo demás, admito una cierta culpa por haberme quejado tanto a lo largo de esta reseña, pero toda la culpa la tiene este libro.