Hoy Soledad Bianchi comparte con nosotros la presentación que hizo para el lanzamiento del libro Literatura Infantil: Chiristorias Travestis del Mocotrofo, de su ex-alumna Anastasia María Benavente (en co-autoría con Paulina Pizarro Osses), trans, performer, activista y ahora escritora, de esta novela gráfica que, según Soledad, permite aprender de un universo finalmente poco conocido, pero que está compuesto de gente admirable por su valor, valentía y rebeldía incansable.
Hace muchos años, casi los del tango o más, cuando las “Chiristorias Travestis” deben haber sido otras, conocí a la Cló porque fue mi alumna en la Universidad de Chile (en el 2000, dice ella). Era muy joven, delgadísimo y con el pelo hasta la cintura. Entre la decena o docena de estudiantes en ese curso de Literatura Chilena o Hispanoamericana (Poesía Chilena Contemporánea, me aclara), estaba, también: Jaime Leppé, Dajme, con su bonito pelo rizado hasta los hombros y su voz inconfundible. Más que en las clases, nos veo en el Casino en largas conversaciones y, aunque las imágenes se me difuminan un poco, imagino que no habremos perdido la posibilidad de oírlos cantar, cada uno por su lado, o de verlos en alguna de sus actuaciones individuales. No sé si invento, pero siempre pensé a Cló ligada a una familia circense.
A veces, me acordaba de la Cló y me preguntaba qué sería de ella pues no nos divisamos por décadas (y no es una exageración) hasta que en la primavera del 2018, casualmente, nos encontramos en un seminario. Y aunque era sobre el exilio, asunto que me apasiona y que yo –que fui exiliada– considero que también es una realidad a la que no se quiere entrar ni conocer porque molesta o porque no se sabe cómo agarrar, les aseguro, y no es un falso halago, que lo mejor de ese coloquio fue que Anastasia me reconociera y se identificara, y poder recomenzar nuestros diálogos, y verla pronto en otra de sus facetas en el “Cabaret Travesía Travesti”. Entonces, ella enseñaba en una universidad, pero, algún tiempo después, la discriminación primó y la obligaron a renunciar.
No es que nos veamos mucho, pero ya no hemos perdido el contacto. Y cada vez que hablamos, Anastasia está en nuevas actividades, personales y colectivas, siempre abierta a colaborar y a emprender nuevos rumbos con valentía, a pesar de los riesgos. Así fue como este septiembre me contactó, evidenciando otra de sus facetas: la de escritora, y así fue como leí Literatura Infantil. Chiristorias Travestis del Mocotrofo, y por esta razón estoy aquí, para decir algo sobre este libro frente al que tengo más preguntas y dudas que respuestas rotundas y seguras, un volumen que me ha mostrado y hasta –me atrevería a decir– enseñado, adentrándome en un universo que conozco poco, salvo en las personas de algunos amigos muy queridos y que admiro profundamente por sus búsquedas, su valor, su rebeldía incansable y su inagotable capacidad de comenzar y volver a emprender sus luchas contra las censuras, persecuciones, violencias, indiferencias. Estos debates se evidencian de múltiples formas, aspectos y decires y, a pesar de los obligados (y, por lo general, aparentes) retrocesos, siempre redundan, aunque sea en un pasito de adelanto y avance en respetos y aperturas de miradas y reconocimientos sociales, legales, culturales, económicos, etc.
Miro el libro que Anastasia y Paulina califican de “novela gráfica”. Fuera del título (explicado por ellas, en el “Comunicado de Prensa”), me llama la atención el dibujo: una especie de Virgen del Cerro San Cristóbal (que me hace imaginar que la historia –que supongo encontrar en sus páginas–, sucede en Santiago), pero si me fijo en la figura veo que, además de estar sobre una calavera (lo que nos hace presagiar algo del ambiente o el tono que sigue), la apertura de su túnica muestra una de sus piernas con medias negras de red y con un pie en una bota de taco alto y, aunque no sea lo mismo, no puedo dejar de pensar en esa foto donde Pedro Lemebel se trasvistió en Virgen del Carmen (¡Un saludo para Pedro!). Pero antes que seguir con la descripción, prefiero empezar la lectura (tanto de lo escrito como de las imágenes visuales). Y, sí, las primeras páginas me ubican en Santiago y me hacen pensar casi en una película por 3 enfoques: uno, al San Cristóbal y los dos restantes, desde la Plaza de la Dignidad. Por supuesto, no hay un realismo total sino que, desde ya, comienzan los guiños, sea en los edificios: el de la Telefónica es un pene con los testículos como base, mientras al Costanera Center lo corona un ojo, también las publicidades sobre los edificios tienen sus variaciones, y a la cola del caballo de Baquedano sólo le faltan los brillos y por sus adornos parece listo para un desfile nada militar sino, más bien, una “parade” o una revista de variedades. Unas líneas indican al auto donde van la Chelo y Anastasia, dos de las personajes principales de la historia, y es con ellas que atravesamos parte de la ciudad y nos enteramos de algunas de las características (de las amigas y del lugar) y, asimismo, de noticias transmitidas por la radio del coche. Si nos fijamos en los infinitos detalles de las escenas pintadas, no terminaremos de descubrir nuevos elementos que complementarán la historia. La patente del auto, por ej., es KK-MVL (¿para qué explicar las primeras letras?: ¿KK? Las otras podríamos leerlas como: Móvil, con todos los significados que pueda tener, incluso con el añadido de una H al final, como la sigla del Movimiento de Liberación Homosexual: MOVILH). Ambas mujeres van a una fiesta, a la que también asistimos los lectores y nuestros ojos mirones y copuchentos. En la fiesta sucede de todo, y así puede verse, y los pelambres y las traiciones no son pocos, pero lo principal se centra en el engaño de Anastasia a su amor, el Michael (al que no le gustan las travestis y quiere al Cló y no a la Anastasia, que son la misma persona). Esta situación es la que lleva al sufrimiento y a las reflexiones de Anastasia que se centran en su soledad y su tristeza frente a la ruptura amorosa a causa de lo que ella considera una adscripción cerrada a ciertas normas, reglas y categorías que deberían ponerse en tensión y superar el binarismo en su fluidez y ampliación. Esta especie de desgarrada Declaración de Principios queda en suspenso y Anastasia nos hace un guiño porque una función está a punto de comenzar y ella debe aparecer radiante frente a esos reflectores. Y Anastasia nos hace otro guiño porque su pensamiento está cortado por un “Continuará” que nos hace recordar que –tal como se había anunciado en la página inicial– esta es sólo la “1.a Parte” de Literatura Infantil, así que quedamos a la espera de la próxima. Creo, querida Anastasia, que –con Mari Trini– podrías entonar: “Yo no soy esa que tú te imaginas / Esa no soy yo”. Y para que nadie se equivocara, deberías añadir: “Yo no soy esa que tú te imaginas /Esa sí soy yo”.