Consuelo Biskupovic, antropóloga chilena doctorada en el École des Hautes Études en Sciences Sociales, de París, nos habla hoy de organización ciudadana y cambio climático, a partir del reciente lanzamiento de Clima y capital. La vida bajo el Antropoceno, de Dipesh Chakrabarty (2021), que aparece gracias al esfuerzo y la dedicación de Ediciones Mímesis y que “va uniendo dos historias: la de la especie, donde se encuentran ricos y pobres, la historia de la humanidad desigual, y su propia historia acercándose al problema climático, viendo sus propios temas de interés converger, entrecruzándose”.
Agradezco la invitación a presentar este libro, pero sobre todo la invitación a leer a Dipesh Chakrabarty, que me hicieron Raúl Rodríguez y Mary Luz Estupiñán. En el texto que presento a continuación no resumiré el texto ni sus ideas, le voy a dejar esa tarea a los lectores. Lo que quiero hacer es relevar algunas cuestiones que me interpelaron como antropóloga. Chakrabarty va acercándose al problema que quiere abordar desde distintos frentes. Va uniendo dos historias: la de la especie, donde se encuentran ricos y pobres, la historia de la humanidad desigual, y su propia historia acercándose al problema climático, viendo sus propios temas de interés converger, entrecruzándose. Leer este libro es acompañar a un historiador contorneando, indagando, buscando el origen y describiendo un fenómeno.
La ciencia y la experiencia
Actualmente investigo cómo la sociedad civil, las comunidades organizadas, los movimientos ciudadanos y territoriales, entienden, definen y responden al cambio climático. En el breve tiempo que llevo estudiando este tema, me ha llamado la atención la invisibilización de la ciudadanía frente a la supremacía científica en el problema climático. ¿Cuándo antes habíamos visto a científicas y científicos en portadas de diarios nacionales e internacionales, como Maisa Rojas? Más allá del bienvenido lugar protagónico que están ocupando mujeres científicas en los “comités científicos” o los “cuerpos asesores” del Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación en ámbitos de cambio climático”, las y los ciudadanas/os están prácticamente ausentes del debate político-institucional.
Lo que también ha llamado mi atención es que tanto científicas/os como políticos hablan de la importancia que tiene la sociedad civil, la/el ciudadano “común”, aun cuando finalmente rara vez estén en la mesa de debate. ¿Existe tal ciudadana/o “común”? Chakrabarty nos recuerda que no, que no podemos homogeneizar a la población, a la humanidad, ni tampoco a la naturaleza.
En un proceso de participación recientemente liderado por el Ministerio del Medio Ambiente sobre la Propuesta de Estrategia Climática de Largo Plazo de Chile, en lo que ellos llaman “diálogos ciudadanos”, un “ciudadano común” explicaba por qué a él le parecía fundamental integrar el tema de escasez hídrica a la propuesta del ministerio. Para ello relataba, a partir de casos específicos, cómo es vivir sin agua. Al terminar, la encargada de realizar los diálogos, le dice “agradecemos mucho sus anécdotas”. Para el ciudadano “común” “no se trata de anécdotas, esto lo estamos viviendo día a día”.
Escuchar a los otros
Chakrabarty nos dice que “no podemos formar una sociedad solo con lo social”. Esto se hace evidente con el cambio climático y también, hoy más que nunca, con la pandemia. No podemos hablar solo desde las ciencias sociales. No podemos pensar el cambio climático exclusivamente desde la ciencia del clima. En este punto, el libro de Chakrabarty apela a una interdisciplinariedad que ante todo es la mirada de un historiador, de un humanista, hacia las ciencias, la biología, la filosofía, entre otras. En esta obra, la/el lector acompaña al historiador en su búsqueda. “Dejar hablar las cosas por sí mismas”, nos dice el autor. Y yo agregaría: a las personas, también hay que dejarlas hablar, narrar, definir, explicar.
Las historias conectadas de la evolución de este planeta son múltiples, señala. Pero no hay que dejar de recalcar que son algunas “civilizaciones” civilizadoras, cartesianas, las que se han alejado más de esta “política-humanidad conectada con el planeta”, que señala Chakrabarty. Y es paradójico, porque es esta cultura, cartesiana, cientificista, racionalista, la que ahora señala que debemos volver a escuchar a la naturaleza. Creo que, en este sentido, es hora también de escuchar a esos “otros”, al ciudadano “común”. No es paradójico que en el cuarto ensayo del libro, Chakrabarty concluya hablando de los “otros”.
¿Es posible ser decolonial en el cambio climático, dentro de un mundo globalizado?
¿Cómo podemos enfrentarnos a nuestros propios límites, en tanto que especie? “Habitamos como ciudadanos una tierra que no es de la que podríamos subsistir, de ahí el creciente sentimiento de desamparo, un sentimiento que está transformando las antiguas cuestiones ecológicas en un nuevo conjunto de luchas políticas más urgentes y más trágicas. La gente en todas partes necesita de nuevo tierra, situación que yo llamo, por esta razón, la nueva ‘universalidad perversa’”, nos dice Bruno Latour, con quien continuamente Chakrabarty dialoga y se inspira para reproducir su ironía decolonial (es tan irónico como cuando el mismo Bruno Latour vino a Chile a Puerto de Ideas, auspiciado por el Instituto de la Felicidad de Coca-Cola).
Así como no es fácil no ser globalizado, es difícil dejar de ser “humano”, en tanto especie productora y creadora del Antropoceno, especie también llamada de “asesinos planetarios” (Edward O. Wilson citado por Chakrabarty). Pero en este marco magnicida, me gusta mucho la distinción de globalización y calentamiento global que hace Chakrabarty. Hoy capitalismo y globalización son explicaciones para todo, particularmente entre las y los estudiantes. “Pero no son problemas idénticos” señala Chakrabarty. Lo interesante es que para él la diferencia entre el problema del calentamiento global y el capitalismo consiste en que “los métodos por los cuales los definimos como problemas son, con la misma frecuencia, sustancialmente diferentes”.
¿Cómo humanizar la historia natural del cambio climático?
Puede que para un historiador decolonial no interese la historia natural del cambio climático, pero, como señala el autor, las preocupaciones de las y los científicos no están limitadas a eso, hacen un trabajo de difusión, crean públicos. Por eso la diferencia entre anécdota y experiencia es crucial: no es lo mismo que se te derrita el hielo bajo los pies si vives en la Antártica, a vivir sin agua en Petorca. Sentir los efectos puede cambiar todo.
Entonces se trata de humanizar el problema, darle sentido a través de la experiencia de los relatos, de las narrativas. El cambio climático es un wicked problem: podemos demostrarlo, identificarlo, intentar gobernarlo, pero no podemos solucionarlo inmediatamente. Para Chakrabarty existen dos narrativas del cambio climático. Por un lado, está el problema o la interrogante de cómo controlarlo, cómo gobernarlo. Es como si darle nombre a políticas, leyes, reglamentos y gobernabilidades nos permitiera sentirnos más tranquilos porque estamos haciendo algo. Por otro lado, está la agencia humana: la introducción del problema humano y las otras especies que también haremos desaparecer.
El humano en el centro del problema
Antropología y antropoceno están íntimamente relacionadas: ponen al ser humano en el centro del debate. No deja de ser desconsolador escuchar hablar de “adaptación” en un marco en el que, tal como dice Chakrabarty, los años humanos y los años terrestres no concuerdan. Estamos de alguna manera atrapados en esta continua búsqueda de adaptación y mitigación, el mal menor. Lo vemos en la “responsabilidad social empresarial” y en la infinitud de medidas humanas que adoptamos: las bolsas plásticas, el reciclaje, las duchas cortas. Estamos atrapados en nuestra propia producción tecnológica, que ha hecho que los humanos vivan más, se prolongue la vida, se expanda la población, se pueda migrar, y creer que nos “adaptamos”.
¿Hasta qué punto debemos buscar “adaptarnos”? ¿Hasta qué punto debemos buscar “mitigar” los efectos? ¿Por qué no son posibles soluciones más radicales? Cuando se plantea la idea de salvar el planeta, tengo la impresión que se trata sobre todo de salvarnos nosotros mismos de nosotros mismos. Las empresas contaminantes, somos nosotros también.
¿Debemos ver siempre a la naturaleza en términos de beneficios? La mala fama del ecologismo
Este libro permite entender por qué uno podría interesarse o preocuparse por el cambio climático. Su relación con la justicia, con la decolonialidad, con el capital, con la religión… Cuando pienso que los grandes investigadores sobre estos temas inevitablemente se han convertido en activistas, es difícil observar y no pasar al acto: Lovelock, Tsing, Latour, Haraway, y tantos otros…
“Los científicos de un laboratorio no se limitan a observar o realizar experimentos con una célula, por ejemplo, sino que cocrean lo que es una célula viéndola, midiéndola, nombrándola y manipulándola”, nos dice Donna Haraway. Es inevitable observar el problema sin observar nuestras propias carencias, y en esto el apoyo decolonial sustenta las implicancias humanas, tal como señala Spivak (citada por Chakrabarty): “El planeta se encuentra en la especie de la alterada, pertenece a otro sistema y, sin embargo, lo habitamos” (p. 91).
“En las luchas en torno al cambio climático, por ejemplo, tienes que unirte a tus aliados para bloquear la cínica y bien financiada maquinaria exterminadora que campa a sus anchas por la Tierra. Creo que mis colegas y yo lo estamos haciendo. No nos hemos callado, ni hemos renunciado al aparato que hemos desarrollado. Pero uno puede poner en primer plano y en segundo plano lo más destacado en función de la coyuntura histórica”, dice Donna Haraway.
Este libro nos invita a creer en el rol que tenemos los humanos y a ver cómo no solo afectamos y dañamos, sino que podemos tener una nueva imaginación política, abrir la imaginación a posibilidades. “La clave de la crisis ecológica no está en la ecología como tal”, dice Zizek citado por Chakrabarty. Yo me pregunto ¿Por qué tiene tan mala fama el ecologismo? ¿Qué le pasa a la humanidad cuando toma consciencia del mundo cambiante? ¿Lo vertiginoso de esto hace que nos inmovilicemos? ¿Y, por último, cómo lidiamos con la extinción?
La antropóloga Deborah Bird Rose habla de la “Doble muerte”: la muerte de uno mismo, la muerte de las especies, del planeta… Lo que la ha llevado a explorar las profundas implicaciones de los desastres de nuestro tiempo. Dice: “He estado trabajando con el concepto de doble muerte, con el que me refiero exactamente a estos procesos que desacoplan la vida y la muerte, disminuyendo la capacidad de la vida de ofrecer dones intergeneracionales, y disminuyendo la capacidad de la muerte de volver a los moribundos hacia los vivos”.
“La crisis climática te abre los ojos” dice Chakrabarty, pero también muchos elegimos cerrarlos, no? Seguir “adelante”, seguir con el “desarrollo”… Con la crisis ecologica, el aire que respiramos, el agua que tomamos, los bosques o montañas que nos rodean o la manera en que tiramos la basura, ya no son cosas que puedan darse por sentadas y tratarse con indiferencia, dice Emilie Hache. Por una parte, dice ella, estamos descubriendo que ya no son recursos inagotables, ni son recursos en el sentido de meros medios para nuestros propios fines, y por otro lado nos enfrentamos cotidianamente a que nuestras prácticas no van en desmedro de la crisis, sino que contribuyen a ella: los transportes, el sistema de alimentación.
¿Cómo reacomodamos nuestras morales, cómo fundamos nuevas políticas? Chakrabarty nos explica que no podemos esperar a que un grupo de científicos nos digan cuándo estamos en peligro. Me pregunto si de todas maneras esto cambiaría algo. Constantemente nos dicen que hay peligro: el aire contaminado que respiramos, los alimentos procesados con los que nos alimentamos, los rayos UV que recibimos, etc. “Someter el dominio de la vida biológica al trabajo de la vida moral”, ¿es esta la cuestión? ¿podemos esperar tanto de los humanos? ¿a qué tipo de controles nos tenemos que someter para ello?
“No vamos a poder salvar todo”
“Me entrenaron para ser tranquila, racional y objetiva, para centrarme en los hechos”, dice Kimberly Nicholas en su nuevo libro, Under the Sky We Make: How to Be Human in a Warming World.
“Pero a medida que la investigación ha ido revelando cómo el cambio climático alterará para siempre los ecosistemas y las comunidades” que Kimerly ama, ella lucha para afrontar esta tristeza. “Mi formación desapasionada”, escribe la investigadora de la Universidad de Lund, “no me ha preparado para las crisis emocionales cada vez más frecuentes del cambio climático”, ni para saber cómo responder a los estudiantes que acuden a ella para compartir su propio dolor. “No vamos a poder salvar todas las cosas que amamos, tenemos que nadar a través de ese océano de dolor… y reconocer que aún estamos a tiempo de actuar, y salvar muchas de las cosas que nos importan”.
Las ciencias y lo común
“Dado que las humanidades y las ciencias humanas proporcionan perspectivas desde las cuales se debaten los problemas de nuestro tiempo, ¿pueden superar su sagrado y profundamente arraigado humano-centrismo y aprender a mirar el mundo humano también desde puntos de vista no humanos?” ¿Hay un mundo común que salvar? ¿Qué tenemos en común cuando los lazos sociales han sido afectados, dañados? ¿Hay formas de repararlos? Cuando se daña la naturaleza, el agua, el aire, se rompe también el tejido social. Creo que estamos obligados a pensar en y las condiciones límites. Este libro nos demuestra cómo las humanidades nos ayudan a pensar y responder a cómo, en tanto que humanos, relacionados con no humanos, es decir, humanos en relación de interespecie, nos enfrentamos a nuestros propios límites.