Comenzamos el año poética y políticamente publicando las palabras de Patricia Espinoza sobre «Antuco» (Santiago, 2019, Autoedición), de Carlos Cardani Parra y Carlos Soto Román. Archivo, novela, crónica, poemario y testimonio; «Antuco» reescribe de forma artística la tragedia del 18 de mayo de 2005 donde fallecen cuarenta y cuatro jóvenes que realizaban el servicio militar y un suboficial. Mapas, cantos, etiquetas de ropa, instrucciones de campaña, normas militares y fichas médicas, se unen a este complejo texto, que es a la vez memoria y crítica a la violencia constitutiva del poder.
La literatura como un espacio donde se sobrescribe la memoria del daño y la memoria de la esperanza. El “nunca más” repercute con fuerza, aun cuando las prácticas del poder y sus funcionarios insisten en perpetuarse. A más de tres meses del 18 de octubre de 2019, la revuelta social más extensa de nuestra historia nacional, nuevos crímenes son cometidos bajo la mirada cómplice de los que llegan a acuerdos trasnochados tratando de salvar su deslegitimado negocio, aprobando leyes para dar más poder al poder. El cuestionamiento y la denuncia al poder son parte fundamental de Antuco (Santiago, 2019, Autoedición) de Carlos Cardani Parra y Carlos Soto Román. Un volumen para volver a sentir impotencia, desesperanza y rabia, en ese orden, porque hasta que no haya justicia, todo trabajo con la memoria debe terminar en rabia. Escrito en la intersección de diversos géneros, el volumen se presenta en sí como una protesta que no puede ser contenida por una forma específica, mezclando formatos: desde el archivo, a la novela, el poemario, la crónica, el testimonio. Modulaciones de una voz que elabora una crítica feroz a un sistema de autoridad. Antuco nos habla de crimen, pero también de injusticia, desigualdad e indignidad a la que son condenados aquellos que no tienen oportunidad de escapar a la represión de una institucionalidad represora como el Ejército de Chile.
Pienso en los Selknam perseguidos hasta el exterminio en la Patagonia, en los trabajadores de Santa María de Iquique, los campesinos baleados en Ránquil, el genocidio que comenzó en 1973, en los muertos, torturados y mutilados desde el 18 de octubre. Esta práctica sistemática, en cuanto se ejecuta como política de Estado, suele quedar impune; es decir, no hay justicia y los muertos se pierden en el anonimato de la historia. Desde su origen, nuestras democracias burguesas han comprendido que la matanza es una forma de educación social, no son un error del sistema o los excesos de individuos particulares, sino que son un componente esencial para la mantención del orden el cual, dejando a un lado las retóricas y los intentos reformistas, será defendido por todos los actores del sistema político. Para participar de la clase política es necesario aceptar tácitamente que la defensa del orden es el piso mínimo, el suelo común.
A ese pequeño recuento, porque la lista obviamente es más extensa, se suma la tragedia de Antuco ocurrida el 18 de mayo de 2005, donde fallecen cuarenta y cuatro jóvenes que realizaban el servicio militar y un suboficial ¿Las razones “oficiales”? Las condiciones climáticas adversas en la zona cordillerana donde realizaban su instrucción bajo las órdenes de superiores ¿La sanciones? Los que dieron las órdenes sufrieron castigos mínimos; la impunidad, una vez más, se impuso.
Antuco nos habla de un crimen institucional desde una voz plural que constata paso a paso la travesía de los muchachos y también denuncia los hechos posteriores a su fallecimiento. Me parece necesario mencionar el tono de la voz narrativa con un fuerte componente lírico, focalizada en los cuerpos, la naturaleza, las instrucciones de mando, que se convierten en órdenes enloquecidas que no vacilan en enviar a la muerte a un batallón de chicos pobres. Me refiero con este último término a su condición social. En Chile solo los pobres están obligados a cumplir con el Servicio Militar, esta segregación se encuentra en la base del sistema, a ellos se les sumerge en una educación basada en la violencia, la jerarquización y la obediencia.
El libro asume, por momentos, el carácter de bitácora, donde la escritura marca un pulso fatídico, ya que sabemos el horroroso desenlace de esta historia. “No fueron héroes” (187), es el enunciado que aparece en la última página, en solitario, sin más apoyo que la contundencia de una afirmación que condensa la política de este texto. Aun cuando la recepción mediática de este horroroso suceso, fue profusa, fue asociado a la condición de accidental. Alejados de la ejemplaridad que arrastra la noción de héroe, los muchachos fueron convertidos en una pieza más de la tragedia. Víctimas sí, héroes no ¿Quién otorga la condición de héroe? La comunidad, la justicia y los medios de comunicación. Su acción conjunta terminó por condenar a cada uno de los fallecidos al anonimato.
Destaco en esta escritura a cuatro manos la permanente presencia de un discurso crítico, emitido sin estridencias, pero que conmueve en cada una de sus palabras. La denuncia, por tanto, se vuelve prioridad. La escritura asume la función de hacer patente la crisis de una institucionalidad que, históricamente, ha tenido un poderío enorme en la gobernabilidad del país. Existe una constante pedagogía orientada a mitificar las “glorias del ejército”, que no son más que derrotas, excesos, robos y genocidios. Ser militar es formar parte de una fuerza defensiva de la patria. Esta caracterización se encuentra ligada al orden patriarcal, es un mundo de machos, entrenados para el ejercicio de la violencia, donde la verticalidad de mando es absoluta. La jerarquía del poder, implica la obediencia, mientras más abajo menos poder de discernir, solo obediencia. Así, la clase conscripto es la de un subalterno, que sin emitir palabra, se someterá a las leyes de la institución.
Cardani y Soto proponen una estética plagada de signos de muerte. Las primeras páginas del libro presentan un mapa del sitio, cantos militares, etiquetas de vestimentas, un índice de instrucciones para campaña, normas relativas a lo esperable de un militar, la moral militar y la caracterización médica de la hipotermia. En la página 21, en el margen superior, centrado, aparece el siguiente texto: “¿cómo está la moral, soldado?”. En la misma página, al centro del margen inferior, está la respuesta: “Alta, mi Teniente / más alta que el cielo y las estrellas”. Cada palabra está cargada del sino trágico, la muerte los ronda mientras los muchachos obedecen y juguetean como niños, a la espera de su cercana salida a terreno.
La voz que narra esta fatal historia se sirve de intertextos de otras autorías, conformando una suerte de relato mosaico que da cuenta de cada elemento que contribuyó a la formación de la escena del crimen. Esta voz se desliga de su aparente neutralidad para ingresar de lleno a identificar las fracturas del plan mayor, la instrucción del soldado de montaña y la excursión en un terreno con más de cuatro metros de nieve, sin ropa ni alimentación adecuada. El mayor yerro es la falta de entrenamiento de los soldados y la indolencia de sus superiores que, sin considerar las razones climáticas, los envían a la muerte.
Antuco se identifica y manifiesta complicidad con las víctimas mediante el uso del plural: “La cantidad de nieve en la que nos hundimos”, dice en la página 37. El relator se convierte en uno más de los conscriptos, lo que permite que experimentemos una enorme cercanía con las ideas y sensaciones que pasaron por la mente de los jóvenes antes de morir. Morir, no era en todo caso, una opción ni menos una posibilidad. La confianza en sus superiores, la ingenuidad de su corta edad, la imposibilidad de rebelarse al mando, conspiraron para que la maldita caminata se iniciara.
Tanto el diseño de este libro como la conformación fragmentaria, me recordaron la Nueva Novela de Juan Luis Martínez. Sin embargo, hay una radical diferencia entre ambas obras, Martínez no abandona jamás su deseo de vanguardia, sus referentes estéticos europeos y el discurso alegórico, donde más que sujeto, lo que se impone es el desmontaje del orden racional. Incluso, me atrevería a decir, su política no deja de filtrar esteticismo. Cardani y Soto toman otra vía, politizan socialmente su escritura, construyen sujetos atrapados por un contexto y por la institucionalidad y ejercen una crítica alegórico-social.
Antuco es un texto feroz de memoria, donde se pone en escena una crítica de la violencia que implica la normalización de una moral y estética guerrera donde la vida vale según la casta a la que se pertenece. Y esa crítica a la violencia constitutiva del poder, no solo militar, sino del poder a secas, nos devuelve a la certeza de que vivimos en un permanente estado de excepción, donde el poder soberano decide quien debe morir o vivir. Acudo a Giorgio Agamben para intentar abordar con más rigor qué significa un soldado o cada uno de nosotros/nosotras para el poder, ya sea el gobierno o la institución militar.
Agamben establece la distinción entre bios y z?e. Por un lado, bios es considerado como la vida que posibilita la existencia social y lo político; z?e, por su parte, es la mera condición biológica, el hecho aislado de existir en tanto materialidad, un ser que tiene vida, pero que carece de derechos políticos y un lugar visible en la sociedad; esto significa, poseer una vida nuda, desnuda (Cf. Agamben, Giorgio. Homo sacer. El poder soberano y la nuda vida I. Valencia: Pre-Textos, 2006). En lo que respecta a este volumen, los soldados pertenecerían a la categoría nuda vida, no sujetos, sino seres con vida a los cuales se les han confiscado sus derechos civiles, políticos y discursivos. Solo queda entonces, una vida que puede ser apropiada, usada por la institucionalidad que la somete a un permanente estado de excepción, donde todo cabe, al extremo de disponer de su término.
Antuco es un libro homenaje a los muchachos, pero también de denuncia al actuar de la justicia, los medios de comunicación y la institución militar. Entidades de poder que actúan impunemente en la construcción de la realidad. Destaco en esta escritura, un punto de vista, una postura rotunda ante los hechos. En este sentido, es un libro situado, que aborda la realidad desde una mirada política y que toma partido por las víctimas. En medio de la avalancha de escrituras inmunes a problemáticas sociales, entregadas al plan literario neoliberal, Cardani Parra y Soto Román nos entregan un libro horrorosamente conmovedor, que no se queda en el contenidismo sino que explora en el modo de disponer la escritura, imposible no mencionar el trabajo del diseñador Joaquín Contreras, tercer autor del volumen, mediante fragmentos que se van encadenando con sutileza y que en su conjunto darán lugar a un duelo permanente, sin cierre, que es lo que merecen estos jóvenes conscriptos, héroes sin título, cuya muerte, como tantas, por su clase, ha quedado impune.