El comienzo y el final de un escrito están marcados inevitablemente por el nombre que lo precede e identifica, esa palabra o frase engloba y argumenta a la vez, la existencia de un discurso que se ofrece al público. En este caso, la revista Istmo en su segundo número, pone en juego lo anterior de manera muy interesante. Nos entrega, a través de una serie de escritos lo que aparece producto de la conexión entre dos territorios vastos y ricos en el área del lenguaje. Por una parte, y con preponderancia, el campo de la literatura, que en este número se enfoca en la narrativa chilena, y por otra parte, el campo del psicoanálisis. Ambos espacios, se presentan atractivamente conjugados a partir de textos freudianos que nos hablan sobre el proceso creativo del escritor. En este sentido, el producto aparece como una amalgama entre el mundo subjetivo de los escritores analizados y la estructura y posibilidades que abren los conceptos psicoanalíticos. Potente estrategia que permite al lector identificarse con el quehacer del literato.
La revista consta de tres apartados, a los que precede una serie de imágenes en blanco y negro, que muestran habitaciones que circunscriben un espacio particular. Espacio que aparece corroído y añejo, pero que al mismo tiempo se encuentra intervenido por elementos implicados en el quehacer del escritor. Primero un sillón en el rincón de un baño, luego un escritorio en el medio de un salón atravesado por piedras y escombros; finalmente una mesa de trabajo arrojada sobre el living de la casa, que se encuentra sobre un piso cercenado por grietas y liberado por un pequeña ventana y un espejo al final de la pared.
Estos escenarios oscuros, a punto de derrumbarse, son elementos que provocan rechazo y al mismo tiempo nos cautivan. Al hojear con detenimiento las imágenes, se evidencian pistas en cada una de ellas, sombras que resaltan y figuras escondidas a la vista, que luego serán claves para la lectura. La propuesta del color y distribución es llamativa, ya que no sólo existen las imágenes que introducen los apartados, sino que también hay imágenes que preceden el comentario del editor. Tales imágenes pueden ser contempladas rápidamente al inicio por el lector, pero al poco andar, éste debe retornar al ejercicio contemplativo, ya que los escritos proponen implícitamente un viaje de ida y vuelta sobre esos elementos establecidos al inicio, concretándose así una circularidad que ilumina. Tal estructura lleva, a mi parecer, a pensar en el elemento de la memoria, la localización subjetiva y la identidad, que en esta propuesta se encuentra sobre la narrativa chilena. Ejercicio de reflexión importantísimo, que con sorpresa encontré en estas historias.
Por todo lo anterior, es necesario revisar los apartados y destacar pasajes que a mi parecer resaltaron en la lectura. Dentro del primer apartado titulado “El creador literario y el fantaseo”, encontramos la escritura de Alejandra Costamagna, en «Escritores y obsesiones: siete peldaños». Allí, el personaje principal se caracteriza por sus preocupaciones y angustias, manifestado esto en las significaciones que toma la palabra. La letra aparece al mismo tiempo como un elemento de tortura y genialidad. El sujeto recorre siete peldaños articulados desde la maraña de dudas que lo invade, los pasos del sujeto configuran una escalera que no sabemos si sube o baja, en mi opinión está orientada al descenso, ya que al llegar al último peldaño el silencio hace su entrada y se transforma en el hilo conductor de su discurso, conmoviendo y permitiendo abrir los sentidos. Como escribe Costamagna, “sugerir deslizarse apenas por la cubierta de las palabras. Decir sin decir” (19) El elemento de la palabra tras la palabra, para mí abre el interés sobre esta narrativa chilena que parece compleja y de la cual no se ha terminado de hablar, más bien el análisis de su discurso es la propuesta que Istmo nos sugiere.
Luego tenemos los «Cincuenta minutos» de Alberto Fuguet, donde el autor, a mi parecer con ironía, muestra una problemática que se nos presenta en la actualidad. Una hora con el psiquiatra que también es psicoanalista, donde un joven asiste a su primera sesión. Leyendo el texto me fue inevitable no pensar en mi propia experiencia como psicóloga, y en cuántas son las nuevas voces que surgen en un box, así como nuevos textos publicados existen. De este modo, se nos presenta un psicoanalista, que parece no lograr sostener en su escucha un discurso que está saturado de actualidad televisiva y mundo virtual. Cabe entonces la pregunta, qué es lo que aquel sujeto quería transmitir tras la jerga de las comunicaciones. Posiblemente, una alternativa discursiva que Fuguet percibe con cercanía y que está localizada en nuestra cuidad. La consulta está orientada hacia el cerro San Cristóbal y una neblina que en realidad es el smog, interfiere en la vista. Esta interferencia probablemente turba la relación entre ese que ofrece su discurso y aquel que pretende escucharlo. Esta interacción, entre lo que algunos sujetos en nuestra ciudad tienen para decir y la realidad que se configura a partir de esos relatos, nos lleva a reflexionar precisamente sobre el estado de cosas en la literatura nacional, tal como aquel joven que le ofrece sus palabras al psicoanalista. Finalmente, la problemática nos sitúa no sólo en el lado de los discursos posibles, sino también en las posibilidades de escucha que éstos tienen: a partir de la propuesta de Fuguet, podemos suponer que ése que escucha en la actualidad, ocupa la mayor de las veces un lugar convencional, donde lo que el sujeto tiene para decir debe caber indefectiblemente dentro de 50 minutos, ni más ni menos.
En el segundo apartado “Recordar, repetir, reelaborar”, tenemos el artículo de Adriana Valdés, comentando la obra Casa de campo de José Donoso. La reflexión y espacio crítico que nos proporciona Valdés atrajo mi atención ya que su propuesta está, en función de “una lectura”, es decir, de su propia elaboración de la obra, que haciendo alusión al texto freudiano que introduce este apartado, nos muestra una problemática que parece estar ya ofrecida en Casa de campo. Freud señala: “el analizado no recuerda, en general, nada de lo olvidado y reprimido, sino que lo actúa. No lo reproduce como recuerdo, sino como acción; lo repite , sin saber, desde luego, que lo hace.” Y agrega: “durante el lapso que permanezca en tratamiento no se liberará de esta compulsión de repetición; uno comprende, al fin, que esta es su manera de recordar.” (Obras completas Vol. XII, 152)
De este modo, el análisis de la obra implica la recuperación de ciertos elementos y su puesta en escena por el narrador, que en este caso es Valdés. Así, se repite en la escena de la escritura lo que parece no dejar de hacer ruido en esta casa de campo. En función de lo anterior, la autora destaca un elemento, los niños son dejados y arrojados a una interacción delimitada por el mundo de los adultos. En este punto, el argumento nos lleva de vuelta al comentario de Freud; es a partir de la reproducción de ciertos actos por parte de los niños, que los hechos vividos y perpetrados por los adultos, se mantienen vigentes. Es decir, se configura la memoria de la familia, la memoria de la sociedad chilena, así los recuerdos parecen estar hechos de actos y no de palabras. En este caso, el lugar de la palabra es un lugar constituido por un vacío que los niños no son capaces de cuestionar. Así y de manera interesante, aparece una ligazón entre este lugar sin palabra y el goce. En la repetición de las conductas de los padres, los niños mantienen intacto un placer que logra ir más allá de la posibilidad de la palabra y que debe ser perpetuado en el rito. El orden de esa sociedad se configura según ese esquema.
Asimismo, la autora llegara a darnos pistas sobre el conflicto identitario que la obra trae a colación. El enfrentamiento entre los Ventura y los nativos, muestra una relación violenta y de jerarquías. Así, lo que contiene la existencia de la casa y que para los adultos es sinónimo de seguridad, para los niños es una demarcación que no logra sostenerse por sí misma. Es decir, esa reja de altas lanzas que separa la casa del vasto terreno, viene a cuestionar, como lo plantea la autora, la existencia de un sujeto que vive en la sociedad y que tiene una identidad sin quiebres ni divisiones.
En el tercer y último apartado, el ámbito psicoanalítico se mueve en función de los componentes y características de un análisis. Titulado “Análisis terminable e interminable”, muestra cuál es el objeto sobre el que estamos reflexionando y cómo se estructura un proceso de tales características. El análisis se sitúa sobre la estructura discursiva que nos ofrecen los autores, la cual se presenta como una articulación entre la subjetividad y la elaboración de diversos conflictos. En este caso, la problemática esta ligada a la definición de lo cotidiano y su articulación con la historia e identidad de los sujetos. Allí una sensación familiar irrumpe en la lectura. En este punto hay dos elementos que me gustaría resaltar. Por una parte, el comentario de Macarena García sobre Formas de volver a casa de Alejandro Zambra, donde se destaca en la apreciación de la obra la mirada del niño que comienza el relato, un viaje por la ciudad y por supuesto la historia de la familia. Este relato con simpleza nos lleva a recordar precisamente elementos familiares, elementos que identificamos como parte de la sociedad en los años ochenta. La autora nos muestra con elementos cotidianos y simples cómo para Zambra la cuestión tiene que ver con una apuesta subjetiva, que se articula entre la memoria y el espacio. El personaje ya adulto escribe un libro, que trata sobre Maipú, el terremoto de 1985 y su infancia. De este modo, el autor compone un sujeto que para hablar de sí mismo, tiene que hablar de la geografía y de la infancia, y en ese intento debe volver a casa.
La propuesta escritural de esta última parte juega con la memoria, con los análisis personales y las historias que se mezclan y repiten, así llegamos a Animales Domésticos de Alejandra Costamagna comentado por Alejandro Zambra. Quise finalizar por esta vía, ya que Zambra logra dar una vuelta a eso que parece estar siempre reverberando en el discurso, nuestras historias personales. A partir de nuestro propio mundo hablamos, percibimos y escribimos, desde allí el resto nos conoce o cree conocernos. Así Costamagna al hablar de esos animales, habla de su cotidiano, que no por cotidiano es completamente conocido. Zambra señala al respecto: “un escritor es alguien que intenta decir algo que no ha sido dicho, algo que probablemente sea difícil e incluso imposible decir. Alejandra Costamagna escribe desde esa conciencia; escribe para buscar y este libro es el inconfundible testimonio de sus hallazgos.” (119)
Qué más podría significar un análisis, sino una búsqueda personalizada por lo ya conocido que en algún momento de la vida se nos presenta como completamente extraño y lo que se tenga para decir sobre eso, que parece convertir a algunos en escritores y a otros dejarlos con grandes preguntas, las más de las veces sin contestar.
Patricio Celis
3 abril, 2012 @ 15:56
Sobresaliente el escrito de Daniela; una exploración lúcida e ilustrada de los intrincados y prolíficos puntos de encuentro entre la literatura y el psicoanálisisis. Este último construido en forma permanente desde el relato, desde sus restos, a partir de los trazos de la memoria, desde los fragmentos de una identidad partida, cuya materialidad es tanto la imagen, como aquella dimensión del signo que la tranforma en retrato \"escrito\" para otro, en escritura de otro tipo, de la otra escena (usando las pabras de Freud). El comentario de Daniela Sarras permite y recorre éstos senderos, de manera inteligente, sutil y compleja.
Niklas Bornhauser
10 abril, 2012 @ 13:24
Sugerente reflexión sobre las relaciones entre literatura y psicoanálisis, presentada con mucha sutileza y (soportable) liviandad. La lectura sugerida, expuesta de manera sutil e in-impositiva (unaufdringlich), abre caminos de acceso o de atravesamiento de la obra freudiana, en vez de imponer o cerrarlos. Dan ganas de revisar los textos mencionados, entre ellos la revista en cuestión, pero también los escritos mencionados en ella, con tal de explorar estos senderos laterales del pensar.
sergio witto Mättig
16 abril, 2012 @ 13:44
No es el oficio maestro de la aplicabilidad el que hace del encuentro entre psicoanálisis y literartura un asunto de interés. Freud se apresta a dar una dura batalla en la Sociedad del los Miércoles bajo la enseña que la literatura puede acuñar el trabajo clínico del analista. El paréntesis se cierra con Lacan para mostrar que la rivalidad disciplinaria pugna por mantenerse a salvo de la captura: el psicoanalísis le debe al carácter de su propia irrupción la posibilidad de encaramarse por diversas edificaciones. La única referencia del analista será la escucha. No obstante, con ello se inaugura la más inusitada de las colaboraciones. Saludo la escritura de Daniela Sarras porque celebra ese gesto sobrio donde se asila una voluntad imprescindible de intercambio.